martes, 26 de enero de 2016

Los extraterrestres


Los Expedientes X fueron el emergente cultural de una época signada por la iconografía extraterrestre. A mediados de los 90 hubo una especie de auge y yo participé activamente de él. Yo milité en la causa extraterrestre. No sé cuántos ejemplares vendía Conozca Más pero supongo que eran muchos. Recuerdo el shock de la autopsia a los aliens de Roswell como uno de los grandes momentos de mi infancia. Es más, me parece que muchos dejamos de ser niños cuando se supo que era un video actuado. 

En Mitologías Barthes dice que al principio de la guerra fría el ovni era identificado con el avance tecnológico de la Unión Soviética. Desde ese punto de vista es entendible el desplazamiento referencial que sucedió a continuación, de la URSS a Marte: "la mitología occidental atribuye al mundo comunista la alteridad de un planeta". Otro comentario de Barthes que me quedó grabado de ese artículo (titulado elocuentemente "Marcianos") es que una de las características inhumanas de los platos voladores es la ausencia de costuras. Todo lo que es humano tiene costuras.

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Dos cosas más sobre ovnis y extraterrestres:

1) Hay una novela de Sergio Bizzio llamado En esa época en la que los soldados que están cavando la zanja de Alsina se encuentran con un ovni enterrado. Creo que es una de esas novelas de las que con solo saber de qué tratan dan ganas de leerla.

2) La mejor película sobre extraterrestres que recuerdo también es de los 90. Casi todo lo que recuerdo es de los 90. Se llama Fuego en el cielo y es sobre unos leñadores que salen muy tarde del bosque donde talan árboles y a uno de ellos se lo llevan de paseo unos aliens muy malvados. En su momento me pareció terrorífica y hace poco la enganché en el cable y sigue funcionando.    

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Lo que más me gustaba de Los Expedientes X no era tanto la conexión gubernamental, la línea conspiranoica que tanto erotiza a los nerds, sino más bien esos pequeños episodios con casos aislados, cuando Mulder convencía a Scully de que tenían que viajar otra vez por rutas desiertas hacia un pueblito olvidado donde un monstruoso freak urbano espantaba a sus habitantes o donde un extraterrestre perdido no podía volver a su casa. No sé por qué pero siempre me pareció atractiva la posibilidad de que en un pueblo cualquiera el terror suceda a la hora de la siesta. Y en los Expedientes X eso pasaba muy a menudo. 

Paralelo al elemento fantástico el ingrediente más recordado de la serie era el vínculo histérico de Mulder y Scully. El truco era que todos supieran que eran uno para el otro menos ellos. Probablemente una de las razones de la adicción que generaba la serie se basaba en la expectativa de que los dos protagonistas consumaran su deseo. En ese caso Chris Carter utilizó la táctica de Aquiles y la tortuga como anzuelo estética para los fans. A diferencia de las series actuales, la vida privada de los dos protagonistas estaba bastante dosificada. Uno siempre quería saber más. ¿Acaso Scully no tenía un chongo? ¿Mulder siempre estaba a oscuras en su depto mirando la nada mientras pensaba en su hermana abducida?

No puedo ser muy objetivo con la nueva temporada de Los Expedientes X. Creo que David Duchovny y Gillian Anderson tienen tanta complicidad cuando están juntos que un capítulo podría ser un plano fijo de los dos sin que digan nada y estaría contento igual.

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Durante mi infancia mirar al cielo en noches de verano era una actividad natural para los niños del barrio. No sé si atribuirlo a mi ingenuidad o a la época pero no me parecía un delirio ver pasar un ovni. De hecho los buscaba y de hecho creo que alguna vez los vi. Nunca faltaba un mayor o un niño viejo que te decía que en realidad se trataba de un avión o una estrella apagándose. Siempre hay alguien que impone la versión más neutral para que todos puedan dormir tranquilos. 

