martes, 28 de abril de 2015

La proveeduría de Dios


Mi tendencia a mirar cualquier tipo de entrevista y creer que allí se encuentra el secreto de la vida ayer tuvo un capítulo más, cuando haciendo zapping me encontré con Facundo Cabral a fines de los 70’ entrevistado en el programa español A fondo, el mismo de las entrevistas a Borges, Cortázar y Di Benedetto, entre otros.

Al igual que con Brian Eno, siempre me dio la sensación de que la obra de Facundo Cabral no estaba a la altura de su personaje. Ayer lo comprobé. Si nos dejamos llevar por su manera de hablar, Cabral debería ser el Bob Dylan de la lengua castellana. Tal vez lo sea y la costumbre del rock nos anule la posibilidad de disfrutar de otras cosas por fuera del género.  

Lo primero que me sorprendió del reportaje fue el look de Cabral. Acostumbrado a su imagen icónica (rulos desbordados, barba y bigote setentosa), acá aparecía totalmente afeitado y con el pelo rapado casi al límite. Su rostro mezclaba al clásico morocho del conurbano, estereotipo de la picaresca argentina, y al Lennon primal de Plastic Ono Band. Por eso no me pareció raro que, entre las muchísimas referencias que hizo, mencionara también a los Beatles.   

Todas las respuestas de Facundo Cabral eran geniales, propias de un iluminado. Cuando le preguntaron por el folclore argentino dijo que Falú era el Yin y Atahualpa el Yang, una conclusión que, cierta o no, podría encantar a las juventudes hipsterianas.

Los tres grandes maestros de Cabral: Walt Whitman, Atahualpa y Borges (con quien conoció la metafísica).

Sobre Macedonio Fernández contó una anécdota: todos los días escribía poemas y los quemaba porque lo contrario sería desconfiar de la proveeduría de Dios. Cuando le preguntaban por qué los quemaba respondía “Dios proveerá”.

Todo el discurso de Cabral estuvo matizado por un coctel de distintas filosofías (zen, oriental, cristiana) capaz de realizar vueltas de tuerca a cualquier razonamiento lógico fundado. El resultado fue lo más similar que escuché a una autoayuda que, aun valiéndose de lugares comunes y clichés, puede funcionar. ¿Por qué? ¡Porque lo dice el fucking Facundo Cabral y no Stamateas! Por ejemplo, en vez de decir que su padre lo abandonó a los seis años, Cabral repitió varias veces que su padre “perdió el camino de vuelta a casa” cuando él tenía seis años.

Cabral dijo que antes sus canciones denunciaban las cosas que odiaba pero que después se dio cuenta de que si hablaba de lo que no quería, sus oyentes, en vez de conocerlo a él, sólo iban a conocer a sus enemigos. A partir de ese momento empezó a cantar sobre las cosas bellas de la vida.    


En determinado punto de la entrevista Cabral tomó un vaso con agua y lo elevó. Cuando todo hacía pensar que se iba a referir a la eterna disyuntiva sobre el vaso medio lleno o medio vacío, dijo: “Algunos pueden pensar que en una de mis dos manos tengo un vaso lleno de agua; otros pueden pensar que una de mis dos manos está ocupada y no la puedo utilizar”. Claro, pensé, ¡lo importante no es el vaso, es la mano! Nunca se me había ocurrido pensar así. 

jueves, 23 de abril de 2015

Conducta del loco Ben Mendelsohn en cuatro películas


Sin planearlo vi cuatro películas seguidas en las que aparece el actor Ben Mendelsohn. De hecho si hubiese querido planearlo no hubiera podido: no conocía a Ben Mendelsohn hasta que lo vi en cuatro películas seguidas y busqué su nombre en Google.

