domingo, 10 de noviembre de 2013

Texto leído en la presentación de Sobre el Rock escrito por Martín Pérez Calarco

Hace un tiempo, en esta misma ciudad, un oscuro empleado de casa de comercio se puso escribir, sin saberlo, la historia fragmentaria de nuestra educación sentimental. Cosas que pasan cuando nadie se lo propone. Algo que puede ocurrir cuando un fóbico vive en plenitud la evolución de sus traumas, encerrado en un departamento de un ambiente, con un disco rígido saturado de rock. Más o menos así tiene que haber sido la gestación de las notas que componen este libro, “la hermana hermosa” y el misántropo haciéndose apuestas imposibles: ¿a que Palo Pandolfo es más revolucionario que todos los indignados de España? ¿A que nunca te miró un Miguel Abuelo de frente? ¡Una botella de whisky a que pulverizo el tejido social clasificándolo por estereotipos según la música que escuchan! ¡Te juego un brazo a que los que reseñan el libro creen que Charly García es el último nombre de Dios y por eso no lo pronuncian!

Atravesado por la coca-cola roja y helada de Moris, los desvaríos escénicos de Melero, esa parte de Bochatón que no es la de las hojas de alcaucil,  esa parte de Iorio que nunca dejó de escuchar Artaud, Dynamo, las formas platónicas de Cohen, Lennon y Dylan, el Indio Solari antes de 678, Páez después de después del amor, Borges, Bioy, Onetti, Phillip Dick, Kafka, Di Benedetto, historias de amor, declaraciones de principios, películas, una sintomática propensión a la hipérbole, algún que otro disparate, numerosos etcéteras y un profundo sentido de lo cómico, este libro nos cuenta la letra chica de la utopía rockera.

Con feliz irreverencia, convencidas de que la injuria es el más íntimo de los homenajes, las ciento noventa páginas de este libro son un lugar donde las obras de nuestros reventados ilustres siguen ligadas a experiencias que no me costaría llamar colectivas.

Para los que nacimos mientras se grababa “Clics modernos”, el rock prometía un extenso pasado para explorar pero no avisaba que nos iba a tocar el ocaso de los héroes ni el revival de la historia. Cuando el mundo era una vuelta a la manzana y nadie estaba muerto todavía, Zariello hizo del rock su teoría sociológica, su tipología de la polis y supo para siempre que le costaría confiar en alguien que no celebrara tal o cual disco. Contra eso, para cuando la teoría falla y no se reconoce en el espejo, inventó escenas como esta de la página 17 sobre su “Vindicación de Coldplay”: 

“Creo que si Pappo estuviese vivo y accediera a Internet y le explicaran cómo se usa el mouse y buscando "culos y tetas" en Google cayera azarosamente en mi blog y viera que le dedico una vindicación a Coldplay, viajaría a Mar del Plata. Y al encontrarme ni siquiera me cagaría a piñas, simplemente me miraría durante algunos segundos, segundos que parecerían eternos: su rostro pegado al mío para que sienta la unánime fragancia a rock and roll, fiebre y grasa de motor. Después se iría caminando, lentamente, y antes de perderse en la esquina, se daría vuelta y, con gesto adusto, negaría varias veces con su cabeza”.

Zariello escribió estos ensayos mientras el rock se iba convirtiendo en la banda sonora oficial de la Nación, mientras Cristina asumía al compás de “Avanti morocha” y el vicepresidente hacía arder la ciudad. Empezaban los aniversarios, los velorios, los homenajes. El bicentenario nos puso delante una galería de próceres desactivados que cantaban “La balsa” ante las últimas imágenes del naufragio y nos vimos como outsiders del presente. Los rezagados, los que quedamos en off-side, los que no entramos todavía a la maraña afterpop de gente que rebota entre epifanías, nos metimos en la fiesta delirante de Peter Capusotto mientras el rock giraba hacia la parodia involuntaria.

