miércoles, 27 de febrero de 2019

Profesores particulares



Esto sucedió en el verano del año 2001, previo a la catástrofe social.

Estaba cerca del descenso: se había llevado cuatro materias a marzo. Le organizaron un fixture semanal de profesores particulares.

En el Instituto donde, en vano, intentaron explicarle Física, le dio la sensación de que todos eran más pálidos que él, lo que era mucho decir. Los veía tensos, nerviosos, con una pulcritud forzada. Adolescentes que sin duda siempre habían vivido en edificios del centro, con cierto saberes que él anhelaba y ciertas ingenuidades que él detestaba. Entabló conversación con un pequeño rubio de anteojos, de esos que dan la sensación de que si se caen al piso se rompen y al mismo tiempo parecen más adultos que el resto. Lo primero que le contó era que sus padres se habían separado. Dedujo que todos estaban atravesando esa misma situación. Era el instituto adonde iban a parar los chicos con padres separados.  

Le caían bien esos chicos de cartílago, aunque a veces podían ser egoístas. La vida los había hecho así.

Del profesor de Química recuerda sus bermudas color caqui. Vivía con su madre en una casa enorme después de la loma de Colón. Nunca se había tomado el colectivo que llegaba hasta ahí. Estaba demasiado pendiente de las paradas pero disfrutaba el viaje. En la casa había biblioteca, tocadisco, alfombra, decenas de cuadros colgados en las paredes, floreros, platos hondos con frutas de plástico, un siamés gris. La madre era una flecha: cada tanto aparecía y cruzaba el living. Hablamos de una mujer de grandes aros, de maquillaje teatral, de miradas punzantes, de sonrisas enigmáticas a las que nunca pudo encontrar un referente preciso.

Para Matemáticas volvió a una profesora que lo había ayudado a preparar esa materia años atrás. Reunía a los alumnos en la mesa de su comedor. Les daba una clase distinta a cada uno. Era admirable. A veces se equivocaba los nombres y pedía disculpas. La casa: con olor a sahumerio y las ventanas siempre abiertas, en un barrio de ancianos, veredas rotas, almacenes y una avenida a dos cuadras.

Cuando se iban, la profesora los saludaba mientras fumaba en el porche. Era imposible verla fumar y no pensar en su día a día, en cómo pasaría sus horas esa profesora. Por su trabajo en clase era imposible darse cuenta, pero cuando fumaba, su vida tomaba una dimensión colosal.

Ese verano le prestó atención a una de sus alumnas. Su actitud era en sí misma un shock poético. Daba a entender que era una veterana de las repeticiones. Él tenía dieciséis años, ella quizá catorce. Su conducta en la clase particular era distante, irónica, cínica. El trato con la profesora era familiar pero no por su amenidad: se hablaban poco, casi ni se miraban, como una tía y una sobrina condenadas a vivir un año nuevo perpetuo. La chica daba a entender que si habían llegado al punto de llevarse tantas materias e ir a esa profesora, era obvio que no iban a aprobar. Su pensamiento paradójico lo fascinaba. Tenía un espejito y cada tanto lo usaba para mirarse las cejas. ¿Qué contingencias de la vida habían hecho que esa chica tuviese más experiencia que todos los que estaban sentados ahí? No lo sabía, pero le perturbaba. Un día lo señaló con el dedo y dijo: “Vos vas a repetir”. Sus palabras eran dardos. En ese momento sintió todo el peso de la ley.

Si fallaba en la primera, era difícil remontarla justamente con Física. Y así fue. El examen de Matemáticas fue rápido y fulminante. En su casa mantuvo una conducta hermética, deliberadamente ambigua; en forma implícita, intentaba convencer a sus padres de que no estaba repitiendo su hijo sino un artista de la repetición.

Al profesor de Física le escupían la campera cuando se daba vuelta. El tipo estaba cerca de la jubilación, había dedicado toda una vida a la Física y le pagaban con escupidas. Un día lo vieron llorando en el estacionamiento y uno de sus compañeros se le acercó y le empezó a acariciar la cabeza, diciéndole, como si fuera un bebé: "No llore, viejito".

Cuando llegó al examen de Algoritmo sabía que estaba condenado pero se presentó igual. A la distancia ese gesto absurdo le resulta significativo. Era como si se tuviese que despedir de un paradigma de educación, de una vida más estable, reglamentada, prolija. Como si su Yo de la Primaria hubiese tomado el control en forma muy tardía, sólo para ver las ruinas. Porque quien camino de la salida de la escuela a la parada del colectivo no fue él, sino el abanderado de séptimo grado cuatro años después. Todo esto suena dramático pero lo vivió como si no lo fuera. Muchos años después, al parecer, empieza el análisis estructural del relato.    

