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martes, 29 de marzo de 2011

Adivine de qué trata este post


Especialistas en el amor (¿quiénes son esos tipos?) afirman (¡¿cuándo?!) que toda pareja (¡¡¿está científicamente comprobado?!!) debe atravesar (¡¡¡¿de qué forma?!!!) "la comezón del séptimo año". Evidentemente se trata de una teoría importada que ha venido a colonizar nuestra subjetividad periférica ya que un término de la tesitura de "comezón" no puede ser pronunciado por un rioplatense sin que éste sufra una soberbia patada o puñalada o tiro en el culo, la espalda o la cabeza respectivamente. Es casi como decir "chévere" ante un acontecimiento que nos agrada, como decir "chinga a tu madre" cuando odiamos a un tipo, como decir "lavabo" en lugar de "pileta". Así podría seguir durante años: la enumeración innecesaria es el opio de mi mente. De todos modos (¡y qué modos, señores!), si uno se interesa e investiga, es decir, si uno googlea, acaba por comprender que ahora la comezón es al cuarto año, lo que denota una adecuación espacio temporal acorde a la duración (por demás finita) de las parejas actuales. Si me guío por mis últimas experiencias podría asegurar que la comezón empieza a las tres semanas y, por qué no, a la tercera cerveza (de 750 ml). Sin embargo, como bien dice el dicho, siempre es mejor dejarse llevar por la empírica de David Hume que por la de Martín Zariello, personaje que se ha entrometido demasiado en este texto y, por lo tanto, vamos a proceder a asesinar.


Bang, bang, bang, hojas muertas que caen.


Ya muerto el autor (gracias Roland) se sabe que la comezón del séptimo año de una banda de rock sucede en el tercer disco. Es en ese trabajo que los rockers deben confirmar (o no) lo que han prometido en sus dos primeros albums. Es la mayoría de edad del rock. Y no todos pueden superar el escollo. Es que los rockstar también tienen problemas. Los vemos siempre en el póster sacralizado del imaginario social, rodeados de modelos, aspirando cantidades industriales de cocaína, tirando televisores por la ventana, pero sin embargo ¿alguna vez pensamos en Juanse como un padre de familia que debe llevar a sus hijos a la escuela y luego ir a buscarlos? No. Tampoco sé si Juanse tiene hijos, pero ¿qué importa?... En fin. Podríamos ofrecer miles de ejemplos de bandas que desaparecieron atrozmente luego del tercer disco, bandas que sucumbieron a la terrible comezón, bandas con integrantes que se suicidaron ¡o directamente se mataron entre sí por no poder soportar la prueba de fuego! Pero la Comisión Mundial de Rockología está tan de acuerdo en este aspecto, que preferimos quedarnos en un silencio brutal y tal vez enigmático y, de buenas a primeras, pasar al próximo párrafo.


No hace falta aclarar, después de esta clara y concisa introducción, que nos referimos al tercer trabajo de La Perla Irregular. Y la pregunta que todos nos hacemos es si La Perla Irregular ha superado el escollo nodal del rock. Si fuera el conductor de un programa de TV dejaría la respuesta para después del corte. Pero lamentablemente estamos en el ciberespacio, atrapados sin salida y sin solución de continuidad. Por lo tanto diré (a los gritos) que sí, que La Perla Irregular eludió cualquier inconveniente creado en las oscuras mentes de los rockólogos (¡músicos frustrados que gastan su energía en intentar frustrar músicos exitosos!) con un disco tan bueno que dan ganas de escucharlo diez veces mientras se lo recomendamos a todos nuestros compañeros de curso. Se llama Rafael y en el panorama del rock argentino es el primer disco del año que uno sabe que estará en las listas de lo mejor del 2010 (?). O aunque sea en aquellas elaboradas por bien nacidos. Rafael cumple todas las promesas de los dos primeros materiales (el homónimo y La novena utopía) y más. Es un disco clásico y moderno en el que confluyen la simpleza de las melodías pegadizas y adictivas con la sofisticación musical y lírica de un grupo que remite al rock psicodélico de fines de los 60’ (desde Almendra a The Beatles). Esta relectura del pasado no implica la imitación o una suerte de mero movimiento epigonal. Es todo lo contrario a la copia de una fórmula (algo patente en dinámicas de influencias del tipo Callejeros-Redondos). Fabián Casas comienza su obra actualizando la poesía Giannuzzi con el lenguaje y la respiración de su época hasta encontrar su propia voz. The Strokes sintoniza el mismo canal que Television pero en clave pop. Fito Páez armoniza los universos aparentemente antagónicos de García y Spinetta y edita El amor después del amor, uno de los mejores discos del rock argentino. Nadie nace de un repollo. No existimos sin tradición. Lo único que nos queda es construir perspectivas artísticas novedosas partiendo desde ella. Hay bandas, escritores y directores de cine que son muy originales, que no poseen genealogía alguna y además se visten muy bien. En la mayoría de los casos, a excepción de un par de hipsters, no logran conmover a nadie. La originalidad no es una cualidad necesariamente positiva, es sólo un invento de los Egos de algunos tipos trastornados del Siglo XIX Occidental. Y debemos desconfiar seriamente de lo que hicieron esos tipos en el mundo.


PD: De existir Dios, temas como “Guadalú” y “Sólo jugar” serían hits masivos.


PD 2: No estoy tan seguro de que la originalidad sea “sólo un invento de los Egos de algunos tipos trastornados del Siglo XIX Occidental”, pero la frase queda bien.