En estos días sospechosamente light, Zariello apuesta por una causa perdida y avanza a golpes de ironía para hablar sin solemnidad ni concesiones sobre algo que ya no existe pero que nos ha convertido en lo que somos. Y se ríe. Se ríe del rock, de sí mismo, de nosotros, de la encrucijada en la que nos pone el precio de las entradas para ver en River al ex Beatle. Se ríe porque sabe que va a ir aunque tenga que trabajar horas extras, porque un Beatle es un Beatle, porque hace tiempo que espera cerrar una discusión sobre Favaloro preguntando “¿Sabés la cantidad de vidas que salvó Paul McCartney?”.

Y aunque los tipos duros no bailan, si se los mira bien, claudican sin reparos ante aquello que los conmueve. Por eso cuando escribe sobre el momento preciso en que Spinetta invita a Charly al escenario para hacer “Rezo por vos” la risa de Zariello muta, porque en la intemperie del mundo, nos dice, eso “se grita como un gol, como un triunfo de la vida sobre la muerte y a más de uno se nos hizo un nudo en la garganta, porque siempre es bueno para la Humanidad que Charly y Spinetta toquen y se rían juntos”. Digamos que ahí, si tuviera, Zariello nos estaría ofreciendo el corazón.

Hace poco leí que “los héroes del rock lo primero que hacen es traicionarnos. Y de esa manera nos preparan para la vida adulta”. Este libro se trata de eso, de ver cómo se apaga la larga risa de todos estos años. Si la extinción de una fuerza vital es pasar de la épica a la elegía, en el viaje que va del pogo a la nostalgia, Martín Zariello fue capaz de un movimiento inesperado: hablar de rock como si le estuviera pegando patadas en el culo a la muerte. Este libro es la continuación del rock por otros medios; lo malo de este libro es que termina.


11 comentarios:

Daniel dijo...

La verdad es que Pappo jamás hubiera hecho un álbum de la calidad de "Viva la Vida". Lo demás es emocionalidad agregada. Si, ya se que es otro su estilo, pero de eso no estoy hablando.
La emocionalidad agregada nos ha hecho sobrevaluar el rock nacional.
Disculpen; hubo cosas de alto nivel: Almendra 1 - Alma de Diamante - Abuelos de la Nada 1982 - Conesa... algo de acá, algo de allá y no mucho más.

Cine Braille dijo...

Está muy bien, te hizo justicia. Aparte te regaló frases ideales para poner en una tarjeta de presentación para un potencial empleador o para que una novia te introduzca a sus padres: "Martín Zariello, oscuro empleado de casa de comercio". "Martín Zariello, fóbico y misántropo". ¡Por suerte, no son tus preocupaciones de hoy!
Un abrazo y felicitaciones

mario m. dijo...

la emocionalidad agregada es lo que sostiene la obra entera de Dylan y el 84% de la obra de Lennon, maestro!

Daniel dijo...

1) Si. Pero cuando otros cantan sus temas ya es distinto.
2) Ehhh! se te fuero alto el porcentaje.

Anónimo dijo...

Che, el texto habla sobre tus post como si se hubieran acabado, o como si el libro fuera el fin de una etapa. ¿Hay algo de eso? ¿El rock, entonces, está definitivamente muerto? ¿No hay nada más jugo en la naranja que nos alimenta desde pendejos?

Abrazo!
Laudrup
PD: felicitaciones por el libro!

made atom dijo...

ni bien pueda me compro el libro, pero ...vas a dejar de postear?

Corvino dijo...

No entiendo bien en qué parte del texto dice que voy a dejar de postear. El texto habla del libro y del rock. Calarco, vení y poné orden. Saludos, amigos.

Lautaro dijo...

Ayer, con lo de Justin, me acordé de una frase tuya que está citada acá “los héroes del rock lo primero que hacen es traicionarnos. Y de esa manera nos preparan para la vida adulta”.

Corvino dijo...

Esa frase es de Casas!

Sentido Común Puro dijo...

El primer comentario es muy, muy pelotudo.

Anónimo dijo...

El primer cometario está cargado de emocionalidad pura, en otras palabras: un pelotudo que se emociona con un disco de calidad High-fi, pleno de densidades pop y no se emociona con discos que pueden ser analizados desde su composición.