sábado, 28 de marzo de 2015

Hablamos de algo que pasó hace quince años


Uno cree que los cortes de pelo no le importan hasta que le hacen uno horrible. Ayer me corté el pelo y el peluquero me hizo algo que todavía intento descifrar así que para no desanimarme volví a escuchar un tema perdido de El Salmón llamado elocuentemente “Cuando nada importa menos que un corte de pelo”. Una de las ideas que subyace en el rock es la posibilidad de ser un estúpido hasta que ponés una canción y te sentís parte de un contexto y una cultura. La letra de la canción repite una y otra vez la frase que le da título subida a la rastra de un tecno para alcantarillas. Lo genial del tema no es lo que dice sino la cantidad de deducciones que se pueden sacar con la sola pronunciación de la frase: indiferencia a las modas, rechazo a los modernos, vindicación de un estilo de vida diferente, etc. La teoría del iceberg aplicada al pop. En YouTube no tiene más de 1000 reproducciones.

A pesar del reconocimiento masivo que vivió Calamaro después de su regreso (hace ya 10 años) la gran mayoría de los temas de El Salmón son desconocidos para el gran público de rock.

Durante un par de años sólo tuve el disco 1, que se vendía como opción más barata y apta para todo público. Allí estaban los escasos cortes del disco (“El salmón”, “Días distintos”, “All you need is pop”) y otros más raros. Cuando finalmente me compré los cinco discos, en el 2002 o 2003, escuchar a Calamaro estaba muy mal visto. Cobré el sábado y lo fui a comprar a AGB ¡un domingo a la mañana! No recuerdo comprarme otro disco un domingo a la mañana. Me salió 100 pesos, o sea que cada canción me costó alrededor de 0,90 centavos.

El prestigio de la obra de Calamaro siempre tuvo más vaivenes que la cotización del dólar. Un año era Dios y al otro un boludo que escribía con rima. Yo siempre me mantuve en la escuadra de sus fans. Exceptuando los dos primeros solistas y Tinta Roja, me gustan todos sus discos. Incluso los discos en vivo que sacó este verano. Me pregunto por qué en Argentina se odia tanto a los compositores de rock. Exceptuando a Cerati y Spinetta, que se murieron, cada vez que se menciona a Charly, Fito y Calamaro siempre hay alguien dispuesto a insultarlos cruelmente. ¿En Estados Unidos también odiarán a Bruce Springsteen, Tom Petty, Prince y Stevie Wonder?  Lo pregunto sinceramente, desde la más honesta y vergonzante ignorancia. ¿Odiarán a Donald Fagen? ¿Alguien en Twitter escribirá “Donald Fagen, sinvergüenza, hace 30 años que no hacés un disco como la gente, hijo de puta, vivís de Aja y Gaucho”? ¿Alguien hará ese tipo de cosas?

Me acuerdo perfectamente de los reportajes a Calamaro de la Rolling Stone y de La García cuando salió El Salmón. Grandes banquetes discursivos donde Calamaro deliraba con el lenguaje y hablaba de Charlie Feiling, los poetas de la zurda y los métodos de composición kamikaze o algo así. Creo que también ahí estaban sus teorías políticas sobre las canciones de amor del rock nacional, donde la Chica también era la República. A mí todo eso me impactó muchísimo. Uno puede ser el máximo fanático de Charly García y Luis Alberto Spinetta pero al único de aquella estirpe que vi en su esplendor fue a Calamaro (Fito también nos quedó lejos a los nacidos a mediados de los 80’).

No sé si lo estoy inventando (probablemente sí) pero en La García declaraba que era amigo de algunos jugadores de River porque el plantel concentraba en el mismo hotel en el que él vivía. Eso me pareció increíble: que la Bruja Berti conociera a Calamaro le daba una redondez total al pobre imaginario de mi adolescencia (no muy diferente al de mi adultez, ¿no?).   

No sé si no será un lugar común decir que El Salmón tiene muchos temas de más. Como si la existencia de un disco con 103 canciones garantizara que tiene temas de más. En todo caso tendrá temas de más para otras subjetividades y yo no me puedo hacer cargo de las otras subjetividades. Esto parece una boludez pero a veces con tal de estar de acuerdo con lo que dicen los demás nos hacemos cargo de una subjetividad ajena. En fin. Yo creo que, justamente, teniendo en cuenta que tiene 103 temas ¡son pocos los temas de más! Tal vez el cd 4 es el más flojo, aunque ahí está el cover electro de “No woman no cry”, la balada suicida “Presos de nuestra libertad” y el dub porno de “Empanadas de vigilia”.

