sábado, 20 de febrero de 2016

Literatura Nazi en Mar del Plata



En agosto del año pasado me invitaron a un Festival Internacional de Literatura en Córdoba. Me llamaron la atención varias cosas, todas positivas. Por un lado la autonomía cultural de la ciudad: como un boludo yo creí que iba al Interior pero cuando llegué me di cuenta de que el provinciano era yo. Córdoba tiene escritores extraordinarios y algunos de ellos se hacen pasar por periodistas como José Heinz. Su libro, La vida de Spencer Elden (el pibito de la tapa de Nevermind), es un ejemplo de originalidad en el que el mundo geek de los videojuegos adquiere el trasfondo cultural y afectivo del rock.

Además de la parte literaria de la ciudad (no mencionar a Pablo Natale, Alberto Rodríguez Maiztegui y Juan Manuel Pairone sería imperdonable) me gustó el espíritu de Córdoba, la amabilidad de sus transeúntes, de sus taxistas, en fin, la "buena onda" de sus ciudadanos en general. Mientras caminábamos hasta la sede del Festival después de una charla le comenté esto a una profesora de la Universidad y me dijo que no todo era tan así, que Córdoba, palabras más, palabras menos, era un quilombo y que por algo le decían "la ciudad de las campanas". Entonces, como si de repente me fuera revelada una verdad insospechada, empecé a notar cómo en casi todas las cuadras había una Iglesia.

De hecho, junto a Esteban Prado (escritor y editor de Puente Aéreo) visitamos un Centro de Detención Clandestino que queda exactamente en frente de la Catedral. Yo no soy muy dado a la emoción histórica, soy más bien un egocéntrico asqueroso con grandes dosis de cinismo, pero cuando bajé al calabozo sentí la presencia del Mal.    

Una de las explicaciones del triunfo de Macri fue que en Córdoba obtuvo un 70 por ciento de votos. Esto me llevó a pensar algo que ya sabía pero que nunca había podido entender de una manera empírica: que ni las personas ni las ciudades ni absolutamente nada es unidimensional.

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A Mar del Plata no le dicen La ciudad de las campanas sino La Feliz pero en las últimas elecciones ganó alguien que parece no haber sido feliz en su vida. Es más, en los ojos de Arroyo, en sus ojeras hinchadas y grises, incluso cuando era el director de mi escuela secundaria, siempre pude ver algo parecido a la tristeza, a la resignación. Supongo, en el nivel más profundo de subjetividad, que el espíritu esencial de las personas que piensan como Arroyo (personas que, en síntesis, creen en las prohibiciones y en las diferencias más que en la libertad y la igualdad), de alguna extraña manera, debe sufrir más que los demás. Arroyo me hace acordar al padre del pibe de Belleza Americana

En YouTube hay un video que muestra el discurso final de Arroyo en la Escuela Media Número Dos. Fue en agosto del 2014. Arroyo se despide porque su carrera por la Intendencia ya estaba demasiado avanzada para hacerse cargo de dos cosas a la vez. Tal vez por haber sido alumno de esa escuela el video me parece emotivo; probablemente a los demás les parezca una mierda o algo peor. Ahí está Arroyo, el facho de Arroyo, con su clásico piloto y su tradicional pose, demostrando que al final era humano.

Durante todo el discurso Arroyo quiere mantener la entereza pero se quiebra a cada rato. Intenta sostener su tono burocrático, es más, su tono milico, pero no puede evitar incurrir en la autorreferencia, en detalles que revelan una fragilidad que acaso no querría que los demás sepan que existe. En el tramo final de su discurso de despedida, Arroyo desgrana, según su particular punto de vista, cuáles son los conceptos básicos de la existencia. Las palabras que dice tienen la violencia de un cross a la mandíbula:  

Sin pena y sin trabajo en la vida nada se consigue que sea valioso. Siempre tendrán que dejar algo, sufrir algo y trabajar mucho para conseguir cosas que sean valiosas. Todo lo demás es ruido, todo lo demás es imaginación pero no son cosas reales. La vida no es fácil para nadie, en absoluto, pero cada uno de nosotros es dueño de su destino. Y recuerden siempre que ustedes van a hacer lo que puedan pero Dios va a hacer lo que quiera. Esto es fundamental. Sólo me resta desearles a todos éxitos en su vida, que todos ustedes puedan lograr los objetivos que se han propuesto, porque son: los mejores. Como siempre dije: la mejor escuela. 

