sábado, 1 de marzo de 2008

ARTAUD: UNA GENIALIDAD ATEMPORAL

“Quiero crecer hasta que mi alma siga viajando. Quiero crecer para que mi viaje no se corte, no quede en el vacío. Quiero conocer a Dios. Quiero hacer mi música para el espacio, para los planetas. Me resisto a pensar que tengo que cumplir una misión para los hombres y chau. Quiero cumplir una misión para el cosmos, en resumidas cuentas”- Luis Alberto Spinetta.

Luego de Pescado 2, uno de los discos más perfectos de esta parte del mundo, en 1973, Spinetta hizo lo que suelen hacer los grandes artistas: doblar la apuesta. Ya separado su grupo anterior pero portando el mismo nombre para grabar por problemas contractuales, se reunió con un par de músicos –entre los que se cuentan algunos ex Almendra y su hermano Gustavo- y, en ese ambiente íntimo, ideó una obra maestra que, desde su tapa deforme, se hace imposible circunscribir a una sola disciplina artística: Artaud es un disco de rock pero por sus venas también corren la poesía y cierto afán estético minimalista. Como Melopea de Litto Nebbia y Pequeñas anécdotas sobre las instituciones de Sui Generis, representa el fin de la adolescencia del rock argentino. Pronto llegaría la dictadura, the dream is over.

De Artaud, el disco, se han escrito millones de párrafos. Se sabe que fue instado por las lecturas del francés pero no es un trascripción o adaptación de la obra poética sino una respuesta superadora al dolor y la locura que se esparce en textos como “Eliogábalo, el anarquista coronado” y “Van Gogh, el suicidado por la sociedad”. Es el disco preferido de los músicos del rock argentino y desde hace 30 años cada encuesta lo coloca como el mejor de la historia. Tal vez lo que demuestra que es una gran obra sea el hecho de que aún habiéndose dicho todo lo que se debía decir, el lenguaje nunca alcanzó a expresar con palabras exactas lo que sucede en esas canciones. Quizás se deba inventar una terminología para hacerlo dado el nivel extra-terrestre que perdura en algunas secuencias del disco. La única acción posible frente a Artaud es su escucha. Podemos asir “El Aleph”, comprenderlo, pero ¿es posible explicar con nuestro lenguaje el nivel de genialidad e inteligencia de esas páginas? Las palabras pueden decir mucho pero ante los fenómenos artísticos de envergadura se llaman a silencio o bordean la inutilidad. El mejor ejemplo es el minuto cuarenta y dos segundos de “Por”, un decálogo de palabras inconexas que Spinetta une con el hilo de la genialidad: los signos con los que juega no tienen absolutamente nada que ver pero parecen haber estado allí encadenados desde siempre, una tras otro y, aún así, formar un sintagma: “Árbol/ Hoja/ Salto/ Luz/ Aproximación/ Mueble/ Lana/ Gusto/ Pie”. Lo inaudito es que Spinetta encuentra, sin dudas, un significado interno en la unión de esas palabras, de otro modo sería inentendible la emoción con que canta el siguiente segmento: “Clavo/ Coito/ Dios/ Temor/ Mujer/ Por” y el júbilo que provoca en el oyente. Eso es sorprendente: sabemos que estamos conmovidos pero es imposible explicar por qué. Artaud pertenece al género insondable del Arte, una dimensión distinta a la mayoría de los discos de rock. “Bajan” es un rock and roll rutero sencillamente genial, con esa simpleza que tienen algunos temas de Pappo de la época pero en un nivel superior: “Viejo roble/ del camino/ Tus hojas siempre se agitan algo/ Nena nena/ Qué bien te ves/ Cuando en tus ojos no importa si las horas/ Bajan”. Es, genéticamente, el tema más cercano a Pescado Rabioso.