¿En qué momento la vida inteligente en otros planetas perdió su lugar en la agenda de los medios? Antes se hablaba más de extraterrestres que de inseguridad. Yo crecí en un mundo lleno de abducciones, de tíos que compraban la revista Muy Interesante, de fotos borrosas con objetos brillantes suspendidos en el cielo, de hombres rudos de campo que afirmaban que un ovni le había quemado la cosecha de girasol.  

Supongo que la vida era más divertida cuando en vez de mirar un monitor, mirábamos un poco más al cielo. No intento ni quiero justificar la cursilería pero si yo hubiese escuchado más a Pappo que a Spinetta no llegaría a este tipo de conclusiones.


lunes, 18 de enero de 2016

Una temporada en el infierno


Como diría Sabato en El túnel: que la temporada de verano en Mar del Plata es mala es una verdad que no necesita ser demostrada. Ahora bien, hay ciertas cosas que me gustaría subrayar.

Mar del Plata no está desierta, cualquiera que camine habitualmente por el centro o por la zona de la ex Terminal (donde se amontonan todos los hoteles) sabe que hay gente, como todos los veranos. La sensación de que se venía una mala temporada ya se había instalado desde antes de diciembre por una cuestión natural de intuición político-económica. Fue algo así como la auto-profecía cumplida de la Ciudad Feliz. De todos modos siempre el marplatense medio cree que la temporada es mala o, por lo menos, peor que otras que recuerda.   

Gastronómicos, dueños de balnearios y hoteleros le pusieron números a la sensación y confirmaron lo que todos sabíamos. De todos modos gastronómicos, dueños de balnearios y hoteleros nunca van a decir que les va bien del todo. Generalmente los que tienen los bolsillos llenos de guita dicen que les va mal y viceversa. Pregúntenle a un vendedor ambulante cómo va la venta de lapiceras.

A las magras estadísticas de los gastronómicos y los hoteleros se sumó un enero que por ahora no repunta desde el punto de vista del tiempo (también en su concepto filosófico pero ese es otro tema): llovió bastante y desde hace unos días mejoró el clima pero las temperaturas no pasan los 22 grados. Una fotografía de la playa en un día fresco o nublado (cuando obviamente el turista elige otro destino) es una muestra tendenciosa y mal intencionada de la temporada. Además las playas tienen distintas dimensiones. Las de La Perla se llenan casi siempre porque casi no hay lugar entre la orilla y el comienzo de los balnearios. Algunas del Sur son enormes y sólo se llenan cuando hay un gran recital.   

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Entre paréntesis: Macri y Arroyo son de derecha. El primero por pertenencia de clase, el segundo por ideología. O sea: ¡no sabemos cuál de los dos es más peligroso! La cuestión es que para algunas personas progres (como yo, por ejemplo) que haya ganado Macri hace que Argentina pase a ser algo de Macri y que haya ganado Arroyo hace que Mar del Plata sea algo de Arroyo. De este modo cualquier mala noticia de Argentina o de Mar del Plata que perjudique a los gobiernos de Macri o de Arroyo (por ejemplo una mala temporada marplatense) son recibidas casi con una sonrisa. Yo no digo que todos los anti macristas y anti arroyistas (como yo, por ejemplo) quieran que la temporada sea mala, pero que los hay los hay.  

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Por otro lado está el tema de los precios. Seguramente los comerciantes marplatenses aumentan los precios en temporada. Un día de 35 grados el hielo siempre sale dos pesos más. Pero quiero darles una noticia: eso pasa en todas las ciudades cuyo mayor ingreso proviene del turismo. Me parece un tanto arbitrario que se  resalte que sólo en Mar del Plata subieron los precios cuando el costo de vida aumentó en todo el país. ¿Me parece o hace un mes hubo una devaluación? Pero creo que en el fondo, más allá de la situación política-económica, se señalan los aumentos en Mar del Plata dando a entender que la ciudad no es Pinamar o Punta del Este como para darse esos lujos. Como si la gente que viene de casi todos los puntos del país lo hiciera de favor y no porque le gustara.