Dicho esto sobreviene el aplauso general y las facciones de Arroyo comienzan a comprimirse y desfigurarse, como hacen habitualmente los seres humanos cuando están a punto de largarse a llorar, pero la cámara decide no exponerlo en ese momento tan íntimo y hace un paneo en el que se muestra a los alumnos aplaudiendo, nenitos vírgenes y bien peinados, tiernos, muchos de ellos incómodos y riéndose porque el director se largó a llorar.

Quiero aclarar algo: en términos estrictos nadie en Mar del Plata puede pensar que los alumnos de la Media Dos fuimos o somos los mejores. Por eso Arroyo se quiebra cuando lo dice, porque él lo siente pero sabe que los mejores realmente están en otras escuelas más selectas, más privadas, menos anacrónicas.  

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Ahora Arroyo es el Intendente de la ciudad y me parece que en su despedida lloraba no sólo porque dejaba su escuela sino porque intuía que como Intendente iba a ser un desastre. A veces uno se encamina hacia algo que deseó en el pasado pero cuando está por llegar entiende que ya no es necesario. Generalmente ya es demasiado tarde para volver atrás. 

Arroyo nunca fue alguien dubitativo, siempre tuvo un discurso sólido basado en su ideología nacionalista y católica de la vida. Es alguien adoctrinado, mal adoctrinado en todo caso, pero no es Miguel del Sel. Ahora cuando habla ante los medios parece perdido, sobrepasado por la situación. Es como si las responsabilidades del cargo lo hubieran desdibujado del todo. En los 70 días que lleva como Intendente ni siquiera pudo llevar a cabo ese tipo de medidas demagógicas que todo nuevo funcionario público suele realizar para beneplácito de quienes lo votaron. La ciudad está sucia, el tránsito es un caos, la gestión anterior no ayudó y encima la temporada, en términos económicos, fue un fiasco. 

Pero hay algo más grave: desde hace un tiempo en Mar del Plata está actuando un grupo de neonazis organizados que golpea militantes de ideologías contrarias y hace pintadas fascistas por toda la ciudad. A través de su indiferencia y su negligencia Arroyo apaña esas golpizas y esas pintadas. Esto parece una novela de Aira, una noticia trucha de una página de izquierda, pero es la pura verdad. Yo creí que en un gobierno municipal no había mucho margen para ser de derecha pero Mar del Plata siempre guarda un as en la manga.  

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En este país deberíamos ponernos de acuerdo en no estar de acuerdo y a partir de ahí empezar a discutir, en caso contrario lo que se viene es violencia, heridos, muertos. La agresividad verbal suele querer pasar de la teoría a la práctica y los neonazis marplatenses son un claro ejemplo de esto.   

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¿Qué lleva a personas civilizadas y educadas en la sociedad actual a convertirse en neonazis, a tatuarse esvásticas, a ejercer la violencia física contra personas que no piensan como ellos? Probablemente un sociólogo lo pueda explicar mejor y a las causas sociales se agreguen otras individuales, de orden psicológico,  pero creo que las condiciones de la época, como diría Giannuzzi, ayudan bastante. Durante estos doce años de juicio y castigo a los responsables del Terrorismo de Estado hubo mucha gente que se tuvo que callar, que, por decirlo de una manera sofisticada, se tragó su propio vómito. Y ahora, con un nuevo gobierno nacional que impone un reflujo cultural contrario al anterior, sienten que tienen piedra libre para hacer lo que quieran. 

Los neonazis de Mar del Plata y la indiferencia de Arroyo no deberían ser tratados sólo como una muestra del género pintoresco local, al lado de los alfajores y los lobos marinos, sino como el síntoma de una enfermedad que puede afectar a muchas personas en todo el país. Como decía Thom Yorke casi veinte años atrás: "Puedo estar paranoico pero no soy un androide".  

lunes, 15 de febrero de 2016

Siempre se vuelve a Fito


En 1992 para su cumpleaños número 36 mis primos le regalaron a mi viejo El amor después del amor. Mi viejo no pudo escuchar mucho ese casette porque estaba todo el día laburando, pero yo sí. Tenía siete años. En la esquina de mi casa vivía una chica llamada Cintia y era mi mejor amiga. Estábamos todo el día juntos y a veces escuchábamos “Pétalo de Sal” y bailábamos. No sé muy bien cómo ni por qué pero sé que bailábamos o, por lo menos, recreábamos con gestos cada uno de los versos de la canción. Una canción en la que, por ejemplo, cantaba Spinetta.

