viernes, 7 de mayo de 2010

Cada vez más Solaris


¿Alguna vez oyeron hablar de la actualidad? Si no es el caso les explico: la actualidad es una era fulminante, donde lo esencial ha dejado paso a lo accesorio, el cuerpo cotiza más que el corazón y la impostura es norma. Hay mucho más, pero ése es el quid de la cuestión. El zeitgeist ha calado tan hondo en algunas personas que de ellas ya no se puede ser amigo, sino fan: ésa es la única manera de soportar que estén hablando de sí mismos las 24 hs. Ayer, el Muro de Berlín, hoy el Muro de Facebook. Y quien no acepte las pautas del contrato implícito, está condenado a ser un otario, así que lo mejor será que te registres y entres al mundito egomaníaco en el que todos son lindos, graciosos e inteligentes. En 1970, Javier Martínez, esa extraña mezcla de Sigmund Freud y Buda, interpelaba al oyente advirtiendo que:
Adonde vayas
mira siempre tras de ti
Tu propio Yo
va seguirte hasta tu fin
No escaparás
de ti no escaparás
No engañarás
al que engaña los demás
Y ése eres tú
el que finge sin saber
Cómo es él
la verdad de su existir
Sólo harás
tus disfraces sin por qué
Te reirás
fumarás
O bailarás
Para escapar
de tu vida que sólo es
Una historieta paralela de tu ser

