Hay 3 hechos por los cuales me veo motivado a escribir este texto: uno es el post de Martín, el otro, en su blog Meditaciones Descartables, titulado El misterio como forma de sustitución, donde se hace referencia a la gran cantidad de objetos culturales –cine, literatura, series de tv- que apelan a lo no dicho para capturar más atención en el receptor; el segundo hecho es la aparición, en la última edición de Ñ, de una nota que en su tapa fue elocuentemente (y barcelonescamente) llamada “La exhibición de escenas crueles en películas de terror es un fenónemo que parece no tener límites” (¡!). Como su fatal título evoca, la nota trata de cómo los nuevos filmes de terror –o pseudo terror-, escarban allí donde crueles clavos penetran pieles, afilados cuchillos cortan dedos o, cuando no, certeras sierras cortan piernas y/o cabezas. El tercer hecho fue haber visto Hostel 1 y El cazador de Wolf Creek, dos películas que entran en este nuevo género que podríamos llamar terror explícito o terror-realista sucio.
Mi comentario está dirigido hacia este último tipo de películas pero antes debo recapitular y nombrar tres formas de hacer películas de terror –bien mecanizadas, estructuradas y obvias- que la industria cinematográfica ha venido ensayando en los últimos tiempos. Una de estas formas –la primera en mi arbitrario recuento- es la que Martín nombra en el post mencionado: la que pone en escena un enigma difícil de resolver –ominoso, siniestro, perteneciente a una otredad inclasificable- y al espectador con ganas de descifrar ese enigma. Como bien se explica en el post de Meditaciones… cuando este enigma se resuelve, la solución pocas veces se encuentra a la altura de lo que sugirió. Nigth Shyamalan es un caso emblemático de este tipo de cine con películas como La Aldea, Señales o Sexto Sentido. Memento, El maquinista, Una mente brillante y tantos otros largometrajes son ejemplos de este mecanismo harto utilizado no sólo en el género de terror sino también en el drama o el suspenso. Más insoportable que el film en sí es el espectador del mismo, que una y otra vez, al surgir la recurrente solución, dice haber entrevisto esta última, por lo menos 25 veces durante la extensión de la película.
La segundo forma en que los anodinos directores contemporáneos están representando el miedo tiene su origen en Oriente. Es lo que se conoce como terror japonés u oriental: se trata de la típica película de fantasmas, esta vez reflejados en pantallas de televisión, espejos o sombras y sin hombres vestidos con sábanas. Afectas a los grandes silencios, el diálogo escaso y los tonos grises, este terror oriental a la norteamericana, no teme repetir mil veces el mismo truco (el plano principal de la protagonista y el fantasmita pasando por detrás ya lo vi demasiadas veces) y banalizar por completo un género ajeno. Si tenemos en cuenta que la misma Nación no temió, en la Segunda Guerra Mundial, explotar sendas ciudades orientales en pedazos a través de la bomba atómica, comprenderemos que más que banalización del género, lo suyo es tradición. Los bonsáis, el budismo zen, las frases de Confucio, el satori (nombrado cada dos por tres a propósito de nada), el manga y finalmente el terror japonés son sólo algunos de los ejemplos en los que Occidente pesca de Oriente un elemento para masificarlo, luego cosificarlo y más tarde convertirlo en la nada misma. La llamada, El grito, Dark Water y demás –en muchas ocasiones sus títulos difieren en forma mínima- son las películas más conocidas de este género rápidamente agotado que hizo proliferar niños pálidos y fantasmales.