La primera fue Exodus: Gods and Kings. Ridley Scott fue bastante criticado por esta recreación del mito bíblico. La película fue acusada de las peores maneras. “Aburrida”, “cautelosa”, “solemne” y “demasiado extensa para ver teniendo una vida más o menos interesante” fueron algunos de los calificativos más positivos, sin embargo yo la disfruté mucho. Scott configura la historia de Moisés (Christian Bale; esta vez no bajó ni subió de peso, sólo se dejó la barba) desde un plano realista en las que el componente religioso, sin estar neutralizado, finalmente cede ante las vicisitudes políticas y sociales. La separación de las aguas, por ejemplo, es más un fenómeno meteorológico que un acontecimiento sobrenatural. Al igual que el Cristo de Scorsese, el Moisés de Scott es intervenido por una divinidad pero no sabe exactamente por qué ni con qué fin. En algunas escenas habla con Dios (personificado en un niño que sólo él puede ver) y uno de sus aliados lo espía como si fuera un auténtico esquizofrénico. Mendelsohn interpreta a Hegep, el encargado de la ciudad a la que fueron confinados los hebreos, un libertino amanerado que practica el mal con mucha pasión. La debilidad de Ramsés II (Joel Edgerton), convierte a Hegep en el verdadero villano de la película. La actuación de Mendelsohn es correcta pero no pasará a la historia.       

La segunda película en la que apareció Mendelsohn se llama Black Sea. El protagonista es Jude Law. Hay algo noble y edificante en el galán que se está quedando pelado y en vez de correr a la tienda de entretejidos más próxima, aprovecha su calvicie para sacar chapa de buen actor. Black Sea tal vez no sea la mejor oportunidad para tal apuesta pero el intento es bienvenido. Al igual que la del gran Ridley, Black Sea no despertó gran entusiasmo en la crítica. Esta vez los calificativos recorrieron el arco que va desde “trillado” hasta “mediocre”. El problema, como casi siempre, pasa por las expectativas. Black Sea se ubica en el famoso subgénero “película de submarino” y como tal cumple inmensamente con todo lo que esperamos de una película de submarino: rusos, complicados túneles oceánicos, un tesoro, más rusos. Para todo lo demás está Xavier Dolan. La misión del submarino clandestino, capitaneada por nuestro amigo Law, es encontrar un tesoro nazi hundido, por supuesto, en el Mar Negro. Ahora que la describo entiendo perfectamente porque a nadie le gustó la película. La tripulación es un cóctel que, al decir del Indio Solari, no se mezcla solo: un grupo de yanquis y rusos que naturalmente se odiarán y rápidamente se asesinarán. Mendelsohn hace de Fraser, un buzo experimentado que usa vincha, el más loquito de los yanquis. En esta película ya empecé a entender que Mendelsohn  suele ser requerido para hacer papeles de ese tipo: loquitos, casi siempre peligrosos pero un poco simpáticos. Hay algo en la actitud corporal de Mendelsohn (su pelo desgreñado, su mirada, su andar desgarbado) que lo confina, tal vez dramáticamente, a estos papeles.     

De la misma manera que nos caen bien los galanes que muestran su calvicie con orgullo, casi sacándose de encima el lastre de ser el más lindo, ¡casi cortándose las alas, casi, en un alarde de riesgo innecesario, tirando por la borda todo lo que los hizo ser quienes son!, nos caen irremediablemente mal los galanes que, no contentos con ser galanes, quieren ser directores de cine. Y no sólo directores de cine sino directores de cine de culto. Sin embargo hay excepciones. En este caso se trata del adorado Ryan Gosling, probablemente el hombre que más humedeció entrepiernas de mujeres en los últimos cinco años. La película se llama Lost River. Si les pareció que la crítica había sido excesivamente lapidaria con Exodus y Black Sea no querrán saber, siquiera imaginar, cómo le fue a Lost River. Acertaron: como el culo. Esta vez los calificativos incluyeron los hirientes “ridícula”, “presuntuosa” y “bluff”. El gran error de Gosling fue creerse tan canchero como para reproducir el clima opresivo y onírico de Lynch y mezclarlo con la sordidez marca Cronenberg y salir ileso. Y es verdad, por momentos Lost River parece surrealismo para dummies, aunque sería interesante hacerse la pregunta que nadie se hizo jamás por miedo a que los fans de Spinetta nos enojemos: ¿a quién carajo le gusta el surrealismo?, ¿por qué se cree que algo surrealista es naturalmente bueno?, ¿de dónde viene el prestigio del surrealismo? En todo caso Gosling hizo una película surrealista a la que se le ven los hilos, algo así como una de Lynch pero con Lynch cuerdo, y no está nada mal. En un barrio en proceso de destrucción por órdenes municipales, una familia (encabezada por la colorada de Mad Men) resiste al borde de la indigencia absoluta. Uno de los hijos de la colorada, Bone, se dedica a robar cobre y se mete en problemas con un matón delirante que suele cortarle los labios a sus enemigos. Mientras tanto la colorada consigue trabajo en un boliche en el que se representan shows de gore. El dueño del local gore es Dave, el magnánimo Ben Mendelsohn, a quien a esta altura ya empecé a admirar en forma definitiva. Dave es sordo, libidinoso y canta como Leonard Cohen. Termina con un cuchillo clavado en uno de sus oídos. Parte de la ciudad en que se desarrolla la historia quedó bajo el agua y Bone tiene que sacar la cabeza de la estatua de un dinosaurio para que termine la maldición que acecha a sus habitantes. Nuevamente describo la película y estoy de acuerdo con todos los calificativos lapidarios.     

