Qué buen disco, maldita sea. ¿Dónde estuve todos estos años, haciendo qué cosa tan importante como para no alabar día y noche París 1919 de John Cale? Ya mismo debe conseguir este disco, es una orden. Sí, no mire hacia otro lado, le estoy hablando a usted que ahora mismo está comiendo las sobras de un mantecol con el ventilador prendido en una postal tan típica como patética de los primeros días de enero. Seamos arbitrarios, digamos lo imposible: quizás éste sea el mejor disco de la historia. Como también lo pueden ser, al momento de la primera escucha, Hot Rats, Plastic Ono Band, Artaud, Marquee Moon, Libertango, Clics Modernos, Songs of Love and Hate, Let it Bleed, Pink Moon, Blood on the tracks, Berlín. Nueve canciones donde la luminosidad y la tristeza de la vida toman forma de música de escocés multiinstrumentista y mítico. Nueve canciones de las que no se puede obviar ninguna. Nueve canciones que llegan para quedarse en nuestro inconsciente colectivo repitiéndose cual mantras de un fucking mundo mejor. ¿Pop? ¿Rock? ¿Folk? Todo eso y mucho más. Algo raro sucedía por aquellos años, principios de los 70’, probablemente fuera la sensación de que las cosas que hoy nos parecen gastadas estaban por nacer. Poco es lo que se puede decir de una obra fundamental, cada palabra es la expresión cabal de lo que no se puede indicar. Porque el arte sublime, como el amor y otras yerbas, no se explica, se reconoce. De la serie de muchachos raros que alumbraron el rock de fines de los 60’ personificando el lado B del mainstreim, John Cale es el menos conocido. Mucho menos que su ex compañero de la Velvet, Lou Reed. Mucho menos que David Bowie. Muchísimo menos que Iggy Pop. Cale es un genio oculto pero quizás más prestigioso que sus primos. Su carrera está plagada de buenos discos. Desde el primero (Vintage Violence, 1970) al último (Black Acetate, 2005), exceptuando algunos resbalones, hay material para navegar y perderse. Pero París 1919 es mortal. Arranca con la balada “Child's Christmas in Wales”, destilando vitalidad y alegría y cierra con los murmullos alucinados de “Antarctica Starts Here”, para escuchar a oscuras un día lluvioso, con un whisky en el mano y una herida en la mente (no se trata de una canción de amor precisamente). En el espacio que hay entre esos dos extremos, el sustento de la obra. Las piezas aparentan ser simples y descansan su efectividad en el ojo clínico de Cale para las melodías. Su voz (extrañamente parecida a la de Ringo Starr), los arreglos sinfónicos, el dejo de melancolía, la discreción. Elementos dispares que se unen y terminan por consolidar un trabajo perfecto. Clásicos como el tema épico que titula el disco y “Hanky Panky Nohow” (similar a "How Kind of You", un track de Paul McCartney del año 2005) no necesitan presentación alguna. “Andalucía” es un ejercicio acústico bellísimo. “MacBeth” y “Graham Greene” entablan referencias literarias bastantes disparatadas y bordean el rock and roll más puro. Una versión más reciente de París 1919 incluye tomas alternativas de todos los temas que desprovistos de los arreglos orquestales quizás exuden aún más atemporalidad. Muy grande John Cale.