La tercera forma de miedo es de la que se encargó Ñ este fin de semana: la exhibición de atrocidades. La diferencia entre una película de terror tradicional y este nuevo modo vendría a ser lo que diferencia el erotismo de la pornografía o una mujer en ropa interior y otra totalmente desnuda: en los segundos casos no hay sorpresa o seducción latente sino más bien un gusto por el efecto inmediato, carente de elipsis o metáfora alguna, gusto que por otra parte no pongo en tela de juicio. En Ñ la nota giró en torno al efecto que produce la escena cruel en el espectador, realizando así una especie de análisis filosófico y estético. Mi comentario se encuentra en las antípodas de este último –de momento me veo imposibilitado en afirmar que el público, que quiere verlo todo y más, es la nueva vanguardia, como concluye el artículo- pero no dejo de nombrar su lectura como propulsora de este mismo post. El mismo día observé la insufrible El Cazador de Wolf Creek y caí en la cuenta de que su mensaje es el mismo que tanto me había indignado en Hostel, una película que, para mí ira, había recibido buenas críticas porque cercana a ella estaba el farsante de Tarantino, ídolo de esnobs (esnob= crítico de cine). Lamentablemente no he visto muchas películas de este tipo –que las hay de a montones- y no puedo afirmar que la moraleja latente –e implícita- en TODAS es la que describiré a continuación. Por consecuencia de esto último me atrevo a catalogar con este análisis sólo a las dos películas nombradas. Y eso no es poco si tenemos en cuenta los millones de espectadores que deben haber tenido alrededor del mundo. También tuve la oportunidad de ver El juego del miedo 2, otra película menor, que acrecienta el grado de redundancia de cada una de las escenas de tortura y brutalidad. La repetición constante de un tópico –por más arriesgado u original que sea- produce una atrofia en el efecto, grave problema para películas que sólo buscan el asco y el repentino límite del mal gusto en el espectador. Sólo memorias cinéfilas débiles o imbéciles podrán disgustarse una y mil veces por el mismo tipo de escena. Una mala noticia: memorias débiles e imbéciles pueblan el mundo. De allí al gran éxito del El juego del miedo u Hostel hay un solo paso.
Pero el problema principal no sería esta repetición constante y ausente de sentido o creatividad: todo género tiene su estereotipo y en la repetición de estos se basa no sólo la práctica del cine sino también la literatura, la música y demás. Lo peligroso en Hostel o El cazador de Wolf Creek, más que el ingenuo festival de sangre y torsos destrozados, es su mensaje, un mensaje demasiado cercano al Orden Mundial que Bush instaló luego del 9/11. En las dos películas se muestra a grupos de adolescentes que necesitan SALIR de su entorno para ENTRAR a OTRO lugar y allí adquirir la experiencia, diversión o vitalidad que a sus vidas les está faltando. Lo que encuentran en ese lugar otro (ya sea Praga en Hostel o Australia para las británicas de El cazador…) es, nada más y nada menos, que la muerte. Y no se trata de un asesinato vulgar –pasional, por error, luego de un hecho policial, etc.- sino de la más que explícita caída en los más que explícitos territorios donde organizaciones o entes sádicos se dedican a matar en forma… más que explícita. Es todo tan obvio que da vergüenza ver las filas de adolescentes no pensantes –y no tanto- esperando para ver estas paparruchadas: el mensaje, a tono con el bien y el mal que organizó el borracho Bush luego del suceso de las Torres o el retrógrado Macri al centralizar su campaña en el temor de los vecinos, es: tengan miedo, no salgan de su casa, de su living, quédense donde están porque afuera –¡allí en la esquina, allá en Eslovaquia o las carreteras australianas!- los esperan asesinos, locos, psicópatas, sádicos. Para que la moraleja sea completa –y por demás vulgar- los asesinatos deben ser lo más sangriento posible ya que el público, tendiente a ver tales basuras, no va a entender del todo si los "aventureros descerebrados" mueren con un mísero tiro en la espalda o un solo cuchillazo en el esternón ¡No!: allí están entonces (para que quede claro que si salís no sólo vas a morir, sino también a sufrir) los 7 cuchillazos en el esternón, las sesiones de tortura, las sierras, las vejaciones, los vómitos, las mutilaciones, los manoseos, etc.