Tenía una remera negra con un gran estampado en la espalda. Los rayos del sol completan la escena. Sus compañeros ni siquiera se habían presentado. Las familias negociaban para hacerlos pasar de año en una privada o decidían mandarlos al mercado laboral sin anestesia. Repetir era un hecho furtivo. Esto sucedió en el verano del año 2001, previo a la catástrofe social.  

martes, 26 de febrero de 2019

Después del trap




El rock siempre necesitó sentirse muerto para poder resucitar. Pero cada vez que vuelve, el mercado es más chico, cambiaron las formas de distribución de la música, hay una ola de denuncias por abuso sexual, los viejos héroes se murieron o están por morir. La cultura rock, entonces, como la clase media, se repliega, se asusta y se vuelve conservadora, incluso cuando el trap parece tendiente a convertirse en el rock de los jóvenes centennials. 

¿Qué llega a ser Duki subido a la cima del trap? No hay que interpretar mucho, lo dice él mismo en una canción llamada, en forma elocuente, “Rockstar”. Charly García pidió la prohibición del autotune poco después de que Duki cantara ese tema en el escenario de los Premios Gardel. Se generó una disputa bizarra, documentada en los comentarios de Youtube, entre seguidores de Charly y de Duki. Pocos días después Duki sacó un tema llamado “Ferrari”, en colaboración con DICC, que incluye la frase “demoliendo hoteles como Charly”. Un tema reciente, de Zica/Zaramay, se llama, directamente, “Charly García”. El contenido de la letra tiende a la protesta. Los chicos son marplatenses, hay alusiones a las drogas, al puerto, a la injusticia social. Es un combo polémico, sin duda atractivo porque representa con exactitud e ingenio la violenta efervescencia social. Su protagonista es el hecho maldito del país burgués: el drugo urbano.

Más que la compartida misoginia (expresada con distintos niveles de sutileza), tal vez lo que incomode proviniendo de la cultura rock sea el vínculo en un principio ambiguo del trap con el poder. Si el rock propuso casi siempre una vía alternativa (ser un reventado, un loco, un duende, inmiscuido en un sistema ajeno), las letras de trap masivo van un paso más allá. Se trata de acceder a los bienes materiales del poder. Adoptar una cultura, vaciarla de significado hacia el referente, resignificarla y apropiársela como moraleja. “Mansiones”, “armas”, “drogas”, “putas”: en sus líricas, el trapero vive en el loop de una película de Scorsese. No está atravesado por una ideología sistemática, sino por su intuición, que también es política. Si las clases medias y altas se apropiaron de la cumbia villera, el trap se apropia de la clase alta. Y ésta es la interlocutora omnipresente del trap argentino más trash, una entelequia careta, que ronda los círculos de privilegio. Sombra terrible de Facundo vuelven a invocarte.

En un ensayo sobre Public Enemy incluido en Después del rock, Simon Reynold dijo: “El hip hop es un reflejo hiperbólico del sistema –capitalismo/patriarcado-. Inevitablemente, los excluidos de un status social pleno sólo desean de un modo más severo ese status y sus trampas materiales”. La definición es cierta, pero parece atravesada por una visión muy exigente de los demás. Alguien que no necesita hacer una revolución pidiéndole a alguien que sí, que la haga mejor. Después del supuesto fin de las ideologías, lo que deprime a Reynold es que el oprimido no reacciona con un sueño de fraternidad e igualdad, sino con una conducta cercana al nihilismo. En Jacksonismo, Steven Shapiro se ríe de lo escrito por Greil Marcus sobre Michael Jackson y el hip hop en general. “Para Marcus”, sintetiza, “evidentemente, los negros son, en el mejor de los casos, creadores primitivos e inconscientes, cuyas invenciones solo adquieren significado y se vuelven subversivas cuando los blancos las dotan de la conciencia crítica de la que carecen los negros en su conjunto”.

“Estos blancos ahora quieren matarnos porque no toleran vernos tan arriba” dice Duki en “Rockstar”. En un país donde la palabra “negro” es utilizada como un insulto pero quienes ejercen ese racismo no lo reconocen como tal, este tipo de trap adquiere un tenor político innegable y no del todo subrayado (quizá por la interferencia de la misoginia y la ostentación).

La contracara del trap estilo gangsta, es un cordobés llamado Paulo Londra. Este chico debe ser el artista argentino más exitoso del momento. “Forever alone”, el último tema que sacó, fue un suceso inmediato que en pocos días llegó a más de treinta millones de visitas en Youtube. Su letra puede ser entendida como una parodia feroz del trap canónico. Si el género tiende a una entronización del Ello, Paulo Londra cuenta con un Superyó más presente. El tema desarticula los conceptos básicos sobre el macho alfa trapero; acá escuchamos a un pibe aburrido, sin nada para opinar, perezoso y dormilón, que se tira en su cama y apaga el celular. Descripto así el tema parece un “dechado” de corrección política, pero no carece de picardía: pareciera que Londra, al tiempo que admite su dejadez, estuviera ridiculizando la hipérbole de los demás.

lunes, 25 de febrero de 2019

Wonder boys



Antes que Lady Gaga, diecinueve años antes para ser exactos, Bob Dylan ganó un Oscar por la canción original de una película llamada Wonder Boys (2000), "Things have changed". Y también tocó en vivo en la ceremonia, pero sin Bradley Cooper y sin estar ahí. (A Jorge Drexler le dio el Oscar Prince. Y su canción fue interpretada por Antonio Banderas, aunque él, en los agradecimientos, cantó un poco a capela).  

