lunes, 22 de octubre de 2007

EL REGRESO DE SODA STEREO



A decir verdad, al Club de los Pesimistas del Rock, la vuelta de Soda Stereo nos ponía en un aprieto: era por lo menos confuso que una banda eternamente encargada de adelantar la aguja del rock argentino, se desentienda de su pasado vanguardista, y, por unos cuantos millones, vuelva a tocar por el continente americano sin disco nuevo y con un peligroso equipaje: la nostalgia. Todas las elucubraciones negativas estallan en mil pedazos cuando la banda sale al escenario, a eso de las 9 de la noche del sábado 20 de octubre y Cerati practica el irresistible y milimétrico punteo de “Juegos de Seducción”; es allí, que Soda, aunque no hacía falta, vuelve a legitimizarse como una de las grandes bestias pop de la música en castellano. La más grande y popular tal vez.
Si las preguntas obligadas en torno al regreso eran: ¿Por qué y para qué?, el show del sábado –y de seguro también el del viernes, el domingo y los que resten- arroja las respuestas deseadas. En primer lugar: porque siempre viene bien que una banda magistral vuelva a tocar, en buen estado y con lucidez –recordar Serú 92’…-, los maravillosos temas que supieron conseguir. En segundo lugar: dado que hubo temas de todos los discos de estudio, el regreso más mentado sirve para revisitar el excepcional cancionero de Soda –pueden tocar 3 días seguidos y van a faltar hits- y analizar las diferentes vertientes musicales –no hay un solo disco que suene igual al otro- y discursivas del trío: del ska elemental del debut al gótico ochentoso de Nada personal, del preciosismo pop de Signos al errático funk latino de Doble Vida, del inspiradísimo y rockero Canción Animal al también rockero y noise Dynamo, de la frialdad maquinaria de Sueño Stereo a…la nada. En total fueron 27 canciones que expresaron con elocuencia el juicio que hace la banda sobre lo más preciado de su carrera: de Canción Animal (1990), unánimemente considerado el punto más alto del camino stereo, hubo 6 temas; de Nada Personal (1985) y Signos (1986), dos discos fundamentales para comprender el rock argentino en los años 80’ y repletos de hits, hubo 5 por cabeza; de Dynamo (1992), el disco que marcó el quiebre más grande entre el grupo y su público, hubo 4; del simpático debut homónimo de 1984, hubo 3. Finalmente, Doble Vida (1988) y Sueño Stereo (1995), justamente los dos álbumes que se advierten, con el paso del tiempo, algo insustanciales, tuvieron 2 representaciones de cada uno.


El show, entonces, arranca con “Juegos de Seducción”, insigne pieza de Nada Personal, ejemplo perfecto de ese género cultivado por Cerati que bien podríamos llamar: pop erótico o rock-pop cuasi pornográfico: “O puedo ser tu violador/ La imaginación/ Esta noche todo lo puede”, canta la platea femenina al borde del orgasmo. Ese mismo devaneo sexual tendrán otras gemas de la noche: esa canción sublime llamada “Signos”, la celebradísima “Persiana Americana”, la semblanza porteña de “La ciudad de la furia” (“Me dejarás dormir al amanecer/ Entre tus piernas). El segundo tema marca otro camino conceptual: se trata del ska “Tele-ka”, del primer disco, canción bailable que hacia años y años no tocaban. Cuando llega el turno de la lograda “Imágenes Retro”, se sobreentienden dos cosas: que el disco que más ha ganado consideración desde la separación es Nada Personal (debido, quizás, al revival ochentoso de los 00’) y que el repertorio de la gira de regreso, incluye, tanto los hits infaltables, como lados B y canciones oscuras (“Imágenes Retro” se observa como una más de aquellas canciones de la época cocainómana del rock argento: “Vivo como un sonámbulo/ Buscando pliegues en la pared/ Telarañas, sueño con telarañas/ Que cuelgan de mí”) dedicadas a los fans más acérrimos.


Constituidos especialmente por gente de entre 20 y 30 años –con abrumadora presencia de féminas-, los espectadores de Cerati-Bosio-Alberti nunca se caracterizaron por encenderse con facilidad. La notoria ausencia de baile, salto o pogo en la primera mitad del show puede deberse a variados síntomas. O dos. Uno, que mucha de la gente que asiste a estos recitales masivos, van para no perderse a la Leyenda, sabiendo sólo los temas más conocidos o los que pasan en La Mega. El otro, quizás un tanto más molesto, puede deberse al sector social al que pertenece buena parte del público de Soda –un 50 o 60 por ciento por lo menos-. Con sus costosos celulares, sus cámaras fotográficas digitales y sus peinados en boga, quizás no puedan moverse en demasía sin dañar sus objetos tecnológicos o su elegantísimo look. Sólo con los grandes hits se vivieron momentos de festividad musical, es decir, momentos acordes a lo que se estaba viviendo. Fueron pocos, es verdad, pero valieron para recordarlos por toda la eternidad. Es que ahora puedo decir que yo estuve en medio del Estadio de River y fui uno más cantando, desaforado y a los gritos, esa letra absurda que dice: “Ella durmió/ Al calor de las masas/ Y yo desperté/ Queriendo soñarla”. Porque, a no confundirnos, el rock también es eso de cantar una letra sin entender el significado. (El rock argentino es uno de los grandes propagadores de esta corriente. Al abstracto Cerati, sólo hace falta nombrar tres exponentes: Ricardo Mollo, Luis Alberto Spinetta y Adrián Dargelos).