La última de las películas en las que apareció Ben Mendelsohn se llama Starred Up. La crítica la celebró en forma unánime así que no es divertido repasar los calificativos que le dedicaron. Al igual que Black Sea, Starred Up pertenece a otro subgénero remanido, “la película de cárcel”. Un joven delincuente con una asombrosa facilidad para cagar a palos a todo el mundo ingresa a una cárcel de máxima seguridad donde también se encuentra recluido su padre, interpretado por quien probablemente sea el mejor actor de la historia, sí, el gran Ben Mendelsohn. El punto de la película es el flujo de tensiones entre el padre y el hijo, el hijo y el sistema carcelario, el hijo y el psicólogo progresista, el padre y el psicólogo progresista, el hijo y el grupo de pacientes del psicólogo, el psicólogo y las autoridades de la cárcel, las autoridades de la cárcel y el sistema carcelario (que no necesariamente son lo mismo) y la película y el espectador.

Ben Mendelsohn es australiano y tiene 46 años. No conforme con estar en todas las películas que miro, también estará en la nueva de Star Wars Episodio VII. Actualmente forma parte del reparto de Bloodline, una serie de reciente estreno de la que sólo pude soportar el primer capítulo. Ahí también hace de loquito.  


martes, 21 de abril de 2015

En algún momento de nuestras vidas todos leemos a Juan Forn


Antes de leer La tierra elegida sabía de Juan Forn que:
-tenía un cuento llamado “Nadar de noche” que por haber formado parte de McOndo se convirtió en algo así como un emblema de la literatura de principios de los 90’;
-escribe en la contratapa de Página 12 los viernes y cada tanto sus fans se enloquecen en las redes sociales posteando sus textos;
-Fogwill, cómo no, se enojó con él porque le corrigió una novela;
-y, por supuesto, se fue a vivir a Villa Gesell (cada nota sobre Forn menciona hasta dos y tres veces que se fue a vivir a Villa Gesell).

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La tierra elegida es un libro publicado en marzo del año 2005, es decir que por estos días cumplió exactamente diez años. Sin embargo es totalmente actual. Esta apreciación parece una broma o algo peor (una pelotudez) pero no lo es: por cuestiones relacionadas con el paso consciente del tiempo es más probable que mantenga su actualidad un libro de hace cien años (al que ingresamos sabiendo este detalle) que uno de diez (del que fuimos contemporáneos y creemos que está a la vuelta de la esquina).  

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Es verdad, hay cierto facilismo en la idea de escribir un libro de ensayos sobre el rock o sobre Ortega, Cerati y Justin Bieber: cualquiera sea el resultado, ese tipo de temáticas garantiza algún tipo de lector, tal vez uno solo (tal vez su propio autor), pero lo tiene. El eje programático de Forn (probablemente el mismo de sus notas en Página, algo que no sé porque no las leo) es menos demagógico y más arriesgado. Como Borges en Otras Inquisiciones, en vez de escribir sobre los temas que habla la gente, inventa temas para que hable la gente.

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Llegado este punto debo decir por qué recién ahora que me encontré de casualidad con La tierra elegida (libro de Juan Forn, que se fue a vivir a Villa Gesell) empecé a leer a Juan Forn (que se fue a vivir a Villa Gesell): porque no se puede leer a todos. De la misma manera que no se puede escuchar a todos ni ver a todos. Esto es algo dramático que el espíritu de los tiempos ha olvidado o barrido bajo la alfombra. Todos deberíamos repetir, como Bart en el pizarrón e incluso como Nacha Guevara con pinta labios frente al espejo: no puedo leer todo, no puedo escuchar todo, no puedo mirar todo.   