Para hacerla corta y dejando en claro que no sé muy bien qué estoy escribiendo, en este nuevo repaso por El salmón sentí que se destacaban dos temas del cd 1, el más olvidado por haberlo escuchado tanto al principio (hablamos de algo que pasó hace 15 años).  

“Ok perdón” siempre me pareció un tema extraño porque habla sobre el desamor de los terceros y no del que canta. Pero lo más singular es que Calamaro escribe una canción de rechazo con una amabilidad extraordinaria. Lo que le pide a la rebotada es que aprenda a perder porque eso le va a suceder muchas veces en su vida. El tema tiene versos geniales como cuando se pregunta, desde las alturas a las que sólo pueden llegar los perdedores místicos: “¿Cuántas veces me dijeron que “no” a mí y sobreviví?”. Ahí Calamaro tiende el puente imposible y necesario entre el rockero estrella y su público masculino. De hecho es como si, a grandes trazos, sin que esto signifique una valoración real (es decir, que puede servir más allá de los límites simbólicos de este texto) Honestidad Brutal fuese un disco para minitas y El Salmón un disco para tipos. “Ok perdón” se resuelve con un pacto para acortar diferencias entre personas distanciadas del mismo palo: “Igual somos amigos porque para enemigos hay un montón de gente corriente”.   

“Horarios esclavos”, el tema que está a continuación de “Ok perdón” también halla su espíritu en el devenir cotidiano del muchacho que escucha a Calamaro. La letra obliga a pensar seriamente para qué tanta exaltación de la poesía en el rock si las letras de rock bien compuestas son mil veces mejores que la forzada comunión entre poesía y ritmo rockero. Me refiero específicamente a una secuencia de la canción. El tema trata sobre la dificultad de amalgamar una vida bohemia y al mismo tiempo pertenecer a la sociedad como individuo productivo. El sujeto enunciante, como decíamos en Letras, se rebela contra esta dictadura invisible llamada “trabajo” y arremete con unos versos maravillosos:

Hoy me quedo a escuchar
algunas canciones preferidas.
Quiero ordenar los discos
y ver el fútbol por televisión.

Pocas veces sentí tanta empatía con la letra de una canción, es como si Calamaro fuese el genio de los vulgares paraísos masculinos. ¿Qué otra cosa queremos hacer sino escuchar canciones preferidas, ordenar discos y mirar fútbol por televisión? 



miércoles, 25 de marzo de 2015

Una gran historia con personajes geniales y excelentes interpretaciones


En menos de un mes vi los 86 capítulos de The Sopranos y se me ocurrió hacer algunos apuntes arbitrarios e innecesarios.

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En sus mejores momentos The Sopranos te convence de que lo único necesario es una gran historia con personajes geniales y excelentes interpretaciones, que todo lo demás (la experimentación de las vanguardias que supimos conseguir: disolución del personaje, fragmentación narrativa, ruptura de la linealidad temporal) es simplemente el recurso de los que justamente no tienen la suerte de tener una gran historia con personajes geniales y excelentes interpretaciones. Como si ver una serie sobre un ghetto conservador (la mafia italiana implantada en el corazón yanqui: católica, misógina, republicana) te volviera conservador como espectador.

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Todo lo que se dijo sobre James Gandolfini, el Jesucristo de la era de las series, es verdad. Pero no sólo habría que decir que le creemos todo como Tony Soprano, sino también que uno es capaz de oler los pedos que se tira después de intoxicarse con comida india y de intuir cosas más allá de lo que cuenta la serie, como por ejemplo la fragancia a perfume pasado de rosca, esa que inunda los ambientes cuando un tipo poderoso entre en un lugar cerrado. La construcción del personaje es tan inteligente como para alternar secuencias en las que resulta un gordo encantador con otras en las que es un hijo de puta indignante. Pero no hay ambigüedad ni chantaje moral en ningún momento de la serie: como en la vida, siempre sabemos que estamos amando a un psicópata.

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Respecto a las series que vimos ya entrados los 2000 (y hoy se encuentran en el ocaso de sus dinámicas narrativas), The Sopranos anticipa varios tópicos que ya se volvieron redundantes: la distancia, explotada dramáticamente, entre el personaje social y el individuo privado; el sueño como detalle sobrenatural para explayarse o bifurcar la trama (el psicoanálisis como rama de la literatura fantástica); el flashback ("el artista antes llamado racconto"); la muerte de personajes importantes (algo que no ocurría muy a menudo en series de la década del 80' o 90'); el desfase entre historia narrada e historia “real”, etc. Hay, especialmente en ciertos lapsos oníricos, algunas imágenes que recuerdan a Twin Peaks.

