martes, 24 de junio de 2008

EL MUNDO DE LELAND

¿Sintieron alguna vez tristeza? Tristeza por las cosas que fueron y ya no van a ser. Tristeza por las cosas que nunca sucedieron. Tristeza por la imposibilidad de hacer el bien e inclinarse, inconscientemente, por el mal. Tristeza por el recuerdo de un instante nimio que creíamos olvidado. Tristeza por sentir que Dios no existe. Tristeza por el engaño. Tristeza por la mentira. Tristeza por la estupidez y la ignorancia de la gente. Tristeza por el desenvolvimiento del mundo. Tristeza porque cada cosa parece estar hecha para destruirse. Tristeza porque hasta lo eterno tiene un final. Tristeza por el sinsentido del mundo. ¿Sintieron alguna vez la totalidad de la tristeza que emana de todas las cosas, de todos los objetos, de todos los individuos? Por ejemplo, la tristeza que emanan las primeras notas de “Flamenco Sketches”, de Miles Davis o la tristeza que emana un domingo frío de junio o la tristeza que emana la voz desgarrada de Lennon gritando en “Mother” o la tristeza que emana Marlon Brando al hablar con el cadáver de su esposa en “Último tango en París” o la tristeza que emana Maradona al llorar en la final de Italia 90’ o la tristeza que emana la poesía de César Vallejo o la tristeza que emana “Si me necesitas, llámame”, el relato de Raymond Carver o la tristeza que emana la mirada de todos los chicos tristes de este mundo de mierda. Sin siquiera entreverlas o asimilaras o concebirlas, todas las secuencias dolorosas recién mencionadas se reflejan en los fabulosos personajes de la película “The United States of Leland” (2003, aquí traducida como “El mundo de Leland”), que capté, azarosamente, en I-Sat el lunes por la noche. Leland (un adolescente retraído que vive en uno de esos perfectos pueblitos norteamericanos donde nada es perfecto) mata al hermano retardado de su ex novia. Y lo hace con la misma inexpresividad con que habitualmente matamos una mosca, con la misma desidia con la que Zinedine Zidane pega un cabezazo y se va por el túnel de un estadio alemán, ajeno a “la conciencia que regula el mundo”. Leland, a su vez, es hijo de uno de esos fríos y arrogantes novelistas anglosajones (mezcla de Martin Amis, Paul Auster y Don Delillo), interpretado genialmente por Kevin Spacey. Por otro lado, Pearl es el profesor de la cárcel en la que cae Leland (Matthew Ryan Hoge, director y guionista de “The United…”, también fue profesor en el sistema judicial de Los Angeles), un escritor fracasado que cree ver en Leland y su sabiduría sobrenatural (que me recuerda a Juan Raro, el personaje de la novela homónima de Olaf Stapledon), una buena historia. Los dos comienzan a conversar, sin embargo es Leland el que termina ayudando a Pearl, que acaba de engañar a Miranda, su novia, con otra. Los guiones tienen la densidad de una obra maestra y en medio del drama que narran, poseen una comicidad breve, constituida por esas pequeñas magias inútiles que tiene la vida cotidiana. Las imágenes siguen la tradición poética del mejor cine independiente. En tanto avanza (como sucede en esas novelas corales que, según sus contratapas, quieren dar cuenta de la posmodernidad), la película tiene múltiples historias que podrían servir para escribir un volumen repleto de cuentos. Al finalizar, se halla un giro dramático: por fin vislumbramos la causa del asesinato. Pero la “solución” del crimen no es tranquilizadora, sino más bien inquietante e impulsa (como toda gran obra de arte) a que el receptor se haga miles de preguntas. Sayonara.

3 comentarios:

Mariana dijo...

la película, como podrás imaginar, no la vi. igualmente tengo dos cosas para acotar:
1- sentí toda esa tristeza al recuperar todos esos momentos tristes leyendo tu blog.
2- quiero saber el final.

salute

Quinientos Once dijo...

fuera de tema... ¿Alguien notó que el movilero de américa 24 que defiende al campo en la plaza congreso se llama José Hernández?¿No será mucho?

Saludos

Martín Zariello dijo...

Muchas gracias por comentar este tipo de posts que, obviamente, nadie va a comentar.

Avenida Luro: No había prestado atención a tamaña coincidencia. El movilero del 13 se debe llamar Ricardo Guiraldes, entonces, porque nunca escuché a un periodista ser tan parcial, arbitrario y mentiroso.

Marian: si te cuento el final de la película no tiene sentido que la veas así que mirala. Tampoco es la graaaan revelación pero te deja pensando bastante.

Saludos! Viva Ortega!