jueves, 17 de septiembre de 2015

Ríos y ríos de amor


C era mi única amiga en el barrio. Vivía en una casa prefabricada de color verde que quedaba justo en la esquina de mi cuadra. Era un año más grande pero yo me reía de sus problemas de pronunciación. Como por ejemplo decir “buevo” en vez de “huevo”. Esto generaba grandes peleas y ella me pegaba o se largaba a llorar y me echaba de su casa. Por otro lado, era más práctica y despreocupada. 

***

A mí no me gustaba que los chicos del barrio nos vieran juntos porque me acusaban de maricón o de gustar de ella. Así que cuando veía que alguna de las pandillas de nenes salvajes merodeaba la zona me iba corriendo sin avisarle. C me llamaba a los gritos y yo le decía que por favor se callara.

Un día estábamos pegando carteles en los palos de luz. Denunciábamos la desaparición de un perrito que se nos había escapado. Siempre estábamos rodeados de perritos, no sé de dónde salían. Bueno, llegaron los nenes salvajes y me esfumé. 

Las pandillas de nenes salvajes merodeaban el barrio y yo no sabía muy bien si verdaderamente hacían cosas salvajes pero temía por mi vida cada vez que me los cruzaba. Se vestían con ropa que les quedaba grande y estaban sucios pero eran más felices que yo. Eran todos de mi edad, algunos más chicos. No sé cómo hacían pero exudaban sexo y violencia.

A veces C aparecía en la puerta de casa y volvíamos a jugar como si no hubiera pasado nada. A veces ella quería hablar de mis problemas con las pandillas pero yo me negaba. A veces nos pedíamos perdón y a veces nuestros hermanos mayores o nuestros padres nos obligaban a pedirnos perdón.

***

Jugábamos al Family Game. No existía el SEGA. Por lo menos nosotros no sabíamos de su existencia. Un día jugamos al Tiny Toon y cuando llegamos al nivel del Dodo sentí que estaba en otra dimensión.  

***

Un día resolvimos pelearnos con palos y alambres porque nos odiábamos mucho. Elegimos como escenario de la pelea el patio delantero de una casa abandonada que sus padres habían comprado para que unos gitanos barderos se fueran del barrio. Nos pegamos algunos palazos y alguien nos separó justo cuando estábamos por rompernos la cabeza.  

No sé por qué pero la casa abandonada se utilizó como depósito de una tía de la madre de C. Estaba lleno de cosas del hijo muerto de esa tía. Había muerto a fines de los ochenta y era adolescente. Nunca supimos cómo murió pero pensábamos que el fantasma estaba rondando la casa. Nuestra ideología estaba basada en ese tipo de películas en las que los objetos son cooptados por presencias maléficas.      

“¿Estás ahí fantasma?” preguntábamos y siempre podíamos interpretar cualquier ruido como la comprobación de su existencia.

El adolescente era de esos chicos que dibujan muy bien porque la casa estaba repleta de ilustraciones con lápiz de carbón. Dibujaba superhéroes, autos y ciudades futuristas llenas de edificios y diluvios. 

A veces C, aburrida, se iba y yo me quedaba en la casa abandonada mirando mil veces los mismos dibujos. Me gustaba sentir esa mezcla de terror y soledad. En determinado momento el terror se volvía muy palpable.

***

Un día nos dimos un beso en la boca sin querer y C se reía a las carcajadas. Habíamos comido mandarinas. Era sábado y quedó un hilo de baba entre las dos bocas. A veces ella venía a mi pieza y escuchábamos rock nacional canónico a todo volumen.

***

Los padres de C se separaron y ella se quedó sola con su mamá en la prefabricada. Su mamá empezó a salir con un hombre mayor que tenía un videoclub y pasábamos los sábados tirados en una cama de dos plazas mirando películas en VHS. Era la época de furor de las videocaseteras. El futuro era una gran videocasetera. Las persianas bajas no me permitían saber en qué momento del día nos encontrábamos. A veces entraba a las tres de la tarde y volvía a mi casa a las ocho de la noche. Era la dictadura de Gativideo. C dormía y yo me quedaba muchas horas a su alrededor tratando de no molestarla.   


La madre de C nos llevaba a la escuela en un Citroen verde. Llegábamos tarde todos los días porque salíamos sólo dos o tres minutos antes de las ocho de la mañana. Mientras manejaba, la madre de C fumaba y escuchaba una y otra vez la misma canción. Era de los Fabulosos Cadillacs y decía “Ríos y ríos de lágrimas forman ríos y ríos de amor”. 

7 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Interesantes recuerdo.
Y alguien que dibuja superheroes, con talento, merece persistir, aunque sea como fantasma.

Anónimo dijo...

muy bueno Corvi. I like it very much

Anónimo dijo...

Lo mejor: la dictadura de Gativideo. El resto, ya lo escribió Bizzio, ya lo actuaron Peretti y Elena Roger.

Anónimo dijo...

Ese juego lo terminé en la Family. Era muy divertido, la final era en la mansión de Max. Gran recuerdo, buen post

Anónimo dijo...

Ahora C tiene tres pibes, cicatriz de cesárea y dos ex parejas. Y no escucha rock nacional canónico.
O no.
Qué sé yo.

Incipiente tensión sexual en el relato, matizada con la candidez de los besos dados sin querer (?).

Anónimo dijo...

Ahora C tiene tres pibes, cicatriz de cesárea y dos ex parejas. Y no escucha rock nacional canónico.
O no.
Qué sé yo.

Incipiente tensión sexual en el relato, matizada con la candidez de los besos dados sin querer (?).

uri dijo...

buenisimo vieja. Relacione con varios momentos similares en mi vida, tengo alta paja de escribir mas cosas sobre lo que vino a la caeza, asi que solo un
AGUANTE VOS LOCO
si , es muy condescendiente pero e lo q sale postya en este momentoo, lo comparto en facebuu