El título de la última novela de Bioy sirve para describir el campeonato logrado por el Club Atlético “Aruba” Plate. Desde el frío punto de vista matemático, el campeonato, en cambio, es entendible: “Aruba” Plate ganó los puntos (contra Arsenal, Lanús, Olimpo, Colón, Gimnasia de Jujuy) que con Passarella perdía. Centrándonos en la perspectiva futbolística, River (las cosas por su nombre) deja muchísimo que desear. Incluso podría afirmar que, desde que tengo uso de razón futbolera (1990 en adelante) éste es el peor campeón. Se hace difícil explicar qué hizo bien Simeone para que River gane el Clausura. Los jugadores que pidió, no tuvieron siquiera un nivel aceptable. Cabral levantó hacia el final, pero nunca se consolidó. Archubi brilló por su ausencia (a excepción de un gol importante contra el equipo de Alfaro). Abreu, por su parte, hizo 2 goles (con el arco vacío) en 18 partidos y ayer coronó el campeonato perdiéndose un gol solo frente al arco (lo que comprueba que hasta perdió su especialidad). Tácticamente, el equipo fue más desconcertante que una película de David Lynch. La palabra que lo califica es elocuente: desordenado. El desenfreno de éxtasis del que Simeone hizo gala en cada partido tuvo su correlación en delanteros jugando de volantes, habilidosos con exageradas obligaciones defensivas, descompensaciones varias entre la defensa y el medio y sorprendentes facilidades para que el rival llegue a posición de gol. Por otro lado, el jugador que desdeñó para el compromiso más importante del semestre (octavos de final contra San Lorenzo de Almagro en la Copa Libertadores), terminó siendo el símbolo anímico de la levantada y, de paso, produjo tres pases (contra Huracán, Colón y Olimpo) que significaron muchísimo más que meros goles. Otra característica de este River fue la suerte que tuvo para que partidos en los que fue ampliamente superado por su rival (Estudiantes, Independiente, Newell’s) quedaran empatados en 0. Así y todo, River salió campeón, algo que habla más del resto que de sí mismo: no se puede asegurar que el equipo de Nuñez haya sido el mejor, pero tampoco se puede encontrar otro que lo haya superado a lo largo del Torneo: Boca, arrogante, se jugó por la Copa y perdió en los dos frentes, Estudiantes tuvo tantos vaivenes como River, San Lorenzo se cayó al final, Lanús fue la sombra de la sombra del fantasma del año pasado. Creo que la explicación del triunfo reside en las manos de ese misterio llamado Carrizo y en los botines inspirados de algunos jugadores de excepción (todos salidos de las inferiores), por orden de rendimiento: Abelairas (una revelación), Buonanotte (ídolo del mañana), Ortega (crack histórico), Ahumada (ídolo de Boca) y Falcao (al final del campeonato desapareció pero al principio fue importantísimo). En un nivel intermedio pueden ubicarse Ferrari, Gerlo (¡por fin ganó un campeonato!), Augusto Fernández, el errático Sánchez, Villagra y algunos pocos más. Sin embargo, toda crítica queda fuera de lugar luego de tantos años de sequía. Sólo basta decir que desde que este blog fue creado (junio del 2005) River ni siquiera había podido pelear un campeonato hasta el final. La última alegría había sido por junio del 2004 (con Astrada de técnico) y, por momentos, la espera se pareció a aquella que prefiguró Beckett, la de Godot. Algo bien debe haber hecho Simeone. Por lo pronto, un canto ancestral casi olvidado comienza a reverberar en el aire: “Me parece que Boca no sale campeón/ Me parece que Boca no sale campeón/ Sale River, sale River sí señor…”. Sayonara.