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The Sopranos tiene una libertad estilística que hoy parece muy curiosa. Por ejemplo los capítulos no terminan con esos ganchos forzados que sustituyen el suspenso con demagogia argumental (remarcando grotescamente el predominio del mercado por sobre el producto artístico). En The Sopranos los finales son distinguidos, piezas de colección en sí mismas. A veces recurren al anti clímax (como por ejemplo en la extraordinaria secuencia final del último capítulo). Casi siempre hacen espacio donde no hay y suena algún tema muy famoso que la serie resignifica a la perfección (en ese sentido es una enciclopedia de la música popular de los últimos 50 años). Son especialmente inolvidables los finales con “My lover’s prayer” de Otis Redding, “Thru and Thru” de Los Rolling Stones (nótese el detalle: se elige como tema final de la segunda temporada un tema de los Rolling cantado por Keith Richards) y “Can't Put Your Arm Around A Memory" de Johnny Tunder. La música siempre está presente, no sólo como banda de sonido para el espectador, sino como parte de la vida cotidiana de los personajes. Tony siempre escucha una radio de rock clásico. Hay un momento muy gracioso en el que maneja y canta “Dirty Work” de Steely Dan. En ese sentido, ya en la presentación (Tony recorriendo la ciudad desde su camioneta) la elección de “Woke up this morning” de Alabama 3 era acertada y te predisponía a ver la serie con más ganas desde el primer capítulo.    

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El lastre de la tradición de ficciones sobre la mafia está hábilmente resuelto a través de la referencia casi inmediata. Es como si David Chase (el creador) dijera implícitamente que si vas a robar algo, lo primero que tenés que hacer es admitirlo. Silvio Dante, el consiglieri de Tony, se la pasa imitando una secuencia de El Padrino III. Chris, otro capo de la familia, es un cinéfilo obsesivo que termina coproduciendo una película bizarra que mezcla el cine de mafia con el de terror (el monstruo es un capo descuartizado que vuelve de la muerte para matar a su jefe).

The Sopranos parte de la premisa de Analízame: el jefe mafioso que recurre a la psicología para revisar su crisis de virilidad: ataques de pánico, disfunción erectil, estrés, etc. La película se estrenó el 5 de marzo de 1999, la serie el 10 de enero del mismo año. Sin embargo, el desarrollo de la serie es inmensamente más profundo y dramático que el de la comedia. Y si me permiten la herejía: que el de El Padrino y Buenos Muchachos. The Sopranos es una serie que ocurre en el submundo de la mafia pero que habla de las relaciones de pareja, de las diferencias generacionales entre padres e hijos, del extraño mundo de los ancianos, etc. De la familia, en fin. Es una mezcla de Los Benvenuto y Los Simpsons dirigida por Scorsese. No se trata de un claro ejemplo del género realista (The Wire, otra serie emblemática de HBO, cumple mejor con ese encasillamiento), sino más bien naturalista: pocas veces se vio comer, coger y matar como en The Sopranos. Rodrigo Fresán dijo alguna vez que The Sopranos era a The Wire lo que Elvis a The Beatles. No estoy de acuerdo pero me gustaría que la comparación se me hubiese ocurrido a mí. Creo que Lost era los Beach Boys.

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Sin dudas lo más atractivo de la serie es la cantidad increíble de personajes inolvidables: el mencionado Silvio; Paulie (un subordinado de Tony que se roba varios capítulos y fue parte de la mafia en la vida real); Janice, la hermana new age de Tony; Livia, su madre castradora; Carmela, la esposa; el increíble Tío Junior (cuando empieza a perder el bocho está mirando la tele y cree que es Larry David); Vito, el capo homosexual; Johnny Sack, el capo neoyorquino enamorado de su mujer gorda; los dementes Ralph y Richie Aprile. 

