En agosto del año pasado me invitaron a un Festival Internacional de Literatura en
Córdoba. Me llamaron la atención varias cosas, todas positivas. Por un lado la
autonomía cultural de la ciudad: como un boludo yo creí que iba al Interior
pero cuando llegué me di cuenta de que el provinciano era yo. Córdoba tiene
escritores extraordinarios y algunos de ellos se hacen pasar por periodistas
como José Heinz. Su libro, La vida de
Spencer Elden (el pibito de la tapa de Nevermind),
es un ejemplo de originalidad en el que el mundo geek de los videojuegos adquiere el trasfondo
cultural y afectivo del rock.
Además de la parte literaria de la ciudad (no mencionar a Pablo
Natale, Alberto Rodríguez Maiztegui y Juan Manuel Pairone sería imperdonable)
me gustó el espíritu de Córdoba, la amabilidad de sus transeúntes,
de sus taxistas, en fin, la "buena onda" de sus ciudadanos en general. Mientras
caminábamos hasta la sede del Festival después de una charla le comenté esto a
una profesora de la Universidad y me dijo que no todo era tan así, que Córdoba,
palabras más, palabras menos, era un quilombo y que por algo le decían "la
ciudad de las campanas". Entonces, como si de repente me fuera revelada
una verdad insospechada, empecé a notar cómo en casi todas las cuadras había
una Iglesia.
De hecho, junto a Esteban Prado (escritor y editor de Puente Aéreo) visitamos un Centro de Detención Clandestino que queda exactamente en frente de la Catedral. Yo no soy muy dado a la emoción histórica, soy más bien un egocéntrico asqueroso con grandes dosis de cinismo, pero cuando bajé al calabozo sentí la presencia del Mal.
De hecho, junto a Esteban Prado (escritor y editor de Puente Aéreo) visitamos un Centro de Detención Clandestino que queda exactamente en frente de la Catedral. Yo no soy muy dado a la emoción histórica, soy más bien un egocéntrico asqueroso con grandes dosis de cinismo, pero cuando bajé al calabozo sentí la presencia del Mal.
Una de las explicaciones del triunfo de Macri fue que en Córdoba
obtuvo un 70 por ciento de votos. Esto me llevó a pensar algo que ya sabía pero
que nunca había podido entender de una manera empírica: que ni las personas ni
las ciudades ni absolutamente nada es unidimensional.
***
A Mar del Plata no le dicen La
ciudad de las campanas sino La Feliz
pero en las últimas elecciones ganó alguien que parece no haber sido feliz en
su vida. Es más, en los ojos de Arroyo, en sus ojeras hinchadas y grises, incluso cuando era el director de mi
escuela secundaria, siempre pude ver algo parecido a la tristeza, a la
resignación. Supongo, en el nivel más profundo de subjetividad, que el espíritu
esencial de las personas que piensan como Arroyo (personas que, en síntesis, creen en las
prohibiciones y en las diferencias más que en la libertad y la igualdad), de
alguna extraña manera, debe sufrir más que los demás. Arroyo me hace acordar al padre del pibe de Belleza Americana.
En YouTube hay un video que muestra el discurso final de Arroyo en la Escuela Media Número Dos. Fue en
agosto del 2014. Arroyo se despide porque su carrera por la Intendencia ya
estaba demasiado avanzada para hacerse cargo de dos cosas a la vez. Tal vez por
haber sido alumno de esa escuela el video me parece emotivo; probablemente a
los demás les parezca una mierda o algo peor. Ahí está Arroyo, el facho de
Arroyo, con su clásico piloto y su tradicional pose, demostrando que al final era
humano.
Durante todo el discurso Arroyo quiere mantener la entereza pero se
quiebra a cada rato. Intenta sostener su tono burocrático, es más, su tono
milico, pero no puede evitar incurrir en la autorreferencia, en detalles que
revelan una fragilidad que acaso no querría que los demás sepan que existe. En
el tramo final de su discurso de despedida, Arroyo desgrana, según su
particular punto de vista, cuáles son los conceptos básicos de la existencia. Las palabras que dice tienen la violencia de un cross a la mandíbula:
Sin pena y sin trabajo en la
vida nada se consigue que sea valioso. Siempre tendrán que dejar algo, sufrir
algo y trabajar mucho para conseguir cosas que sean valiosas. Todo lo demás es
ruido, todo lo demás es imaginación pero no son cosas reales. La vida no es
fácil para nadie, en absoluto, pero cada uno de nosotros es dueño de su
destino. Y recuerden siempre que ustedes van a hacer lo que puedan pero Dios va
a hacer lo que quiera. Esto es fundamental. Sólo me resta desearles a todos
éxitos en su vida, que todos ustedes puedan lograr los objetivos que se han
propuesto, porque son: los mejores. Como siempre dije: la mejor escuela.