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Reparación intertextual para quienes no vivieron los 90: en la presentación de su programa Me gusta ser mujer, que emitía ATC a principios de los 90, Nacha Guevara, en bata o camisón, escribía en el espejo “Me gusta ser mujer” con pinta labios o lápiz labial. La letra, compuesta y cantada por la propia Nacha, llegaba a su clímax cuando decía: “Si es necesario errar para aprender/ iré abriendo caminos sin miedo de caer”, algo con lo que, sin dudas, todos podemos sentirnos identificados. Como verán, los 90 no fueron tan malos.    

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Evidentemente en ese intersticio que separa el ensayo del artículo periodístico se pueden encontrar algunas de las prosas y mentes más atractivas de los últimos años. Esa hibridez, esa imposibilidad de etiquetar, quizá, esa misma que hace que Daniel Melero sea demasiado cursi para el rock y demasiado complejo para el pop. Si no saben de lo que hablo, a las pruebas me remito:
-Los libros de la guerra, Fogwill.
-Ensayos Bonsai, Fabián Casas.
-Hablemos de langostas, David Foster Wallace.
-Borges en Sur, Borges, claro.
-La tierra elegida, Juan Forn (que se fue a Villa Gesell).

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Llegado ahora el punto de hablar propiamente del libro de Juan Forn que tanto disfruto (porque el placer que provoca obliga a recomendarlo incluso antes de terminarlo) ya no tengo ganas de seguir escribiendo. ¿Será que soy una víctima de los tiempos y estoy incapacitado (por no decir discapacitado que está prohibido) para sostener mi atención en una sola cosa durante más de treinta minutos? ¿Será que pensé demasiado en Nacha Guevara y ya no hay vuelta atrás? ¿Será que quiero seguir leyendo La tierra elegida? Lo cierto es que en poco menos de cien páginas (y todavía faltan ciento sesenta más) aprendí muchas cosas:

Cosa número uno

La historia real del libro de conversaciones entre Gustav Janouch y Kafka y la maravillosa frase que éste último le dijo en uno de sus encuentros: “Vivimos en una época tan poseída por los demonios que pronto sólo podremos practicar la bondad y la justicia en la más profunda clandestinidad”.

Cosa número dos

Los entretelones de las edificaciones monumentales e inquietantes que Francisco Salamone construyó durante la década del 30 en pueblitos pampeanos de la Provincia de Buenos Aires. El texto por momentos parece un buen cuento de Borges. Forn cuenta que mientras Bustillo tardó 10 años en remodelar la Bristol, Salamone, en el mismo lapso, alcanzó a edificar todos los cementerios, mataderos y municipios que irrumpen violentamente los mencionados pueblitos. Es imposible no ir por la contrafáctica e imaginar una Bristol craneada por Salamone.

Cosa número tres

La existencia de un supuesto libro de Leonardo Da Vinci, el Codex Romanoff, donde el genio cuenta la intimidad de alguno de sus proyectos, como la correcta composición de un sándwich.

Cosa número tres y cuatro

La existencia de una frase de Kierkegaard (que Forn recuerda mientras vindica a García Márquez): “el pequeño problema de la vida es que hay que vivirla para adelante aunque sólo se la entienda mirando para atrás”. En el mismo texto, mientras analiza su autobiografía, Forn cuenta que García Márquez sólo pudo leer el Quijote cuando atendió al consejo de Álvaro Mutis: instalar el libro en la repisa del inodoro y usarlo como purgante.

Cosa número cinco

La existencia de Albert Speer (sin el que probablemente no hubiese existido Salamone), capo del nazismo (creador de su estética y, según dicen, responsable de que la guerra haya durado dos años más), el único que se declaró culpable en el juicio de Nüremberg.   

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Si quieren saber más cosas formidables, sigan leyendo La tierra elegida, un libro ameno, feliz y melancólico, sin estridencias, por momentos genial, como deberían ser todos los libros, ¿no?   


lunes, 13 de abril de 2015

El sistema de Guillermo Vilas


El sábado, antes de ir al FILBA, enganché en YouTube una entrevista a Guillermo Vilas. Participar de cualquier evento público me pone en una situación incómoda y buscaba un poco de distracción pero me encontré con una verdadera clase de filosofía.  