Del funcionamiento de la banda, sólo los ignorantes o los necios podían dudar. Se sabe que Soda es una banda apegada al perfeccionismo y que, a través de su carrera, hicieron de la precisión escénica y musical, una de sus mejores armas. En River todo sonó en su lugar pero en forma visceral. Como debe ser. Por suerte -quizás por la magia indeleble que tienen temas como “Final caja negra, “Sueles dejarme solo”, “Danza Rota”, “Prófugos” o “Hombre al agua”, tal vez por la mística de saber que detrás de Cerati estaba Charly Alberti en batería y Zeta Bosio en bajo-, no amenazó con aparecer esa carencia de espontaneidad tan vívida en los shows solistas de Cerati, que, sin dudas, debe ser uno de los peores showman de la escena rock –sus chistes no sólo son malos sino que se posicionan, a gran velocidad, como los peores chistes de la historia-. Bosio y Alberti tampoco se quedan atrás: no dijeron una sola palabra en las dos horas y media que duró el recital. Yo agradezco, desde mi exigua posición, esta renuncia a la demagogia y la afectación pseudo-rockera que Soda Stereo ha tenido desde sus inicios. Demuestran, con la soberbia de los grandes, que para que una banda sea de rock, no hace falta otra cosa que sonar como tal –y esto no se trata de poner tres guitarras, no bañarse o pintarse los ojos de negro-: la mayoría de los temas son pop, también las hay baladas o trip psicodélicos como En remolinos, pero la banda se oyó decididamente al mango, aunque parezca ingenuo, se nota que por detrás, siempre estará el grupo de 3 chicos que se unieron a tocar en un garaje y terminaron en la cima de la música, componiendo hitos en la historia del rock argentino, de los cuales, muchos, sonaron el sábado. Por último, queda por saber qué habría sido de otras grandes estrellas del rock si Cerati hubiese tenido carisma. Es que si así y todo logra llenar 5 Estadios de River, no nos imaginemos qué sucedería si tuviera tino con las bromas o un contacto más fluido con la masa… A todo esto hay que decir, que el criticado Gustavo, suple con creces su falta de tacto con el público, a través de una entrega vocal sorprendente –aún hoy, tiene el mismo caudal y realiza las mismas travesuras vocales que en 1987 o 1992- y su típico estilo de guitarrista héroe, con extensos y exuberantes solos que se acoplan a la perfección con el tema en cuestión. Charly Alberti nunca fue un gran baterista –ni tampoco parece haberse complicado mucho para serlo-, sin embargo, desde allí atrás, se puede asegurar la ausencia de pifies y desmadres, como así también la precisión de un reloj suizo o una de esas máquinas portátiles que tanto le gustan promocionar. El que me sorprendió –esto, aclaro, es algo personal- es Zeta Bosio. Su estilo parsimonioso y algo estático, tal vez atente con su descomunal habilidad al tocar su instrumento. Zeta es un genial bajista melódico y aunque, rara vez, desde el escenario, hable a través del micrófono, a diferencia de Cerati y Alberti, está en conexión constante con su público. Otro dato que interesaba observar era la relación de los tres en el escenario. Con los rumores sobre peleas y rencores, podrían haber sobreactuado pero, claro está, por algo son Soda Stereo: todo fue igual que siempre. Zeta tocó por una punta, Cerati por la otra y Alberti no dejó de ocultar su enigmática semisonrisa o su eventual gesto de concentración –hay que decir que varias veces, los tres, estaban al borde de la carcajada, no sólo por los dólares, sino por la emoción de volver a tocar temas de antaño-. Recién una hora y media después de comenzado el show, para el apoteótico final de “Un millón de años luz” (otra genialidad de Canción Animal), Bosio y Cerati se unieron a la tarima de Alberti y provocaron una ovación que bajó desde todos los puntos del Estadio. Siempre fueron así, ¿por qué deberían cambiar ahora?
Acompañaron, en un segundísimo plano, el moderno Leandro Fresco, el pibe que cumplió su sueño de tocar con Soda, Leo García y el histórico y fundamental Tweety González.


