Repasando mi infame lista de posibles Grandes Novelas argentinas caí en la cuenta de que preocupado por hacerme el gracioso (La que no escribió Borges), el loco (El eternauta, Héctor Oesterheld) y no dejar afuera ninguna obra de relevancia de los últimos 150 años (Facundo, Domingo F. Sarmiento), dejé fuera, justamente y valga la redundancia, una Gran Novela Argentina. Se trata de una obra corta y perfecta, leída con entusiasmo durante muchos años y por varias generaciones. Un libro al que se pueden entregar tanto un adolescente que hace sus primeras armas en la literatura argentina como una mujer adulta y aburrida que lee en sus ratos de ocio o cuando su marido se duerme en la cama cansado del trabajo. Hubo un tiempo que fue (en parte) hermoso y las bibliotecas argentinas contenían libros de Cortázar, Bioy Casares, Haroldo Conti, Isidoro Blanstein. Literatura masiva de buena calidad para familias argentinas con intereses cultos. Escarbando en un armario, una caja o una biblioteca rudimentaria de la casa de tu abuelo vas a encontrar un ejemplar de esta novela. Seguro. Rosaura a las diez es ese tipo de libro que hoy ya no existe o está reservado a paupérrimos best-seller o libros de autoayuda o libros de personajes mediáticos que explotan su fama colocando su enorme carota en la portada. La edición que tengo en mis manos es de 1987 y llevaba 15 ediciones sucesivas. Teniendo en cuenta que originalmente se publicó en 1955 y el año que transitamos se dice a sí mismo 2008, podemos calcular que Rosaura a las diez es un libro más leído de lo que el mundillo literario intuye. Luego de su lectura, también comprendemos que es un libro más importante de lo que el mundillo literario supone. Su olvido en mi lista debe explicarse por el recurrente olvido en que se mueve la figura de Marco Denevi, su autor. Aguzando la memoria creo que no reconozco su cara en fotografía alguna ni su nombre en un trabajo dedicado a la literatura argentina. Cosas del mundillo literario.
Lo más gracioso es que leí tres libros de Marco Denevi. Es decir, más que varios de los que están en la lista de la encuesta. Falsificaciones, de 1965, es un conjunto de relatos cortos que tienden al humor y están narrados con cierta maestría. La extraña y oscura Ceremonia secreta, una novela o cuento largo de 1960, ganó el primer premio de la revista Life en Español entre 3149 obras, ni una más ni una menos. El prólogo, escrito con mucho cariño o con lo que estimo es mucho cariño por un tal Fernando Alegría que por las bondades de la Red me entero en estos instantes que es o era chileno y nació en 1918, tiene un párrafo muy interesante, como la vieja revista roja de ciencia y tecnología. Luego de hacer un breve paneo por la obra de Denevi y afirmar que otra de sus obras -en este caso Rosaura a las diez- es la mejor novela policial en español sin policías, escribe: “Y, junto a eso, ve la poesía excelsa que irradia el ser humano en sus ratos de tranquila angustia. Una mesa o una cama o un cielo sobre el río o una calle al amanecer. Cualquier cosa le basta para que, mirando a través del hombre como si el hombre fuera una grieta en alguna pared del mundo, vea a la vida vibrando, a veces con honda y seria ternura”. La vida vibrando, qué hermosas palabras. Es verdad que las mismas frases algo cursis se pueden decir de muchas obras malas pero al ser la escritura de Marco Denevi la reflejada, el análisis de Alegría cobra una dimensión significativa. Hace un tiempo un grupo de escritores agitaba el avispero de los suplementos culturales incitando a la canonización de Osvaldo Soriano. Sin embargo, si hay un olvidado ilustre en la literatura argentina ajeno a cualquier tipo de esnobidad literaria ése es Marco Denevi: ningún escritor (como sucedió con Saer/Di Benedetto o Piglia/Grombowicz) sale a reivindicar o informar sobre la “buena nueva vieja” que significa Denevi. Tampoco se escuchan voces en su contra. En concreto: no se escuchan voces ni a favor ni en contra de Marco Denevi, más bien todo parece desarrollarse entre los siempre penosos pasillos de la indiferencia. Pero ¿qué importa? Una vez leída, su obra llega para quedarse sin necesidad de la evocación permanente. Con Rosaura a las diez, Denevi construyó una novela coral, narrada por varios personajes, desmontando la maquinaria del narrador omnisciente en tercera persona y haciendo hablar en un lenguaje coloquial y acertado a un cúmulo de personajes marginales hasta ese momento dejados de lado o mal tratados por la literatura argentina. Es decir, todo lo que haría tan bien Manuel Puig diez o quince años más tarde: en Rosaura a las diez, como en Boquitas Pintadas, la voz del autor se pierde hasta volverse invisible.