Desde que el demiurgo se la creyó y empezó a exigir su firma en las boludeces que escribía que es así, pero hoy no tiene filtro: el Yo colonizó nuestras vidas. Más que nunca somos la historieta paralela. En los pasillos de nuestra mente el verdadero monopolio a combatir no es Clarín, sino el Ego. Pero el monstruo lo maneja todo a su conveniencia y es tan inteligente que los únicos que nos dicen que su profusión es nuestra tumba son pelmazos, como los autores de libros de autoayuda o chantas, como los garúes de la India o pelmazos y chantas, como los psicólogos. Mientras tanto, nos convencieron de que no existimos sino mostramos digitalmente la ficción que hemos creado de cada uno de nosotros. Creemos que de esa forma nos estamos comunicando con el resto, pero en realidad cada vez estamos más Solaris. Andréi Tarkovski, el director ruso, murió en 1986, pero algo de todo esto intuía.
La extraña vida de Juan Raro. Las autopistas deshabitadas de las novelas de James Ballard. El ambiente melancólico que Bradbury le imprime a Marte. La nostalgia urbana de Juan Salvo. Robert Neville, más solo que Kung Fú en el desierto, tomando whisky en un planeta habitado por vampiros. Los autores de ciencia ficción, a menudo subestimados por la inteligentzia académica, han creado a lo largo del siglo XX algunas imágenes de una riqueza extraordinaria. Pero sus adaptaciones al cine suelen cargas las tintas más sobre la espectacularidad de los argumentos que en las sutilezas poéticas. En su versión de Solaris (1961), la novela de Stanislaw Lem, Tarkovski hace exactamente lo contrario y le sale una obra de culto de una belleza que encandila los sentidos de la misma forma que la luz nos enceguece cuando nos despertamos de un sueño que duró mucho tiempo. Un buen ejemplo es la famosa escena en la que se muestra el ir y venir de un auto en una autopista japonesa: provoca un terror infinito sin una sola línea de diálogo o efecto especial. Allí se adivina la inhumanidad de lo moderno, pero el genio de Tarkovski es tal que no necesita decir nada para que nos demos cuenta.
En un futuro más o menos inmediato (la película data de 1973 y la ambientación tiene ese reconocible tinte setentoso: aparatos plateados, perillas anacrónicas y tele-pantallas por doquier) están ocurriendo sucesos extraños en una estación espacial ubicada en la orbita del planeta Solaris. Sólo quedan tres científicos, de esos que dan la impresión de estar locos de remate. Tiempo atrás se ha ido Berton, aduciendo el avistamiento de alucinaciones y una niebla espesa. Kelvin Kris, nuestro hombre, debe viajar y poner las cosas en orden. Pero le sale todo al revés. (Algo sobre Kris: inescrutable y brutal, parece el personaje principal de una novela de Antonio Di Benedetto, como Zama o Los Suicidas. La sensación de incomodidad cósmica que produce es indescriptible: sucio, mal vestido, transpirado, tendiente a balbucear y ser excedido por los hechos, nos recuerda demasiado a nosotros). Cuando llega a la estación (con un bolsito blanco, que de tan absurdo y cotidiano recuerda el viaje del capitán Beto regando los malvones en su cabina), su amigo, el fisiólogo Guibarián, decidió pasar al universo de los fiambres y sólo quedan el “astrobiólogo Sartorius” y el “cibernético Snawt”. Los dos, más Kris, son la versión rusa de los Tres Chiflados, pero metafísicos y surrealistas. Al bueno de Kris lo tratan como a un colado en una fiesta de trastornados: no le quieren abrir la puerta, le hablan con indirectas. Cuando se levanta después de soñar por primera vez fuera de la Tierra aparece la mismísima Hari a los pies de la cama. El susto que se lleva es tal que, de buenas a primeras, la manda en un cohete al espacio exterior. La escena es tan reveladora que hay que verla cien veces: es lo que uno tiende a hacer cuando, de pronto, aparece alguien que nos retrotrae a una historia lejana (uno cree que terminó con el pasado, pero el pasado no terminó con nosotros). Al instante nos damos cuenta de que Hari es su ex esposa y murió diez años atrás.
Todo indica, entonces, que Solaris es un océano pensante o un cerbero gigantesco (sí, así como lo estoy diciendo) que coopta la mente de los seres humanos y materializa nuestros inconscientes. En el terreno literario, este tipo de mecanismo fantástico es habitual en la obra Bioy Casares, por eso el extrañamiento es doble al verlo tan fielmente representado en una película. Lo conmovedor del caso es que mientras a los demás se les reproducen figuras monstruosas como enanos o niños de cuatro metros, Kelvin no puede dejar de proyectar a su esposa, lo que hace devenir la ciencia ficción en un drama muy complejo que versa sobre el amor, el paso del tiempo y la inutilidad de la ciencia ante los puros sentimientos del hombre.
La síntesis con la que se explica la situación fisiológica de Hari es tan sencilla que no parece compleja. En realidad Hari es una idealización de Kris, no está dotada de memoria, es pensada por su ex y no sabe dormir ni tomar agua. El problema se da cuando comienza a ser más real que los otros tres humanos. Y piensa. O llora. O asocia ideas.
Por la manera en que plasma tales abstracciones el verdadero océano pensante que materializa nuestro inconsciente es Tarkovski (que, encima, al igual que Herzog, escribía como los dioses).
En los últimos cuarenta minutos (el ruso se toma 165 minutos para exponer su visión de la psique) los personajes comienzan a mandarse monólogos espectaculares, como si el director los hubiese cuidado en esas primeras dos horas de aparente quietud (que no es tal, por supuesto) para estallar hacia el final. Mientras pelean y discuten dicen cosas como:
“¿La ciencia? Es una necedad. En esta situación son impotentes la genialidad y la mediocridad. En realidad no queremos conquistas ningún Cosmos (…) No necesitamos otros mundos. Queremos un espejo. Buscamos un contacto pero nunca lo encontraremos. Estamos en la necia situación del hombre que busca la cadena que teme y no necesita. Al ser humano le hace falta otro ser humano”.
Preso de una lucidez extrema, Kelvin advierte qué pocos millones somos los seres humanos ante la vastedad del universo y teoriza sobre la posibilidad de que Solaris posea un significado humanístico: al enfrentarnos con lo que amamos y perdimos, le otorga su auténtico valor a las personas. De más está decir que en las estructuras soviéticas afectas al materialismo el concepto cayó bastante mal. “La vergüenza salvará a la humanidad” delira Kelvin, mientras titila una luz resplandeciente y el viejo Sartorius y la pobre Hari lo llevan a la cama por los pasillos de la estación. La vergüenza salvará a la humanidad.
Algunas cosas más:
1) No ver Solaris equivale a perderse algo muy importante en la vida, como los Beatles o el sexo.
2) Al igual que Soñar Soñar o Último tango en París, Solaris está repleta de secuencias asombrosas que se pegan a nuestro experiencia visual. La más reconocido por críticos y espectadores probablemente sea la escena de la ingravidez, en la que Hari y Kris flotan abrazados mientras suena Bach.
3) Parece una broma del destino, pero Solaris también es un sistema operativo.
4) La versión del 2002 (Steven Soderbergh) demuestra que la vergüenza todavía no salvó a la humanidad.

12 comentarios:

MarianoMundo dijo...

muy bueno esto che.
"El zeitgeist ha calado tan hondo en algunas personas que de ellas ya no se puede ser amigo, sino fan" y el que así no lo haga se caerá del mundo.

Mauri Kurcbard dijo...

La escena de cuando despide a la esposa, lanzandola en un cohete desde una habitacion es inolvidable.

