Uno de los grandes enigmas de la contemporaneidad (además del paradero de Juan Carlos Blumberg y la fecha de edición de Kill Gil) es comprender por qué el River de Simeone ganó un Torneo de Verano, está primero en el Campeonato Clausura y tiene posibilidades serias de pasar a la segunda ronda de la Copa Libertadores de América. Muchos, optimistas, dicen: “cuando se acostumbre a estar en la punta va a jugar bien” o “es más fácil que comience a jugar bien un equipo que gana (como el equipo del Cholo) que uno que pierde: tarde o temprano, River va a jugar bien”. Sin embargo, el Campeonato ya lleva 9 fechas (es decir que faltan apenas 10 partidos) y River never jugó bien: nunca tuvo posesión de la pelota, nunca pasó por encima a un rival, nunca, a lo largo de un encuentro, hilvanó numerosas jugadas de las que participara todo el equipo, nunca demostró solidez defensiva sino más bien “suerte defensiva”, siempre careció de equilibrio, siempre necesitó de su arquero para asegurar las victorias, nunca tuvo pudor para reventar pelotas a la tribuna y hacer del “centro salvador” su bandera futbolística, etc. Para que el River actual esté a la altura de la Institución que representa (no justamente la de los barras y el presidente Diamante, digo Aguilar, sino la de Labruna, Alonso y Francescoli), deberá ganar los partidos restantes con goleadas microcósmicas y actuaciones sobresalientes. De lo contrario, será un campeón tan triste como el día en que se nos muere una mascota (preferentemente un perro).
Una de las grandes estupideces de la contemporaneidad (además de pensar la violencia escolar como algo nuevo y creer que el cacerolazo del 25/3 significó “un hito en la historia argentina”) es la de entender que donde hay gran cantidad de números hay, sin dudas, algo excepcional. Es así que los programas de televisión rigen su continuidad conforme al rating. Es así que los autores que más venden son comúnmente catalogados como “exitosos”, cuando todos sabemos que el éxito de una obra literaria, si es que existe, debe medirse por la calidad y no por su inserción en el Mercado… ¿De qué estaba hablando? ¡Ah, de River! Un buen ejemplo de este tipo de equívoco fue el partido que el Club de Nuñez perdió contra el América de México por 4 a 3. La mayoría de los medios deportivos (y, por consiguiente, la gente) habló de ese partido refiriéndose a una “fiesta del fútbol”, “una noche excepcional” sólo porque hubo 7 goles, es decir, una cantidad extraordinaria para la media habitual. Este silogismo es más fácil que escribir una nota sobre Seinfeld advirtiendo la paradoja de que “la comedia sobre la nada” se haya convertido en la “comedia humana sobre todo”. Sólo profundizando unos milímetros, caemos en la cuenta de que el partido fue horriblemente mal jugado, tanto es así que fuera de los goles (todos, a excepción del último, a través de pelotazos que causarían la envidia de un rugbier) casi no hubo llegadas de gol. De todos modos, en ese partido, el hincha de River que desde que Simeone comenzó su ciclo se preguntaba a qué jugaba el equipo, tuvo la respuesta: River juega a “la restada”, aquella idílica recreación donde se enfrentaban dos jugadores-arqueros que remataban desde su arco, prescindiendo de un equipo y haciendo de la pelota parada su única arma para herir al rival. Otra enseñanza de la aventura azteca es que el glorioso momento de Carrizo tiene mucho del factor suerte: fuera de estar muy bien ubicado y mirar con excesivo “gesto solvente” las pelotas que se van cerca del arco (¡e incluso las que pegan en el palo y las que se meten en el ángulo!), cuando te hacen 4 goles en 25 minutos, ni el arquero más sublime te salva. Los periodistas deportivos (que suelen hacerle problemas a ese extraño hombre llamado Ischia cuando Boca crea 520 situaciones de gol y empata) ni se inmutaron: River jugó bien, Simeone es un gran técnico y el equipo tiene mucha actitud…El partido contra Lanús fue parejo y, en el balance, fue el equipo de Cabrero el que dominó: River se dedicó a esperar, armar jugadas de contraataque y rezar porque alguna de sus irregulares figuras tenga un acceso de inspiración, algo que ocurrió finalmente en el segundo tiempo cuando el Niño de Cobre realizó una apilada genial y definió ante Carlos “adelantado 20 años” Bossio. Después lo tuvo Sand, que volvió a ser el de River, Colón y Banfield: en 5 días dilapidó dos penales vitales. En una contra, Abreu, sólo ante el arquero, pateó el césped, cayó y pidió penal. Alexis Sánchez se convirtió en el jugador más absurdamente ovacionado. Las vacas están tan flacas que ya aplaudimos a un jugador porque nos cae simpático: la verdad es que el chileno deambula en la cancha y tiene tantas buenas como malas, pero ya lo dijo Calamaro: No alcanza ni para fiambre/ a conformarse con los olores…
Las palabras claves para definir a River son claras con respecto al juego del equipo: oportunismo, actitud, contundencia, presión, etc. Todo lo transitorio que tiene el fútbol se encuentra en esos términos. Simeone viene ganando, es verdad, pero la excesiva puesta en escena que realiza en cada partido (mezcla hiperbólica de la ancestral mala onda de La Volpe con el perfeccionismo paranoico de Bilardo) explicita que no está conforme con el funcionamiento. Algo me dice que lo que busca Simeone y no puede plasmar, tampoco me gustaría mucho. Habrá más noticias para este boletín. Cambio y fuera. Abrazo de gol. Sayonara. ¡Viva la bagatela!