Nacido pocos años después que el tridente maligno de Cortázar, Bioy Casares y Ernesto Sabato, Denevi logra reflejar el lenguaje oral con inusitada capacidad. Lo que a veces en Cortázar y Bioy es afectación, en Denevi parece sencillamente la desgrabación de una cinta con gente hablando por la calle. Lo que en Sábato es ridiculez, en Denevi es oído absoluto. Creo que el problema principal de Sobre héroes y tumbas es que mientras, con sus personajes y su contexto, se dice a sí misma como una novela porteña y callejera, se permite frases imposibles. Por ejemplo, al comenzar, con la ya clásica escena de Martín vagando por la Plaza Lezama, se lee: “Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos: “Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas”, pensó Bruno, cuando, después de…”. La imagen que trae a colación Bruno es inadmisible: larga, aburrida, cursi, engañosamente filosófica, falsamente poética. (En defensa del siempre vapuleado Sabato hay que recordar una imagen genial de la novela mencionada: la comparación entre un pie dormido y una inyección de soda.) Lo mismo, en menor medida y nunca llegando al nivel de Ernestito, sucede con algunas sentencias grandilocuentes de Bioy o Cortázar. El marco costumbrista al que obligan las narraciones –hablamos de aquellos cuentos o novelas que suceden en barrios, conventillos o pensiones con personajes explícitamente corrientes- se ve deformado por registros de nivel superior. Difícilmente esto suceda en Rosaura a las diez. Por eso se puede decir, exagerando, que mientras Sabato o Cortázar o Bioy quieren, Denevi puede.
La novela está dividida por una carta y las declaraciones policiales de un grupo de personajes que viven en una pensión de Buenos Aires. Al comenzar, leemos a la propietaria, Milagros Ramoneda, decir: “Aquéllos eran otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles, sobre todo para mí, viuda y con tres hijas pequeñas, los pensionistas escaseaban, y los pocos que había eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas usted se descuidaba…”. Hay señoras que aún hablan así. Las voces que Denevi crea son ágiles, hilarantes, grotescas, sostienen una frase apositiva durante todo un párrafo sin perder el hilo, hacen juegos de palabras. Se nutren del lunfardo, los modismos pomposos de los intelectuales y la terminología de la chusma. Y por detrás: el incesante vibrar de la vida, el viaje rutinario de las grandes ciudades que sólo se ve trastornado con el crimen, ese espacio prohibido donde nacen nuestros pensamientos más morbosos, las fantasías indecibles. Porque eso es Rosaura a las diez: la explicación de un crimen inexplicable, en particular, y la tenebrosa constatación de cómo los asesinatos estimulan a la comunidad. David Réguel, ese pensionista que habla con el diccionario en la mano, dice, al comenzar su declaración: “David Réguel a sus órdenes, señor, a sus enteras órdenes. No, muchas gracias, prefiero hablar de pie, si usted me lo permite. Es que, no sé, todavía me dura el estupor, la excitación, todas esas cosas”.