Aclaro esto: no éramos hijos de profesionales, no viajamos a Miami, vivíamos en el barrio Pueyrredón y no fuimos al Illia. Si, por supuesto, el motor de todo lo que escribo es mi resentimiento.

A muchas personas les molesta que por cinco recitales Fito Páez haya recibido dos millones de pesos del gobierno of the Yegua. Creen que el gobierno le dio directamente a él los millones de pesos, como si el presupuesto de un recital no tuviera nada que ver con las personas que arman el escenario y organizan el recital y con los músicos que tocan ahí.

De todas maneras, si fuera por mí, personas como Fito Páez, Charly García, Nebbia o Spinetta deberían recibir millones de pesos simplemente por existir. Son tipos que, literalmente, me salvaron la vida cuando miré el techo y en el techo no había nada. Yo pago 258 pesos de luz pero nunca pude encontrar en mi corazón la conexión entre eso y Fito Páez. Y eso que en mi corazón encuentro un montón de cosas. 

Por ejemplo: paso bastantes horas al mes pensando en lo que me va a pasar el día que muera Charly García. La única conclusión que saco es que ese día voy a tomar mucho whisky.

También paso muchas horas al mes lamentando la existencia de quienes insultan a Charly García en los comentarios de los diarios más famosos del país (Clarín y La Nación). Cada vez que aparece Charly en las noticias hay una turba enceguecida que lo insulta. Al principio me molestaba pero después me di cuenta de que Charly hizo bien su trabajo para que esas personas (que son madres, padres, abuelos e hijos del rock and roll) tengan tanta necesidad de insultarlo.

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A principios de año TN anunció algo llamado TN Fest. Lo hizo con la suficiente maestría para que no se sepa si era un programa o un recital organizado por el canal. En fin, se promocionó como un Festival pero en realidad era un programa en el que se encuadraban recitales ya transmitidos por el canal. El primer recital de TN Fest fue uno de Fito Páez. Se lo promocionó como si Fito Páez tocara para TN en enero, a pocos días de haber asumido Mauricio Macri y se lo conectó con el recital que La Mancha de Rolando había ofrecido en el Espacio Clarín de MDQ. En las redes sociales la gente se regodeó en la contradicción política del rosarino.

En realidad TN Fest repitió un concierto de mayo del 2015 que ya había sido transmitido por TN, cuando Fito presentó Rock and roll revolution. Lo pasaron como un recital en vivo. 

No culpo a TN, si yo fuera TN haría lo mismo, el problema es la gente que ve TN y no tiene la suficiente autoconsciencia de que es gente que ve TN.

Ahora Fito Páez cerró un festival kirchnerista en Plaza Saavedra y se convirtió en el blanco de un sinnúmero de insultos. A mí la resistencia con aguante y los artistas afines al ex gobierno me parecen un poco sobreactuados. Si pienso que nuestros viejos se bancaron la dictadura y el menemismo y nosotros, a 60 días de asumir Macri, cual nenitos llorones, le pedimos la renuncia a Loperfido porque dijo que no había 30,000 desaparecidos me dan ganas de cortarme las pelotas con una tijera desafilada. Evidentemente hoy no estoy escribiendo de una manera sofisticada.

Los progres florecidos en la dictadura K deberíamos entender que la necesidad es la madre de la invención y que, como decía Bolaño, si durante doce años decís lo que querés, en determinado momento vas a escuchar lo que no querés. Son ciclos históricos y existen desde que existe la historia.

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Volviendo a Fito: lo vi en Noviembre en el Gran Rex, presentado Giros 30 años después y me pareció el gran artista que siempre fue. Que se junte con Sabbatella o Aníbal es una anécdota para la gente que cree que la realidad no se escribe entre comillas y sale todos los días en la tapa de La Nación.

Salvando las enormes distancias los escritores de la generación del sesenta no podían leer a Borges por sus relaciones carnales con la Libertadora. Hoy amamos a Borges con sus contradicciones, con sus errores, con sus "fucking" (como diría Fito) fatalidades. 