Dicho esto sobreviene el aplauso general y las facciones de Arroyo
comienzan a comprimirse y desfigurarse, como hacen habitualmente los seres
humanos cuando están a punto de largarse a llorar, pero la cámara decide no
exponerlo en ese momento tan íntimo y hace un paneo en el que se muestra a los
alumnos aplaudiendo, nenitos vírgenes y bien peinados, tiernos, muchos de ellos
incómodos y riéndose porque el director se largó a llorar.
Quiero aclarar algo: en términos estrictos nadie en Mar del Plata
puede pensar que los alumnos de la Media Dos fuimos o somos los mejores. Por
eso Arroyo se quiebra cuando lo dice, porque él lo siente pero sabe que los
mejores realmente están en otras escuelas más selectas, más privadas, menos anacrónicas.
***
Ahora Arroyo es el Intendente de la ciudad y me parece que en su
despedida lloraba no sólo porque dejaba su escuela sino porque intuía que como
Intendente iba a ser un desastre. A veces uno se encamina hacia algo que deseó en el pasado pero cuando está por llegar entiende que ya no es necesario. Generalmente ya es demasiado tarde para volver atrás.
Arroyo nunca fue alguien dubitativo, siempre tuvo un discurso sólido
basado en su ideología nacionalista y católica de la vida. Es alguien
adoctrinado, mal adoctrinado en todo caso, pero no es Miguel del Sel. Ahora
cuando habla ante los medios parece perdido, sobrepasado por la situación. Es
como si las responsabilidades del cargo lo hubieran desdibujado del todo. En
los 70 días que lleva como Intendente ni siquiera pudo llevar a cabo ese tipo de
medidas demagógicas que todo nuevo funcionario público suele realizar para
beneplácito de quienes lo votaron. La ciudad está sucia, el tránsito es un
caos, la gestión anterior no ayudó y encima la temporada, en términos
económicos, fue un fiasco.
Pero hay algo más grave: desde hace un tiempo en Mar del Plata está
actuando un grupo de neonazis organizados que golpea militantes de ideologías
contrarias y hace pintadas fascistas por toda la ciudad. A través de su
indiferencia y su negligencia Arroyo apaña esas golpizas y esas pintadas. Esto
parece una novela de Aira, una noticia trucha de una página de izquierda,
pero es la pura verdad. Yo creí que en un gobierno municipal no había mucho
margen para ser de derecha pero Mar del Plata siempre guarda un as en la manga.
***
En este país deberíamos ponernos de acuerdo en no estar de acuerdo y a
partir de ahí empezar a discutir, en caso contrario lo que se viene es
violencia, heridos, muertos. La agresividad verbal suele querer pasar de la
teoría a la práctica y los neonazis marplatenses son un claro ejemplo de esto.
***
¿Qué lleva a personas civilizadas y educadas en la sociedad actual a
convertirse en neonazis, a tatuarse esvásticas, a ejercer la violencia física contra
personas que no piensan como ellos? Probablemente un sociólogo lo pueda explicar
mejor y a las causas sociales se agreguen otras individuales, de orden
psicológico, pero creo que las
condiciones de la época, como diría Giannuzzi, ayudan bastante. Durante estos
doce años de juicio y castigo a los responsables del Terrorismo de Estado hubo
mucha gente que se tuvo que callar, que, por decirlo de una manera sofisticada,
se tragó su propio vómito. Y ahora, con un nuevo gobierno nacional que impone
un reflujo cultural contrario al anterior, sienten que tienen piedra libre para
hacer lo que quieran.
Los neonazis de Mar del Plata y la indiferencia de Arroyo no deberían
ser tratados sólo como una muestra del género pintoresco local, al lado de los alfajores y los lobos marinos, sino como el síntoma de una enfermedad que
puede afectar a muchas personas en todo el país. Como decía Thom Yorke casi veinte años atrás: "Puedo estar paranoico pero no
soy un androide".