domingo, 3 de enero de 2010

David Lebón

“No te copes mal, dejala/ Te trata de encontrar, dejala”, canta (en el caso de Lebón se puede conjugar ese verbo tan esquivo) el flamante solista al iniciar su primer, único y mejor disco. Las interpretaciones pertinentes del caso hablan de drogas (de la misma etapa son otros temas que plantean más o menos el mismo discurso: “Hola, pequeño ser” de Pescado Rabioso y “Luis se cayó de la higuera”, de Nebbia), aunque el espíritu positivo de la canción excede el límite vulgar de los estupefacientes e invita también a deshacernos de todo aquello que nos esclaviza y nos impida funcionar como seres autónomos. “Te digo lo que sé porque seguí el tiempo confundido aquí”, remata Lebón en la segunda estrofa, interpelando y aconsejando como buena parte del rock de la época (en este caso sólo basta recordar las magníficas letras de Javier Martínez, a menudo compuestas por máximas imperativas a las que es imposible no reverenciar). “Hombre de mala sangre” es una canción hermosa que da ganas de vivir. Por sí sola justificaría la buena fama de este disco, pero hay mucho más. Algunas contorsiones rockeras en las que Lebón, quizás influenciado por Pappo (el sonido de Pappo marca el compás de aquellos años), juega al guitar hero (“Envases de todo”, “Treinta y dos macetas”) y un blues un tanto cuadrado (“Copado por el diablo”, el tema que zapa Charly en el ensayo de Adiós Sui Generis), pueden ubicarse en un plano menor. Este último, junto al gusto adquirido en los 80’ por las baladas melosas, es el estilo por el que deambularía buena parte de una carrera con altibajos. El resto es sencillamente excepcional. Se entiende aquí la manía de las figuras más destacadas del rock argentino por incluir a Lebón como invariable partenaire. Quien se maraville con “Hola dulce viento (mañana o pasado)”, esa pequeña joya que afortunadamente Pescado eligió entre su repertorio el día de las bandas eternas, tendrá aquí parientes muy cercanas para disfrutar. “Nube cien” y “Casa de arañas” (de muy buena relectura junto a Pedro Aznar en el disco en vivo de un par de años atrás) entre ellas. “Tema para Luis”, dedicado obviamente a Spinetta (cita directa a “Tema de Pototo”: “Ahora sé muy bien que la soledad es un amigo que no está”), una pieza para piano en la que descuella el amplio registro vocal de Lebón, más que de amistad, es una canción de puro amor. Forma parte de ese club de canciones hermosas y algo secretas como “La búsqueda de la estrella” o “Nunca lo sabrán”. Aunque mi favorita es “Hombre de mala sangre”, quizás el mejor tema sea “Dos edificios dorados”, ácidamente reversionada por García en El Aguante (1998). El tenor irracional de los nombres de los temas tiene su razón en una anécdota agotadísima (pero que nunca viene mal volver a refritar). Que lo cuente el mismo Say No More:

“A mí siempre me pareció que "Dos edificios dorados" tenía un mensaje, no satánico, pero sí como mesiánico Yo estaba cuando Lebón la compuso y el tema no se iba a llamar así. Recuerdo que estábamos con la esposa de él de aquel entonces, Liliana Lagardé, y que estaba poniendo los títulos. En esa época, año 1973, más o menos, había una ley de SADAIC por la cual ningún tema podía repetir un título que ya estuviera. Y como los que él tenía ya habían sido usados, les ponía cualquier cosa. Ese se llama "Dos edificios dorados" como podría haberse llamado "Dos dulces de leche blandos". Otro se llama "32 macetas". Si yo no hubiera estado ahí y supiera como es la cosa, pensaría que es mentira”.

Por eso “Panadero ensoñado”, por eso “Iniciado del alba”. Quien le encuentra una vuelta irónica al insólito problema es el mismo Charly en “No se va a llamar mi amor”, ya en la década de los 80’. Se descarta que tal ley haya sido suprimida.

Editado en 1973, el mismo año de Artaud y Muerte en la catedral, David Lebón, el disco, es la mejor cara de David Lebón, el músico. También uno de los instantes irrepetibles del rock de acá.