jueves, 29 de noviembre de 2012

Ramón


"Tiene la melancolía de una heroína de Tenesse Williams". Eso dice Lisa Simpson sobre Bart cuando Homero no lo deja ir a ver la película de Tomy y Daly (Itchy and Scratchy). Lo mismo podríamos decir sobre la última versión de Almeyda en River. Se tenía que ir, lo que no significa, claro, que lo tenían que echar. La anunciada vuelta de Ramón se asemeja a la búsqueda de la primera novia. Ésa es una estrategia a la que recurren los hombres desesperados, pero el paso del tiempo puede hacer que todo termine en un polvo. Y un hijo no deseado. O dos: ¡Emiliano y Michael! 

Ramón Díaz es el técnico que más veces sacó campeón a River. Además, sus equipos, generalmente, jugaron muy bien. Pero su Ciclo de Oro está basado en ciertas cuestiones ilusorias. En primer lugar, el one to one menemista le permitía al Club mantener un plantel de elite y pagar con cifras millonarias. Comparado al Boca pre macrista y medieval/ azul oscuro Parmalat, River parecía un equipo europeo. Una tarde-noche japonesa de noviembre, Del Piero y Compañía acabaron con esa pretensión tan argentina: si nosotros todavía estábamos en el Family, la Juventus era el último FIFA para PC, el que tenía "Song 2" de Blur en la presentación. ¡Qué vida noventosa! El único héroe en ese lío fue, como siempre, Ortega, que por un segundo convirtió el precario vía satélite de Romay en el potrero de la esquina de su casa rescatando una pelota perdida que finalmente pegó en el travesaño.

Por otro lado, la mística de Ramón está casi siempre asociada a su pirotecnia mediática anti Boca, remake posmoderna del recordado Angelito. Esto confunde a muchos y hace creer que existe algún tipo de paternidad. Pero decir piropos no es tener sexo. La vaselina de Rojas y el cabezazo de Celso Ayala son recordados porque fueron excepciones. Con Ramón en el banco, River jugó mejor, es cierto, pero casi siempre perdió. El nucazo de Guerra y el origen del mito del orto de Palermo son clásicos fogueados bajo el calor discursivo de Ramón. La paternidad ocurre en el paso de Díaz como DT de San Lorenzo, pero ésa es una cuestión más histórica que propia del riojano y a uno, como hincha de River, le debe chupar un huevo. Las peleas con Macri nunca pasaron de un alegre vodevil televisivo: son grandes amigos.

Mientras tanto, Ramón hizo de la ostentación una forma de vida: suele regalar camionetas 4x4 a sus jugadores multimillonarios. El país muerto de hambre lo mira por tv con una sonrisa. Qué simpático, qué piola, qué loco lindo es Ramón. Menem en política, Tinelli en la tele, Ramón en el fútbol. El triunvirato sagrado del éxito de los años 90'.    

El país pagó la realidad virtual con la odisea del 2001. River, luego de años de descalabros económicos e institucionales, explotó en el 2011. Del Club que hacía gala de su mote no queda nada. Delem, el brasilero que había hecho de las inferiores de River una marca registrada, murió en el 2007. En el 2001 Aguilar le pegó una patada en el culo. El detalle no es menor. River nutría sus equipos de compras rutilantes (Salas, Cruz, Sorín, Ángel) y del caudal infinito de sus inferiores. Gallardo, Ortega, Crespo, Solari, Aimar, Saviola, Cavenagui, D'Alessandro. Son sólo algunos de los jugadores que Ramón vio madurar o nacer en sus dos ciclos (95/99 y 01/02). Hace mucho que River está sin timón y en el delirio en esa materia. Vende a los que tienen pasta de crack (Augusto Fernández, Lamela, Pereyra) y banca a quienes hace años no pegan una. Villalba todavía grita el gol que no fue.

Había otro jugador que participó activamente del tricampeonato 96/97, la Libertadores 96 y la Supercopa 97. Lo imitaban muy bien en la tele. Era uruguayo. Incluso la hinchada coreaba su nacionalidad con un ritmo que convertía un partido contra Platense en un episodio épico y sublime. Me acordé: Francescoli. Enzo Francescoli. Jugaba bien, la movía. ¡Y cómo le pegaba a la pelota el Diablo Monserrat! ¿Y el gol de chilena que le anularon a Berti en el Clausura 97 contra Deportivo Español? Definitivamente esas cosas ocurrieron hace mucho tiempo. Son propias de la historia del fútbol, no del fútbol. Y eso es lo mismo que si nunca hubiesen ocurrido. Nadie vive del pasado.  

En fin: actualmente River no tiene ni billetera, ni menemismo, ni inferiores, ni un ídolo oriental. Aunque Mora le pone mucha onda, es cierto, y quién te dice.

Bonano o Burgos; Hernán Díaz, Berizzo, Celso Ayala, Sorín o Placente; Monserrat, Astrada, Berti; Ortega o Gallardo; Cruz o Salas, Francescoli. Seguro me equivoqué y mezclé jugadores de distintas épocas, pero, según mi memoria, ésa era la base del River campeón de todo. Corría el año 1997. Y todos sabemos que el problema del año 1997 es que fue hace quince años. Sayonara. 

jueves, 15 de noviembre de 2012

Si yo fuera kazajo


Todos los argentinos odian a los chilenos.