Otro de los aciertos de Denevi es que el personaje principal de su novela es el que menos habla, del que menos se sabe: Camilo Canegato. Es el asesino y también el misterio insondable. Un hombre gris, resentido, pequeño, cobarde. Réguel lo describe en una secuencia inolvidable de la literatura argentina: “Un gurrumino. Las piernas, el cuerpo, los brazos, todo lo tiene hecho a escala reducida. No es un hombre. Es la maquette de un hombre, la muestra gratis. Un estudiante de medicina lo ve y siente la tentación de de viviseccionarlo para estudiar anatomía sin necesidad de recurrir a un cadáver (…) Él lleva consigo mismo el motivo, el objeto de su odio. Es sujeto y objeto de su propio odio, ¿me entiende? Y para esta clase de odio no hay remedio. Acuérdese de Nietzsche: no hay redención para el que sufre de sí mismo, a no ser una muerte súbita. Also sprach Zaratrusta. Estos tipos reciben constantemente la pisada del mundo”. Sin necesidad de citar a Nietzsche, Marco Denevi esparce por la novela varios momentos gloriosos como el que acabo de transcribir.
Contar más sería destrozar la sorpresa del próximo lector. Además de la forma, Rosaura a las diez es de esas novelas en las que importa –y mucho- aquello que llamamos trama. Tanto es así que el enigma principal no se resuelve hasta las últimas páginas. Por consecuencia de ello podemos decir que sigue la línea de la novela policial clásica. En todo lo demás, es una obra magistral. Como sucede con las mejores novelas, cerca del final, comenzamos a amenguar la lectura para hacerla más duradera: ¡no la queremos terminar, buena parte de nuestra felicidad cotidiana yace en esas páginas! La escena casi cinematográfica en la cual Rosaura llega a la pensión es uno de los momentos más épicos y sorprendentes de la literatura argentina. A veces la releo, como quien canta un viejo estribillo de los Beatles: “Terminamos de comer. Me acuerdo que el reloj del comedor dio las diez. Diez campanadas que a mí me parecieron un toque de difuntos. Y en eso oímos sonar el timbre de la puerta de la calle…”.
Lo más gracioso es que leí tres libros de Marco Denevi. Es decir, más que varios de los que están en la lista de la encuesta. Falsificaciones, de 1965, es un conjunto de relatos cortos que tienden al humor y están narrados con cierta maestría. La extraña y oscura Ceremonia secreta, una novela o cuento largo de 1960, ganó el primer premio de la revista Life en Español entre 3149 obras, ni una más ni una menos. El prólogo, escrito con mucho cariño o con lo que estimo es mucho cariño por un tal Fernando Alegría que por las bondades de la Red me entero en estos instantes que es o era chileno y nació en 1918, tiene un párrafo muy interesante, como la vieja revista roja de ciencia y tecnología. Luego de hacer un breve paneo por la obra de Denevi y afirmar que otra de sus obras -en este caso Rosaura a las diez- es la mejor novela policial en español sin policías, escribe: “Y, junto a eso, ve la poesía excelsa que irradia el ser humano en sus ratos de tranquila angustia. Una mesa o una cama o un cielo sobre el río o una calle al amanecer. Cualquier cosa le basta para que, mirando a través del hombre como si el hombre fuera una grieta en alguna pared del mundo, vea a la vida vibrando, a veces con honda y seria ternura”. La vida vibrando, qué hermosas palabras. Es verdad que las mismas frases algo cursis se pueden decir de muchas obras malas pero al ser la escritura de Marco Denevi la reflejada, el análisis de Alegría cobra una dimensión significativa. Hace un tiempo un grupo de escritores agitaba el avispero de los suplementos culturales incitando a la canonización de Osvaldo Soriano. Sin embargo, si hay un olvidado ilustre en la literatura argentina ajeno a cualquier tipo de esnobidad literaria ése es Marco Denevi: ningún escritor (como sucedió con Saer/Di Benedetto o Piglia/Grombowicz) sale a reivindicar o informar sobre la “buena nueva vieja” que significa Denevi. Tampoco se escuchan voces en su contra. En concreto: no se escuchan voces ni a favor ni en contra de Marco Denevi, más bien todo parece desarrollarse entre los siempre penosos pasillos de la indiferencia. Pero ¿qué importa? Una vez leída, su obra llega para quedarse sin necesidad de la evocación permanente. Con Rosaura a las diez, Denevi construyó una novela coral, narrada por varios personajes, desmontando la maquinaria del narrador omnisciente en tercera persona y haciendo hablar en un lenguaje coloquial y acertado a un cúmulo de personajes marginales hasta ese momento dejados de lado o mal tratados por la literatura argentina. Es decir, todo lo que haría tan bien Manuel Puig diez o quince años más tarde: en Rosaura a las diez, como en Boquitas Pintadas, la voz del autor se pierde hasta volverse invisible.
