jueves, 4 de diciembre de 2014

Conductas de lectura


Ayer llegué a la conclusión de que repito cuatro conductas de lectura.

La primera se da cuando leo un libro solo. Generalmente es un libro que me gusta pero de un autor al que no pienso seguir leyendo o,  al que por el momento, no pienso leer con frecuencia. Se trata de una lectura relajada y agradable, pero un tanto light e inofensiva.  

La segunda conducta es cuando leo varios libros a la vez y no me decido por ninguno. Hace un tiempo tenía tan poca concentración que, como era obvio que no iba a poder leer un solo libro, directamente iba a mi biblioteca y elegía cuatro o cinco. No es que los libros sean malos o que no me gusten (en el futuro suelen gustarme), es que no puedo leer nada entero durante ese periodo.   

La tercera forma de leer es probablemente la mejor aunque un tanto enfermiza. Sucede cuando leo el libro de un autor y siento unas irresistibles ganas de leer toda su obra. O, aunque sea, varios libros de su obra. Este año me pasó con Truman Capote y Carson McCullers. Por un lado es interesante porque te permite tener una perspectiva muy amplia y tener una perspectiva amplia sobre un autor también es una forma de conocer sobre diferentes épocas o culturas. Por otro lado la conducta incluye cierto costado neurótico ya que promediando un libro generalmente empiezo el siguiente, lo que me deposita en la actual y última conducta de lectura.

Esta conducta sucede cuando leo varios libros a la vez. Todos me interesan y me gustan así que no puedo decidirme por uno solo, de hecho la idea de decidirme por uno me empieza a parecer exótica y absurda. A la vez, en estos periodos, me regalan libros, me mandan libros, me encuentro libros, es como si el mundo fuera una excusa para llegar a unos cuantos libros.

Por ejemplo ahora estoy leyendo Inédito, de Diego Giordano. Generalmente cuando se habla de rock y de Rosario se menciona a Nebbia, Páez y la Trova, pero Giordano cuenta el lado de B de esa historia y hace un repaso por las bandas que durante los 80 propusieron un cambio más ligado a la new wave. La edición es preciosa y el libro no solo habla de Rosario sino también del panorama del rock argentino de la época.

Al mismo tiempo sigo con Carsick, un libro bizarro (si es que esa palabra se puede usar) de John Waters, el Messi del cine trash. Creo que Cheever tenía un cuento llamado “El nadador” en el que un tipo se proponía ir hasta su casa pasando por todas las piscinas del barrio. Waters, en cambio, cuenta cómo fue viajar a dedo desde su casa en Baltimore hasta su departamento en San Francisco. Todo sucede en un marco de deliro y buena onda. Waters fantasea con que el primer tipo que lo sube en la Ruta es un traficante de marihuana que le financia su próximo proyecto y con el que habla de las películas de Armando Bó y las tetas de Isabel Sarli.  

Por otro lado estoy liquidando Alt Lit, la antología sobre los nuevos y jóvenes narradores de Estados Unidos. El nivel (como el de toda antología) es desparejo y los mejores momentos no se alejan mucho de los mejores momentos de Facebook o Twitter. La sensación es que Alt Lit es la nomenclatura que se podría utilizar para denominar un espectro de discursos que no necesariamente se ejercen como literarios. Si alguien entendió lo que quise decir que me avise porque yo no. En todo caso los relatos que más me gustaron fueron los de Jordan Castro (un pibe que nació en 1992) y Noah Cicero.

Siempre me causó gracia que la gente leyera a Sándor Márai, más que nada por toda esa mitología sagrada sobre el autor que habla de la burguesía. Bueno, lamentablemente la Plaza Rocha está llena de libros de un lector que se cansó de Márai y yo me los estoy comprando todos. Leí Divorcio en Buda, me encantó, y ahora estoy leyendo El último encuentro. Es solemne y deliberadamente aburrido pero me gusta su ambición por ofrecer un fresco de la época e imaginar esas escenas grandilocuentes de personajes que definen toda su vida en una sola noche. Lo bueno de Márai es que te hace creer que todo el tiempo estás leyendo algo importante.

También estoy leyendo los respectivos libros de dos autores chilenos. Uno es Diego Zúñiga, con Racimo, su nueva novela. En Camanchaca había un estilo confesional y minimalista. En Racimo se nota muchísimo el crecimiento del autor, tanto en el armado de los personajes como en la elección de la trama y el contexto (los hechos suceden en el 2001), que apunta a desentrañar el misterio de la desaparición de varias niñas en la ciudad de Alto Hospicio. Pero claro que esa línea, de ficción social, es alternada por los detalles y las circunstancias que rodean al protagonista, un fotógrafo divorciado que cae a un pueblo y se encuentra con un infierno. A esas vicisitudes formales y de contenido se agrega el buen gusto de Zúñiga, su forma de abordar imágenes y momentos, que tanto acercan su narrativa a la poesía.

El otro libro es Eslovenia, de Esteban Catalán, una colección de cuentos sobre historias cotidianas, principalmente protagonizadas por jóvenes, a veces dramáticas, en otros casos con un tono ambivalente, siempre narradas con elegancia y melancolía. Hay algo muy claro en estos cuentos y es que son difíciles de clasificar. Se podría hablar de Carver o de Bolaño, pero más bien se trata de una operación estética que se complace en no dejar huellas.


El último libro es Irrupciones, de Mario Levrero. Cuando leía a Levrero a sol y sombra, pensaba en la reedición de Irrupciones como si fuera la llegada del Mesías. El tiempo pasó, leí demasiado a Levrero (más de lo debido) y finalmente Irrupciones se reeditó, pero no le presté atención. Ahora me lo trajeron de Buenos Aires y me doy cuenta que Irrupciones (una serie de columnas que Levrero escribió para una revista entre 1996 y el 2000) es uno de los mejores libros de Levrero, un espacio de experimentación en el que se adivina el concepto general que iba a regir La novela luminosa, una de sus obras maestras. Lo mejor es volver a reírse con Levrero, sorprenderse nuevamente con su imaginación. No hay nada mejor que encontrarse con un gran libro de un autor al que habíamos agotado.  

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Por otro lado estoy liquidando Alt Lit, la antología sobre los nuevos y jóvenes narradores de Estados Unidos.

Esa frase es horrible, parece una mala traducción, "los nuevos y jóvenes escritores".
Usted es mejor que es, Corvino...

Anónimo dijo...

Sandro Marai es un bodrio. Es solemne a propósito, y esa es la peor de las vanidades.
Aguante Levrero.

Anónimo dijo...

errata: usted es mejor que eso

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Yo a veces vuelvo a leer libros en forma fragmentaria. A veces leo de un fragmento cualquiera de un capítulo y sigo hasta que desisto en algún momento cualquiera.

cavernícola dijo...

Comparto varias de esas formas de lectura, casualmente este año me ensañé con Marai, y también con Faulkner. Ahora leo a Onetti mientras pedaleo en mi bici fija, combatiendo en mi batalla perdida contra los rollos.