No queda mucho que decir. Sólo recordar imágenes inconexas, como si todo fuese una letra de Cerati. El Estadio a oscuras en “Fue”, con los celulares haciendo las veces de encendedores. La sorpresa de escuchar “Zona de promesas”, un olvidadísimo tema inédito que contuvo un compilado de remixes allá por 1993. Lo certero que fue el set dedicado a Canción Animal, donde arremetieron con las casi heavys “En el séptimo día” (“Odio este domingo híbrido/ De siempre/ Me da igual, me da igual”) y “Sueles dejarme solo”. La precisión pop de “Primavera 0” –como así también la grata inclusión de otros temas de Dynamo como “Texturas”, y los ya mencionados “En remolinos” y “Fue”-. El éxtasis que provocaron los hits de Signos: la vengativa “No existes”, el pop para corear en Estadios de “Prófugos” (“No seas tan cruel/ No busques más pretextos/ No seas tan cruel/ Siempre seremos, siempre seres prófugos/ Los dos”), etc. Las hermosas imágenes que se observaron en las pantallas durante la también hermosa “Cae el sol”. La liberación contenida para “De Música Ligera”, “Cuando pase el temblor”, “Persiana Americana” y “Nada Personal”. A propósito de este último tema y del también festejado “Sobredosis de TV: los dos critican el consumo y el hedonismo excesivo (la presencia constante de los televisores; la búsqueda de sensibilidad en la tecnología; la chica de latex que, de tanto simular, cae dormida) desde la médula de un grupo y un público que hicieron de la estética y ciertas marcas glamorosas un signo de pertenencia. El mismo Cerati, dijo alguna vez: “Sabemos que hay una contradicción en nosotros, como las hay en todo tipo que vive en la ciudad, y es que teóricamente nos oponemos al consumo, pero estamos rodeados de publicidad y consumo. El joven odia el consumo y la televisión, pero al mismo tiempo la ama”. Esta vieja frase suena más actual que nunca: si Soda Stereo pudo superar el patético predominio de la publicidad sobre su Gran Retorno, es porque se trata de una Gran Banda. Ante tamaño producto mercantil (y ésta era otra de las elucubraciones del Club de los Pesimistas del Rock), muchos creíamos que la música iba a quedar en segundo plano. Por suerte, nada de eso ocurrió. Terminaron con “Te hacen falta vitaminas, el simpático hit de su primer disco. Fue paradójico: si en 1984 ese “¿Y qué esperas para soltarte, para animarte?/ ¿O supones que alguien venga a despertarte?/ Oye, te hacen falta vitaminas” parecía indefectiblemente dirigido al rock solemne de la época, esta nueva reformulación de la arenga, parece también dirigida al estrecho margen conceptual del rock argentino: y es que, aunque las comparaciones son odiosas, al escuchar y ver un grupo de la sofisticación de Soda Stereo, no queda otra que comparar y preguntarle al Puro Rock Nazional, de nuevo: ¿Y qué esperás para soltarte, para animarte?, ¿O supones que alguien venga a despertarte? En 1980, Almendra se reunió y logró darle un nuevo espaldarazo al alicaído rock argentino de aquellos años de pesadilla. Esperamos que lo de Soda, tenga alguna semejanza. Si no, da igual, me queda la alegría de haberlos visto junto a mi hermana, de recordar absolutamente todas sus letras a pesar de que no escucho un disco de ellos desde hace años (el dato es elocuente: tenía toda su discografía en cassette pero en cd, sólo Dynamo y Sueño Stereo). Diez años después, vengué a aquél pibe de 12 años que se quedó con bronca por no poder ir al último concierto, el 20 de septiembre de 1997. Gracias Totales.

3 comentarios:

Quinientos Once dijo...

Zona de promesas fue quizá el punto más alto del recital del viernes, al que llegué con todo mi esceptcismo de pesimista del rock y que Soda derribo al instante. Un recital ajustadísimo y con el mejor sonido que haya escuchado en un estadio (mejor que U2, por cierto).
El público fue un poco raro, seguramente mucha gente se desilusionó al enterarse que soda stereo no es cerati; por lo menos no cerati solista o sólo cerati.

A usted corvino, que le divierte leer la capital, le recomiendo la crónica aparecida ayer domingo sobre el recital. Cómo le divierte a los cronistas del diario local hacerse los superados-escucho-coltrane-no-me-banco-la-gilada-populachera.

Saludos

Fix Perez Bracamonte dijo...

A mí me pasó algo similar con Serú 92.
OK, el disco fue desparejo (salvamos algunos temas de Aznar, que siempre parece tocar para él sin importarle el mercado), Charly ya no tenía la voz de antes, etc. Pero me dí el gusto de verlos en vivo y gritar HUEVOS en la parte del PIIIP de Peperina.

Anónimo dijo...

HOLA ESPERO QUE NO SEAS TU EL PIRATA, ACABO DE ENCONTRAR UN POST 99% IGUAL AL QUE ESTA EN ESTA DIRECCION http://redundant.obolog.com/p/siempre-seran-soda-36317