Nacido pocos años después que el tridente maligno de Cortázar, Bioy Casares y Ernesto Sabato, Denevi logra reflejar el lenguaje oral con inusitada capacidad. Lo que a veces en Cortázar y Bioy es afectación, en Denevi parece sencillamente la desgrabación de una cinta con gente hablando por la calle. Lo que en Sábato es ridiculez, en Denevi es oído absoluto. Creo que el problema principal de Sobre héroes y tumbas es que mientras, con sus personajes y su contexto, se dice a sí misma como una novela porteña y callejera, se permite frases imposibles. Por ejemplo, al comenzar, con la ya clásica escena de Martín vagando por la Plaza Lezama, se lee: “Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos: “Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas”, pensó Bruno, cuando, después de…”. La imagen que trae a colación Bruno es inadmisible: larga, aburrida, cursi, engañosamente filosófica, falsamente poética. (En defensa del siempre vapuleado Sabato hay que recordar una imagen genial de la novela mencionada: la comparación entre un pie dormido y una inyección de soda.) Lo mismo, en menor medida y nunca llegando al nivel de Ernestito, sucede con algunas sentencias grandilocuentes de Bioy o Cortázar. El marco costumbrista al que obligan las narraciones –hablamos de aquellos cuentos o novelas que suceden en barrios, conventillos o pensiones con personajes explícitamente corrientes- se ve deformado por registros de nivel superior. Difícilmente esto suceda en Rosaura a las diez. Por eso se puede decir, exagerando, que mientras Sabato o Cortázar o Bioy quieren, Denevi puede.
La novela está dividida por una carta y las declaraciones policiales de un grupo de personajes que viven en una pensión de Buenos Aires. Al comenzar, leemos a la propietaria, Milagros Ramoneda, decir: “Aquéllos eran otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles, sobre todo para mí, viuda y con tres hijas pequeñas, los pensionistas escaseaban, y los pocos que había eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas usted se descuidaba…”. Hay señoras que aún hablan así. Las voces que Denevi crea son ágiles, hilarantes, grotescas, sostienen una frase apositiva durante todo un párrafo sin perder el hilo, hacen juegos de palabras. Se nutren del lunfardo, los modismos pomposos de los intelectuales y la terminología de la chusma. Y por detrás: el incesante vibrar de la vida, el viaje rutinario de las grandes ciudades que sólo se ve trastornado con el crimen, ese espacio prohibido donde nacen nuestros pensamientos más morbosos, las fantasías indecibles. Porque eso es Rosaura a las diez: la explicación de un crimen inexplicable, en particular, y la tenebrosa constatación de cómo los asesinatos estimulan a la comunidad. David Réguel, ese pensionista que habla con el diccionario en la mano, dice, al comenzar su declaración: “David Réguel a sus órdenes, señor, a sus enteras órdenes. No, muchas gracias, prefiero hablar de pie, si usted me lo permite. Es que, no sé, todavía me dura el estupor, la excitación, todas esas cosas”.
Otro de los aciertos de Denevi es que el personaje principal de su novela es el que menos habla, del que menos se sabe: Camilo Canegato. Es el asesino y también el misterio insondable. Un hombre gris, resentido, pequeño, cobarde. Réguel lo describe en una secuencia inolvidable de la literatura argentina: “Un gurrumino. Las piernas, el cuerpo, los brazos, todo lo tiene hecho a escala reducida. No es un hombre. Es la maquette de un hombre, la muestra gratis. Un estudiante de medicina lo ve y siente la tentación de de viviseccionarlo para estudiar anatomía sin necesidad de recurrir a un cadáver (…) Él lleva consigo mismo el motivo, el objeto de su odio. Es sujeto y objeto de su propio odio, ¿me entiende? Y para esta clase de odio no hay remedio. Acuérdese de Nietzsche: no hay redención para el que sufre de sí mismo, a no ser una muerte súbita. Also sprach Zaratrusta. Estos tipos reciben constantemente la pisada del mundo”. Sin necesidad de citar a Nietzsche, Marco Denevi esparce por la novela varios momentos gloriosos como el que acabo de transcribir.