Artaud salta la barrera del rock e ingresa al Cosmos, ese pasadizo repleto de sentidos al que nos lleva la música de calidad. “Superchería” tal vez sea el tema más vulgar del disco aunque de igual modo no es sencillo explicar esa letra psicológica que pide creer en vez de soñar, crecer y no temblar, porque: “Eso es lo que mata tu amor”. “Cementerio club”, una joya blusera, entrega un riff de guitarra memorable. La forma de construir las frases también se aleja del estándar: “Oye dime nena”, dice en una parte del tema. Luego de escuchar el disco, queda la sensación de que Spinetta hace lo que quiere con el lenguaje, uniendo términos que aparentemente se repelen o modulando el tono de la voz con singularidad para hallar de esa forma nuevos significados. “Todas las hojas son del viento”, con su perdurable melodía, es una pieza apta para el fogón y, desde su temática, remarca la madurez de todo un movimiento. Como en “Hola, pequeño ser”, el rock and roll de Pescado 2, que decía: “Si tu mente se escapa tenés que parar/ Y aprender a vivir de lo que vos pensás”, el tema apunta a reflexionar sin perder de vista la libertad: “Hoy que un hijo hiciste/ Cambia ya tu mente/ Cuídalo de drogas/ Nunca lo reprimas/ Dale el áurea misma de tu sexo”. En el libro interno del disco anterior, Spinetta escribía: “Por supuesto que cada uno puede hacer lo que le plazca, pero si el mundo debe revertirse y cambiar en serio y esta idea es fundamental para una nueva generación, la droga, en el momento en que desvía la mente lúcida, ya se torna en parte de lo reaccionario”. “Ojo”, alertaba después, en medio de la letra del tema, “los tontos no van a entender”…“A Starosta, el idiota”, un tema que, a diferencia del resto del disco, todavía hoy Spinetta suele cantar en sus conciertos para el delirio de su público, cabalga sobre una melodía de piano que se ve interrumpida por unos llantos y la música de fondo de toda una generación: The Beatles. “Las habladurías del mundo”, otro rock heterodoxo que contiene frases de antología –“Veo veo las palabras nunca son/ lo mejor para estar desnudos”- es la canción mejor grabada del disco. Hasta en eso Artaud es una obra maestra: las falencias del sonido de la grabación acrecientan la perfección de la obra, le otorgan la suciedad y el riesgo que caracteriza a las obras de Arte. “La Sed Verdadera”, por su parte, parece más simple. El final, como sucede en “Revolution Number 9”, de Los Beatles, puede causar temor: se escuchan los ruidos de lo que parece un bar –murmullos, tazas, “¿nidos, platos de café?”- pero de pronto irrumpe un estruendo ominoso que anuncia la llegada de algo enorme de 9 minutos 16 segundos. Debe ser la explosión mental que antecede cualquier creación de excepción.