Yo admiro a Vilas desde hace unos años cuando me enteré de que había decidido que toda su ropa sea negra para no perder tiempo en elegirla. Alguien que piensa en ese tipo de cosas, además de tener dinero y tiempo para preocuparse por boludeces, sabe más que el resto de los mortales.

En la entrevista Vilas contaba anécdotas de su vida marplatense que a mí me parecieron propias de una novela iniciática. Algunas de las escenas que relataba no apuntaban a un punto específico pero se acercaban a esas enseñanzas orientales algo misteriosas, en las que el sentido, en vez de ser unívoco y direccionado, tiene tantas ramificaciones como receptores que lo escuchan.

Por ejemplo un día Vilas, siendo un niño extraño y curioso, sale a recorrer la ciudad en su caballo y comienza a seguir al sol, que lentamente va desapareciendo en el horizonte. De pronto anochece y cuando se da vuelta no sabe cómo volver a su casa. Pasa unas horas perdido hasta que reconoce la copa de unos árboles y, guiándose por ese detalle, puede volver.  

Es increíble que nadie haya querido hacer una película con la vida de Vilas. De hecho podría empezar con esa escena.

Vilas era hijo de padres excéntricos y escribía poemas desde chico.

En la adolescencia Vilas caminaba por el centro de Mar del Plata y vio una cola llena de gente rara. Entró y tocaba Pescado Rabioso. David Lebón estaba vestido de mujer y sus amigos se fueron espantados. Pero Vilas se quedó y amó a Spinetta al instante, tanto es así que después fueron amigos (es el padrino de Dante) y grabaron un disco en Estados Unidos, Sólo el amor puede sostener, que tiene un tema con letra del propio Vilas: “Niños de las campanas”. Vilas y Spinetta estaban convencidos de que podían ingresar al Mercado yanqui pero les salió todo al revés. Hoy ese disco es considerado el único desliz artístico de Spinetta y ciertas corrientes de la ortodoxia spinetteana suelen ocultarlo de su discografía. Otras corrientes de la misma religión afirman que el disco es una rareza de culto cercana a la brillantez.  

En determinado punto de la entrevista, y esto es lo que más me interesó, Vilas contó algo que me llamó la atención: dijo que era un tímido crónico pero que con el tiempo había desarrollado “sistemas” (así los llamó) para contrarrestar la timidez. Vilas tiene fama de soberbio así que me despertó mucha curiosidad pensar que en realidad, detrás de esa capa de autosuficiencia notable, se escondía alguien inseguro y dubitativo.

Para representar su timidez Vilas contó que una vez tenía que ir de Balcarce a Buenos Aires y el dueño del auto en el que viajaba cerró la puerta y le apretó los dedos de una mano. Vilas sintió tanta vergüenza que hizo todo el recorrido con los dedos atorados en la puerta.

Esta anécdota tiene toda la pinta de una hipérbole (de hecho probablemente es un tanto falsa) pero expone bastante bien el nivel de sufrimiento absurdo al que puede llegar una persona tímida. Inmediatamente me acordé de una vez que mi primo mayor me llevó a la cancha. Me compró una hamburguesa y le pusieron savora. A mí no me gusta ningún tipo de aderezo pero me daba vergüenza decirle que no iba a comer la hamburguesa que me había comprado así que empecé a trozar pequeños pedazos de hamburguesa y me los fui metiendo en el bolsillo de la campera hasta hacerla desaparecer por completa.

Al otro día me levanté y mi mamá me dijo “Fede, ¿por qué te guardaste una hamburguesa en el bolsillo de la campera?”. No supe qué contestarle.

Aunque se estaba haciendo la hora en que me tenía que ir quería seguir viendo la entrevista interesado en los sistemas que Vilas había desarrollado para vencer su timidez. Aunque “vencer” no sería la palabra correcta ya que Vilas habló de la timidez como si se estuviera refiriendo a una adicción. La droga podrá matarte a largo plazo pero en lo inmediato es placentera. La timidez podrá ser contraproducente en muchos aspectos de la vida pero, paradójicamente, también te hace un tipo más cómodo y menos comprometido con el mundo, ajeno a las responsabilidades y a ciertas convenciones sociales que los demás respetan como un protocolo sagrado (aunque las aborrezcan) y uno, amparándose en el flagelo de la timidez, pasa de largo como un semáforo rojo en la madrugada.   