Yo no odio a los chilenos.

Yo no soy argentino.

Hace un tiempo Fernando Peña dijo que los chilenos eran feos. Genéticamente feos. Esta idiotez, que referida a los habitantes de cualquier otro país limítrofe hubiese provocado el escándalo de los bienpensantes, fue tomada como una humorada y hasta hubo quienes estuvieron de acuerdo y festejaron la ocurrencia. Era una "transgresión" más del "genial" artista. Pero genial fue Henry Miller. Y transgresor fue publicar Trópico de Cáncer en 1934.   

Cuando sucedió el terremoto en Chile y el Estado no alcanzaba a evacuar a todas las personas, hubo argentinos progres que se alegraron porque eso demostraba que en Chile no era todo tan perfecto como supone la derecha argentina. Tal vez en lo único que tenga razón la derecha argentina es en querer a los chilenos. Comparado con la izquierda, eso ya es bastante, ¿no? Uno a cero.   

Tal vez la mala fama de Chile se deba a que la clase alta argentina, y no otra, quiere ser como Chile. Mientras que la clase media quiere ser como Brasil y la clase baja quiere ser como... Argentina. Tal vez la mala fama de Chile se deba a que la gente suele confundir a los presidentes de los países con los países. Tal vez la mala fama de Chile se debe a que la gente quiere que su país tenga más territorios, no se sabe bien con qué sentido, porque nadie de Salta antes de dormir se acuerda de Tierra del Fuego y agradece que la ciudad más austral del Mundo forme parte del territorio nacional. Ni viceversa. Decía que los seres humanos suelen despreciar a los países que le disputan a su propia país ciertos territorios sin darse cuenta que las fronteras son un invento y que nacimos en Argentina de la misma forma que podríamos haber nacido en Kazajistán (si es que todavía existe y se escribe así) o Jamaica o Chile. Si yo fuera kazajo no desearía ser argentino. Es más: ni siquiera sabría qué es ser argentino.  

Pero claro que los argentinos de derecha y de clase alta quieren a Chile por motivos equivocados. En realidad uno debe querer a Chile principalmente por Marcelo Salas y Roberto Bolaño. Y los programas de la tarde-noche con chicas semidesnudas en juegos acuáticos. Aunque yo tengo algunas razones más.

Alguien dirá: conceptos como "clase alta", "derecha", "izquierda" están perimidos, ya no sirven para representar absolutamente nada en la sociedad actual (y probablemente "sociedad" tampoco sirva). Nunca se me hubiese ocurrido, ¿de verdad? Voy a llamar a un amigo para contarle esta maravillosa ocurrencia:
-Negro, acá dicen que ya no existen ni la izquierda ni la derecha, ni la clase alta ni la clase baja, ni la sociedad ni la gente, ni las personas ni los hombres, ni vos ni yo, ni pitos ni conchas, ni mi mamá ni tu papá, ni blanco ni negro. Somos todos una sustancia homogénea, una novedad ilimitada que no puede siquiera llegar a verificarse y el stock de significados se acaba cada medio minuto. Incluso ya mismo términos tales como "sustancia" y "novedad" no significan nada. ¡Incluso yo dejé de existir antes de nacer!

Estoy al tanto. La última moda de los seres evolucionados del Planeta Tierra consiste en despreciar los libros. Es cool tener libros y no darles importancia. Cada vez que alguien menciona la palabra "libros" los mencionados seres se amontonan para contar de qué forma llevan a la Humanidad hacia el Progreso:
-Yo a los libros los regalo.
-Yo los pierdo, no les doy bola.
-Yo los uso para el fuego del asado.
-Tener biblioteca es ser reaccionario.
-Yo ni sé dónde están mis libros, ja, ja, ji, ji, ju, ju, ni sé.

Raramente se encuentran personas tan inalcanzablemente inteligentes como ustedes. Cuando sea grande quiero ser así, quiero gastar la poca plata que tengo en cosas que no me interesan. Quiero ser despreocupado, indiferente y usar anteojos negros. De verdad: ¡los felicito, imbéciles! Mientras tanto sigo siendo un cavernícola, un fetichista hijo de puta, sigo queriendo a los libros porque muchas veces sentí que lo único que había a mí alrededor era eso: un libro de mierda. Le encuentro sentido a los libros. Más cuando están firmados. Cuando son primeras ediciones. De pequeñas tiradas. De grandes autores. Por ejemplo Camanchaca, de Diego Zúñiga.

Ah, Diego Zúñiga es otra razón para querer a los chilenos. Incluso es chileno. Aunque, llegado el caso, poco importa el gentilicio. 

De Camanchaca y de Diego Zúñiga usted oirá muchas cosas. Por ejemplo que el autor es muy joven (nació en 1987). Que su novela fue traducida al italiano. Que ahora es reeditada por Mondadori. Cosas, todas, interesantes, atendibles y positivas, pero que forman parte de la historia de la literatura, de la reseñología, no de la literatura propiamente dicha. Ahora bien: ¿yo sé qué es la literatura? No. Pero sé que Camanchaca es una novela brillante. Y que Diego Zúñiga es un escritor. "Chocolate por la noticia", dice un tipo en mi cabeza que, inexplicablemente, baila, "claro que es un escritor, si escribió un libro". No, no, no, no, no, no, amiguitos: Dios llenó el mundo de poetas pero hay muy poca poesía. Eso es algo que deberíamos escribir en un pizarrón cien veces todas las tardes.