La lista es eterna, pero mi personaje favorito es Chris Moltisanti, el sobrino de Tony con cara de camello, que dilapida su futuro como Jefe entre la adicción a la heroína, su relación tormentosa con Adriana La Cerva y sus ínfulas de escritor y director de cine. Chris es patético, en las dos acepciones del término: la que utilizaba Borges en sus ensayos y la que usan las chicas conchetas para referirse a alguien insoportable. Michael Imperioli, el actor que lo interpreta, le otorga un espíritu ambivalente. Es, al mismo tiempo, un niño en cuerpo de adulto y un personaje de Tarantino que se mueve en ese terreno en el que la ternura siempre está a un paso de la más horrible brutalidad. Mientras veía The Sopranos pensaba que a veces uno se cruza con Chris, la clase de tipos que te ponen nervioso y nunca se sabe con qué mierda van a salir. Es muy placentero mirar sus desventuras en el monitor, diversión garantizada, pero en la vida es mejor estar lo más lejos posible de alguien como él.   

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Ahora me cuesta mucho ponerme a ver otra serie. Es como dejar el budismo para ser umbanda. En una época en la que todos recomendamos series que al final decepcionan (The Walking Dead, Game Of Thrones, Homeland; por no hablar de porquerías serias como Under the dome, Bates Motel, Helix y un largo etcétera), estoy esperando que llegue el futuro para poder ver otra vez The Sopranos

miércoles, 18 de marzo de 2015

Pasado, presente y futuro de River Plate


Me fui a la mierda con el título, pero en fin. 

Antes de decir algo, habría que explicar que el declive de River no empezó en el verano con la goleada 0-5 contra Boca (significativa pero absolutamente exagerada por los medios: ¿desde cuándo un Torneo de Verano tiene importancia?) ¡sino a mediados del semestre pasado!, cuando se lesionó Kranevitter, se empezó a empatar (tres partidos consecutivos: Boca, Arsenal, Lanús) y el equipo perdió el juego colectivo, abastecido en base a la presión ofensiva y la efectividad en los pases de sus jugadores. A partir de ahí River fue contundente, pero dejó de brillar y aplastar a los rivales (algo que, francamente, no es muy posible de sostener en el tiempo). El logro en la Copa Sudamericana (y especialmente la eliminación en las semifinales a Boca) barrieron debajo de la alfombra el bajón y otro problema inquietante: el abuso de juego brusco. Por momentos, aun ganando, el equipo pareció desequilibrado y confundió templanza con violencia. Las amarillas y las rojas llegaron a su cenit en el famoso 0-5. De hecho tal vez lo único positivo de este comienzo de campeonato local y Libertadores es que River volvió a la senda del juego limpio. 

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Con una racionalidad inquietante para el hincha ansioso D’Onofrio reemplazó los “jugadores falopa”, expresión acuñada por Passarella que tuvo su auge en la era Aguilar (Robert Flores, San Martín, Salcedo, Paniagua) por la austeridad era Francisco I: para este semestre sólo vinieron Mayada y Martínez. En el anterior se había aplicado la misma política: Chiarini y Pisculichi, más los regresos de Sánchez y Mora que resultaron refuerzos de jerarquía (Ramón Díaz les había bajado el pulgar). Cirigliano, un número cinco auspicioso, fundamental en el Torneo de Ascenso, no fue tenido en cuenta.    

Aimar, el crack veterano que ostenta el orgullo de ser el ídolo de Messi, el jugador que salvo contadas ocasiones (River, Valencia, un poco en Benfica), nunca fue aprovechado plenamente por ninguno de los equipos en los que jugó (por lesiones, por irregularidad en el rendimiento), fue una apuesta arriesgada que por ahora no salió del todo bien: se pensaba que podía jugar la Libertadores pero cuando estaba a punto de recuperarse volvió a entrar al quirófano. De todas maneras su ausencia no explica ni un dos por ciento de la situación de River, que en ese puesto cuenta con Pisculichi, el mencionado Martínez y el de las inferiores, Tomás.  

El ex jugador de Huracán estuvo a punto de llegar al plantel el semestre pasado pero la operación no pudo llevarse a cabo. Era uno de los objetivos de Gallardo y por ahora es el mejor jugador del equipo. Aunque sus apariciones fueron esporádicas (no es titular y encima se lesionó), mostró un nivel superior al resto. Rápido, de una gambeta productiva (va hacia adelante) y con un buen panorama para hacer pases entre líneas (es un gran “asistidor”), se ganó el cariño del hincha con muy poco. Por ahora suele diluirse en los segundos tiempos, aunque tal vez se deba al poco rodaje. Mayada, el tercer uruguayo del plantel, todavía es una incógnita. Aunque tuvo varios momentos brillantes, especialmente con sus arranques por derecha pegado a la línea, en los que empieza de marcador de punta y termina de wing derecho, a veces se lo nota demasiado desprolijo en la resolución de las jugadas y carente de marca, aunque este último más que un defecto de él, es un desperfecto del plantel, que no encuentra reemplazante para Mercado (Solari nunca dio resultado).         