Es preciso hacer notar que existe una clara y tristísima discriminación social hacia el turista del interior o del conurbano bonaerense que viene a pasar unos días a Mar del Plata y ese rechazo en algunos sectores se trasladó a la ciudad en sí misma.

Además de todo esto, como al argentino en general le encanta regodearse en su “argentinidad” o en el atroz encanto de ser argentino dando a entender que tenemos una idiosincrasia única en el mundo (como si en otros países no existieran genios, hijos de puta y pelotudos), a los marplatenses también nos gusta el morbo masoquista de pensar que “toda temporada pasada fue mejor”, que “Mar del Plata era la de antes” y que “los marplatenses no sabemos tratar a los turistas”. Somos como esas personas que necesitan decirle a sus parejas “no me querés” para que el otro les explique cómo y de qué manera los quieren.

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Por estos días los medios y las redes sociales difundieron una galería fotográfica que Dmitri Kessel hizo para la revista Life en 1959. La galería fue subida al sitio de Facebook “Historias de Mar del Plata” el 8 de agosto de 2014 pero casualmente alcanzó notoriedad en la peor temporada marplatense de los últimos años… Las fotografías son realmente conmovedoras porque muestran una ciudad bella en su momento de apogeo: mujeres jugando al crocket, Victoria en la puerta de su Villa pero también micros de la Provincia de Buenos Aires estacionados en la Costa y la Popular atestada de gente.

A mí personalmente me fascina esa Mar del Plata vintage donde Bioy y Silvina escribían Los que aman, odian pero también me parece atractivo el quilombo de la Peatonal. Una cosa sin la otra no sería Mar del Plata.


Los comentarios de las fotografías van desde la miseria humana en su máxima expresión (suponen que antes no había negros, ni basura ni olor en la ciudad) hasta la nostalgia. Todos parecen añorar una Mar del Plata que ya no existe. Yo creo que en realidad no extrañan a Mar del Plata (que sigue existiendo): se extrañan a ellos mismos (en su niñez, en su adolescencia, con sus seres queridos) en Mar del Plata.  

lunes, 11 de enero de 2016

¿Qué se puede hacer salvo escribir sobre Bowie?


No escribir sobre Bowie, pero este tampoco es el caso.

Yo no puedo considerarme fan de Bowie pero supongo que todos lo somos. De alguna manera su huella se nota en tantos artistas que en caso de no ser admiradores directos, lo somos indirectos.

Cuando se muere alguien como Bowie prosigue el eterno, glorioso y cada vez más recurrente velorio del rock. El velorio del rock empezó cuando la muerte era un juego místico (el club de los 27), siguió cuando pintó el reviente y el vacío de la madurez y está terminando con hombres que mueren como nuestros tíos. Hombres muy parecidos y de la edad de los jubilados que ves esperando con un plato frío en el hall de un edificio en Nochebuena pero que, en cambio, estaban “re contra fucking locos”, como decía Luca Prodan de Lou Reed en un viejo disco de Sumo.

Antes pensaba que el sentimiento generalizado de tristeza que se instala en este tipo de “eventos” era impostado. Ahora que lo veo casi desde afuera pienso claramente lo contrario. Para quienes el rock ha significado algo así como una educación alternativa con forma de refugio antinuclear Dylan, Lennon, McCartney, Zappa, Charly, Spinetta (saque y ponga el nombre que a usted se le ocurra: por ahora la subjetividad está permitida) son algo así como la asamblea legislativa implícita de nuestro mundo. Si uno de esos tipos cae se genera la falsa sensación de que se derrumba una parte fundamental del lugar más copado de nuestro cerebro, como cuando a la nena de Intensamente se le empieza a pudrir el mundo de la imaginación y se le viene la noche.  Además la sospecha de que el rock ya alcanzó sus límites de expansión y comenzó una etapa de ajuste es obvia y entendible pero también un shock nostálgico improductivo. El mundo se especificó, cambió, se fue a la mierda: la cultura rock ya no es predominante en la cultura adolescente. Medir la muerte por la cantidad de tweets suena demasiado paradigmático para ser real.        

