Mostrando las entradas con la etiqueta Como se darán cuenta en este post no intento vender mi libro "Sobre el rock" pero aprovecho para decir que dentro de poco sale otro titulado "La luna y la muralla china". Mostrar todas las entradas
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martes, 30 de julio de 2013

Usted no sabe de qué se trata este post, yo tampoco

La idea lanatista del subsidio estatal a los artistas (programas de TV, recitales, películas) es tan lineal y enternecedora que más o menos consiste en esto:
1- Usted recibe la boleta de Obras Sanitarias MGP Mar del Plata/Batán.
2- Usted consigue los $ 138,73 y se dirige a Ripsa.
3- Usted paga.
4- Usted se va y el empleado automáticamente llama por teléfono y dice:
-Teresa, acá tenés lo tuyo.   
5- Teresa es Parodi, por supuesto.   

No es que uno acompañe el proyecto Nacional y Popular de convertir al Gobierno en la mejor Productora de Espectáculos del país, pero hasta en la escala de boludez tenemos ciertos límites. Sin embargo, es verdad que la idea de un Estado apuntalando Arte con la billetera puede ser muy linda para entelequias tales como la "Cultura del País", pero muy mala para los artistas. Perdonen el romanticismo tardío, pero hacer arte con el Ok del Estado se asemeja a tomar cerveza sin alcohol, a andar en bici con rueditas. No digo que esté bien o mal, que sea correcto o inadmisible. No me indigno y grito que el Estado tiene mejores formas de gastar la guita cuando yo, que soy el Estado, siempre elegí comprar un libro para satisfacer mi hedonismo antes que un tarro de pintura para darle una mano a la escuela de la vuelta de mi casa. Simplemente el Estado arruina el caudal simbólico de los llamados "artistas". Los debilita, les hace perder riesgo. Si es que existe el riesgo, por supuesto, si es que hay un caudal simbólico, claro. En ese orden, Malena Pichot la tenía difícil: escribir Jorge, una mini serie bancada por el Estado, en Canal 7 y por la inclusión.

Por suerte, a pesar de compartir una estética, Jorge no se sumerge en la habitual auto-indulgencia del conchetismo palermitano, la corriente argentina de niños ricos con tristeza del siglo XXI. Me refiero a esa terrible sensación que provocan ciertos productos protagonizados por actores más o menos jóvenes, notablemente sofisticados, en los que más que actuar, parece que quieren demostrar que su sola existencia (ni siquiera su existencia ante la cámara) le hace un favor al espectador y, por qué no, a la Humanidad. Si no sabe de qué estamos hablando, busque en YouTube Famoso o Lloro de felicidad. Claro que la culpa no es de los chanchos sino de los jóvenes "ni fu ni fa" de la clase media argentina, los que tenemos las mismas ínfulas pero sin el capital, sin el colegio progre, sin la "familia de artistas", entonces debemos conformarnos con el colmo de la vida periférica, es decir, con admirar, no a Patti Smith, sino a Liniers, a Violeta Urtizberea, a Inés Efrón, a Mike Amigorena, etc. Ante ese panorama, siempre es mejor elegir el resentimiento, el prejuicio y la discriminación social al revés. En fin, ¿y qué otra cosa es Malena Pichot sino una integrante del colectivo cool… pero talentosa e inteligente?  Jorge se emitió en Canal 7 durante las últimas dos semanas y se puede ver en la página de Contenido Digitales Abiertos.  La dirección corrió por cuenta de Nicolás Goldbart (que no dirigió Los Paranoicos).

Un chico de 15 años no debe entender muy bien Seinfeld. La mayoría de los conflictos de la serie hoy se solucionarían con un celular. De alguna forma, Jorge toma la dinámica de Larry David y la adapta a los tiempos (más) modernos y argentinos. Seinfeld sucedía en estacionamientos, gimnasios, restaurantes chinos, laverap's, paisajes paradigmáticos de los 90' en los que sus personajes brillaban haciendo un muestrario de las obsesiones y clichés de la época. Como si todo fuera un cuento de Carver en el que en vez de hacer énfasis en el aspecto dramático de la vida cotidiana, se subrayara el absurdo. Jorge tiene algo de eso. Se aprovechan facebook y el call center como marcas generacionales que aseguran identificación. Los hechos transcurren en una vieja casona, de esas que en los últimos años se reciclan para organizar fiestas o construir centros culturales. Los personajes son freaks sociales pero después de la “década ganada”: un paralítico copado y lleno de minas, un paraguayo que estudia Letras, una epiléptica con onda. Paradoja edificante o genial ironía (o las dos cosas al mismo tiempo), el único que carece por completo de encanto y lleva una vida gris es el tipo "normal": Jorge, empleado en un call center al que acaba de abandonar su novia y que recibe la casona luego de que su padre muera. Jorge decide alquilar habitaciones para solventar los gastos y ése es el ardid narrativo a través del cual todos los personajes entran en combustión. Así comienzan a ocurrir cosas bastante inquietantes para una serie con supuestos fines pedagógicos: se rompe el inodoro de la casa y los personajes tienen que hacer sus necesidades en el bidet, un linyera se revela como una especie de Carlos Castaneda urbano, Jorge se burla de la cara que pone Loli cuando sufre una convulsión.    


Si, algo así como un extraño cóctel entre Seinfeld y Okupas. Pero funciona. Tal vez porque detrás del objetivo civil, trafica contenidos audiovisuales. Y no sólo por la serie de excentricidades recién mencionada o porque la madre del protagonista se llama Cristina, se viste de negro y es insoportable. Sino también porque muestra que los integrantes de las minorías no son mejores ni peores que el resto. Y eso significa que pueden ser los seres más maravillosos de la tierra pero también decir estupideces, equivocarse, ser egoístas, prejuiciosos. Elude la victimización y el paternalismo y en esa vuelta de tuerca se caga en la corrección política y hasta disuelve la idea de "minoría", otra forma de separar a quienes son aparentemente diferentes. Y todo gracias al Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios. ¿Vieron que De Vido no era tan malo?