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Si lo que se advierte es una pérdida notable de cohesión en el juego asociado de los delanteros y volantes ofensivos y una falta de coordinación alarmante en la defensa la razón quizás radique en el bajo nivel de muchos jugadores que el año pasado llegaron a rendir por encima de cualquier expectativa. No hay esplendor colectivo sin plenitud individual.  

Funes Mori, que había tenido una evolución sorprendente (lo que llevó a algunas exageraciones, como compararlo con Passarella) sufre una regresión considerable. Algunos consideran que estaría ingresando nuevamente en el útero. Rojas, un mediocampista que se había convertido en el corazón secreto del equipo, con su prolijidad en los pases y su alto sentido de la ubicación (tanto para cortar avances del rival como para crear juego), hoy es totalmente intrascendente. Kranevitter nunca recuperó el nivel de comienzos del campeonato pasado. En cuanto a Teo (uno de los más criticados): siempre fue así. Incluso en sus mejores partidos suele desaparecer durante largos tramos, en los que hace gala de su exasperante displicencia, que se convierte en calidad cuando las cosas le salen bien. Así se podría continuar con casi todos los jugadores con excepción de Sánchez y Mora: Pisculichi, Barovero, Maidana, Vangioni, Mercado.

Los pibes (Simeone, Driussi, Boyé, Solari, Tomás Martínez) todavía no han demostrado ese plus de frescura y atrevimiento que uno espera habitualmente de los más jóvenes. Cavenaghi obviamente no está pasando por su mejor momento: cae en off side continuamente, abusa del pase atrás, etc. A veces sus intervenciones parecen lentas y redundantes pero son acertadas: quiere darle un poco de perspectiva y respiración al equipo atolondrado. Su primer tiempo contra Unión fue muy bueno. En otras ocasiones confunde instinto goleador con egoísmo, pero eso le pasa a casi todos los delanteros del mundo.   

Chiarini y Urribarri son Chiarini y Urribarri.       

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Muchos se preguntan qué le pasa a River aunque tal vez mejor sería preguntarse qué le pasó el año pasado para jugar tan bien y destacarse en forma tan ostensible del resto de los equipos. Probablemente nunca se vuelvan a dar las condiciones para que el equipo brille, aunque sí es factible que se encuentre un equilibrio entre la efectividad ofensiva del principio y la sobriedad defensiva del final (me refiero al semestre pasado). El Campeonato es muy largo y todavía no se perdió ningún partido. De ganar mañana, increíblemente (por lo mal que está jugando), puede quedar segundo en el grupo de la Libertadores. Si ninguna de estas proyecciones optimistas suceden, bueno, hay cosas peores.


Por otro lado al periodismo (y al hincha en general) le conmueve el morbo de que los archienemigos siempre estén en condiciones totalmente opuestas. El año pasado River jugaba mejor y Boca empezó a renovarse con la llegada de Arruabarrena, sin embargo el análisis era que River se parecía al Barcelona y Boca a Juan Aurich. Hoy es al revés. Así es la vida, amigos. 

jueves, 12 de marzo de 2015

Computación sin computadoras


En quinto grado me gané una "beca" para estudiar Computación por ser el mejor alumno. Ser el mejor alumno es siniestro. Esa mezcla de odio y vergüenza de sí mismos de los demás era un cóctel mortal para mi cerebro. Cuando en séptimo llevé la bandera sentí que estaba en un cuento de Kafka. Ser el mejor alumno es ser una cucaracha. Pero si sigo siendo una cucaracha no es precisamente porque siga siendo el mejor alumno.

Lo bueno del breve curso de Computación es que me permitió ser el peor alumno. Yo no entendía nada. Y claro que no entendía si en mi casa no tenía computadora e iba a un curso sólo cuarenta minutos por semana. ¿Cómo querían que supiera? Tomé un par de clases y nunca más se habló del tema.  

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En el Industrial cuando pasabas Noveno tenías que elegir una especialidad. Elegí Informática porque me pareció que me iba a ensuciar menos que en Mecánica o Construcciones pero siempre supe que tenía mis días contados. El día que repetí me tomé el 573 y hacía mucho calor. Me acuerdo porque tenía una remera negra y el sol me pegaba en el estampado enorme de la espalda. Prendí el walkman y estaban pasando el tema ese de Eminem que sampleaba otro de una cantante llamada Dido.

