jueves, 10 de junio de 2010

Escape hacia el alma


Últimamente las personas se recluyen en sí mismas. Apuntan con la cámara hacia el espejo. Suben el resultado al perfil (de la red social que sea). Y es el narcisimo a la décima potencia: la imagen duplicada del espejo ahora se repite en la fotografía y en las pantallas de cientos de personas. Pero mirar hacia adentro puede variar su significado cuando el trip no es programado por la Agencia de Turismo del Ego, empresa que nunca cambia el recorrido y siempre te deja en el mismo lugar. Tampoco no hay que sacarse más fotos o matar al Ego. No sé qué es lo que hay que hacer, que quede claro. “Entrégate a la introspección, hazte autista”, decía Leo Masliah, risueño. No hablo de eso, sino de despojarse del avatar creado por el Yo y preguntarse qué hay adentro tuyo. ¿Qué sentimientos, estados de ánimo, recuerdos, fijaciones pululan entre nuestro cerebro y el corazón? Éstas son las cosas que verdaderamente nos dicen quiénes somos, pero aventurarse en tal camino nos puede dejar más cerca del arpa que de la guitarra, porque no estamos preparados para asistir al espectáculo de que una parte de nuestra existencia siempre esté ligada a la oscuridad de estar en un mundo que no tiene sentido. La mayoría de las personas coinciden en que no hay que estar consciente todo el tiempo del dark side of the moon, ya que es preferible pasar por la vida sin volverte loco. Sin embargo, no todos opinan lo mismo. En un libro de Idries Shah (1) se narra una enseñanza sufi de un derviche que se sube a un barco y le dice a cada uno de los demás pasajeros:

“Trata de estar atento a la muerte hasta que sepas lo que la muerte es”.

En pleno viaje se desata una tormenta y mientras los demás se enloquecen, el derviche permanece más tranquilo que agua de tanque, tomando mate y repasando el fixture del Mundial. Cuando la tormenta cesa, los demás le preguntan cómo hizo para no desesperarse, si no se dio cuenta que lo único que lo aferraba a la vida en esos momentos era una tabla de madera. A lo que el maestro sufi contesta:

“Oh sí, en efecto, yo sabía que en el mar siempre es así. Sin embargo también me di cuenta de que, como a menudo había reflexionado en la tierra, en el curso normal de los sucesos, hay aun menos (distancia) entre nosotros y la muerte”.

En fin. Algo de este tipo de viaje existencial y místico siempre hubo en Spinetta. Recordemos su interés por los mandalas (vía Carl G. Jung) o canciones como “Dale gracias”, claramente inspirada en la lectura de Carlos Castaneda: “Es inútil que pretendas brillar con tu historia personal”.

Injustamente olvidado, creo que Fuego Gris (1993) es la última obra maestra de Spinetta. Y es más: en mi podio personal lo ubico junto a Artaud (73’) y Kamikaze (82’). Esto contradice las consideraciones del universo spinettoide que suele hablar de Fuego Gris como una continuación fallida de Peluson of milk (91’). Es verdad que el modo es el mismo (el lenguaje utilizado es similar y Spinetta es solista en el sentido literal del término: casi no hay invitados), pero Fuego Gris lo supera o, si se quiere, es una parte II a su nivel.

O quizás sea que se menosprecia Fuego Gris por ser la banda sonora de la película homónima, un trabajo subsidiario que, de alguna manera, Spinetta no concibió espontáneamente. Vaya uno a saber. La cuestión es que en el recital de las Bandas Eternas no se tocó ningún tema y en el legendario especial de la revista La Mano (abril 2006) se ubica al disco entre los 5 que nadie escucha, junto a Only Love can sustain y Camalotus. “Nadie sabe que existe”, se afirma, sin mayores argumentos (P. 87).

O quizás sea porque la tapa es horrible.

Sobre la película: es inhallable, aunque la vi varias veces porque hasta hace unos años (quizás 10, no lo sé, el tiempo pasa rápido) era número puesto en Volver. Trataba sobre una muchacha algo alienada, que no podía hallar vínculos en el mundo real y bajaba (alegóricamente) a un submundo de seres monstruosos. Especie de road movie de iniciación, surrealista y delirante.

A diferencia de otros discos de Spinetta, que tienen por motivo el desamor, la rabia cósmica o distintas influencias literarias, Fuego Gris parece hablar del instante en el que el dolor deja paso a la nada. Las letras del disco, tomemos por caso la de “Flecha zen”, versan sobre cierta redención (“Ya mi dolor como todo se fue/ el cielo debe existir”), pero también sobre un gran vacío existencial (“Búscame/ Pero búscame, por favor”) en un contexto de Apocalipsis y escepticismo (“Los hombres del mal/ Los hombres del bien/ ¿Qué pueden ya ofrecer?”). Sentir la nada es revelador, cercano a un satori de entrecasa. Es cuando comprendemos que no le podemos echar la culpa a nadie y somos artífices de nuestro propio destino. Debe existir algún aforismo que asevere que hasta el balazo que pegan por la espalda fue concedido, en algún momento, por la víctima. El dolor casi siempre tiene un “culpable”: la mina que se fue, el padre que te abandonó, el jefe que decidió que tus días en el trabajo se terminaron, el equipo que descendió. Ahora bien, ¿a quién atribuir la nada sino a uno mismo?