Contar más sería destrozar la sorpresa del próximo lector. Además de la forma, Rosaura a las diez es de esas novelas en las que importa –y mucho- aquello que llamamos trama. Tanto es así que el enigma principal no se resuelve hasta las últimas páginas. Por consecuencia de ello podemos decir que sigue la línea de la novela policial clásica. En todo lo demás, es una obra magistral. Como sucede con las mejores novelas, cerca del final, comenzamos a amenguar la lectura para hacerla más duradera: ¡no la queremos terminar, buena parte de nuestra felicidad cotidiana yace en esas páginas! La escena casi cinematográfica en la cual Rosaura llega a la pensión es uno de los momentos más épicos y sorprendentes de la literatura argentina. A veces la releo, como quien canta un viejo estribillo de los Beatles: “Terminamos de comer. Me acuerdo que el reloj del comedor dio las diez. Diez campanadas que a mí me parecieron un toque de difuntos. Y en eso oímos sonar el timbre de la puerta de la calle…”.
PD: Está de más instar a que los lectores opinen en este mismo post sobre sus impresiones sobre el tema de la encuesta como así también a reprochar olvidos.
21 comentarios:
La culpa de las mil ediciones de Rosaura la tiene La Conjura de las Profesoras de Literatura.
Te diría que me encantó el post pero me aburrí al segundo párrafo ja ja.
No tengo novelas favoritas, creo que nunca leí una novela si me pongo a pensar ja ja.
Ah, voté El Eternauta yo, soy uno de esos, como los de Utah.
Yo encontré en mi casa -no sé cómo apareció- una edición de la revista "Proa" dedicada enteramente a homenajear al autor. También hace una semana mas o menos abrí "Rosaura a las diez" Ya desde el primer párrafo -lo único que leí- se nota que escribe muy bien. Lo agendé para una próxima lectura.
Saludos.
Propongo una novelita que a mi me voló la cabeza, aunque probablemente haya mejores. El entenado, de Saer.
Me declaro un fanático acérrimo de Bioy (de hecho voté El sueño de los héroes, aunque no creo que sea la gran novela argentina, pero era la que estaba en la lista). En parte me parece justo decir que hay algo en Bioy que huele a afectación, sobre todo cuando quiere irse del lado de lo populachero. Pero de todas formas creo que, por lo menos, en Diario de la guerra del cerdo, alcanza momentos muy dignos de acercamiento al lenguaje de la gente normal. Me atrevería a decir que mejor que Puig en el beso de la mujer araña.
Con respecto a la lista, además de Denevi, se quedó afuera otro grande que no es del todo bienvenido en los cánones: Leopoldo Marechal. Adán Buenosayres puede salir a pelear, si no el primer puesto, por lo menos el podio.
Saludos
La invención de Morel me gustó...
Y Macedonio?
una novela que comienza de macedonio y adan buenosayres son los que marcaria como olvidos...
sin pretender la futbolizacion de la literatura, aguante el que tiene sed.
un abrazo
Concuerdo en que Rosaura a las diez es un gran libro.
Puedo decir lo mismo de El Entenado, y ni hablar de Adán Buenosayres, que tal vez peque de exagerada pero tiene más de un momento brillante. Además, es una "novela total", es un mundo en sí mismo. Lamento no haber leído casi ninguna de las demás postuladas.