Camanchaca es una novela. Podría haber sido un conjunto de relatos cortos con el mismo protagonista. Eso no sería tan raro si no fuera porque también podría haber sido un poema épico y estético (la ética viene por añadidura; perdón, me acaban de informar que no existe la "épica", tampoco la "estética", tampoco la "ética"). Un chico de veinte años viaja con su padre en auto. Ese viaje atraviesa el desierto de Atacama y su propia vida, pero también es el viaje legendario de la literatura. Es el viaje de Humbert Humbert con Lolita a lo largo de Estados Unidos. Es el viaje beat de Sal Paradise y Dean Moriarty. Es también el viaje del Che Guevara en moto por América Latina. En Camanchaca se puede leer el eco de la tradición, pero si en los otros viajes la aventura ocurría allá afuera, acá la aventura sucede en el orden simbólico. Porque en un mundo en el que ya no existen derecha ni izquierda ni pitos ni conchas, ya no es posible ni la revolución socialista ni la revolución de los sentidos ni la revolución sexual, sólo es posible la revolución introspectiva de quien mira hacia adentro y escarba en sus familiares hasta sentirlos unos completos desconocidos. En ese plano la de Zúñiga es una novela generacional. Ahí está el hijo de padres separados nacido en los 80’. Ahí está el chico que nace en medio de la guerra fría familiar, que se queda todo el día solo haciendo zapping. Si no sos ese chico, sos el mejor amigo de ese chico. O la novia de ese chico. O el novio. O la mascota. O el padre.

Camanchaca es una novela corta, se lee en un día y nos deja con ganas de más. Ahora la reeditó Mondadori. Diego Zúñiga me la mandó a mi casa en febrero del 2010, desde Chile. Nos conocimos hace bastante tiempo. Virtualmente, claro. Éramos parte de un blog sobre literatura en el que Luis Herrera, otro chileno, reclutaba blogueros de América Latina. En realidad eran todos chilenos menos Eduardo Varas Carvajal (ecuatoriano) y un servidor. Gracias a estas personas geniales y desconocidas leí a Bolaño. El blog se llamaba Club de Literatos Asesinos y Pornógrafos…  Después Zúñiga dirigió una página web (60 Watts) y me invitó a escribir unas cuantas veces. Recuerdo la envidia que tuve cuando leí la novela y la escena exacta en la que capté a Zúñiga como un escritor brillante. El chico que narra quiere ser comentarista de ESPN. Un día consigue ver nuevamente la final de la Champions League entre el Bayern Munich y el Manchester, un partido que específicamente lo emociona. Entonces le baja el volumen a la tele y empieza a relatar él, imitando el acento neutro de su comentarista favorito. Cuando sale Lothar Matthäus, se pone de pie y empieza a aplaudir, pero de pronto entra su madre a la pieza y lo ve. Es técnicamente imposible no querer leer Camanchaca después de conocer esa escena.  

domingo, 11 de noviembre de 2012

Filosofía barata y zapatos de Cronenberg


1. Hay una categoría de la que no se habla mucho y que, según creo, no analizó ningún teórico conocido. Me refiero a lo raro. Lo raro es lo que empezamos a buscar en la pubertad, cuando por primera vez queremos diferenciarnos de nuestros padres. Lo raro es todo lo ajeno a la familia, al orden institucional establecido. El rock, el cine clase B, la pornografía, no existirían si no fuese por nuestra necesidad de encontrar cosas raras. Lo raro funciona cuando sucede naturalmente, no cuando está impostado. Por eso Moris desestima al que “le súper gusta hacerse el raro” (y su fama lo tiene muy preocupado). Raro se nace. Y serlo es una fatalidad, no una excusa para vestirse cool. A los raros les hacen bullying en la Secundaria, nadie les manda una solicitud de amistad en Facebook y los sábados a la noche se quedan solos mirando videos de YouTube. En Cronenberg la rareza es espontánea. Cronenberg es un maestro de lo raro.

2. Cuando empezó Cosmopolis creí que estaba ambientada en los 80. Después me pareció en un futuro incierto. O en el presente. Ahí comprendí que en todas las películas de Cronenberg pasa algo extraño con el tiempo. No hay pasado ni presente ni futuro. Es el tiempo Cronenberg.

3. Creo que Cosmopolis es una distopía económica.  Creo que no descubrí nada. Y creo que Cosmopolis dice que en la actualidad las cosas suceden tan rápido que ni siquiera podemos experimentarlas. Y ésa es la causa de nuestros mayores problemas. Ya lo sabíamos, pero no importa. Cosmopolis es la vuelta del Cronenberg más ortodoxo luego de la trilogía Mortensen, que empezó muy bien, siguió mejor y se desinfló en la impersonal A Dangerous Method (que volvió a demostrar los inconvenientes para trasladar obras de teatro al cine). 