Mi análisis –si así puede ser llamado- no pretender erigirse como una verdad absoluta sino más bien como una sugerencia –ahora sí, en verdad terrorífica- de la forma en que la paranoia occidental hacia la otredad inclasificable y siniestra (a la que los tres tipos de filmes hacen referencia) ha invadido no sólo aquello que llamamos realidad cotidiana –entelequia difusa que suele limitarse a la edición de los noticieros o la publicación de ciertas notas en un diario- sino también a sus formas artísticas, no denunciando sino alentando al temor. El tercer caso mencionado –el de la exhibición de atrocidades- es donde el mensaje se ha explicitado y vulgarizado al máximo: allí ya no hace falta crear una trama, una tensión o construir personaje alguno -para luego sí arremeter con la tortura, las escenas de sadismo o lo que sea-, sólo basta con recrear algunas escenas de tortura y esperar a ver que hace el espectador, que por otra parte, es el mismo que vota a Macri o reelige a Bush. La operación es simple. Sayonara.
Mi comentario está dirigido hacia este último tipo de películas pero antes debo recapitular y nombrar tres formas de hacer películas de terror –bien mecanizadas, estructuradas y obvias- que la industria cinematográfica ha venido ensayando en los últimos tiempos. Una de estas formas –la primera en mi arbitrario recuento- es la que Martín nombra en el post mencionado: la que pone en escena un enigma difícil de resolver –ominoso, siniestro, perteneciente a una otredad inclasificable- y al espectador con ganas de descifrar ese enigma. Como bien se explica en el post de Meditaciones… cuando este enigma se resuelve, la solución pocas veces se encuentra a la altura de lo que sugirió. Nigth Shyamalan es un caso emblemático de este tipo de cine con películas como La Aldea, Señales o Sexto Sentido. Memento, El maquinista, Una mente brillante y tantos otros largometrajes son ejemplos de este mecanismo harto utilizado no sólo en el género de terror sino también en el drama o el suspenso. Más insoportable que el film en sí es el espectador del mismo, que una y otra vez, al surgir la recurrente solución, dice haber entrevisto esta última, por lo menos 25 veces durante la extensión de la película.
La segundo forma en que los anodinos directores contemporáneos están representando el miedo tiene su origen en Oriente. Es lo que se conoce como terror japonés u oriental: se trata de la típica película de fantasmas, esta vez reflejados en pantallas de televisión, espejos o sombras y sin hombres vestidos con sábanas. Afectas a los grandes silencios, el diálogo escaso y los tonos grises, este terror oriental a la norteamericana, no teme repetir mil veces el mismo truco (el plano principal de la protagonista y el fantasmita pasando por detrás ya lo vi demasiadas veces) y banalizar por completo un género ajeno. Si tenemos en cuenta que la misma Nación no temió, en la Segunda Guerra Mundial, explotar sendas ciudades orientales en pedazos a través de la bomba atómica, comprenderemos que más que banalización del género, lo suyo es tradición. Los bonsáis, el budismo zen, las frases de Confucio, el satori (nombrado cada dos por tres a propósito de nada), el manga y finalmente el terror japonés son sólo algunos de los ejemplos en los que Occidente pesca de Oriente un elemento para masificarlo, luego cosificarlo y más tarde convertirlo en la nada misma. La llamada, El grito, Dark Water y demás –en muchas ocasiones sus títulos difieren en forma mínima- son las películas más conocidas de este género rápidamente agotado que hizo proliferar niños pálidos y fantasmales.