La cuestión es que Vilas no llegó a explicar su sistema. Y ahora que lo pienso tal vez el sistema sea decirles a los demás que uno tiene un sistema para vencer la timidez aunque no lo tenga: la inseguridad personal que genera la timidez está relacionada con la mirada que los otros tienen sobre nosotros, entonces si los otros creen que tenemos un sistema para vencer la timidez, la timidez desaparece.  


Lo único que dijo Vilas sobre su sistema es que cada vez que ingresa a un lugar se fija dónde ubicarse para salir lo más rápido posible si pasa algo inquietante. Ahora no me parece tan genial (¿qué pasa si el lugar tiene una puerta de entrada y de salida?) pero en el momento que lo escuché creí que era la solución a todos mis problemas. Cuando llegué al Muelle de los Pescadores, el lugar en el que se realizaba el evento, automáticamente busqué la salida más rápida y me sentí más tranquilo. En caso de pasar un mal momento sólo tenía que atravesar los ventanales y tirarme al mar desde la escollera. 

martes, 7 de abril de 2015

Todo lo están filmando


Probablemente fue con el retorno de la democracia que la canción de rock crítica o con cierta pretensión de pantallazo sociológico se volvió anacrónica y algo pasada de moda. Aunque no fue un movimiento totalmente hegemónico las líricas que dominaron el imaginario del rock argentina de ahí en más se volvieron más abstractas y parecieron trasladarse de la escena pública a la privada.

Antes incluso era habitual que se buscaran connotaciones políticas forzando los resortes simbólicos de muchas letras que no hablaban exactamente de eso. Es famoso el ejemplo de “La azafata del tren fantasma”, históricamente asociada a Isabel de Perón o “Las golondrinas de Plaza de Mayo”, relacionada con Madres, aunque de ningún modo se puedan ajustar las fechas (el tema es del 76 y las Madres, aunque comenzaron a organizarse antes, se dieron a conocer públicamente en el 77).

Al neutralizar el tono panfletario de los compositores comprometidos (con los lugares comunes), la censura predisponía a la pirueta retórica, lo que le otorgaba a los temas un soporte mítico y un refinamiento impensado. También es verdad que los males que nos aquejan hoy no son tan dramáticos como los de aquellas épocas. Lo cierto es que hay una canción que dio en el clavo con la sensibilidad social de estos años y pasó desapercibida. Se llama “Todo lo están filmando” y apareció en Alamut (2009), el disco solista de Jorge Serrano, el ala intelectual de Los Auténticos Decadentes. Me vino a la cabeza viendo el nuevo video donde Marcelo Bielsa arenga a sus jugadores franceses después de empatar un partido definitorio.

Al revés de otros DT’s, uno de los hits de Bielsa es no tener trato personalizado con ningún periodista y responder a todos por igual en conferencias de prensa que suelen durar una eternidad. Esto significa, ni más ni menos, el fin del mundo para personas como Fernando Niembro. Ese distanciamiento subrayaba un modo distinto de entender el espectáculo que rodea al fútbol y le dio a Bielsa un aire de misterio, necesario en tiempos en los que todos sabemos todo sobre todos, incluso aquello que de ninguna manera queríamos saber.

Pero ahora sucede algo extraño: casi mensualmente, nos llega un video en el que se lo ve a Bielsa en la intimidad del vestuario o la cancha de entrenamiento felicitando, retando, sermoneando o dándole lecciones de vida a los jugadores de su equipo, el Olympique de Marsella, que casi siempre lo miran como uno habitualmente mira a un loco. Porque es verdad que a Bielsa le dicen "loco" pero hay algo incómodo en esos videos que te hace creer que está loco de verdad o que, en vez de un científico genial del fútbol, Bielsa es uno de esos personajes optimistas, pasados de autoayuda, que llevaron a Robin Williams al suicidio.

Encima sus enseñanzas (que en la intimidad son notables pero al estar viralizadas pierden sustancia) conectan peligrosamente con la moda de las charlas motivacionales, ese chamuyo en el que los exitosos del mundo explican a los fracasados qué tienen que hacer para ser como ellos.