4. En un capítulo de Los Simpsons, Bart y sus amigos van a ver Naked Lunch. Cuando salen del cine, Nelson dice: "En el título de esa película hay dos mentiras". Cronenberg es uno de los directores que mejor cine hace a partir de novelas. No leí a Don DeLillo, autor de Cosmopolis. Pero cualquiera que experimenta cierto vértigo al ver las autopistas a través de los grandes ventanales en Crash ya entendió y leyó a Ballard sin saber quién es.  En Cosmopolis se nota al instante que la sintaxis y la complejidad textual de los diálogos son propias de la literatura. Esa artificialidad que en otra película puede quedar muy mal, en Cronenberg encaja a la perfección.  Eric Parker, el personaje interpretado por Robert Pattinson, vive en un mundo alucinado donde todo es regido por estadísticas y números. La monotonía de la vida cotidiana y el deseo por habitar otra realidad es un tema frecuente en Cronenberg. En Videodrome, los personajes son seducidos por un programa de televisión que se apodera de sus espectadores y los tortura. eXistenZ (tan mala que termina siendo simpática) es la actualización Y2K de aquella película tan ochentosa: en vez de la tele, el peligro ahora se encuentra en los videojuegos. Claro que todo es traducido al idioma Cronenberg: los joystick son un pedazo de piel con órganos que ronronean y los cables que los conectan terminan en una especie de pene que debe ser introducido en un orificio vaginal ubicado en la espalda… Como sucede con la pornografía amateur o los testimonios de los cacerolazos, para ver a Cronenberg hay que tener cierto morbo.    

5. Otra característica interesante es que Cronenberg, al igual que Carpenter pero en menor medida, es un director de culto del que todos vieron alguna de sus películas. No sucede lo mismo con David Lynch o Jarmush. Cronenberg es sofisticado y popular. Y durante nuestra infancia vimos The Fly sin saber de quién era. ¡Sin saber, acaso, que las películas tenían un director! ¡Sin saber, acaso, que estaba “bien” ver películas de Cronenberg! Simplemente eran "de terror" o “de ciencia ficción”. Probablemente eso sea lo máximo a lo que puede aspirar un artista popular. Es como que canten un tema de tu banda en la cancha. En cuanto a The Fly: su película más famosa es una remake. Por el tono de sus diálogos empieza como una comedia de terror y luego vira al drama al transformarse en una clarísima y destemplada alusión al sida. The Fly se estrenó en plena etapa de pánico y asco hacia la enfermedad. El científico fusionado con la mosca habla de un tipo extraño de cáncer, se pregunta si habrá posibilidades de contagio y sufre una degeneración física radical. Charly García se fanatizó con esa película. El discurso sobre la política de los insectos que pronuncia en el video de “Filosofía barata y zapatos de goma” (y en los conciertos de aquella época) es lo que dice el personaje interpretado por Jeff Goldblum, ¡tan parecido a una mosca!, cuando ya se convirtió en la versión pop de Gregorio Samsa: “Yo era un insecto que soñaba ser un hombre. Y lo amaba. Pero ahora el sueño terminó y el insecto está despierto. Andate antes que te lastime”.    

6. Si las películas de Cronenberg fueran canciones pop, sus sorpresivas escenas de violencia serían los estribillos para estadios. En Cosmopolis sucede cuando un activista le clava una serie de puñaladas en el ojo al Presidente del FMI. En History of Violence cuando Tom/Joey hace gala de su habilidad para matar gente. En The Fly, la histórica  pulseada que termina con un antebrazo partido. En Scanners cuando explota la cabeza. En Eastern Promises cuando le cortan la garganta al tipo que está en la peluquería. En eXistenZ, el tiroteo en la reunión de nerds adictos a los videojuegos (¡con un arma de carne y hueso que dispara dientes!). Estas escenas son shockeantes. Al principio porque nos parecen totalmente arbitrarias con respecto a la dinámica del film. Luego porque comprendemos que en la vida cotidiana percibimos la violencia de esa forma (lo que no quiere decir que no tenga una lógica a través del tiempo). Cualquiera que se peleó a piñas o sufrió un robo o chocó con el auto o se le subió el volumen de la tele en la propaganda, lo sabe. La violencia nos asusta porque ocurre de improviso, sin que entendamos nada. Es una desconcertante fuga de gas en el horno de la civilización. Nos avisa que no hace falta mucho para que todo estalle por los aires. Cronenberg entiende esto perfectamente.

7. No son las películas de Cronenberg, es el mundo el que tiene un clima enrarecido.  

8. Las películas de Cronenberg están hechas en base a principios estéticos muy cuestionables según la cosmovisión occidental. Reina el mal gusto en sus bichos extraños y en las horrorosas metamorfosis que sufren sus personajes. Reina un efectismo deliberado en sus escenas de sexo. Reina, por detrás de los argumentos fantásticos y bizarros, una enorme solemnidad. Ver Cronenberg es temer por nuestro cerebro aprisionado en una trama vulgar. Shiver, su primer largometraje, trata sobre un parásito fálico que revoluciona la vida de los habitantes de un country. La película es un delirio absoluto que retoma (como buena parte del cine de Cronenberg) la cuestión moral sobre los límites de la ciencia. Pero poco antes de terminar, una de las protagonistas se manda un discurso sobre el erotismo absolutamente pomposo, que va en contra del espíritu de la  película. O todo lo contrario.