Hoy me tocó darle a alguien la noticia de la muerte de Bowie y utilicé un tono de solemnidad que no sabía que existía. “Murió Bowie”: creo que jamás podría decir algo así de una persona conocida. Y si no sos fan de Bowie pensás qué persona, de las que conocés, es más fan de Bowie. Y te compadecés un poco y al mismo tiempo recordás algo que te dijo sobre su participación en Laberinto. No es sólo Cerati, la estrella inalcanzable, el que muere, sino todas las personas que conociste y eran fans de Cerati. Bueno, tal vez esté exagerando.

Que haya muerto pocos días después de la edición de un nuevo disco es un signo evidente de valentía y nobleza. Es como Bolaño escribiendo 2666 mientras ve cómo se borra su imagen en la foto del futuro.  

Personalmente siempre llegué a Bowie a través de los artistas argentinos que lo veneraron. En forma indirecta. El brazo armado del pop/tecno/gótico argentino (Cerati, Melero, Coleman) fue probablemente el grupo de artistas más relacionado con la estética de Bowie. No es forzado imaginarlos mirando fijamente un póster del Duque Blanco en la pared de sus habitaciones adolescentes. Supongo que es un lugar común decir que “El anillo del capitán Beto” remite un poco al raye espacial del querido David y que un fragmento del video de “No me dejan salir” y el traje blanco de Charly en el Luna Park del 83 no son casualidad. Por no hablar de la traducción gauchesca de “Let’s dance”: “Vamo’ a bailar”. Después está Dargelos, tal vez la voz de Dargelos. Y Carlos Alomar produciendo a Soda y contando cómo trabajó con Bowie en la trilogía de Berlín.

Creo (estoy seguro) que la primera vez que mi generación escuchó hablar de Bowie fue cuando Nirvana hizo su unplugged en MTV. Siempre había alguien más avezado que te recordaba que “The man who sold the world” no era de ellos. A partir de ahí nosotros también tendríamos la ridícula y hermosa responsabilidad de decirlo cada vez que se presentara la situación. Probablemente estoy idealizando pero era casi como que te pasaran una antorcha.


sábado, 9 de enero de 2016

Telón de humo o cortina de fondo


El aparato simbólico de la grieta instaló la idea bipolar de que la "realidad argentina" es una mesa de ping pong en la que sólo se puede estar de uno o de otro lado de la red.

Por ejemplo, se está con Aníbal Fernández o se está con Lanata (prestar especial atención a la cantidad de "t"). Se está con los "ñoquis" o se está con la represión macrista. Se está con Clarín o se está con Página.

Según estas divisiones tajantes habrían dejado de existir cosas tales como las dudas, los grises, los detalles, la autonomía, la heterogeneidad dentro de lo supuestamente homogéneo, la remota e ingenua posibilidad de pensar por uno mismo reconstruyendo los pedazos rotos del espejo mediático que siempre responderá a intereses que se nos escapan, etc.    

Hay otra idea interesante de la que nadie estaría hablando y es que los que miramos la "realidad argentina" del otro lado de la vidriera tal vez no sepamos un carajo de nada. Tal vez sepamos cómo se confecciona una lona en el caso de que trabajemos en una lonería. Tal vez sepamos cómo se hace una torta negra en el caso de que trabajemos en una panadería. Tal vez sepamos cómo se arregla un motor en el caso de que trabajemos en un taller mecánico. Aclaro: esta gente que no es periodista, que no es militante, que no le escribe por Twitter a Wiñazki o Hernán Brienza (para insultarlos o elogiarlos) existe, juro que existe, yo los veo todos los días en la calle y ahora mismo por la ventana (algunos están paseando, otros se rascan la cabeza, otros esperan a que su perro termine de mear en un cantero). Desde que se fugaron repiten cosas como “esto es todo Política” y tienen razón pero es casi como hacer un gol solos y frente a un gran arco sin arquero.     