Y Corvino la pega de nuevo: muy bueno el análisis de Rosaura y de Denevi como un olvidado. Yo también leí poco de él: la novela origen del post y Ceremonia secreta. Rosaura sufre, como dice Natanael, de la maldición de las profesoras de literatura del secundario, que se la imponen a unos adolescentes que no tienen ganas de leer, o en el mejor de los casos, querrían leer otra cosa, arruinando la frescura con la que se la debe abordar. Por suerte a mí no me tocó y la leí en esa época pero por curiosidad, y me atrapó enseguida. Iba a compararla con Puig, pero Corvino me ganó. Como complemento, tenés la excelente peli con Susana Campos como Rosaura y un acertadísimo Juan Verdaguer como Canegato.
La de Sabato también la leí de chico y fue incendiaria (cuak). En esa época no me preocupaba mucho por el estilo (recuerdo la frase que citás) y me dejé llevar por la trama; además, uno, de adolescente, hace enseguida causa común con los que sufren por amor. Otra a considerar: ¿El túnel?
Bioy siempre me gustó, así que no sería objetivo. Es cierto que era un dandy y que se mofaba de todo, pero también era capaz de actos sinceros de empatía: me acerqué en una Feria del Libro a pedirle un autógrafo para un amigo que en ese momento estaba enfermo y pasando un momento muy difícil, y él enseguida bajó de su pose de snob y conversó un rato conmigo interesándose por la situación. De Bioy votaría a Morel (porque lo lee Sawyer :-) ); aunque mi favorita (sin pretensiones de Gran Novela) es ese divertimento que se mandó con Silvina Ocampo, también policial, que se llama Los que aman odian.
Otro olvidado que haría suspirar a más de una profe de literatura: Amalia de Mármol, y su relato del rosismo.
Salú la barra y viva la Ballardela.
Ayer estuve pensando sobre este tema, arrumbado frente a mi humilde biblioteca sentencié: la mejor es Operación Masacre.
Tenés razón, Corvino! "Rosaura..." es una gran novela olvidada, sospecho que por ese afán argentino de dejarse deslumbrar por el lenguaje pomposo (aunque se hable de nimiedades).El escritor Fernando Sorrentino dijo: "Como en la vida misma, se alternan los niveles de lengua y cada personaje habla exactamente como debe hablar"
Cómo dato curioso (o no), te agrego que en la película de Mario Soffici, al personaje de Camilo Canegato, esa "gurrimina", lo encarnó Juan Verdaguer.
A El Entenado lo leí con mucho gusto hasta que el protagonista se aleja de los Mocovíes. Lo que pasó después me aburrió y en mi modesto entender, si la historia hubiese terminado ahí, o poco después, la novela hubiese sido perfecta. Se me escapa a que vino la historia de la obra de teatro y las peripecias del muchacho en Europa.
Coincido con quienes bregan por Adan Buenosayres. Y creo que deberías agregar a Don Segundo Sombra.
Un abrazo enorme.
Roberto Aranda.
che, o yo no entendí nada, o Canegato no es el asesino...
Coincido con Natanael en cuanto al olvido de Operación Masacre. Yo voté por Zama y no cambiaría el voto si la de Walsh estuviera en la lista, pero creo que debería figurar entre las mejores. Lo que decís de Denevi está muy bien, Rosaura a las diez, Falsificaciones y Nuestra Señora de la Noche es todo lo que leí de él y las tres son excelentes. Además parece que cada edición de Falsificaciones es distinta, le cambiaba cosas, agregaba y sacaba textos,no sé, yo nunca comparé mi ejemplar con otros, pero estaría bueno que fuese cierto.
Buen post, para variar...
Me gustó mucho Operación masacre, pero no estoy seguro si catalogarla como novela. Es una ¿Crónica?
Roberto.
Gran olvido el de Marechal, perdón. No leí Adan Buenos Aires pero es cierto que parece ineludible. Macedonio: otro que me olvidé. Incluso creí hasta hace unos segundos que había puesto: Una de Macedonio. Operación Masacre y Don Segundo Sombra las tuve en la mente al hacer la encuesta pero también las olvide. En este caso (el de Walsh) no importaría que fuese una crónica o un libro de no-ficción ya que puse el Eternauta que es una historieta. Desde otro punto de vista, nadie dudaría en poner A SANGRE FRÍA como una de las grandes novelas norteamericanas. Mal, Corvino, muy mal.