Después de la eliminación prematura en el Mundial 2002 varios jugadores declararon que Bielsa lloraba desconsolado en el vestuario. Eso me parece más emotivo y real que estos videos supuestamente emotivos y reales.    

Ahora bien, ¿por qué filman a Bielsa todo el tiempo? ¿Bielsa no se da cuenta? ¿Bielsa de pronto se copó con la sensibilidad de esta época, que necesita mostrarlo todo, y quiere que lo filmen? En caso contrario: ¿quiénes son los hijos de puta que filman a Bielsa y lo exponen de esa manera? Una cámara es un elemento inquietante que modifica brutalmente el ambiente de cualquier reunión. Nadie, ni siquiera el ser humano más relajado del mundo, actúa de la misma manera cuando alguien desenfunda un celular o una cámara y empieza a filmar o sacar fotos. En Facebook se multiplican los álbumes sobre fiestas, como si el fin de las fiestas fuera justamente la cantidad de fotos que se sacan en ellas.

Uno de los aciertos del tema de Serrano es la contradicción entre el ritmo festivo y pegajoso (un ska) y el texto amargo que anuncia un Apocalipsis secreto, inadvertido por la mayoría, mientras el estribillo repite una y otra vez:

Todo lo están filmando
todo lo están fotografiando
(y hay que sonreír)
para mirarlo después.
Todo lo están filmando,
¡Están queriendo atrapar al tiempo,
están usando una red!

jueves, 2 de abril de 2015

Noticias viejas sobre Tanguito


El domingo, paseando por la Plaza Rocha, me compré Tanguito. La verdadera historia, un viejo libro de Víctor Pintos que hace poco fue reeditado. Pintos trabajó con Piñeyro en la investigación periodística de la famosa y horrenda película sobre el primer mártir del rock argentino pero al darse cuenta de que el proyecta se alejaba cada vez más de la historia real, decidió hacer un libro.

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Como el que hace poco escribió Patricio Zunini sobre Fogwill, el de Pintos es un libro coral que reproduce los testimonios de todos los que conocieron a Tanguito (además de los músicos cueveros obvios, están su madre, sus novias y varios de sus amigos). Actualmente, el revisionismo histórico del rock es un lugar común, pero el libro tiene anécdotas que, llamativamente, nunca fueron muy difundidas.
 
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Tanguito siempre estaba acompañado por Alex Piedras, un amigo-discípulo más conocido como Tango Bis ya que lo imitaba constantemente en el look y la actitud. Además de Tango Bis (del que también se escribió un libro, es decir: hay un libro sobre el imitador de Tanguito) estaban los denominados “valerios”, algo así como los susanos de Tanguito. Los tipos eran un séquito de hippies que le llevaban la guitarra y los discos, lo ayudaban a pincharse y le decían constantemente que era un genio.

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Según los testimonios, Tanguito nunca estuvo del todo cuerdo. Casi ninguno de sus allegados recuerda haberle escuchado algo más o menos coherente. Hoy se diría que era un colgado o simplemente un paparulo, como dejan entrever casi todos los que lo conocieron y no estaban encandilados o demasiado drogados. Miguel Grinberg lo compara directamente con un bebé indefenso al que los más pesados de la Cueva le hacían bullying. Tanguito se tomaba taxis y se los hacía pagar a sus amigos. A veces se afanaba objetos de las casas que visitaba (dicen que le robó un par de discos a Pappo). Moris cuenta que cantaba temas de él diciendo que eran de su autoría.

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Tanguito empezó a tomar anfetaminas y se hizo adicto a “picarse”, es decir, darse jeringazos, especialmente de Pervitín, una droga que estuvo asociada al nazismo (se las daban a los soldados para que tengan más resistencia física durante el combate) y hace poco tuvo un nuevo auge en República Checa. El aumento de los “picos” (así le llamaban en la jerga) llevó a Tanguito a un descenso mental muy sórdido, que contrasta violentamente con la idea generalizada del héroe romántico. Al final Tanguito, un morocho exótico al que todos definían como un  seductor nato (de esos que no necesitan hacer nada para enamorar a una mujer), andaba por la calle como un fantasma, babeando y sin poder articular una frase con sentido.