Es decir, ¿por qué los habitantes de un país de un día para otro son especialistas en tramas ocultas de Servicios Penitenciarios, en conexiones políticas con el narcotráfico, en operaciones corporativas de grupos mediáticos, en fugas de cárceles de máxima seguridad, en terribles, sí, terribles y asombrosas connivencias, en internas de servicios de inteligencia? ¿Por qué lo dijo Mercedes Ninci? ¿Por qué lo desmintió C5N?

Otra posibilidad es que los que están en la vidriera tampoco sepan un carajo.

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Un cliché de los casos resonantes del lado B de la vida democrática argentina es la sensación pigliana (¿o aireana?) de que nada de lo que se cuenta es exactamente lo que pasó. La ficción paranoica y la fuga hacia adelante. Yabrán no está muerto. Nisman no se suicidó. En tiempos de la grieta Martín Lanatta podría ser desde un aliado de Aníbal Fernández en el tenebroso y mágico submundo de Quilmes hasta un aliado indirecto de Vidal en el tenebroso y mágico submundo de la corpo. La buena noticia es que Martín Lanatta está vivo (por ahora) y puede contar qué pasó. La mala noticia es que nada de lo que diga estará a la altura de la película que nos hicimos. Y la película que nos hicimos tiene más que ver con el grado de rechazo o de fe mística que les tenemos a los distintos narradores de la historia que con eso que alguna vez alguien denominó “verdad”.    

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Por otro lado el predominio del caso en los medios estaría sirviendo como cortina de humo para tapar las (ya) tradicionales barbaridades del gobierno de Macri: despidos masivos, represión, decretos para todos, inflación, es decir, "normalidad". (Una visión un tanto más cínica es que los distraídos por la fuga sí se enteran de los despidos y de los decretos y de la represión y están de acuerdo porque ¡para eso mismo votaron a Macri, muchachxs!).

Las usinas del “pensamiento” M indicarían más bien lo contrario, que la fuga es el telón de fondo, ese clásico telón de fondo de contratapa de Anagrama del que los protagonistas de la novela no pueden escapar porque las garras de la cosa pública siempre alcanzan los entretelones de la vida privada. Así el tráfico internacional de efedrina se conectaría (por supuesto, cómo no, claramente) con el pibe chorro adicto al paco que te apunta con su revólver.  

Obviamente nadie quiere pensar que una cortina de humo puede convivir o incluso ¡connivir! con un telón de fondo porque es mejor pensar que la vida es unidimensional, lineal y sinóptica: acá están los buenos, allá están los malos, ahí estás vos, fijate dónde querés estar, nos vemos.

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En los Los libros de la Guerra probablemente se recopile lo mejor de la obra de Fogwill: sus intervenciones en los medios desde principios de los 80 hasta fines de los 2000. Una de las secciones del libro se llama justamente "Guerras" y termina con un artículo de julio de 1981 titulado "La ficticia realidad". Ahí Fogwill cita una declaración sugestiva de Silvina Ocampo que parece muy actual (Fogwill se apresura a definirla como "nadie más alejado que ella de la preocupación mercantil sobre los efectos publicitarios o de la "denuncia" progresista del poder de los medios”):

"Es impresionante ver cómo la televisión, por ejemplo, registra todo. Parecería que las cosas que suceden no tienen tanta importancia como el análisis de eso que ha sucedido. A veces me da miedo que de pronto en el mundo no vaya a suceder nada sino el comentario de lo que ha sucedido". 