Se supone que en los últimos 15 años, después de Abre, Fito viene derrapando, pero, personalmente, mis artistas favoritos me gustan hasta cuando derrapan. Me complace ver qué hacen cuando están incómodos, en off side generacional, lejos de llenar estadios y meter hits en la radio (o YouTube) como antes. Son como los cracks que están a punto de retirarse y en vez de gambetear cinco rivales meten un pase entre líneas. El tiempo pasa para todos, es la ilusión que no vuelve más. 

Temas como “The shining of the sun”, “Oh Nena”, “La hora del destino”, “El cuarto de al lado”, "Perdón" o “Imposible escribir sobre nada” me parecen tan geniales como los clásicos de Ey o Tercer Mundo. ¿Por qué le pedimos a un músico de 50 años la misma creatividad que tenía a los 30 si ni siquiera Double Fantasy es igual a Abbey Road? ¿Por qué ejercemos la crueldad con tanta naturalidad, como si fuera un derecho adquirido? Es más: ¿por qué les pedimos a Cristina y a Macri lo que nunca nos animaríamos a pedirnos a nosotros mismos? Los políticos son emergentes de la sociedad y a veces descargamos en ellos todas nuestras miserias. Puede que ellos nunca se tomen un colectivo a las siete y cuarto pero tampoco nosotros vamos a vivir el 0,03 por ciento del desprestigio social que les toca por poner la cara cuando las papas queman.  

Alguien siempre tiene que poner la cara. Esto hay que leerlo como si estuviera escrito en mayúsculas.

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En 1992 La Bersuit editaba su primer disco y en “Como nada puedo hacer (puteo)” se escuchaba:

Lo vi a Fito sentado en un bar
con una Bic cargada de alcohol
es que su panza empezó a mandar
y le ordenó que se vaya.

Estaba colgado, no podía coordinar,
veía a los profetas nuestros
vestidos de jinetes cabalgando a otro lugar,
cabalgando hacia el final.

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Si uno se toma el trabajo de ver y leer entrevistas a Fito se da cuenta de que fue kirchnerista antes de que existiera el kirchnerismo. En el Gran Rex me sorprendió que en 1985, cuando todavía estaba en auge el hermetismo poético de Solaris y Spinettas y en medio del Juicio a las Juntas, Fito gritara sin pudor y con absoluta brutalidad: "Generales mataron media generación, una guerra no es un negocio ni una ilusión, una guerra es sangre". Fito cantaba lo que a García ya le chupaba un huevo cantar. Sayonara.

martes, 9 de febrero de 2016

La Beriso



El Toto Berizzo fue un marcador central proveniente de Newell’s que llegó a River en el segundo semestre del 96. Era un defensor prolijo, muy regular, en la senda de los apolíneos y ganó varios títulos en el famoso equipo de Ramón. En el 98, cuando se retiró Francescoli y llegó el inevitable bajón que tiene todo equipo exitoso recuerdo una transmisión en la que Víctor Hugo mandó que la barba crecida de Berizzo era un indicio del mal momento de River.

Durante estos extraños días de carnaval macrista y fervor stone me enteré de la existencia de una banda con la misma imagen acústica que el viejo central de River Plate, La Beriso, encargados de telonear a Sus Majestades Satánicas y, por la misma razón, destinatarios de la indignación en redes sociales.  

Acto seguido me fui a YouTube a chusmear de qué iba La Beriso. Yo estaba preparado para activar un poco la célula de la irritación y la queja, como se estila habitualmente en los pasillos oscuros de Internet. Más o menos ya sabía con lo que me iba a encontrar porque bandas como La Beriso se adivinan con el nombre: tener experiencia en el rock es simplemente poner a funcionar todos nuestros prejuicios y miserias al mismo tiempo.

La Beriso me sonó a Callejeros con las líricas que hubiese craneado Ricardo Montaner de seguir viviendo en la Argentina. Es más: escuchando cuatro o cinco de sus temas deduje que en realidad Pato Fontanet tenía cierto ingenio y cierto oficio para hacer canciones pegadizas, algo que nunca había podido reconocer, probablemente porque me daba culpa. Es decir que La Beriso me pareció una banda tan poco interesante que me llevó a reconocer a Callejeros.

Eso es casi como si un Anti K decepcionado con Macri dijera: “Con Cristina esto no pasaba”.  