Durante el tiempo que estudié Informática (un año) no alcancé a entender nada. Usaban un programa, Pascal, y hacían cosas maravillosas pero absolutamente aburridas, cosas que se regodeaban en el aburrimiento que causaban, como si existiera el aburrimiento barroco. En Algoritmo muchas veces sentí que estaba estudiando el idioma de los extraterrestres. Mis compañeros eran salvajes y escupían a los profesores. Una compañera era más extrema: masticaba Criollitas, escupía en la mano el bolo alimenticio y se los tiraba por la cabeza a quienes le caían mal. Los bolos se amontonaron arriba y al costado del pizarrón y con el tiempo se convirtieron en figuras macizas con formas de gárgolas.    
  
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Después de repetir en el Industrial me fui a otra Secundaria. Evidentemente creían que el lujo era vulgaridad: en Informática nos daban Computación y no teníamos computadora.

Computación sin computadoras, parece un chiste o un verso de una canción de Calamaro.

El director de esa Escuela se llamaba Arroyo y es un político de derecha muy conocido en la ciudad Feliz. Siempre me estaban corriendo porque no respetaba el look milico del establecimiento: corte media americana, corbata, sin barba, sin bigote, etc. Un día Arroyo se me acercó y me susurró “Alumno, usted parece un hippie”. Todavía puedo sentir el aroma a cigarrillo y jabón que despedía su fabulosa cabeza. Durante la adolescencia eso fue lo más parecido a un triunfo, pensé que aunque sea me parecía en algo a un chico de un colegio cool, de esos en los que los alumnos son lindos, no como éramos nosotros en todas las escuelas a las que fui, flacuchos y dientones, ¡como horribles liebres desnutridas a punto de ser degolladas! Tal vez exagere un poco. Mientras estuve en la Media 2 creí que estaba bajo las garras de un régimen de facto,  pero ahora Arroyo me cae bien. El tipo cranea proyectos emocionantes como sacar los corsos de las plazas públicas y llevarlos a  un lugar cerrado para que no molesten con el ruido; o negarle a Manu Chao el título de visitante ilustre porque lo considera ¡un anarquista! Estoy de acuerdo con las resoluciones de Arroyo pero no por sus mismas razones. Si sigo así dentro de diez años voy a tener las mismas razones.

En fin. Computación sin computadora. La tarea consistía en dibujar un teclado y destacar para qué servía cada tecla. Por ejemplo “¿Para qué sirve Repag?”. Bueno, en realidad eso nunca lo aprendí pero era lo que se estilaba.

Nos pasábamos clases enteras repitiendo la diferencia entre Hardware y Software, como si fueran claves secretas para ingresar al mundo del Futuro. Anotábamos los pasos a seguir para saber qué hacer el día que tuviéramos la enorme fortuna de poder guardar un archivo en un disquete real.

El proyecto final era que cada uno construyera una computadora con cajas de pizza y fósforos hábilmente entrelazadas. Nadie la hizo. En esa época la dignidad no se negociaba.  

jueves, 5 de marzo de 2015

Vindicación de las lonas/Intoxicados




Vindicación de las lonas 

A nadie le sorprende que un psicoanalista o un abogado escriba en sus ratos libres, eso es lo más natural. Pero puedo asegurar que la idea de que a alguien que trabaja con sus manos (un albañil, un carpintero) se le ocurra escribir se encuentra desterrada de todas las mentes del mundo, por más abiertas y modernas que sean. No los juzgo, yo también tengo el mismo prejuicio. Parece que la escritura es para las personas que tienen una profesión, no un oficio.   

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Intoxicados 

Pity Álvarez terminó de incrustarse en nuestro corazón cuando todavía en Viejas Locas sentenció “Homero”, su preciosa balada sobre la clase trabajadora argentina, con un epitafio premonitorio y fatal: “Pocos son los que van a zafar”. El verso arrojaba la conclusión de toda una década y se adelantaba involuntariamente a Cromañón, el final simbólico y doloroso de la generación chabona a cuyas filas Pity había pertenecido como uno de sus más ilustres representantes. 