9. Se podría decir que Cronenberg es un experto en hacer películas malas. Tanto es así que sus películas más maduras, las que alcanzan cierta y deslumbrante perfección, mantienen su mambo pero no parecen de él: Cronenberg siempre se pasa de rosca, subraya demasiado, mete un bicho de más. Lo que demuestra algo genial: que no siempre lo que nos gusta es bueno. Esto que parece una verdad obvia casi nunca es un pensamiento consciente, sólo es claro cuando se lo enuncia. Es que existen personas que están convencidas de que su criterio es norma para todos. Elaboran opiniones políticas o estéticas (o las dos cosas juntas, si es que elaborar una opinión estética no es elaborar una opinión política) de modo tal que dan a entender que no hay otro punto de vista posible. Como si sus propias resoluciones subjetivas fueran el resultado inapelable de un teorema matemático universal al que sólo se puede acceder a través de determinada fórmula. Éstas son las personas que arruinan la Tierra. Y contra esas personas es que existe el cine de Cronenberg.

10. Muchas de las críticas fueron lapidarias con la actuación de Pattinson, el galán de la saga juvenil Crepúsculo. Creo que elaboraron ese juicio a priori. O no vieron la película. Tampoco se confiaba en Leonardo Di Caprio y Brad Pitt y hoy nadie los discute como actores. Pattinson está genial. Sin dudas es el actor equivocado en el papel equivocado. Y eso, que para otro director puede ser negativo, en una película de Cronenberg es exactamente lo que tiene que pasar. Es un conflicto que produce un extrañamiento en el espectador. Pero, de la misma forma que nos cuesta mucho distinguir de dónde mierda sale el agua que inunda el baño, mientras vemos la película no sabemos de dónde viene esa sensación extraña. Y esto no se soluciona llamando al plomero. Carlos Monzón fue el paradigma del macho argentino y terminó realizando el deseo manifiesto de los hombres del país: tirar a su mujer de un balcón. En Soñar Soñar, Leonardo Favio lo reclutó para hacer de un provinciano afeminado que quiere ser artista. El tierno de Pattinson haciendo de un magnate sin escrúpulos me recuerda a ese hito del cine argentino. Mata, garcha y filosofa con la misma cara de nada. Parece que está imitando a Vincent Gallo, pero no es Vincent Gallo. Parece Cortázar sin barba en 1950. Parece algo ajeno a este mundo. Otras conclusiones de las críticas negativas de Cosmopolis dicen que sólo las groupies de Pattinson lograrán ver la película hasta el final. Eso también es positivo: en primer lugar porque me hace pensar que puedo parecerme aunque sea en algo a una groupie de Pattinson. Y en segundo lugar porque el mundo será un lugar mejor si hay más niñas ingenuas subvertidas por la perversión simbólica de Cronenberg. Tal vez Cosmopolis sea el puente hacia lo raro para toda una generación. A veces queremos guardar nuestras cosas favoritas en el placard para que nadie las mire. Entonces cuando se muere Ray Bradbury, nos enojamos porque ahora todos leen a Bradbury. Cuando se muere Spinetta, nos enojamos porque ahora todos escuchan a Spinetta. Cuando se muere Leonardo Favio, nos enojamos porque ahora todos ven el cine de Leonardo Favio. Pero las cosas son de todos.

11. Existen quienes le quieren buscar sentido a todas las canciones de Spinetta. Tienen un concepto del "sentido" cercano a la moraleja. Debe ser algo unívoco. Aleccionador. Seguro. Que no provoque la más mínima incertidumbre. Sospecho que a veces no hay sentido. O que el sentido no se puede traducir en una explicación a través del intelecto. Canciones de Spinetta alcanzan su significado en la combinación de la sonoridad de las palabras, la forma en que están cantadas y la música que acompaña. Algo parecido sentí viendo Cosmopolis, ese caleidoscopio absurdo en el que se mezclan las imágenes de una rata gigante, el sexo y la pregunta a la Salinger que repite el magnate todo el tiempo: "¿adónde van las limusinas cuando llega la noche?". Éste es un cóctel que para ser develado tal vez no requiera de la racionalidad, sino de los sentimientos. Es que, si me permiten la cursilería,  todos los corazones laten distintos. Después de todo no sabemos qué es el amor. Y amamos.


jueves, 8 de noviembre de 2012

Los desplazados de la épica


La revisión sobre los 70', el foco en los medios de comunicación, el papel del Estado en la Economía. En el segundo lustro de los 2000, esos y algunos más fueron debates necesarios luego de años en los que la política había sido vaciada de cualquier tipo de contenido. Pero ese gusto por las relecturas llegó al extremo en los últimos dos años. Cuando se acabaron los temas, se empezó a echar mano de cualquier cosa. Kirchneristas y anti's llegaron a discutir qué ideología política hubiese tenido Tato Bores en el presente. Lo significativo fue que lo hicieron de forma tal que nada hacía suponer que Tato Bores era un personaje, interpretado por un actor y guionado por escritores.

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Los kirchneristas pasaron de los ideales al dogma. Discursivamente se profundizó lo peor del modelo: de Agustín Rossi a Larroque. De las mejores intervenciones de la democracia a eslóganes baratos para el regocijo de la tribuna. Allí hay una degradación muy palpable. Y esto sucede en el Congreso, no en el panel de 678. A cada traspié K se responde con la revelación de un complot fabuloso. O con logros del primer gobierno de Kirchner o Cris. Y no es que los millones de puestos de trabajo o la asignación universal por hijo sean poca cosa, es que a esta altura de todo comienza a hacer ya mucho tiempo. La semiología de bolsillo sobre los medios dominantes dejó de ser efectiva: no se denuncian falsedades, pero la repetición permanente de esa estrategia le quitó bastante sentido. Siempre pasa: eso que en el verano fue un hit, a mitad de año es inescuchable.    

