jueves, 20 de noviembre de 2008

Era Maradona, Parte I

Luego del primer partido de la era Maradona poco es lo que se puede comentar. A decir verdad, no se advirtieron mayores cambios con respecto al juego que proponía el hombre de la voz ronca y el discurso lacónico. El equipo se mostró activo durante los primeros 30 minutos (elaborando circuitos de pases productivos, triangulaciones de buena factura -como la del gol- y un dominio de pelota algo incisivo) para luego estancarse, indeciso, con ausencia de llegadas de riesgo y algunos errores defensivos. La tan mentada “actitud”, a pesar del esfuerzo de algunos apologistas de la Iglesia Maradoniana, brilló por su ausencia. Alguna vez debería comenzar a explicarse que la actitud, por sí sola, no significa una virtud. Y que si fuera “sólo una cuestión de actitud” tipos como Simeone o Astrada o Giunta habrían sido elegidos los mejores jugadores durante décadas consecutivas. Bueno, tampoco quiero llegar a un didactismo “nelsoncastreano” (consistente en decir boludeces como si fueran grandes verdades) e indicar que hay “actitudes malas” y “actitudes buenas”…A excepción de que uno crea seriamente que Diego is God, mucho más no se podía esperar con 3 días de trabajo y un entrenador novato. Por estas razones, lo interesante del partido, más allá del deporte mismo, fue Maradona. Maradona y sus actitudes. Maradona y su seriedad. Maradona y su abrazo con cada uno de los jugadores al terminar el encuentro. Los periodistas (aunque sea los de T y C Sports) parecen comenzar a esbozar una tendencia insufrible: interpretar cognitivamente cada acto de Maradona, como si éste guardara un significado oculto en cada intervención pública. Las alusiones al estado de salud de la esposa del Kun, totalmente injustificadas, se hicieron frecuentes. La inteligencia intrínseca que se le suele atribuir al 10 es plenamente correspondiente a la amistad que tenga con los periodistas en cuestión. Esto tiene que ver con que en el mundillo del fútbol, se asocia la inteligencia con la viveza y el descaro. Claro que cuando esa cualidad termina por desmadrarse, son los mismos periodistas los primeros en rechazarla. Recordemos cómo la personalidad de Basile pasó de ser “simpática” (“¡Ja, ja, trata mal a los periodistas, es un personaje!”) a “autoritaria” (“¡Oh no, basurea a los periodistas, es la viva imagen de un Dictador Cavernícola!”) en un par de meses. También se aprecia una tolerancia total, capaz de reconocerle a Maradona detalles tan vulgares (y obvios) como poner a Henize de 6, Zanetti de 4, Papa de 3 y Mascherano de 5. Es claro que cualquier hincha de fútbol más o menos atento sabe las posiciones naturales de tales jugadores. En la locura de otorgarle valores sobrehumanos al 10, se lo termina adulando por cuestiones normales, que en otros (Basile, Passarella, Pekerman) pasarían de largo. Acabo de inventar la pólvora, ¿no? Como desde que asumió la dirección técnica, a Diego se lo vio pasado de revoluciones al revés, como si fuera el espejo inverso del hiperactivo Simeone. De rostro circunspecto, poco activo durante el transcurso del cotejo (creo que se paró 3 veces), lo que los periodistas vieron como tranquilidad, a mí (tal vez erróneamente, por supuesto) me pareció un signo de nerviosismo y (una vez más) de sobreactuación. Inclusive el ignoto Lemme (en realidad al lado del Diego todos son ignotos) fue el encargado de dar las indicaciones elementales. Probablemente porque no hay mucho para decir, otra vez se cargaron las tintas sobre el vínculo estrecho que une al DT con los jugadores, como si esto, más allá de una buena convivencia, asegurara algo trascendental (un título, unas Eliminatorias sin sobresaltos, un buen juego). Habrá más novedades. Sayonara.