
Para BC
Si alguien les contara de una serie nueva sobre una hermosa adolescente asesinada, con whodunit y Casino y Bosque incluido, con la mayoría de los personajes como presuntos culpables, con una omnipresente fotografía de la víctima en un portarretrato y con el detective encargado desarrollando una especie de obsesión con el caso, ustedes responderían al Mengano que está equivocado, que esa serie se filmó hace veinte años, que su director es David Lynch y que se llama Twin Peaks. Pero no, es The Killing. Entre paréntesis: un aplauso para el sofisticado grupo de creativos que navegó por las cumbres borrascosas de la inteligencia hasta concluir que el mejor título para una serie sobre un asesinato es: El asesinato. Y más allá de ¿Quién mató a Rosie Larsen?, la pregunta que todos nos hacemos al unísono es: ¿por qué la vemos? Sospecho que las razones tienen más que ver con la coyuntura que con el reparto de actores. ¿No fuiste fan de
La cuestión es que no es lo mismo ver una serie que una película. Si no te gusta, por ejemplo, El laberinto del Fauno, porque la nena protagonista te parece insufrible y las hadas te interesan menos que el Turismo Carretera, pulsás STOP y ponés otra. Abortamos sin cargos de conciencia. No es un ser humano. Con el auge del download (arrasado por los glaciares del olvido gracias al auge del online), las películas tiene menos valor que la cotización de Funes Mori post descenso de River. Ahora bien, elegir la serie adecuada es un trabajo de precisión quirúrgica. Y darte cuenta al segundo o tercer capítulo que se trata de una porquería puede ser devastador. Uno siente lo que Calamaro y Nebbia en "El tilín del corazón":
Recién acabamos de empezar a correr/ No se puede parar/ La segunda parte es mejor/ Hay que seguir hasta el final.
Además de que ver series ya es una actividad a largo plazo, muchas veces compartida entre novios, amigos o familiares. Eyectarla de tu vida supone un vacío notable. Y lo más difícil de la vida es enfrentarse al vacío. Fíjense que además de tres o cuatro cosas (trabajar, ver fútbol, enterarse de algo relacionado con Juanita Viale), la vida es rellenar agujeros. Simbólicos o metafísicos o emocionales, no cedamos a la apabullante influencia de Miguel del Sel en nuestros inconscientes. Conozco parejas que sufren crisis severas cuando llega el final de una temporada.
Ni las similitudes indignantes con Twin Peaks (no hacía falta el probablemente hijo no reconocido de Badalamenti para la banda de sonido). Ni el perfil Scully de la pelirroja Linden (lo que convierte a la serie en un raro pastiche en el que también se mezcla X Files). Ni el unánime nabo de su acompañante Holder (igual a otro unánime nabo que engalana las noches de TN). Ni las imágenes repetitivas y lacrimógenas del desconsuelo de la familia (el director hace su mejor esfuerzo, pero no se conoce a nadie que se haya conmovido con The Killing). Ni la intriga política mil veces vista en el cine norteamericano. Nada puede contra este Twin Peaks sin barniz onírico. Los episodios de The Killing pasan frente a nuestros ojos como los colectivos que no tomamos. Y ni siquiera hay un enano libertino que la justifique. Tal vez en su calidad de bodrio esté la subversión de la serie: en la idea de un policial sin ritmo, sin mística, con escenas que no tiene remate de diálogo, con personajes interpretados en base a un cóctel de frialdad y desgano (el concejal Richmond haría peor elección que Filmus), con argumentos endebles y tramas paralelas que no atrapan ni a una mosca. Tal vez estemos ante un prodigio y no nos demos cuenta. No creo.