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Aunque no todos los caceroleros son reaccionarios, el pathos que los rige hace de este país un lugar horrible. Un lugar donde no se le quiere dar oportunidades a los marginados. Un lugar en el que se prepara una ensalada que mezcla el racismo con la tilingueria. Un lugar en el que la queja es religión. El mozo trajo el café frío: culpa de la Yegua. Pero no identificarnos con ellos ni en broma no quiere decir que debamos aprendernos de memoria el speech K. Esto que es tan fácil de entender para un niño de 5 años, por una curiosa serie de acontecimientos, es muy complicado explicárselo a personas que leen a Deleuze de atrás para adelante y con los ojos cerrados. El gobierno hace todo lo posible para que sólo nos sintamos kirchneristas los días en que se anuncia un cacerolazo.      

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Hay personas (entre las que a veces me incluyo) que dicen que les encanta vivir hoy en el país. Con todos los debates, con todas las máscaras que se cayeron, con este quilombo dialéctico sensacional que se vive en la sobremesa de los asados, en los comentarios de los blogs y los bares cercanos a la facultad o el trabajo. Claro que el discurso de esta época sólo es una gran aclaración. Se ha puesto en duda todo y eso es genial, pero la vanguardia iluminada del kirchnerismo redujo la buena nueva al absurdo. El país se convirtió en una reunión de Centro de Estudiantes. Si alguien dice que es heterosexual no debe olvidarse de aclarar que pudo haber sido homosexual o travesti para que nadie se enoje. No es que esta época sea tan buena, es que las anteriores eran muy malas. ¿Qué época no le gana a la dictadura, al menemismo? Incluso el menemismo le gana a la dictadura. Alguien dirá que no se debe ni es productivo hacer competir  “épocas” para ver quién la tiene más grande.  Hay muchas cosas que no se deben hacer y no son productivas y se hacen igual.  

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Antes se manifestaban los desplazados del sistema. Ahora los desplazados de la épica. Porque más allá de las "penurias económicas" y los dramas endémicos (corrupción, inseguridad, inflación) que aquejan a los caceroleros, lo que se percibe es un resentimiento y un odio por sentirse ajenos a la simbología K. No entienden ni la mística nac and pop ni las películas de Favio ni la oratoria de Cristina ni el humor de Capusotto. Pero tampoco la lucha de las Madres de Plaza de Mayo ni la recuperación de las jubilaciones. Los caceroleros tienen algo en contra: nadie los representa y sus reclamos no van a encontrar ningún tipo de eco en el gobierno. Al mismo tiempo esa consciencia antipolítica es lo que los vuelve masivos: la mayoría de los argentinos, desde que nacen, tienen el chip del desprecio hacia los políticos, los negros, los militantes, etc. Eso es lo que un argentino piensa cuando dice que no le interesa la política. Creen que el kirchnerismo dividió al país y dejó afuera a los que no son de su tribu. La verdad es otra: el kirchnerismo, por fin, explicitó diferencias ancestrales. Que haya hecho de la idea de pasarse de rosca un estilo de gobierno, ya es otra historia.    

lunes, 5 de noviembre de 2012

Leonardo Favio (1938-2012)


Esta es una escena emblemática de Soñar, Soñar, probablemente la película más hermosa del cine argentino.  Qué grande Leonardo Favio. 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Salmonalipsis Now


Una de las consecuencias saludables que tiene el arte es generar complicidad entre personas que no se conocen y son admiradoras de determinada obra. Una película o un libro favorito en común pueden ser el inicio de una gran amistad o un romance (o una performance de esnobismo). En el rock sucede lo mismo. Por limitarnos a la Argentina, existe una contraseña que hermana a quienes fueron al recital de las Bandas Eternas, quienes siguieron escuchando a Charly García después de la etapa Say No More o los que eran fans de los Redonditos de Ricota cuando todavía pertenecían al underground. Tal vez el último disco de rock argentino que haya generado este tipo de costumbre es El Salmón, el álbum quintuple de Andrés Calamaro. Quienes escucharon los cinco discos enteros hablan un idioma en común.  

Con El Salmón ocurre algo curioso. Cuando salió, muchos lo descartaron aún sin haberlo escuchado. Años después, cuando Calamaro interrumpió su incontinencia musical y volvió al ruedo como un "león herbívoro", los mismos que antes miraron para otro lado, empezaron a añorar los años de reviente y gatillo fácil de canciones. Calamaro se había vuelto demasiado accesible para las masas. Existe un sector del público al que no hay disco que le venga bien. En su momento, Calamaro fue denostado por varias razones. Una de ellas fue su permanente utilización de la rima consonante. Siempre teniendo en cuenta que el método "puede fallar", a nadie se le hubiese ocurrido criticar a Borges porque en "El golem" (uno de sus poemas más brillantes) rima "soga" con “sinagoga". O a Dylan por la letra de la monumental "Tangled up in blue": "She was working in a topless place/ And I stopped in for a beer/ I just kept looking at her side of her face/ In the spotlight so clear".    