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lunes, 2 de marzo de 2015

Sólo por hacer la contra


Sólo por hacer la contra me gustaría que Tan Biónica me parezca una gran banda. El grado de encono que genera la banda seguramente habla más de nosotros como público rockero sin brújula que de Chano and Company. Tan Biónica se convirtió en un chivo expiatorio. En cierto punto, la sola mención de su nombre fue asimilada al insulto. La verdad es que se suelen atribuir a Tan Biónica todos los males del “rock nacional” cuando la banda, en caso de encarnar algún mal, es más una consecuencia que una causa.

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Una de las razones del odio que genera Tan Biónica se concentra en el tipo de público que sigue a la banda. La ortodoxia rockera, corriente de pensamiento basada en la orgullosa liberación de prejuicios y sectarismos, suele mirar de reojo a las bandas con público mayoritariamente femenino y adolescente. Porque el público de Tan Biónica ni siquiera llega a estar conformado por mujeres, como sucede con las legendarias amas de casa cansadas de la rutina que siguen a Ricardo Arjona, sino por “minitas”. Minitas que gritan permanentemente haciendo gala de un fanatismo enceguecido y un desconocimiento absoluto de la historia del rock argentino. El rockero desconfía de este tipo de público (exceptuando el género y la franja etaria, no muy diferente al de Los Redondos o Cerati) porque supone que más que por aspectos musicales, la “minita” se entusiasma por circunstancias de tipo hormonal. Tal interpretación camufla otra más incómoda: la certidumbre de que Chano, siendo o pareciendo (con mucho énfasis) un paparulo perfecto, tiene más posibilidades de tener sexo en una noche que nosotros en toda nuestra vida. La verdad es que el ataque hacia esa clase de público es injusto: muchos de los fans de Tan Biónica se están iniciando en el rock y es posible que la banda les sirva como trampolín hacia otros artistas, aunque no es alocado pensar que, desprejuiciados, ya escuchen Tan Biónica y Pink Floyd sin sentirse culpables de un delito moral.

En cuanto al prejuicio sobre el público femenino habría que aclarar que otras buenas y significativas bandas de rock argentino han sido imputadas por lo mismo sin que por ello se dudara masivamente de su talento: Serú Girán, Soda Stereo, Babasónicos. Si la mención de Serú Girán parece desacertada sólo lean entrevistas y cartas de lectores de la época en Expreso Imaginario. Estos casos de consumo cultural mayoritariamente femenino, en los que la crítica al objeto se traslada al menosprecio de sus seguidoras, suele darse en otros ámbitos. Sin ir más lejos veamos el escándalo que causa en las mujeres y hombres sofisticados la existencia de mujeres aparentemente no sofisticadas que se excitan con Cincuenta sombras de Grey.   

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Tan Biónica parece amalgamar la música que se oye habitualmente en las publicidades de celulares (un electro pop muy FM y apto para todo público) con las secuelas de una generación canchera que en vez de bucear en las obras cumbres de Spinetta y García decidió quedarse con los estereotipos de Calamaro, Páez y Cerati. Es decir, el aleph de todo lo que está mal en la vida. No culpo a Calamaro, Páez y Cerati por la existencia de Tan Biónica, digo que en Tan Biónica intuyo (tal vez en forma errónea) cierta metabolización a la bartola de estos tres compositores, que llegaron a niveles de exquisitez en más de una ocasión. La misma relación de dependencia se da entre Redondos y Callejeros o Pity Álvarez (Viejas Locas, Intoxicados) y Jóvenes Pordioseros. Los ejemplos son innumerables. Un artista puede inventar a otro sin siquiera tocarlo. Daniel Hendler es un actor de Martín Rejtman y nunca trabajó en una película de Martín Rejtman. En fin. Lo dijo el mismo Chano: “Spinetta y Charly García no me producen nada” (de allí la referencia a los dos patriarcas en el inicio del párrafo). La frase apuntaba directamente a los cimientos de la cultura rock argentina y provocó una mini polémica. El problema no es descartar a Spinetta y a Charly con tal soberbia (algo que han hecho muchos, especialmente con García, casi como rito de iniciación), sino decirlo y que tu música no esté a la altura de tales pretensiones. Uno puede criticar muchas cosas de los escritores argentinos pero nadie es tan necio como para ponerse en contra de Borges sin ironías. No podemos decir lo mismo de los músicos.  