En estos tiempos donde la "realidad argentina" sólo puede ser expresada a través de ingeniosos memes y efímeros tweets se impone preguntarse con nostalgia y malicia qué diría Fogwill de todo esto. Mientras tanto no se sabe bien si atraparon a los tres o a uno solo. Un favorito de Fogwill se preguntaría:

¿Es demasiado soberbio
dar la espalda a la calle
donde rugen los automóviles terroristas
y la policía rebosa de actualidad?

martes, 5 de enero de 2016

Hablemos de langostas


Hace poco me enteré de la existencia de una aplicación para celulares a través de la cual nos podemos poner en contacto con personas que tienen la misma aplicación y comparten el mismo espacio físico que nosotros: la calle, un colectivo, la playa. Por lo menos eso entendí. Se supone que esta aplicación o red social facilita que las personas tengan sexo, formen una pareja o se tomen una birra pero yo creo que facilita el trabajo a los psicópatas. El terror a la soledad puede llevar a las personas a interpretar de manera demasiado literal ese verso de Miguel Abuelo en el que se acercaban tiempos difíciles y amar era urgente.

The Lobster, la película sensible del verano (como hace un par de años lo fue Her), me recordó a esa aplicación. Es más, creo que en cierto punto, tal vez en forma involuntaria, es una alegoría y una hipérbole sobre ciertos aspectos relacionados con la industria del amor digital del nuevo siglo.

Las reseñas dicen que la película está ambientada en un futuro distópico, aunque en ningún momento se menciona un año determinado y más bien todo indica que es un presente alternativo.

(Debe existir un artículo de Jaime Rest o Pablo Capanna distinguiendo futuros distópicos de presentes alternativos).

La cuestión es que en The Lobster los solteros son confinados a un hotel donde tienen cuarenta y cinco días para encontrar pareja. Tienen la posibilidad de ganar más días eliminando compañeros en cacerías cuerpo a cuerpo en un bosque cercano al hotel. En cierto punto The Lobster parece una película para adolescentes protagonizada por adultos, al estilo Los juegos del hambre. Y no está nada mal. En caso de cumplirse los días estipulados los solteros son convertidos en un animal a elección. El protagonista (Colin Farrell) elige una langosta, de ahí el título de la película.     

The Lobster por momentos parece un cuadro de Magritte o un cuento de Felisberto Hernández, en el sentido de que bajo el camuflaje de una estética atractiva se esconde una mirada macabra y despiadada sobre los rumbos de la Humanidad. Pero por suerte no es de esas películas para esnobs a las que sólo le podemos elogiar "la fotografía": la narración está a la altura de su pirotecnia visual. Eso es lo que el Indio Solari llamaría "un cóctel que no se mezcla solo". 

La unión de las parejas debe estar determinada por similitudes biológicas y así es como algunos personajes son capaces de dañarse físicamente o fingir personalidades para lograr una empatía artificial. Más o menos lo que sucede en el Planeta Tierra pero a volumen muy alto.

Tangencialmente la película sostiene ciertas máximas amorosas colectivas, como por ejemplo que cuanto más desesperado se esté por encontrar pareja, más difícil es conseguirla. Es casi una película de tesis.

Promediando la historia nos enteramos que, en forma paralela a esta dictadura de las parejas, se encuentra un grupo subversivo que vive en las inmediaciones del Hotel y promueve la soledad como única forma de vida posible: cada integrantes del grupo se cava su propia tumba y no está permitido el sexo ni la empatía, sólo la masturbación y bailar solo con auriculares. Por supuesto la prohibición actúa como el perfecto anzuelo del deseo. 

Yorgos Lanthimos, el director griego de esta hermosa freakeada, ya había demostrado que era un hermoso freak en la imprescindible Kynodontas (2009). Al igual que The Lobster, Kynodontas ensayaba distintas y brutales maneras de regular el deseo, en ese caso con un padre de familia perverso que llegaba a inducir al incesto con tal de que sus hijos no conozcan el mundo. En The Lobster Lanthimos además se pregunta qué cosas es capaz de hacer un ser humano para no estar solo. La respuesta es que puede llegar a convertirse en una bestia. Así que: ojo.