En el año 1999 corrió como reguero de pólvora la premonición sobre un fatídico acontecimiento tecnológico que derrumbaría las estructuras de la matrix. Tal vez la única víctima del Y2K fue Andrés Calamaro. El impacto de Alta Suciedad (1997) le permitió ubicarse en el centro del rock argentino (como pocos años atrás había sucedido con Fito Páez y El amor después del amor). Pero cuando Calamaro podría haberse dedicado a hacer de sí mismo de aquí a la eternidad, se olvidó de dormir y redobló la apuesta. Primero editó Honestidad Brutal, un disco doble de 37 canciones que exploraba como nunca su veta más confesional y extrema. Hasta ese momento, también habían visto la luz dos volúmenes de las llamadas Grabaciones Encontradas, una colección de lados B que ya advertían al autor incansable. Pero ahora, como Jekyll termina por apoderarse de la personalidad del Dr. Hyde, esa veta experimental tomó el mando de su carrera. Honestidad Brutal fue rápidamente calificado como un disco de "divorcio": contaba la debacle amorosa entre el compositor y quien fue su pareja durante mucho tiempo. El Salmón también fue un disco de divorcio, pero con respecto a las reglas implícitas de la industria discográfica. O sea que además de la obra, El Salmón fue de lo privado a lo público y significó un gesto (¿o una gesta?) de subversión contra el Mercado. Y también una experiencia para sus receptores: escucharlo fue destruir todos nuestros preconceptos con lo que se supone que es un disco. 

El Salmón debería estar en todas las bateas. Porque Calamaro recorre tantos géneros y versiones que al escucharlo te olvidás que es un disco de rock. The Beatles, Spinetta, Bob Marley, Sandro. Si El Salmón no anticipó la oleada de homenajes y tributos de la década del 2000, pega en el palo. Folclore, tango, blues, mambo. Y todo con una densidad artesanal. Porque la diferencia que hay entre El Salmón y el resto de los discos es la que hay entre la comida enlatada y la que hace tu vieja los domingos. Tu vieja maldita, claro, después de pasar varios días sin dormir y con resaca, yendo de la farmacia al club de los Poetas de la Zurda y de la cama al living. ¡Pero tu vieja al fin!

Calamaro es un gran lector y un escritor inspirado. Su discurso cultural combina las dosis adecuadas de esnobidad y sentir nac and pop (aunque eso, desde hace un tiempo, parece ser exactamente lo mismo; no en el caso de Calamaro). En el interior del cd revela algunos detalles sobre la creación de El Salmón: "Fácil la receta, evitar la lectura de periódicos, la radio, la televisión, el cine y, de ser así posible... no salir de casa (...) Las jornadas duraban lo inconfesable, y durante períodos importantes alcanzábamos, así la pena máxima y la ultraviolencia, como el happening".  

Algunas cosas sobre El Salmón y Andrés Calamaro en especial:

1) Es uno de los mejores compositores de reggae de la Argentina. El único de los solistas argentinos canónicos que le prestó atención. Y probablemente el único argentino (ya no solista, sino humano) que traspasó cierta monotonía propia del género y le otorgó letras geniales. En El Salmón está "Tuyo Siempre", un bellísimo tema de amor y partida que luego "tropicalizó" junto a la Bersuit. También está "El día d", que dice "Es como cantar y coserse la boca a la vez".

2) Desde "Lou Bizarro" supimos que Calamaro encontraba en el rap otra de sus excusas para cantar y rimar. En El Salmón el rap se mezcla con la payada narcótica, el stand up y el monólogo existencial de madrugada. El ejemplo más border de ese cóctel (que no se mezcla solo) es "Mi funeral 11", un tema que, según cuenta la leyenda, tuvo más de 10 versiones (por no decir 15). El resultado es un "De nada sirve" 2.0, el "Aullido" del nuevo milenio: "¿Qué habré recibido/ a cambio de ser/ un solitario del carajo?/ ¿Un buen trabajo/ Facilidad musical/ Violencia intelectual, fama, respeto?/ No está mal/ Pero la herida es mortal" suelta de pronto Calamaro y remata con una frase escalofriante: "No estoy solo, de verdad, me acompaña mi propia soledad". "Vigilante medio argentino" explora el lado reaccionario de nuestro inconsciente colectivo y "Mi autopista" ofrece una mirada sobre los años 70', que pocos años después se convertiría en el tema de la época.

