Bernes me contó que Coignac le contó que Mujica Láinez está deshecho a causa de mi Legión de Honor. Manucho sostiene que desde luego él tiene más méritos que yo para recibirla, que tradujo esto y aquello, etcétera.- Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes. Diarios íntimos.
En medio del soporífero frío de domingo otoñal cambio canales sin prestar mayor atención. De pronto aparece en el canal Encuentro un gallego en blanco y negro que supo entrevistar escritores allá por la década del 70’ –recuerdo esto por la Muestra sobre Cortázar en la que el mismo gallego circa España en la Transición Franquista le hacía una nota muy larga y conocida al Cronopio-. De pronto la cámara gira y quien aparece ante mí es un tipo elegante, ya anacrónico para el año 1976 en que se hace la entrevista. Se trata de mi odiado Manuel Mujica Láinez. Pronto caigo en la cuenta de que yo no odio a Mujica sino a sus escritos. La recepción de Misteriosa Buenos Aires al mismo tiempo que La Metamorfosis y otros relatos de Kafka hizo sucumbir en mi mente al oligarca escriba a una tumba literaria que quizá no se merezca. En mi cerebro ocupaba el mismo escalafón que Eduardo Mallea aunque luego de ésta entrevista Láinez se coloca entre los que alguna vez deberé leer con atención. Con una mirada maquiavélica responde con ironía y gracia todas las preguntas del español. La descripción de su personalidad que hace Bioy Casares en sus diarios –no sin una peligrosa homofobia por su homosexualidad- no puede ser más real: frívolo, soberbio, anticuado, egocéntrico, Mujica parece ser la representación de aquellos grandes escritores del pasado siglo, esos que se embarcaban en proyectos suntuosos y añoraban la Buenos Aires de 1910. Conservador tajante –dice, severo, que le gustan los cuentos de Cortázar pero de ninguna manera sus novelas-, gorila en tiempos de Perón como Bioy, Cortázar y Borges, Mujica logra caernos bien con el inexplicable brillo que da el tiempo. En la actualidad sería considerado un fascista, a través del lente nuevo de la televisión y el paso inexorable de los años –permítanme las frases hechas- podemos disfrutar sus declaraciones hasta con simpatía. Cuando le preguntan sobre su autor predilecto del boom latinoamericano de los 60’ dice: Si, tengo mis predilecto: Vargas Llosa es el que peor escribe. Acerca de su increíble viaje en Zeppelín junto a 20 personas –entre ellas un nazi, esto daría para un chiste: ¿qué hacen Mujica Láinez, un nazi y un mono en un Zeppellín?- cuenta no sin cierta malicia como un negrito, en África, que sostenía la nave, se estrella contra alguna montaña por no soltar la soga a tiempo –no hace falta mucho para imaginar a Mujica y el nazi riendo mientras el pobre negro se debate por su vida-. A Borges lo llama Georgie. De Bioy Casares dice que es un escritor muy serio en verdad pero que no tiene tanta imaginación como Silvina Ocampo. Con Sábato es amablemente lapidario: es una excelentísima persona, me gustó su…túnel. Mujica parece un tipo para cruzarse en un bar y empezar a preguntarle cosas. Dice que hasta ha viajado en esos artefactos atroces que hay en su país, Argentina: los colectivos. Cuenta como adquirió una estatuilla que tenía una maldición en idioma chino. Cuenta que una replica de otra estatuilla de su colección no sucumbió a los embates de los días de la Revolución Francesa –Mujica dice haberla visto en Bastilla- y se mantuvo intacto pero que la de su propiedad perdió la nariz y la boca al estar sólo tres meses en su Estancia El Paraíso, en Córdoba, a manos de unos muchachotes. No hay alusión alguna al estado de Facto en la Argentina, se declara apolítico pero no puede evitar confesar que en tiempos de Perón comenzó a traducir a Shakspeare para olvidarse de la realidad. El conductor le muestra unos dibujos horribles que el mismo Manucho diseño. El escritor, sorprendido, se coloca su ¡monóculo! para ver mejor. Recuerda que cuando su novela Bomarzo recibió un premio junto a Rayuela le escribió una carta de admiración –sólo por sus cuentos, que quede claro- a Cortázar y que éste último le contestó con una carta en la que decía que podrían sacar un volumen con las dos novelas y que éste se podría llamar Boyuela o Ramarzo. Muy gracioso, dice Mujica, mientras tose, muy gracioso. Hasta me dan ganas de leer Los viajantes o alguna de sus novelas sobre la oligarquía. Mujica era un escritor de otro tiempo que aún naciendo en el momento equivocado se dedicó a vivir su vida como a él le parecía correcto. Su conservadurismo político se traduce en una prosa clásica, casi barroca, en la que los mayores artificios que le hace notar el entrevistador son que en una novela hace hablar a una casa y en otra a un perro…Cuando le preguntar sobre literatura española dice que no sabe nada, que se quedó en Valle Inclán. Hubiéramos empezado por ahí…