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Tanguito se gastó buena parte de la guita que ganó por los derechos de “La Balsa” en vinilos que olvidó en un taxi.
   
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La caída mortal en la adicción de Tanguito coincide, paradójicamente o no tanto, con el inicio del profesionalismo en la camada pionera del rock nacional. Moris y Manal graban sus primeros discos; Nebbia desarma Los Gatos y comienza su prolífica carrera solista. Sandro se dedica a la canción melódica. Es entonces que el círculo de Tanguito sufre un cambio severo: de estar rodeado por las mejores mentes de su generación pasa a frecuentar un grupo de hippies reventados (el libro los describe como auténticos yonquis) que cometían delitos bajo la fachada de la bohemia artística. Pirimpimpin, uno de los amigos de Tango (otros son Gabriel Zombie y Jorgito El Lindo), cuenta que en una ocasión le coparon el departamento a una pintora, “una mina tipo Jane Birkin año 69”. Finalmente la ataron, le sacaron toda la ropa y la canjearon por otras cosas.

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Tanguito salía a la calle vestido con calzas ajustadas que le marcaban el bulto y se ponía una media de red en la cabeza. A veces se vestía de mujer (le robaba la ropa a sus amigas) y algunos dicen que tenía una relación con Tango Bis. En los testimonios sobre Tanguito hay una estética queer (amateur) muy marcada que la historia oficial se encargó de barrer bajo la alfombra deliberadamente. Otra sería la historia del rock argentino si además de Federico Moura, Tanguito se uniera a la constelación de subversivos sexuales. De hecho cuando hablamos de Tanguito en lo primero que pensamos es en un tema que no le pertenece (“El amor es más fuerte”) y en las tetas de Cecilia Dopazo.   

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Aunque algunos lo niegan, son muchos (Spinetta, Pipo Lernoud, Miguel Grinberg) los que dicen en el libro que al final Tanguito terminó inyectándose barro y vino y andaba por ahí aspirando el humo de los caños de escape. Miguel Abuelo va más allá y cuenta que Tanguito llegó a inyectarse Coca Cola en el pene. En Martropía, el libro de conversaciones con Juan Carlos Diez, Spinetta contaba que Tanguito iba a su casa y se encerraba en el baño a inyectarse, lo que provocaba escenas escandalosas con su madre, que un día entró y vio algodones ensangrentados.

Es como si paralela a la leyenda gloriosa, existiera otra que es básicamente la más espantosa del rock argentino. Más que admiración (como sucede con las biografías de Dylan, Piazzolla, Leonard Cohen o Charly), los testimonios del libro suscitan clemencia. Parece un personaje de Enrique Medina.

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Tanguito fue encerrado en el Borda. Recibió electroshocks y todo tipo de abusos. En mayo de 1972 se escapó y lo pisó un tren, aunque el relato legendario sospecha que lo asesinaron.


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Musicalmente, los pocos temas de Tanguito que se conocen (unos diez o quince) generan una sensación que Borges llamaría la inminencia de una revelación que no se produce. Más allá de que se trata de demos, la marca registrada de Tanguito es su tendencia a lo inconcluso (por decisión o limitación propia). Hay cierto espíritu característico en el reverberar de su voz, en ese timbre que puede sonar desgarrado y tierno a la vez (algo que también se nota en la voz de Moris) y en las líricas efímeras de sus canciones, pero realmente no hay nada grabado de Tanguito que justifique su mito; en todo caso su mito justifica la insólita idea de que era un genio.

En Tanguito se adivinan atisbos embrionarios que luego fueron desarrollados por otros autores: el canturreo tartamudo de Miguel Abuelo, el surrealismo pocket de Spinetta (de “Diamantes de espuma” sólo el título), etc.

Escuchando sus dos discos póstumos (Tango y Yo soy Ramsés) es demasiado evidente que de “La Balsa” sólo pudo haber escrito “Estoy muy solo y triste en este mundo de mierda”.  Pensar lo contrario es como creerse el chiste de Enrique sobre el segundo gol de Maradona a los ingleses: “¿Cómo no va a hacer ese gol con el pase que le di?”.

En Exactas, un disco en vivo de Spinetta del año 1990, hay una versión hermosa de “Amor de primavera”. Tal vez su mejor tema sea “Natural”, ése que dice “me gusta verte en las mañanas ponerte de colores”.