En cuanto a Bioy: me gusta todo lo que leí a excepción de algunos cuentos. Me gusta hasta La aventura de un fotógrafo en la Plata. Diario de la guerra del cerdo es abracadabrante, muy grossa. Elegí El sueño de los héroes porque me impresionó mucho el final, creo que ésa, más o menos, sería la novela que habría escrito Borges.
Sobre Sabato: también re copé cuando leí Sobre héroes..., hay que aceptarlo. No hay adolescente argentino que no se haya copado.
En cuanto a la encuesta: no es más que un juego para que se den este tipo de comentarios que tanto me gustan. Gracias por comentar.
PD: por otra parte, en cuanto al resultado actual, se está dando el favoritismo que yo imaginé. Saludos a todos. Viva Camilo Canegato!
Yo leí ese libro cuando joven y Camilo Canegato como nombre es lo único que creo recordar.
Una buena novela que no está es El anatomista de Andajajajajajrazi.
Hoy manejo un nivel de humor fronterizo, o chalchalero.
- Zama es sin dudas mi favorita, mas allá que recién vaya por el capítulo 27.
- De no haberme encontrado con Zama, esto hubiera sido tan difícil como una elección presidencial (aunque no por parejo para abajo).
- De no haber existido Artigas, es probable que me hubiese inclinado por La Vida Breve (o Dejemos Hablar al Viento, o El Astillero, o Santa Maria en su maldita y gloriosa integridad).
- Mi ejemplar de Rosaura a las Diez tiene escrito en su primer hoja “Gutiérrez 3ro 2da”. Solo recuerdo que prefería ratearme para jugar al fútbol. Acaso sea hora de darle otra oportunidad.
- De Bioy prefiero “La Invención”.
- De Adan Buenosayres me aburrió – y mucho - el “Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia”. La parte de los amigos que se van del velorio y se internan en el descampado en busca de no recuerdo que me resultó cortazarianamente divertida. No dejo de sospechar que haya sido el germen de mucho de lo que luego iría surgiendo en la obra del cronopio.
- Don Segundo Sombra, Operación Masacre y mismo Adán Buenosayres son omisiones importantes en la lista, aunque nada de esto es tan grave como haberse olvidado de Abzurdah.
Un abrazo,
Marplatense Ajeno
Ahhh! Me olvidaba! Otra novela argentina que me parecio espectacular es La Octava Maravilla de Vlady Kociancich.
Marplatense ajeno
Iba a poner Abzurdah para hacerme el loco gracioso.
Conclusión sobre las grandes omisiones: Adán Buenosaires, Operación Massacre, Don Segundo Sombra, Una expedición a los indios ranqueles y Los Sorias.
En realidad la encuesta debería haber sido quién es el mejor novelista, sin particularizar (si es que existe esa palabra) sobre determinada novela. De igual modo, intuí que quien gustaba de La invención iba a votar El sueño de los héroes por inercia y así. Saludos!!
Cierto, una ENORME novela, y no hay mucho que agregar a tu análisis. Si querés leer otra novela coral de Denevi que a mí me gustó aún más (!), te recomiendo "Nuestra Señora de la Noche".
Tengo "Ceremonia Secreta" en una edición de Alianza con un montón de otros cuentos. También hay unos cuantos ahí que son imperdibles. Denevi tenía, como Cortázar, al humor como condimiento fundamental.
"Sobre Héroes y Tumbas", más allá de su lenguaje a veces embarazosamente floricultor (tuve impresiones similares a las tuyas en ese sentido), me pareció realmente buena. Sobre todo el casi "poeano" "Informe sobre ciegos". Muchas novelas de la lista son deudas mías. Voy a leer la de Arlt.
lo de Marco Denevi es un caso raro, un gran olvidado, a mí siempre me cayó rebien (disculpen el tecnicismo críticoliterario) y recuerdo cuando murió y yo estaba en la facu; cursé ese día un par de materias (letras) y vi a otros profesores más, y ninguno hizo mención alguna. El entenado es una novela de puta madre, como casi todo lo que ha escrito Saer.
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