Comienza a sonar “Cantata de puentes amarillos”. A partir de allí comprendemos que el disco es más que extraordinario, es decir, que, incluso, es mejor que todo lo bueno que se ha grabado en el rock de la época. Eso ya es mucho decir. Pero ¿qué es “Cantata de puentes amarillos”? Y más: ¿qué dice “Cantata de puentes amarillos”? Sin dudas, ubicar bajo un rótulo genérico una canción tan excelsa sería rebajarla: “Cantata de puentes amarillos” ni siquiera pertenece a la Música o el Arte, está más allá de todo, sonando, desde siempre y hasta el fin del mundo, como una de esas cosas básicas y esenciales para abordar nuestro viaje en el Planeta Tierra. Spinetta se desdobla, ya no es un músico de rock, es un poeta, un juglar, un chamán que toma su guitarra y accede a territorios inestables que siguen reverberando en el tiempo y el espacio más allá de lo que él mismo pudo prever. La gente le grita “Dios” y él se enoja con razón aunque tal vez ni siquiera comprenda que muchas de las músicas que concibió son manifestaciones de la existencia de una energía que lo excede. Si, como alguna vez declaró (1), cuando tenemos sed Dios puede estar representado en un sorbo de agua fresca, Spinetta, sin dudas, no es Dios, pero “Cantata de puentes amarillos” constata su existencia: calma la sed del alma. El tema conmueve ya que el oyente puede captar con precisión la embriaguez del artista en el núcleo exacto de la creación. Lo que dice la letra, literalmente, es otro cantar: asistimos aquí a toda la lucidez y el delirio de un creador. Desde un punto de vista, a pesar de las imágenes oscuras y herméticas que se esparcen en el texto –“Con esta sangre alrededor/ No sé que puede yo mirar/ La sangre ríe idiota/ Como esta canción”- podemos elucubrar que “Cantata…” ofrece una versión superadora dentro del pensamiento rockero o nihilista adolescente. El tema oscila entre versos a los que se les puede adaptar un significado –“las almas repudian todo encierro”- y otros en los que el hilo de la canción parece ser llevado a cabo, como sucede a menudo con Spinetta, sólo por la sonoridad de las palabras y la modulación de la voz del artista al pronunciar –“las cruces dejaron de llover”-; hallamos de esta forma una buena síntesis del modo spinetteano de componer canciones, un modo que tiene mucho que ver con el simbolismo y la expresión de los enunciados. La línea temática del tema es confusa, aunque por el principio –“Todo camino puede andar/ Todo puede andar”- y otros fragmentos –“En un momento vas a ver/ que ya es la hora de volver/ pero trayendo a casa todo aquel fulgor”- se puede intuir una consecución lógica, la historia de un viaje iniciático. También irrumpen imágenes –cipreses, pájaros enjaulados, puentes amarillos- que Spinetta toma de “Las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo”. La estrofa que dice: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir/ que todo tiempo por pasado fue mejor/ mañana es mejor”, con el paso del tiempo se ha convertido en un lema épico, esperanzador y parece una reacción del autor ante el eterno lamento del tango por los años idos. Hay folk, blues, rock, pero lo que finalmente sobrevuela es una sensación de genialidad atemporal. El mismo tema podría haber sido escrito 50 años atrás, 200 más adelante: “Estos son en verdad los pensamientos/ de todos los hombres en todas las/ épocas y naciones (…) Esta es la hierba que crece/ donde quiera que haya tierra y agua/ éste es el aire común que baña el globo”. Las palabras luminosas de Walt Whitman nos sirven para dar una idea más indicada de este fogón sofisticado que tan disímiles interpretaciones ha tenido a lo largo de los años. Lo mejor, por supuesto, es sentarse a escuchar y dejar que las resonancias del tema activen las imágenes correspondientes en cada cerebro. Hay algo seguro: nadie es indiferente a su escucha.

Es difícil enfrentarse al rock actual luego de rescatar un disco tan vital, repleto de significaciones. Al año siguiente formó Invisible, un grupo emblemático que puso punto final a su etapa más creativa y delirante. A 35 años de Artaud, Luis Alberto Spinetta, ajeno a las modas y la mediocridad imperante, sigue creando música, tocando en Teatros y editando discos. Acompañó el lanzamiento de Artaud con un manifiesto llamado “Rock, música dura, la suicidada por la sociedad”, en clara alusión al conocido texto del poeta homenajeado. Luego de denunciar a productores, grupos musicales repetitivos, editoriales y todo tipo de represores, cerraba de esta forma: “Denuncio finalmente a mi yo enfermo por impedir que mi centro de la energía esencial domine este lenguaje al punto de que provoque una total transformación en mí y en quien se acerque a esto. El Rock, música dura, cambia y se modifica, es un instinto de transformación”. Que así vuelva a ser.

(1): “Por momentos, Dios es mi pene. Eso te sirve como señal de lo que veo. Cuando nació Valentino sentí que Dios era la vagina de mi señora y que a la vez no éramos ninguno de nosotros. A veces Dios es una curación clínica, a veces su señal está en un objeto inanimado. A veces, por ejemplo, cuando tenés mucha sed y tomás un vaso de agua fresca, el agua es Dios. Si fuera un sorbito de una gaseosa, también. Es mucho más "pan" de lo que nosotros hemos visto. Insisto con esto: Dios es más "pan" de lo que nosotros hemos visto”.

(2): La foto la afané del blog de un tal Natanael.