jueves, 2 de abril de 2009

RA

Meses atrás (exactamente el 31 de octubre del año pasado) comentamos la naturaleza ambigua de la canonización en vida de Raúl Alfonsín: por un lado, a pesar de las contradicciones que caracterizaron su itinerario político (tal vez ejemplificadas en modo supremo en el vaivén ideológico que sufrió su postura en el transcurso de tiempo que fue del primer al segundo discurso de la jornada de Pascuas de 1987), tal reconocimiento masivo sonaba adecuado; por otro, parecía, más que enaltecer las virtudes del líder radical, servir como fachada para que distintos actores contrarios al gobierno (e inclusive contrarios, en su momento, al mismo Alfonsín) tuvieran otra razón para castigar a éste subidos al repentino caballo de la “institucionalidad” y la “República”. El fallecimiento del ex presidente confirmó estas sospechas. No hace falta decir que es deleznable el modo en que algunos aprovecharon su muerte con el sólo objetivo de contraponer sus aparentes virtudes (total mesura, diálogo, ausencia confrontación) con las del oficialismo. Digo “aparentes” porque cualquiera que haya oído el discurso que Alfonsín pronunció en la Sociedad Rural en agosto de 1988 sabe que, cuando la situación lo requería (la puja con el sector agropecuario adquiere actualmente un gran significado), se trataba del individuo menos mesurado con el que se podía contar. Me pregunto cuál es la gran diferencia entre ese enojo en medio de la silbatina rural (magistral muestra de coraje y altura ante el sector más reaccionario de la Argentina) y los “piquetes de la abundancia” de Cristina. Por no recordar su clásico contra la Iglesia o los adjetivos con que describió a Ubaldini: “mantequita y llorón”. En “El mejor Alfonso”, un excelente texto publicado en Crítica (1/04/09), Eduardo Blaustein comete el “desliz” de reconocer que una de las críticas que se le hacían a Alfonsín era “pelearse con todos al mismo tiempo”. Con posicionamientos discursivos de la envergadura de estos últimos dos días (resumidos en frases marca TN como “Murió Alfonsín, murió un demócrata”; traducción: “No como Kirchner”) se hace cada vez más fácil advertir el patético manejo de la entelequia denominada “realidad” llevada a cabo por los medios de comunicación. La sociedad, por otro lado, parece sufrir una esquizofrenia de dimensiones colosales: a pesar de que Alfonsín mantuvo cierta legitimidad a través del tiempo basada en su bonhomía de “hombre de bien” y su incorruptibilidad, no tengo dudas de que muchos de los que lo honraron hoy, fueron los que ayer lo echaron por la ventana. Aunque parezca morboso, sólo imaginemos qué hubiesen dicho los mismos canales, diarios y “ciudadanos acongojados” si hubiera muerto a mediados de los 90’, cuando la prepotencia triunfal de Menem había borrado del mapa los Juicios a las Juntas y se lo recordaba simplemente como ese otro radical que llevó al país a la hiperinflación.

Al mismo tiempo, la insufrible ola de endiosamiento (con la derrota 6 a 1 del Seleccionado, Maradona habría pasado su calidad de Dios al oriundo de Chascomús; por un momento creí que en vez de haber muerto de cáncer, lo habían matado o se había inmolado por la Patria a la Gran Torino) supone dos consecuencias negativas. En primer lugar, a mayor número de repeticiones de calificativos grandilocuentes (“La democracia está de luto”, “Un estadista con fuerte liderazgo moral”), disminuye la comprensión del valor histórico real de su mandato y sus medidas más felices. En segundo lugar, la proximidad de la muerte, inhibe (¿inocentemente?) de comentar aspectos, por lo menos, imprecisos. En las últimas horas se mencionó con insistencia que Alfonsín fue, durante el “Proceso de Reorganización Nacional”, el fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y abogado defensor de presos políticos. En una nota del 6/01/07, Osvaldo Bayer (quien probablemente tenga una recriminación ética para hacerle a cada ser humano del Planeta Tierra) apunta: “Alfonsín, durante la dictadura se fue a vivir a Chascomús. A mí me han contado las Madres de Plaza de Mayo que fueron a verlo en los peores momentos de la dictadura; él estaba pescando en la laguna. No quiso ni recibirlas”… También se evocan como muestras de civilidad las manifestaciones multitudinarias que acompañaron a Alfonsín durante su campaña electoral. Confiesa el proveedor de iniquidades Fogwill (Revista Adn Cultura, marzo 2008): “Nunca fui peronista. No, perdón, me hice peronista el 30 de octubre de 1983, el día que ganó Alfonsín, ante la explosión de racismo antinegro que llenó la Avenida 9 de Julio con los radicales”. Esta última consideración habla más de los defectos de parte de los seguidores de Alfonsín, que de las virtudes del dirigente, único en su especie radical no-gorila. Tal vez ése sea uno de los aspectos que lo convirtieron en alguien tan apreciado como denostado y que causa impresiones ambivalentes en la opinión pública (y privada): el amalgamiento de posturas que habitualmente se repelen. Sayonara.