La tercera forma de miedo es de la que se encargó Ñ este fin de semana: la exhibición de atrocidades. La diferencia entre una película de terror tradicional y este nuevo modo vendría a ser lo que diferencia el erotismo de la pornografía o una mujer en ropa interior y otra totalmente desnuda: en los segundos casos no hay sorpresa o seducción latente sino más bien un gusto por el efecto inmediato, carente de elipsis o metáfora alguna, gusto que por otra parte no pongo en tela de juicio. En Ñ la nota giró en torno al efecto que produce la escena cruel en el espectador, realizando así una especie de análisis filosófico y estético. Mi comentario se encuentra en las antípodas de este último –de momento me veo imposibilitado en afirmar que el público, que quiere verlo todo y más, es la nueva vanguardia, como concluye el artículo- pero no dejo de nombrar su lectura como propulsora de este mismo post. El mismo día observé la insufrible El Cazador de Wolf Creek y caí en la cuenta de que su mensaje es el mismo que tanto me había indignado en Hostel, una película que, para mí ira, había recibido buenas críticas porque cercana a ella estaba el farsante de Tarantino, ídolo de esnobs (esnob= crítico de cine). Lamentablemente no he visto muchas películas de este tipo –que las hay de a montones- y no puedo afirmar que la moraleja latente –e implícita- en TODAS es la que describiré a continuación. Por consecuencia de esto último me atrevo a catalogar con este análisis sólo a las dos películas nombradas. Y eso no es poco si tenemos en cuenta los millones de espectadores que deben haber tenido alrededor del mundo. También tuve la oportunidad de ver El juego del miedo 2, otra película menor, que acrecienta el grado de redundancia de cada una de las escenas de tortura y brutalidad. La repetición constante de un tópico –por más arriesgado u original que sea- produce una atrofia en el efecto, grave problema para películas que sólo buscan el asco y el repentino límite del mal gusto en el espectador. Sólo memorias cinéfilas débiles o imbéciles podrán disgustarse una y mil veces por el mismo tipo de escena. Una mala noticia: memorias débiles e imbéciles pueblan el mundo. De allí al gran éxito del El juego del miedo u Hostel hay un solo paso.
Pero el problema principal no sería esta repetición constante y ausente de sentido o creatividad: todo género tiene su estereotipo y en la repetición de estos se basa no sólo la práctica del cine sino también la literatura, la música y demás. Lo peligroso en Hostel o El cazador de Wolf Creek, más que el ingenuo festival de sangre y torsos destrozados, es su mensaje, un mensaje demasiado cercano al Orden Mundial que Bush instaló luego del 9/11. En las dos películas se muestra a grupos de adolescentes que necesitan SALIR de su entorno para ENTRAR a OTRO lugar y allí adquirir la experiencia, diversión o vitalidad que a sus vidas les está faltando. Lo que encuentran en ese lugar otro (ya sea Praga en Hostel o Australia para las británicas de El cazador…) es, nada más y nada menos, que la muerte. Y no se trata de un asesinato vulgar –pasional, por error, luego de un hecho policial, etc.- sino de la más que explícita caída en los más que explícitos territorios donde organizaciones o entes sádicos se dedican a matar en forma… más que explícita. Es todo tan obvio que da vergüenza ver las filas de adolescentes no pensantes –y no tanto- esperando para ver estas paparruchadas: el mensaje, a tono con el bien y el mal que organizó el borracho Bush luego del suceso de las Torres o el retrógrado Macri al centralizar su campaña en el temor de los vecinos, es: tengan miedo, no salgan de su casa, de su living, quédense donde están porque afuera –¡allí en la esquina, allá en Eslovaquia o las carreteras australianas!- los esperan asesinos, locos, psicópatas, sádicos. Para que la moraleja sea completa –y por demás vulgar- los asesinatos deben ser lo más sangriento posible ya que el público, tendiente a ver tales basuras, no va a entender del todo si los "aventureros descerebrados" mueren con un mísero tiro en la espalda o un solo cuchillazo en el esternón ¡No!: allí están entonces (para que quede claro que si salís no sólo vas a morir, sino también a sufrir) los 7 cuchillazos en el esternón, las sesiones de tortura, las sierras, las vejaciones, los vómitos, las mutilaciones, los manoseos, etc.