3) El Salmón, como se acostumbraba a decir sobre las películas de Sandrini, es un disco para reír y llorar. Hay ironía, cinismo, parodia, absurdo y todo lo que hace del rock un género propenso al humor y a Calamaro uno de sus compositores más ingeniosos. El título de algunos temas es elocuente: "Me cago en todo", "Lameme el orto", "Mi lobotomía", "Corta pero ancha". En "Problemas", un rock pesado y verborrágico, Calamaro se confiesa: "¿Qué tiene de malo meterse una raya de coca? ¡Que es poca!". "Out put-In put", track 1 del cd 1, recibe al oyente con un lapidario "Mejor hijo de puta conocido que boludo por conocer". "P.N.S.U.R.H.Q.S.U.R" puso en circulación una frase atribuida a Federico Peralta Ramos que Calamaro tomó al pie de la letra: "Para no ser un recuerdo hay que ser un reloco". Un hit instantáneo, que podría haber sido otro de los grandes éxitos de Calamaro, es titulado "Revolución Turra". Pero El Salmón también es un disco que estremece, que habla sobre la soledad, el incendio de un país y el paso del tiempo. Detrás de las canciones se advierten las persianas bajas del desamor y el declive metafísico posterior a una situación de estupefacientes. "Un poco de diente por diente" es una proclama anti-militar que sonrojaría a Hebe de Bonafini. Baladas a lo Dylan como "Para seguir" o "Presos de nuestra libertad", joyas de indudable valor poético como "Horizontes" y obras maestras como el rock glam de alcantarillas "All you need is pop" (que parece un tema de Iggy Pop, sólo que es mejor que todo lo que hizo Iggy Pop) son sólo algunos de los momentos más trash de un disco grabado entre amigos (el Cuino Scornik, Jorge Larrosa, Pappo, Gringui Herrera) pero que en algunos casos es Calamaro acompañado por su portaestudio en Deep Camboya (el depto y estudio de grabación inmortalizado en las reseñas de aquellos años). 

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-¿Sería demasiado antojadizo recordar que mientras Andrés Calamaro componía las canciones de El Salmón (un disco que en realidad son cinco discos), al otro lado del Océano, Roberto Bolaño escribía los capítulos de 2666 (una novela que en realidad son cinco novelas?
-Si, sería demasiado antojadizo.
-¿Tan antojadizo como para dejar afuera tal observación de cualquier review (signifique esto lo que sea) de El Salmón? 
-Si, tan.
-¿Pero usted no siente el inigualable paralelismo entre los dos proyectos extremos? ¿Usted no siente un asombroso vértigo, tan cercano a la poesía, si piensa que Andrés Calamaro se pudo haber cruzado con Roberto Bolaño en algún aeropuerto? ¿Usted no siente un maravilloso bienestar cuando imagina que Roberto Bolaño, en alguna madrugada, detuvo su descontrolado zapping en un video de Los Rodríguez? Es que: ¿usted no siente?
-En primer lugar: yo no soy usted, yo soy vos, o, mejor dicho: yo soy yo, una entelequia discursiva creada con el objeto de exponer la idea antojadiza (Bolaño y Calamaro: hermanos cósmicos) aun sabiendo perfectamente que no debería. Esta conversación es un engaño. Esta vida es un engaño. Este mundo es un engaño. Pero cambiar algo de eso está fuera del alcance de mis posibilidades. Lo que no me perdono es el engaño de esta conversación, ¡porque es un engaño que me hago a mí mismo! O mejor dicho: un engaño que me hago a yo mismo. Es que: ¡a mí no me engaña usted!
-En primer lugar: yo no soy usted, yo soy vos, o, mejor dicho….

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4) Entre Calamaro y quienes escuchan sus canciones hay un grado de identificación inalcanzable para otros músicos. Lo particular del caso es que Calamaro es un artista verdaderamente pop, con P de Popular. Y llega a todos: las quinceañeras, los cuarentones, los rolingas, los cumbieros, los hipsters y los chabones. El Universo de Calamaro es todos los universos. Tal vez ningún otro artista de rock argentino (a excepción de Los Redondos) cuente con esa característica que le permite atravesar todas las tribus y salir indemne. El lenguaje que utiliza Calamaro no es simple, pero su facilidad para las melodías pegadizas lo transformó en una máquina de hacer hits. Su poética se sumerge en el lunfardo castellano (a uno y otro lado del océano), combina con sofisticadas referencias culturales (sus canciones están repletas de alusiones a libros, películas y músicos) y remata con estribillos de un altísimo grado de empatía. Toma giros, frases u ocurrencias de la lengua popular y luego los hombres y las mujeres sensibles se apropian de aquellos versos para explicar sus propias vidas. La gente recurre a las canciones de Calamaro cuando se siente mal. Cuando está feliz. Cuando quiere olvidar o no sabe qué es lo que quiere. Y tal vez ésa sea la razón principal de su éxito.         

Si Honestidad Brutal fue el vía crucis, El Salmón, directamente, es la Crucifixión. Desde esa perspectiva, no es casualidad que uno de los temas se llame "Crucificame" ni que el último de los 103 sea "Este es el final de mi carrera". Eso es lo que pensaban el propio Calamaro y muchos de sus oyentes luego de vivir el mundo de sensaciones del álbum quintuple. El tipo parecía más cerca del arpa que de los teclados. Alguna que otra aparición mediática no hizo más que confirmar ese presentimiento. Como los equipos que tienen una racha ganadora durante un par de temporadas, como los hombres exitosos de alguna primavera económica, como los colocados de un joint poderoso, también en el rock llega el inevitable bajón. De pronto Calamaro dejó de tocar en vivo y desapareció del mapa. Pero como está escrito en El Libro, hubo resurrección y a mediados de los 2000 regresó para recuperar su lugar como autor de líricas y melodías extraordinarias que conmueven al pueblo. Antes tuvo que suspender la animalización compositiva y descansar un tiempo. Una forma de entender el rock terminó cuando Calamaro bajó las persianas de su emblemático depto y, por fin, se fue a dormir.

(Publicado en la revista Power Music octubre/noviembre 2012)