5 comentarios:

Hernán Galli dijo...

Bien.

1) "La muerte abuena", eso lo sabemos todos.

2) Los medios decretaron que por dos días no hay más inseguridad en el país.

3) ¿Alfonsín fue bueno, o es que los vinieron después le aseguraron el busto por contraste?

4) ¿Se llora a un grande, o se llora la honestidad de un político?
¿Puede existir una persona que sea, al mismo tiempo, presidente de un país y honesto?

5) ¿Por qué Alfonsín no se postuló nunca más a presidente? ¿Quedarse en el molde es admirable?

6) Durane tres o cuatro años después de la "caída" de Alfonsín, lo puteaban hasta las baldosas. ¿Serán los mismos que hoy fueron a despedir morbosamente un cadáver en el Congreso?

7) ¿El antiperonismo necesitaba una foto parecida a la de Perón en en ataúd?

8) La hiper fue culpa de los grupos económicos. ¿Alfonsín tuvo culpa de algo?

El gobierno de Alfonsín quedará en la historia como una administración de tránsito entre la barbarie y la democracia. Con la ilusión popular al mango, pudo impulsar un juicio histórico. El tiempo y las ratas no se lo perdonaron. No se recuerda ninguna opulencia de corrupción, en su gobierno, y eso, en los tiempos que corren, es oro en polvo.
Si Alfonsín moría en 1990, al Congreso no iba nadie.

Detesto el llanto de la masa, a excepción de las lágrimas de los pobres cuando se les muera el padre. Brandoni dijo que se había muerto el padre. Dijo todo.

La Momia dijo...

Lo de Alfonsín, sin palabras. Estaba con Alguien cuando sucedió y esta persona dijo "A ver que dicen en la tele". Yo, enroscada en una frazada luego de ver varios Larrys dije "Muere un demócrata". Lloramos de la risa. y Luego nos asustamos mucho.
Y de Diegote...mirá no me voy a poner a buscar en que post de acá comenté pero al mundial no se llega ni a dedo. Lo único que me molesta de eso es que ya tenía pensada la versión del cartel de mi casa de "Casa Antimundial". Buuuuuuu, vamos Diegoooooo, Fuerzaaaaaa Diossssss!!!

Cine Braille dijo...

Muy inteligente la observación 2) de Hernán: algo parecido pasó en el Otoño Chacarero del año pasado.
Parece que la muerte del padre le dio a Ricardo Alfonsín un buen envión político: ¿no es medio de mal gusto? Si Carlitos Nair se dedica a la política, que el Innombrable se cuide...
PS: me corrió un frío por la espalda con lo de La Momia que estaba con Alguien. ¿Es el que convierte el agua en vino y multiplica los panes y los peces? Porque tengo una fiesta y tengo miedo de quedarme corto de bebidas...

R. V. Rauber dijo...

Circo de luto político mediático y masivo que muestra cómo Shakespeare ha calado hasta los tuétanos al animal moderno...

Cine Braille dijo...

Felicitaciones, saliste en el que fuera pasquín de Lanata por este post: http://www.criticadigital.com.ar/index.php?secc=nota&nid=21270