En medio del soporífero frío de domingo otoñal cambio canales sin prestar mayor atención. De pronto aparece en el canal Encuentro un gallego en blanco y negro que supo entrevistar escritores allá por la década del 70’ –recuerdo esto por la Muestra sobre Cortázar en la que el mismo gallego circa España en la Transición Franquista le hacía una nota muy larga y conocida al Cronopio-. De pronto la cámara gira y quien aparece ante mí es un tipo elegante, ya anacrónico para el año 1976 en que se hace la entrevista. Se trata de mi odiado Manuel Mujica Láinez. Pronto caigo en la cuenta de que yo no odio a Mujica sino a sus escritos. La recepción de Misteriosa Buenos Aires al mismo tiempo que La Metamorfosis y otros relatos de Kafka hizo sucumbir en mi mente al oligarca escriba a una tumba literaria que quizá no se merezca. En mi cerebro ocupaba el mismo escalafón que Eduardo Mallea aunque luego de ésta entrevista Láinez se coloca entre los que alguna vez deberé leer con atención. Con una mirada maquiavélica responde con ironía y gracia todas las preguntas del español. La descripción de su personalidad que hace Bioy Casares en sus diarios –no sin una peligrosa homofobia por su homosexualidad- no puede ser más real: frívolo, soberbio, anticuado, egocéntrico, Mujica parece ser la representación de aquellos grandes escritores del pasado siglo, esos que se embarcaban en proyectos suntuosos y añoraban la Buenos Aires de 1910. Conservador tajante –dice, severo, que le gustan los cuentos de Cortázar pero de ninguna manera sus novelas-, gorila en tiempos de Perón como Bioy, Cortázar y Borges, Mujica logra caernos bien con el inexplicable brillo que da el tiempo. En la actualidad sería considerado un fascista, a través del lente nuevo de la televisión y el paso inexorable de los años –permítanme las frases hechas- podemos disfrutar sus declaraciones hasta con simpatía. Cuando le preguntan sobre su autor predilecto del boom latinoamericano de los 60’ dice: Si, tengo mis predilecto: Vargas Llosa es el que peor escribe. Acerca de su increíble viaje en Zeppelín junto a 20 personas –entre ellas un nazi, esto daría para un chiste: ¿qué hacen Mujica Láinez, un nazi y un mono en un Zeppellín?- cuenta no sin cierta malicia como un negrito, en África, que sostenía la nave, se estrella contra alguna montaña por no soltar la soga a tiempo –no hace falta mucho para imaginar a Mujica y el nazi riendo mientras el pobre negro se debate por su vida-. A Borges lo llama Georgie. De Bioy Casares dice que es un escritor muy serio en verdad pero que no tiene tanta imaginación como Silvina Ocampo. Con Sábato es amablemente lapidario: es una excelentísima persona, me gustó su…túnel. Mujica parece un tipo para cruzarse en un bar y empezar a preguntarle cosas. Dice que hasta ha viajado en esos artefactos atroces que hay en su país, Argentina: los colectivos. Cuenta como adquirió una estatuilla que tenía una maldición en idioma chino. Cuenta que una replica de otra estatuilla de su colección no sucumbió a los embates de los días de la Revolución Francesa –Mujica dice haberla visto en Bastilla- y se mantuvo intacto pero que la de su propiedad perdió la nariz y la boca al estar sólo tres meses en su Estancia El Paraíso, en Córdoba, a manos de unos muchachotes. No hay alusión alguna al estado de Facto en la Argentina, se declara apolítico pero no puede evitar confesar que en tiempos de Perón comenzó a traducir a Shakspeare para olvidarse de la realidad. El conductor le muestra unos dibujos horribles que el mismo Manucho diseño. El escritor, sorprendido, se coloca su ¡monóculo! para ver mejor. Recuerda que cuando su novela Bomarzo recibió un premio junto a Rayuela le escribió una carta de admiración –sólo por sus cuentos, que quede claro- a Cortázar y que éste último le contestó con una carta en la que decía que podrían sacar un volumen con las dos novelas y que éste se podría llamar Boyuela o Ramarzo. Muy gracioso, dice Mujica, mientras tose, muy gracioso. Hasta me dan ganas de leer Los viajantes o alguna de sus novelas sobre la oligarquía. Mujica era un escritor de otro tiempo que aún naciendo en el momento equivocado se dedicó a vivir su vida como a él le parecía correcto. Su conservadurismo político se traduce en una prosa clásica, casi barroca, en la que los mayores artificios que le hace notar el entrevistador son que en una novela hace hablar a una casa y en otra a un perro…Cuando le preguntar sobre literatura española dice que no sabe nada, que se quedó en Valle Inclán. Hubiéramos empezado por ahí…