Wonder Boys parece muy deudora del drama epifánico estilo Belleza americana, que había ganado el Oscar un año atrás. Tal vez ahora no se recuerde tanto, pero en su momento Belleza americana sentó las bases de un tipo de película comercial con pretensiones artísticas (el objetivo era filtrar el universo de Cheever al cine). Tanto es así que generó un personaje arquetípico, el del joven apático, perverso y cautivador. ¿Qué es lo que pasa con los jóvenes después de la caída del Muro de Berlín, de Nirvana, del prozac y MTV? Estos personajes son la respuesta según Hollywood.

Si en Belleza americana es un consumidor de marihuana que filma cortometrajes de nuevo cine argentino, en Wonder Boys es un escritor precoz (James Leer, así en castellano, interpretado por Tobey Maguire, el de Spiderman) que asiste a las clases de escritura creativa de Grady Tripp (un Michael Douglas que poco a poco se convierte en el Beto Alonso). Grady es otro estereotipo del cine y la literatura yanqui: el escritor bloqueado, que tuvo un éxito hace varios años y ahora se encuentra inmiscuido en la escritura de una novela total que ya tiene 2611 páginas y no va ni para atrás ni para adelante. Su novela exitosa se llama “La hija del incendiario”. No se dice si también están involucradas las hijas del fletero y la lagrima. Wonder Boys, a su vez, está basada en una novela de Michael Chabon. Todo esto parece demasiado noventoso para ser cierto pero lo es.

“Things have changed” no es el único tema que suena de Dylan. También está “Not dark yet”. (Por momentos la película parece una excusa para que se escuchen esos temas). 

Otro personaje es el editor de Grady, Terry, que por supuesto es interpretado por Robert Downey Jr. A su vez la película empieza cuando Grady es abandonado por su esposa. Pero igual Grady está enamorado de la rectora de la universidad, Sara. ¿Quién hace de Sara? Frances McDormand. Katie Holmes es Hanna, una Lolita que también asiste al taller de Grady, que además de eso vive en una pieza de su casa (en The Squid and the Whale, una mejor película pero del 2005, pasa lo mismo, incluyendo el divorcio reciente, la novela exitosa, el bloqueo).  

La película registra la épica del escritor contemporáneo yanqui, con David Foster Wallace como Jesucristo. Esos grandes problemas de los escritores norteamericanos: volverse demasiado multimillonarios, no saber qué hacer con tanta inteligencia. Uno se pregunta hasta qué punto alguien se puede sentir interpelado con ese pequeño conflicto pequeño burgués. Da la sensación de que las películas sobre escritores se hacen para los escritores. Y que a los escritores no les gustan un carajo las películas sobre escritores.

Al final de la película Grady pierde las 2611 páginas de su novela y se lo muestra dándole los toques finales a un texto autobiográfico en primera persona. El mundo ya no soporta las ideas de Morelli, se venían los blogs.  

Wonder Boys fue un fracaso absoluto, es bastante forzada, cursi y al final puritana, pero de no existir no le hubieran dado el Oscar a Bob Dylan, cuya actuación, vía satélite desde Sydney, tal vez sea mejor que la película y mejor que la idea de dar premios a películas. Al no estar ahí, Dylan es aura pura. En principio genera un poco de morbo ver las reacciones de los actores ante su presencia. Se los nota incómodos pero risueños, a la expectativa. Nadie sabe lo que va a pasar en serio. El tema alude en forma irónica a  “The Times They Are a-Changin'”, Dylan hace caras raras y escupe las palabras como si realmente pensara todo lo que dice la letra.  La cámara alcanza a mostrar cuando Ed Harris entiende todo en un momento.

“Al componer una canción, uno expresa una visión del mundo, aunque a veces hay pocas probabilidades de que esa visión sea acertada. Y otras veces uno dice cosas que nada tienen que ver con la verdad de lo que se quiere expresar, o dice cosas que todos saben que son verdad. Por otro lado, al mismo tiempo uno piensa que la única verdad sobre la tierra es que no hay ninguna. Todo lo que uno dice, lo dice al voleo. Nunca hay tiempo para reflexionar. Uno echa un remiendo, plancha, hace las maletas y se larga a toda prisa” dice en Crónicas.