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El llamado rock chabón o barrial, surgido como tal en los 90, en realidad existe desde que Ricardo Soulé conoció a Willy Quiroga. Por eso La Renga, en un movimiento de revisionismo histórico loable y muy poco valorado, siempre hizo lo posible para que su público conociera, no sólo a Vox Dei, sino también a Manal y Color Humano. Creo que Antonio Birabent alguna vez dijo que él también hacía rock barrial porque era de Palermo. Como dice Casas, pero refiriéndose a la literatura, es casi imposible no hacer rock barrial porque casi todos nacimos en algún barrio.   

El rock barrial tiene muy mala fama pero es lo que escuchábamos quienes vivíamos en barrios sin asfalto hace veinte o quince años. La muerte de 194 chicos en Cromañón en un recital de Callejeros (una banda que seguía la línea del rock chabón y pasaba por un momento de gran popularidad) sumó la condena moral a la estética. Hoy, muchos chicos que cuando sucedió lo de Cromañón todavía usaban pañales (en forma literal) reivindican a la banda como el hecho maldito del rock burgués. De tanto condenarlos moral y estéticamente logramos que una generación hoy vea a Callejeros como los nacidos en los 80 veíamos a Los Redondos: lo prohibido.  

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Cuando empecé a escuchar en serio a tipos como Spinetta me hizo un poco de ruido haber gastado TDK’s con versiones radiales de “La balada del diablo y la muerte” de La Renga o “Patri” de Los Caballeros de la quema. Así que los borré del historial cual inconcebibles videos pornográficos. Hoy esos temas y muchos otros (especialmente de Viejas Locas e Intoxicados) me parecen clásicos a los que les guardo un gran cariño. 

A veces la adhesión a determinados grupos de rock se entiende no sólo haciéndole una autopsia a sus líricas y su genealogía, como hice (ejerciendo la crueldad) con los cuatro o cinco temas que escuché de La Beriso, sino prestándole atención a la capacidad que tienen de promover identificación con ciertos sectores de la juventud. Valorar una música sólo como emergente social es algo así como la negación del arte pero ni siquiera Baudelaire nació de un repollo y, lo más importante, ¿quién dijo que todo debe ser arte? Y más: ¿quién dice qué es arte y qué no es arte?   

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El tema de La Beriso con más visitas en YouTube tiene alrededor de catorce millones de reproducciones. Yo, que supongo estar impregnado hasta los huesos de cultura rock argentina, nunca lo había escuchado. Ahí me di cuenta de que tal vez “el problema” no es de La Beriso o de los chicos que los siguen, sino mío.

¿Saben lo que decían los experimentados del rock sobre Viejas Locas en los 90? Lo mismo que decimos hoy sobre La Beriso. No podían entender, no les entraba en la cabeza, cómo en el mismo país que había florecido un Luis Alberto Spinetta, ahora florecía un Pity Álvarez.

Luis Alberto Spinetta terminó reconociendo a Pity Álvarez.


Sugerir que Spinetta, de seguir vivo, podría haberse hecho fan de La Beriso es una locura pero como todos sabemos cuando surgió el rock mucha gente lo vio como una prueba irrefutable del deterioro de la Humanidad. A veces me da un poco de miedo haberme convertido en esa gente. 

martes, 2 de febrero de 2016

Valium y cocaína


Las críticas al kirchnerismo son más de tipo moral que político. Casi siempre se trata de funcionarios que se aprovechan de pertenecer al Estado para enriquecerse o enriquecer a allegados que ofician como testaferros. Otros casos tratados con menos gravedad pero en la misma línea son los funcionarios que utilizan los medios del Estado como bien personal. Por ejemplo: alguien, probablemente Boudou, viaja en helicóptero. Otro hecho de corrupción a menudo señalado es el de los que atribuyen regalos al Estado (una alfombra persa, un osito de peluche de Taiwan) como obsequios personales. La idea que subyace por detrás de estos incidentes es que los implicados además de ir a la cárcel deberían ir al psicólogo. Sostienen simetrías arbitrarias entre lo público y lo privado. De ahí el sesgo psicopático con que son retratados los grandes corruptos del kirchnerismo.

También hay críticas políticas al kirchnerismo, muchísimas, pero generalmente se impone un implícito "dime qué funcionario eres y te diré qué tipo de mierda has hecho", en el sentido de que las malas medidas son interpretadas como los obvios frutos de esos malos hombres. Argumento ad hominem para todos y todas. 

