Hasta el reconocimiento masivo de Julieta Venegas (en 2003), el panorama del pop femenino inteligente de habla hispana estaba completamente vacío. Con la excepción de Andrea Echeverri, pululaban inventos centroamericanos de nombres sin apellido (menciono al azar las primeras que se me vienen a la mente: Soraya, Noelia, Shakira, Thalia), que transitaban sin pena ni gloria la balada romántica o un pop pasatista mil veces escuchado. Julieta Venegas rompe toda una tradición de misoginia en la música latinoamericana pop. Su éxito no obedece a un rostro “bonito” (en el sentido usual del término; no dudo de que Julieta es hermosísima) o el tamaño de sus pechos o al movimiento de su culo combinado con unas rimas aptas para infradotados, sino al innegable talento de sus composiciones. Porque, a no dudarlo, Julieta (permítanme decirle por su nombre) es, junto a Bunbury, junto a Café Tacuba, junto a Andrés Calamaro, la autora de algunos de los mejores temas pop de la última década. Si no existiera, habría que inventarla: su música no se parece a nada que uno haya escuchado anteriormente. La apariencia inexpresiva de su fabulosa voz y la utilización de un inédito acordeón que matiza sus melodías imbatibles son dos de los factores que le otorgan muchísima identidad a cada cosa que hace a punto tal que es capaz de reversionar clásicos populares (“Sin documentos”, “Corre dijo la tortuga”) hasta volverlos totalmente propios y, aunque no lo crean, superar las versiones originales. Nuevo y Raro, un disco que recopila distintas colaboraciones con otros artistas, es elocuente en este sentido (la mexicana hasta es capaz de hacer que Miranda o Bajofondo hagan temazos). A esta altura del texto uno podría pensar que estoy un poco enamorado de Julieta, pero ¿quién no? ¿Cómo no rendirse ante el encanto escandaloso de esa chaparrita (?) de cejas grandes que baila en forma preciosa al final del video clip de “Eres para mí”? Hay que estar muy desorientado en la vida para no captar en Julieta la belleza intrínseca e inexplicable que sólo algunas pocas mujeres poseen. (Esto último lo entenderá cualquier hombre con una sensibilidad que vaya más allá del límite de Luciana Salazar). Como si esto fuera poco, intuyo que Venegas es una artista que gusta a casi todas: las modernas, las intelectuales, las hipponas, las que están leyendo esto ahora mismo y no se reconocen en ninguna tribu estereotipada (sin saber que son justamente las de la tribu que no se reconoce en ninguna tribu estereotipada). Y sin distinción de procedencia: una cumbiera, una stone, una rockera, una indie guarda en su corazón algún tema o disco de Julieta Venegas que le recuerda algún momento de su vida sentimental. ¿Y por qué sucede esto? Porque las letras de Julieta (al igual que las de Calamaro o Páez o Charly para el público masculino), repletas de inseguridades, de dudas, de enamoramientos fugaces y sensaciones repentinas, expresan el sentir de las chicas verdaderas, las que uno se cruza por la calle o conoce y son nuestras amigas o hermanas o novias o compañeras de trabajo o de facultad. No sé si todo lo que estoy diciendo tendrá algo que ver con la realidad, pero suena bien. El mercado anglosajón está abarrotado de este tipo de mujeres talentosas y confesionales: Regina Spektor, Fionna Apple, Aimee Mann. Los brasileños tienen a Marisa Mone, Adriana Calcanhoto, María Rita. América Latina tiene a Julieta y el espacio que viene a ocupar es el de la encargada de reflejar la psiquis amorosa femenina alejada de los clisés y el lugar común de otrora. El primer tema de Limón y sal (2006) es una reflexión meta-cancionística (al estilo “Mi rock perdido”) y se llama, valga la redundancia, “Canciones de amor”:
Estoy tan cansada de las canciones de amor,
siempre hablan de un final feliz.
bien sabemos que la vida nunca funciona así.
En muchos temas de Venegas es la mujer la que abandona (“Me voy”), le teme al compromiso (“Algo está cambiando”, “Bien o mal”) o directamente toma la iniciativa (“Andar conmigo”). Estas eran actitudes o conductas que generalmente estaban asociadas al varón. Julieta no será Violencia Rivas, pero en sus canciones hay un grado de desencanto bastante inusual y digno de aplaudir. “Tengo que confesarte ahora/ nunca creí en la felicidad/ a veces algo se le parece/ pero es pura casualidad”. Es casi un milagro que esas palabras hayan sido repetidas hasta el cansancio por FM’s que habitualmente pasan a Paulina Rubio o Lady Gaga. Su último disco, Otra Cosa (2010), es un compendio de doce piezas de pop bailable, que a veces roza la electrónica y en otras la canción acústica de vieja escuela. No es muy diferente a nada de lo que haya hecho antes, pero funciona a muchos niveles, como ACDC. “Si tú no estás” anticipa desde su título un bolero, una canción de amor sufrida, pero el estribillo resignifica el preconcepto: “Si tú no estás/ Las plantas crecerán/ Y sí tú estás en otro lado/ El tiempo no se detendrá”. Eso y mandar a la mierda a alguien es casi lo mismo, ¿no? “Amores platónicos”, con ese pianito que marca la melodía, recuerda a “Fidelity”, el viejo hit de Regina Spektor. “Despedida” y “Ya conocerán” vuelven sobre la frustración. Así debe dar gusto ser una chica complicada. Tres “vivas” por Julieta: ¡Viva, Viva, Viva!
Oleada- Julieta Venegas
No quisiera detener
esta oleada que me lleva
a dónde, a dónde no lo sé,
sólo me muevo con ella.
Y nadie ahí me conocerá,
y a nadie ahí reconoceré
pero no tengo miedo.
No quisiera detener
esta oleada que me lleva
Y todo lo que ya viví,
lo sigo cargando
Lo llevo muy dentro de mí
nunca lo he olvidado,
lo siento tan cerca de aquí,
lo llevo muy dentro de mí.
Voy en busca de un lugar,
en este mundo abierto
donde me pueda yo quedar,
para empezar de nuevo.
Y nadie ahí me conocerá,
y a nadie ahí reconoceré
pero no tengo miedo.
Y todo lo que ya viví,
lo sigo cargando
Lo llevo muy dentro de mí
nunca lo he olvidado,
lo siento tan cerca de aquí,
lo llevo muy dentro de mí.