Mi análisis –si así puede ser llamado- no pretender erigirse como una verdad absoluta sino más bien como una sugerencia –ahora sí, en verdad terrorífica- de la forma en que la paranoia occidental hacia la otredad inclasificable y siniestra (a la que los tres tipos de filmes hacen referencia) ha invadido no sólo aquello que llamamos realidad cotidiana –entelequia difusa que suele limitarse a la edición de los noticieros o la publicación de ciertas notas en un diario- sino también a sus formas artísticas, no denunciando sino alentando al temor. El tercer caso mencionado –el de la exhibición de atrocidades- es donde el mensaje se ha explicitado y vulgarizado al máximo: allí ya no hace falta crear una trama, una tensión o construir personaje alguno -para luego sí arremeter con la tortura, las escenas de sadismo o lo que sea-, sólo basta con recrear algunas escenas de tortura y esperar a ver que hace el espectador, que por otra parte, es el mismo que vota a Macri o reelige a Bush. La operación es simple. Sayonara.
6 comentarios:
Hostel no me gustó, demasiado horror obsceno al pedo. El juego del miedo 1 me pareció inteligente, manejó muy bien lo no dicho y el misterio sin mostrar nada... pero la 2 cayó en el vicio de Hostel y por tanto, la 3 directamente no la ví... pero me comentaron que es peor aún. Igualmente no soy muy amante de las películas de terror, así que no tengo un gran parámetro para comentar... pero insisto en que disfruto de las del primer tipo, me parece que el miedo inexplicable y esa tensión sin sangre son difíciles de lograr y se aprecian.
Salute...
Corvi, tenés que ir a terapia, relacionás todo con Macri!!!!!!
Macri Macri Macri Macri... Creo que su baile de vencedor me hizo mucho mal. Peor sería que esté a favor de Macri ¿no? Lo peor que te puede pasar es estar a favor de Macri. Ayer mi novia me dijo algo así como para qué carajo hablaba de películas de este tipo si yo ni veo películas de este tipo. Bueh, uno no puede estar en todo. Saludos Momia y Marian.
yo sólo me pregunto de dónde sacan los productores de estas películas a esos niños que vos con amabilidad llamás pálidos, cuando en realidad son horrendos (el de la llamada, por ejemplo, tira a duende). por lo demás, no vi hostel ni el juego del miedo, pero el análisis que hacés de cómo se maneja el miedo está muy bueno, los crímenes mediáticos que se discuten en todas las sobremesas argentinas tienen algo que ver con eso, ¿no?. saludos
Bueno yo vi Hostel y me pareció un mierda atómica. No puede ser que la única trama de la película sean tres o cuatro tipos torturados. Primero que eso antes de darme miedo me da asco, por lo que películas de este tipo caerían en otro rubro, no de terror sino una película de ASCO.
(-¿Vas a ver una de terror?
-No, una de ASCO.)
Segundo en la película Hostel que yo ví se pagaba más para torturar norteamericanos. Eran los más caros. Esto hace pensar varias cosas:
-Los nortamericanos son los mejores
-Los nortamericanos no son torturadores
-Todo el mundo está en contra de los norteamericanos
-El mundo (menos los norteamericanos)es realmente cruel y malvado.
Me gustó lo de: "esnob=crítico de cine" JAJa.
Saludos.
El efecto de la exhibición de atrocidades ya fue tratado en la "novela" homónima de J. G. Ballard (de 1970). En ella se muestra, en palabras de una excelente entrada de la desprolija Wikipedia, cómo lo que se ve en los medios de comunicación masiva inadvertidamente invade y fragmenta el espacio privado de la mente del individuo ("the mass media landscape inadvertently invades and splinters the private mind of the individual") de forma que el protagonista se evade en una psicosis que trata de lidiar con esa visión de la realidad que se le ofrece.
Sé que el comentario es tangencial al tema del post, pero me pareció interesante resaltar que no sólo en el cine actual se ve una “exhibición de atrocidades”; basta con sintonizar algunos canales de TV.
Y aprovecho que Il Corvino no tiene copyright para hacer un refrito de este comentario en mi blog. Perdón Corvino, pero el resto de los mortales no podemos, como usted hace, sacar de la galera un tema nuevo cada 2-3 días. Además, queda lindo decir "este post fue ´inspirado´ por...".
Publicar un comentario