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Muy pocas veces se dice para qué quieren robar todos esos millones los corruptos. ¿Utilizan el dinero como un medio para un fin? ¿O el dinero es el fin en sí mismo? ¿O es medio y fin al mismo tiempo? Lo cierto/incierto es que roban (hasta que se demuestre lo contrario). Nunca se habla de cómo incide en la vida del corrupto (presunto o no) ser visto como tal por la opinión pública. Lo que se da a entender es que el corrupto es un ser humano que ha dejado de sentir (vergüenza, tristeza, culpa), al que ya no le importan las alusiones negativas que hacen los demás sobre su persona, su familia y su apellido.


La teoría del robo como medio para un fin superador obedece a una idea conocida pero muy poco avalada: los millones robados como caja de ahorro de la real política. El dinero sirve para dirimir un problema de intereses sociales que enfrenta a dos sectores de la Argentina que curtieron la grieta en los últimos sesenta años. En algunos casos a los tiros. Esta idea extrema, temible, anacrónica, ridícula y probablemente cierta es compartida por buena parte de cada sector: si a los memoriosos gorilas el kirchernismo les recordaba vagamente el primer peronismo, el macrismo parece por momentos la Libertadora remixada.  

La teoría del robo como fin en sí mismo es la que más se propaga en los medios. Más allá de los beneficios de los millones (impunidad, voluntades compradas, permanencia en el Poder) el tema de fondo sería una atracción clínica hacia el dinero. Los políticos entonces son representados en escenas porno-narcisistas, algo así como hombres que roban joyas y pasan horas reflejándose con ellas en el espejo.

¿Qué hacen los corruptos con los millones que roban? Compran autos, viajan al exterior, construyen casas, le otorgan bienestar económico irrestricto a sus hijos. Al parecer lo mismo que la gente no corrupta pero a gran escala.   


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Las críticas al macrismo son más de orden político que moral. Se critica la ideología del macrismo, la estructura de pensamiento. O la ausencia de ella. Se analiza el discurso y se profundiza en sus baches, sus lugares comunes. Para el macrismo el significado es un lastre. La historia incomoda, por eso quita a Mitre y Evita de los billetes. La resignificación de Frondizi era impostada: no pasó los primeros cincuenta días. Al parecer hay algo en la esencia del discurso macrista que está mal y es su resistencia al mismo discurso, a semantizar las palabras, a cargarlas de... ¡ideología! Por ejemplo el obvio problema del concepto de "normalidad", bajo el cual el PRO quiere sentarse a la sombra, es que supone la existencia de anormales. Es decir: el macrista se cree normal, el kirchnerista está orgulloso de su anormalidad (histórica, basada en la antagonía "gobiernos de los grupos concentrados de poder vs. gobiernos nacionales y populares"). Desde ese punto de vista la idea de desideologizar la política exterior y el tipo de cambio parecen chistes cuya gracia reside en decir abiertamente lo que no hay que decir. 

El kirchnerista está al tanto de que existen dos sectores. El anti k cree que el kirchnerismo es una banda de narcotraficantes, barras bravas y asesinos que tomaron el gobierno por asalto y cuyos ideales no comparte nadie a no ser ellos mismos. ¿Quién podría  compartir los ideales de narcotraficantes, barras bravas y asesinos? Desde el kirchnerismo, en cambio, Macri es visto como un emergente de una gran parte de la sociedad, como el efecto electoral de ciertas causas sociales.   

También hay críticas morales hacia el macrismo pero bajo otra perspectiva. Por lo menos los más famosos delitos morales de los funcionarios macristas parecen haber sucedido bajo el amparo del Estado (Bullrich recortando el trece por ciento) o de accionas avaladas por las instituciones (las tramoyas de Sturzenegger en el megacanje). La idea linkea el epígrafe de Plata quemada: "¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?". 

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Al kirchnerista la fortuna de Cristina le "hace ruido", es la piedra en el zapato del campo nac and pop. Ante la fortuna de Cristina el kirchnerista prefiere a) el silencio. b) la justificación y c) la crítica. Al votante de Cambiemos (indignado por la fortuna de Cristina) parece no importarle cómo hizo su fortuna Macri. Es como si haber hecho la fortuna en el sector privado lo eximiera de ciertos señalamientos.   

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En cierto modo separar entre críticas morales y políticas es en vano, ya que la crítica política casi siempre implica una crítica moral. Y viceversa. 

En cierto modo es como si se representara al kirchnerismo como cocaína y al macrismo como valium. Pero ¿quién está representando?