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martes, 1 de noviembre de 2011

Futuro ferpecto

Igual que Charly García, podríamos empezar a preguntarnos qué debemos hacer cuando mañana está en el ayer. Philip K. Dick ubicó sus androides en 1992 (la película sucederá en 8 años). La sociedad anestesiada por Gran Hermano ocurrió hace 27 años. En el 2010 se casó Lisa Simpson y volvió al futuro Marty McFly. La ciencia ficción de Super 8, de J.J Abrams, sucede en el pasado. El futuro no llegó, pasó hace rato. Y hasta es anacrónico pensarlo. Nadie piensa que juega al fútbol mientras patea una pelota. Nadie se dice que está haciendo literatura mientras escribe. Nadie se acuerda que está respirando mientras vive. Endilguemos a estas problemáticas sobre la temporalidad la existencia de una película tan mala como The Priest.


Luego de bodrios como El árbol de la vida, uno comienza a suponer que en el cine es preferible buscar entretenimiento antes que a Dios. Exageramos: ¿para qué sirve el cine? Respuesta: para ver zombies comiéndose tipos. Asesinos seriales corriendo inocentes. Edificios explotando por los aires. Peleas espectaculares entre samuráis o gente con habilidades de ese tipo. Muchachos viajando en el tiempo. Catástrofes de la naturaleza dejando a la Humanidad en off side. Boludeces. Y tal vez, entre esas dinámicas narrativas que apelan a la ingesta de pochoclos, lateralmente, ¡se filtre un rayo que ilumine la oscuridad siniestra de una vida en la que River Plate pierde, ni siquiera con Alvarado o Kimberley o El Cañón, sino con Aldosivi!


Scott Stewart, el director de The Priest (también conocida como El vengador o El sicario de Dios), fue el encargado de Legión (2009), una película en la que Dios se enojaba con el devenir de la Tierra y mandaba ángeles con ínfulas de zombies a liquidarnos a todos. Había cierta originalidad en el relato (un simple cambio de roles) e imágenes logradas como la de unos tipos armados subidos a la terraza de un restaurante en el medio del desierto. Además, durante toda la película uno adivinaba un guiño, un guiño en el que Stewart pactaba con el espectador y le decía:


"Sé que está película no es la gran cosa, pero usted la ve porque evidentemente no tiene nada mejor que hacer. Entonces, querido amigo, hagamos un trato: usted mira la película y yo hago el máximo esfuerzo por entregarle un buen producto, claro, dentro de las limitaciones preexistentes de una película llamada Legión de ángeles y el acotado margen de objetivos que me propuse al decidir que quería ser director de cine. Hasta luego, que tenga un buen día".


En The Priest, advierto, Stewart olvida que para que su propuesta cinematográfica funcione debe existir el guiño. Y en vez de divertir (¿a qué otra cosa puede aspirar una película sobre un súper sacerdote que mata vampiros en el futuro?), aburre con un film lleno de pretensión y solemnidad. Se equivoca, por ejemplo, al elegir un protagonista (Paul Bettany) que debe hacer de héroe pero da la impresión de no saber descorchar una sidra. Cada diálogo está barnizado por un halo de dramatismo absurdo que no se justifica nunca. Al principio hay una secuencia animada. Pero esa técnica no se utiliza más, como si se hubiesen arrepentido u olvidado de que la hicieron. Tampoco hay una explicación lógica para que la estética del Planeta haya regresado al Siglo XIX. Se entiende que en el futuro propuesto por Stewart la Humanidad haya sufrido un profundo cataclismo producto de innumerables guerras con vampiros, no así la regresión temporal. Se dirá que en un film de vampiros no importa la verosimilitud. Esto es falso: como dijera Brian Aldiss, hasta la ciencia ficción es el arte de lo verosímil. No importa cuán delirante sea lo que se nos está contando, deben existir señales narrativas que conviertan la historia en algo que puede suceder en la realidad que plantea la ficción. A pocos minutos de empezar, The Priest es una parodia involuntaria de sí misma.


Hay una película irregular llamada Todas las vidas, mi vida. Se mezcla el mundo onírico con la vigilia. De un día a otro pasaron varios años. Los personajes cambian de vida en un mismo plano sin ningún tipo de explicación adicional. Dentro del universo conceptual de la película, estas rupturas de la linealidad, nunca dejan de tener coherencia.


Por último, un comentario que tal vez excede a The Priest. Stewart plantea un futuro en el que la sociedad está en manos del poder totalitario de la Iglesia. A mi entender, se trata de una amenaza propia de un siglo pasado. La distopía del futuro ocurre actualmente y va por otros carriles. ¿Qué otra cosa es sino este confort alienante con entelequias que simulan otorgarnos libertad cuando realmente nos transforman en esclavos de marcas, productos digitales y plataformas virtuales? Entiendo: es más fácil imaginar un vengador que mata vampiros, a uno que se rebela contra la comodidad. Steve Jobs era más reaccionario que Benedicto XVI.