Las melodías de algunos temas (casi siempre acústicos, remozados por ruidos extraños y tecnología noventosa), desdibujadas, son concluidas por la voz de Spinetta, que en este disco parece un instrumento más, aunque eso no le quita significado a sus palabras. No es mera sonoridad ni chamuyo simbolista para que quede bien y complicado, al estilo Luis Almirante Brown. Difícil encontrar un disco de Spinetta más cercano en su semántica, a pesar de su aparente surrealismo. Es verdad que Fuego gris posee una impronta onírica, como también lo es que a veces en sueños advertimos nuestras propias necesidades y carencias. Hay “Dedos de mimbre” y “Caspa tropical”, pero lo que escuchamos, principalmente, es un hombre cantando canciones sobre el desamparo. Creo que la inaccesibilidad o el hermetismo de las letras de Spinetta es un lugar común. A veces, en su búsqueda, muerde la banquina, pero cuando llega a buen puerto, es sublime. Casi siempre se entiende lo que quiere decir.

En este disco, las alusiones al alma (casi siempre perdida o impenetrable) baten el record mundial. En “Penumbras”, el alma “es un muro que ya no canta”; en “Norte de nada” se oye: “Voy al norte de nada/ donde sopla el viento mortal/ donde las cenizas vuelven al alma”; en “Dedos de mimbre”, se aborrece “un signo que anule mi alma”. La mejor de todas es “Parado en la sentina”, uno de los temas más bellos que compuso Spinetta en su vida, en el que el sujeto enunciante, requiere de la ayuda de alguien que sepa dónde está el alma ya que “alguien me hirió/ y algo más me hirió/ y luego otra también/ y me quedé super herido”: "Debo llegar/ tan solo debo llegar/ a ti/ debo llegar hacia las manos de alguien/ que sepa de mi alma/ que sepa de mi alma/ que sepa que ya no esta en mi/ no, no, no/ no esta en mi, oh".

Otros temas destacados son “Cadalso temporal” (un rock and roll deforme, tan típico de Spinetta), “Preciosa dama azul” (especie de fábula para niños de una redondez melódica que la convierte en un clásico instantáneo), “Penumbra” (balada que en los 2000 sería rescatada en el primer disco de Migue García). “Oh! doctor” es el monólogo de un esquizofrénico (“Oh, doctor, dígame ya, hace mucho tiempo escucho voces”) rubricado por unos gritos (“Pasamela a mí, pasamela vos”) que ofrecen esa vertiente de humor absurdo tan usual en Spinetta. “Tocando sin sentir” es un tema sobre el amor ausente (“Lo abarcas todo sin estar/ Pues late en mí, late en mí”), muy logrado y evocador.

En “Trampaluz” se hilvanan diferentes imágenes de desasosiego (“los milagros que no sucederán”, “andan dos mundos a la deriva”) coronadas por un estribillo perturbador (“Acaso el mar en calma hacia lo oscuro nos lleve”). Aunque queda espacio para la esperanza en el poder curativo del amor: “Ya sin salida de la cueva mental/ Sólo el amor nos podría curar”.

Fabián Casas dice que la distancia entre el dolor y la nada es el miedo. La última frase de Las Palmeras Salvajes, de Faulkner, es muy conocida: “entre el dolor y la nada, me quedo con el dolor”. Michel, personaje de la película A bout de soufflé (Sin aliento, Godard), ante la disyuntiva, contesta: “Me quedo con la nada. El dolor es un compromiso. Yo quiero todo o nada”.

Más o menos sobre eso canta Spinetta en Fuego Gris.

(1): El libro al que hago referencia se llama Cuentos de los derviches y es genial tenerlo a mano cuando mandás un msj borracho, el psicólogo se va de vacaciones o te cortan el cable.

7 comentarios:

santiago segura dijo...

Veo que le has estado dando a Fuego gris. No creo que lo ubique en su top 3, pero es un muy buen disco aunque lo de La Mano tenga algo de cierto.

Penumbra -y algún otro tema más de ese disco- data de la época de Almendra. ¿Cómo hizo para guardar tantos años ese temazo?

Anónimo dijo...

El martes 22 de Junio a las 00.00 hs la pasan por el Canal Volver en teoria,espero q ayude.
Mili.

Mánuel López dijo...

Fuego gris quizás sea el disco de Spinetta que más escuché.
Es muy grato ver que alguien lo reinvindique.
"Preciosa dama azul" es una exquisitez.
Saludos.

Anónimo dijo...

Corvino, escribite algo sobre el Mundial!Espero m a m de los partidos.

Gonza Averna dijo...

¿Cómo podés siquiera pensar en escribir otra cosa que no sea Mundial, Sudáfrica, Partidos, Eslovaquia-Nueva Zelanda (?) y demás yerbas?

No. No. No. Replanteate la vida querido. Replanteátela (?)

Pablo dijo...

Después de defender a Lost, a Julieta Venegas y a Calamaro había que darle un poco de sofisticación al Blog. Vino bien.

matilda dijo...

buen disco
la película en el l'orange, creo.
onírica
spinetteana