La lírica de Chano hace una épica del reviente nocturno, electrónico y selecto de los jóvenes ABC1 de la Buenos Aires del Siglo XXI (aunque su música atravesó todas las capas sociales).  Las melodías zigzagueantes y frenéticas (casi siempre matizadas por una gruesa capa de sintetizadores) parecen recrear la banda sonora del consumo de determinadas sustancias tóxicas, con sus efectos colaterales: ansiedad, desequilibrio, agitación, etc. A este tipo de piezas se contraponen las canciones del bajón, que ya no ocurren en la noche sino en la mañana posterior al reviente. “Chica biónica”, el tema que abre su primer disco oficial (Canciones del huracán, 2007) parece una declaración de principios: “Sobreviví, mi novia biónica empolva su nariz/ en duras tardes cotidianas/ canta la Capital, la radio anuncia las catorce/ y la ciudad va recogiendo mis pedazos”. “Arruinarse”, el primer hit, predecible ya desde el título, es una canción de versos pre adolescentes con el sujeto abandonado quejándose porque la chica/merca no lo quiere más. (“Detesto no saber si te acordás de mí/ O no te importa nada de lo que me pasa”). El tercer tema (¡“Mis madrugaditas”!) es un híbrido de electrónica y cumbia (a la Bersuit), donde se rima la palabra “cerveza” con la palabra “tristeza”. Incluye frases del tipo “Por perder el control, lo pierdo todo”. El resto del disco deambula por los mismos parajes pachangueros, con algunas tendencias que, a futuro, se convirtieron en el ADN de la banda: referencia constantes a Buenos Aires (más que a un letrista, descubrimos en Chano un geógrafo frustrado), multiplicación de diminutivos, exclamaciones y la hazaña de intentar una poética desde el discurso de un mensaje de texto mandado a las cuatro de la mañana. No siempre la suma de los defectos crea un estilo, a veces la suma de los defectos da como resultado muchos defectos. Algunas otras frases imperdibles: “Qué rica pastillita fuerte”; “acostumbrado a mis nochecitas/ voy emparchando mis fisuritas”; “Everybody welcome/ Sangraba plush, bijouterie”; “la cocaína seca las lágrimas/ y es el combustible de mi ciudad”.  

Obesionario (2010) sigue exactamente la misma tónica, con canciones llamadas “Dominguicidio” y “Pastillitas del olvido”, nuevas alusiones a la ciudad de Buenos Aires y frases del tipo “este amor es como un helado caliente/ que te quema cuando lo querés chupar”. Hay, eso sí, un aumento de climas oscuros en la intro de las canciones, por lo que se deduce un aumento del consumo o una baja en la calidad de los tóxicos. Destinología (2013), último disco por el momento (ya sale Hola Mundo) es un acto reflejo del fallido Mylo Xyloto y sin Brian Eno.

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Después de formar parte de innumerables charlas en las que los interlocutores (entre ellos un servidor) criticaban a Tan Biónica sin siquiera haber escuchado un tema creí oportuno dejar de lado los prejuicios y, como decíamos en los 90, “ver qué onda”. Escuchando la discografía de Tan Biónica es sorprendente lo mucho que se parece la banda a su propio estereotipo. Básicamente no hay nada en los discos de Tan Biónica que no hayamos adivinado con escuchar dos temas de pasada en la radio. Lamentable y musicalmente Tan Biónica es el triunfo de nuestros peores prejuicios. El resto es propio de toda la cultura rock en Argentina: construir una identidad a partir del síndrome de Peter Pan, replicar discos exitosos del rock de afuera, usar trajes ridículos, etc.  

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Volviendo a las letras, este tipo de contenido (incluso su dinámica: “me coloco, luego fisuro”) también es muy propio del rock. Tal vez Tan Biónica abusó, fue demasiado lejos. La diferencia es que si la cultura rock habitualmente utilizaba técnicas de reviente como medio para llegar a un fin (y así le fue), en Tan Biónica el fin parece ser el mismo reviente (y así les va). Y aquí nos encontramos con un “problema” del que Tan Biónica (o por lo menos su imaginario) es solo un emergente.

Por otro lado nótese que el rock es moralista hasta cuando se droga, sus teóricos nos convencieron de que incluso drogándonos tenemos que tener algún tipo de proyecto a largo plazo, ya sea encontrarle sentido a la vida, hablar con Enrique Symns, hacer Sgt. Pepper’s o tirarnos de un noveno piso.   

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En conclusión: a excepción de hacer música que no nos gusta, se declara a Tan Biónica inocente de todas las acusaciones que se hicieron en su contra; asimismo Tan Biónica sólo puede acercarse al rock presentando una orden legal; el rock, por su parte, puede volver a renacer sólo a 100 metros de donde se encuentre Tan Biónica.