Una de las grandes estupideces de la contemporaneidad (además de pensar la violencia escolar como algo nuevo y creer que el cacerolazo del 25/3 significó “un hito en la historia argentina”) es la de entender que donde hay gran cantidad de números hay, sin dudas, algo excepcional. Es así que los programas de televisión rigen su continuidad conforme al rating. Es así que los autores que más venden son comúnmente catalogados como “exitosos”, cuando todos sabemos que el éxito de una obra literaria, si es que existe, debe medirse por la calidad y no por su inserción en el Mercado… ¿De qué estaba hablando? ¡Ah, de River! Un buen ejemplo de este tipo de equívoco fue el partido que el Club de Nuñez perdió contra el América de México por 4 a 3. La mayoría de los medios deportivos (y, por consiguiente, la gente) habló de ese partido refiriéndose a una “fiesta del fútbol”, “una noche excepcional” sólo porque hubo 7 goles, es decir, una cantidad extraordinaria para la media habitual. Este silogismo es más fácil que escribir una nota sobre Seinfeld advirtiendo la paradoja de que “la comedia sobre la nada” se haya convertido en la “comedia humana sobre todo”. Sólo profundizando unos milímetros, caemos en la cuenta de que el partido fue horriblemente mal jugado, tanto es así que fuera de los goles (todos, a excepción del último, a través de pelotazos que causarían la envidia de un rugbier) casi no hubo llegadas de gol. De todos modos, en ese partido, el hincha de River que desde que Simeone comenzó su ciclo se preguntaba a qué jugaba el equipo, tuvo la respuesta: River juega a “la restada”, aquella idílica recreación donde se enfrentaban dos jugadores-arqueros que remataban desde su arco, prescindiendo de un equipo y haciendo de la pelota parada su única arma para herir al rival. Otra enseñanza de la aventura azteca es que el glorioso momento de Carrizo tiene mucho del factor suerte: fuera de estar muy bien ubicado y mirar con excesivo “gesto solvente” las pelotas que se van cerca del arco (¡e incluso las que pegan en el palo y las que se meten en el ángulo!), cuando te hacen 4 goles en 25 minutos, ni el arquero más sublime te salva. Los periodistas deportivos (que suelen hacerle problemas a ese extraño hombre llamado Ischia cuando Boca crea 520 situaciones de gol y empata) ni se inmutaron: River jugó bien, Simeone es un gran técnico y el equipo tiene mucha actitud…El partido contra Lanús fue parejo y, en el balance, fue el equipo de Cabrero el que dominó: River se dedicó a esperar, armar jugadas de contraataque y rezar porque alguna de sus irregulares figuras tenga un acceso de inspiración, algo que ocurrió finalmente en el segundo tiempo cuando el Niño de Cobre realizó una apilada genial y definió ante Carlos “adelantado 20 años” Bossio. Después lo tuvo Sand, que volvió a ser el de River, Colón y Banfield: en 5 días dilapidó dos penales vitales. En una contra, Abreu, sólo ante el arquero, pateó el césped, cayó y pidió penal. Alexis Sánchez se convirtió en el jugador más absurdamente ovacionado. Las vacas están tan flacas que ya aplaudimos a un jugador porque nos cae simpático: la verdad es que el chileno deambula en la cancha y tiene tantas buenas como malas, pero ya lo dijo Calamaro: No alcanza ni para fiambre/ a conformarse con los olores…
Las palabras claves para definir a River son claras con respecto al juego del equipo: oportunismo, actitud, contundencia, presión, etc. Todo lo transitorio que tiene el fútbol se encuentra en esos términos. Simeone viene ganando, es verdad, pero la excesiva puesta en escena que realiza en cada partido (mezcla hiperbólica de la ancestral mala onda de La Volpe con el perfeccionismo paranoico de Bilardo) explicita que no está conforme con el funcionamiento. Algo me dice que lo que busca Simeone y no puede plasmar, tampoco me gustaría mucho. Habrá más noticias para este boletín. Cambio y fuera. Abrazo de gol. Sayonara. ¡Viva la bagatela!