Anónimo dijo...

esta pelicula es hipnosis pura, pensar que fue catalogada como la respuesta rusa a la película de Kubrick( otra obra maestra), no apta para fanáticos de Transformes.

Mr. gabi

Matías dijo...

Esta película fue para mí como una revelación. Uno puede experimentar la misma sensación, después de verla, que produce el haber leído una gran novela, o algo así. Todas esas imágenes arquetípicas(extrañas, oníricas, y, de modo paradójico, inmediatamente reconocibles -estoy pensando en la escena del video que Kris les muestra a Hari en el que, fugaz, aparece la mina con el vestido a cuadros, en la nieve, con esa música de Bach, o el mismo magma indiferenciado del Océano, y etc.,)

Esa frase del hombre que va a al espacio buscando finalmente al hombre es mortal. Existencialismo interplenatario, y existencialismo al fin, hecho y derecho. Pero la película también habla de todas las cosas.

Me acuerdo la frase que decía que el hombre feliz no se pregunta por el sentido de la vida, y que el desconocimiento de la palabra muerte nos hace inmortales.

Y sobre todo es genial -la película- porque no hace falta nada para justificarla, se sostiene sola, a pura imagen.

Me encantaron las asociaciones que hiciste de Kris Kelvin con un personaje de Di Benedetto o la de los tres chiflados.

Y respecto a Bioy Casares; el argumento de la película es casi idéntico o muy similar, por lo menos, al de La Invención de Morel.

Y por último hay mucho que hablar de Tarkovski y esa tensión constante que plantea entre la ciencia, por una parte, y lo religioso, por otra, incluyendo dentro de lo religioso al arte. Pero bue, ya hablé demasiado.
Saludos.

Cine Braille dijo...

De los grandes - grandes de la CF del siglo XX yo agregaría a Philip Dick. Escribió las novelas que dieron origen a Blade Runner, A scanner darkly, Minority report, e incluso hay películas tremendamente dickianas que no tienen nada que ver con él, como Truman show, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, hasta El vengador del futuro, que trabajan sobre esa idea paranoico - gnóstica tan de Dick de que la realidad es una apariencia, cuando no una mentira. En ese sentido, Dick no podría ser más contemporáneo (murió en 1982).
Ojalá algún día filmen El hombre en el castillo. O La penúltima verdad, cuyo argumento es muy sugestivo:
http://es.wikipedia.org/wiki/La_pen%C3%BAltima_verdad

Otm Shank dijo...

Leí en algún lado que según el propio Tarkovski la secuencia del viaje en auto tenía por finalidad "sacar a los imbéciles de la sala".

Para Cine Braille: El Vengador del Futuro está expresamente basado en un relato de Dick que se llama "We Can Remember It For You Wholesale".

Martín Zariello dijo...

Claro, también leí por ahí (?) que Tarkovski se mandaba una primera hora para el bostezo así se iban los censores estalinistas-kirchenristas (?).

De Philip Dick leí Sueñan los androides... y El hombre en el castillo que directamente es una obra maestra. Me resulta difícil pensar en una adaptación al cine, pero sería copante, claro.

Cine Braille dijo...

¿Lo de los tres goles de Funes Mori de hoy es obra del océano planetario de Solaris u otra alucinación dickiana?

Martín Zariello dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Martín Zariello dijo...

Es todo obra de Solaris, al igual que el gol sobre la hora de Argentinos.

Fix Perez Bracamonte dijo...

La peli de Tarkovsky es sublime, pero hay que volver a las fuentes y leer el libro de Lem. Fue editado hace tiempo en Minotauro, y todavía se consigue. El mío tiene una tapa de Chichoni que es una obra de arte en sí misma.
Mientras que Tarkovsky desplaza el centro del asunto hacia Kelvin y sus obsesiones/culpas, el libro de Lem se centra en otra cosa. Ahí, las visiones son una forma de comunicación entre el océano conciente de Solaris y los astronautas. Como en otros libros de Lem (recomiendo fervientemente El Invencible y La Voz de su Amo) el asunto gira alrededor de la imposibilidad de entender a lo no humano aplicando parámetros antropomórficos. Los solaristas se vuelven locos al comunicarse con el océano porque éste les devuelve sus propios fantasmas.
De la peli de Soderbergh no voy a decir mucho porque no me gustó.

Lisandro Capdevila dijo...

Hay una película del loco de Zizek (está para bajar) que se llama "A pervert´s guide to cinema" donde habla bastante de Solaris, es medio densa pero hay perlitas geniales.