Quizás no puedas lograr/ Lo que quieres conseguir/ Por eso hoy más que ayer/ Corre, sueña y corre sin mirar atrás- Sueña y corre, Los Gatos.
De las películas de Leonardo Favio se puede decir lo que el Ratón Ayala original opinaba de sus botines: "En Europa no se consiguen". Favio recibe y articula influencias cinematográficas del viejo continente pero sus films no podrían haber sido hechos por otra persona que no sea él: un cantautor romántico, un peronista inclaudicable, un chico de la calle, es decir, un tipo único que abreva en sí disímiles imaginarios que hacen confluir lo popular y lo culto. En una cultura periférica donde muchas obras parecen ser imitaciones de las tendencias mundiales en boga, Favio logra crear un estilo. Y eso ya es bastante. Lo mismo puede decirse de la voz de Luis Alberto Spinetta o del modo de escribir de Antonio Di Benedetto. Personalmente, hasta hace un tiempo, consideraba a Favio un tipo muy interesante pero no le había prestado atención a su filmografía. Sólo había visto Gática, el mono, su apoteósico homenaje al malogrado boxeador y la estrafalaria Perón, sinfonía del sentimiento, un documental de 6 horas sobre el Movimiento de sus amores que pasó años atrás Crónica TV provocando mi descomunal estupefacción. Cambiando canales con la típica modorra Pre-Universidad, extrañando horrores el Festival de Cine, pude sintonizar en Canal 7, Soñar, Soñar, película del año 1975 que une a Carlos Monzón y Gianfranco Pagliario en un dúo supremo.
Lo mejor de Soñar, Soñar, además de su hermoso nombre –notable sería la diferencia si se llamase “Soñando, Soñando”, por ejemplo-, es que al terminar de verla uno piensa si no será ese melodrama desbordado la mejor película de la historia. El cine de Favio, de por sí afectado, aquí alcanza ribetes insólitos: la música punzante, la sensibilidad, la alegría, todo está a 300 kilómetros por hora y a contramano. Esto se debe, entre otras cosas, a la actuación hiperbólica de Carlos Monzón, que la mayor parte de la película se la pasa gritando y llorando como un bebé, sumergido en múltiples estados de embriaguez. Si el cine de Favio siempre se caracterizo por el exceso –de violencia, de pasión, de ridiculez, de ternura-, en Soñar, Soñar, todos estos elementos conviven a la vez y en ferpecta armonía.
Para hablar de Soñar, Soñar hay que describir varias escenas que podrían considerarse cumbres del Mundo Bizarro si no fuera porque este término, luego de ser harto mal utilizado durante los 90’, perdió todo significado. Lo importante aquí es que la rareza no sólo provoca risas sino también conmoción. En principio observamos a un muchacho flaco paseando en bicicleta en un pueblito lleno de baldíos y charcos. Este muchacho es Carlos Monzón y no es Carlos Monzón. Su clásica pose desafiante aparece trasmutada por otra de inequívoca debilidad. Al costado del camino, un gordo, de boina, barba y bigotes: Gian Franco Pagliaro. Parece un hippie de Mi novia y yo dibujado por Carlos Vogt. La actuación del astro de la canción es en verdad deslumbrante, no se puede explicar el modo en que actúa, para saberlo hay que verlo: en esta película, lo que las grandes palabras dicen se ha vuelto indecible. El italiano personifica a Mario, el rulo, un chanta, artista de varieté, impasible y obsesionado con un enano que lo abandonó. Carlos y Mario intercambian unas palabras y este último le dice al boxeador que se parece a Charles Bronson. A Monzón se le ilumina la cara –con esa luz argentina triste que tan bien supo captar Favio en sus películas, la luz esperanzada de los marginados- y poco a poco comienza a nacer en su corazón la idea de ser artista. Más tarde, se encuentran en un bar. Carlos le pregunta a Mario que hay que hacer para ser artista. Mario le aconseja que se busque un nombre artístico. Carlos dice: “Ya sé, Charles Bronson”. Genial, parece un cuento de Leo Masliah. Soñar, Soñar va de la carcajada al llanto en un pestañeo.
Carlos ofrece al italiano (que en su idioma sólo dice “Ma que” e “Io soy italiano”) pasar la noche en su casa. A partir de allí, se suceden, unas tras otras, las escenas más extrañas del Cine argentino. Las dos características que más me llamaron la atención del film son la ambigüedad y el laconismo, rasgos que también admiro en la literatura. En primer lugar, Carlos se ve totalmente seducido con la imagen bohemia de Mario: quiere ser él, tanto, que termina enrulándose los pelos. La audacia de Favio es infinita: en 1975 Carlos Monzón es la Represetación del Macho Argentino -con el tiempo se tomaría demasiado a pecho su rol- y en Soñar, Soñar aparece en bata y con ruleros, interpretando a un provinciano lento que parece enamorado de un tano irredento. La homosexualidad entre los protagonistas está latente durante toda la película.
En determinado momento Carlos le recuerda a su compañero que su madre ha muerto y éste comienza a recitar un verso “a la mama” que parece salido de un capítulo de Cha Cha Cha. Mi teoría es que la filiación histórica del humor absurdo de los 90’ es esta película. Más tarde, en una escena escalofriante, Carlos tiene una pesadilla: se dirige al cementerio y le informa a su madre que se va a Buenos Aires para ser artista (la palabra “artista” es pronunciada en forma permanente). Ella, entonces, inicia el estribillo de todo el pueblo: “Carlitos se va a Buenos Aires para ser artista”, “Carlitos se va a Buenos Aires para ser artista”. Intuyo que ver muchas veces Soñar, Soñar hace que la película se convierta en una canción pop porque está llena de leitmotiv's que se aferran a nuestra memoria. Un hit atrás del otro. Pero en el sueño de Carlos también aparecen unas tías muertas en silla de ruedas que vuelven sombrío el panorama. Todo junto, todo mezclado, como en la vida. Al otro día, Carlos, ya enrulado, avisa al pueblo que se va a Buenos Aires para ser artista y deja su trabajo en la Municipalidad (donde le dan un traje en verano, otro en invierno y le prestan la bicicleta). La ternura con la que Favio trata a sus personajes raya la cursilería, pero está bien. Monzón vende su lote y comienza a correr por el pueblo, bajo la lluvia, en una escena que recuerda a Rocky entrenando en las escalinatas. De pronto mira al cielo y dice: “Mama”. No dice: “Mamá”, dice, como diría Pagliario: “Mama…”. Más tarde, cierra los puños y grita: “Viva la Patria”, aunque probablemente Favio hubiese preferido vivar a Perón. Cuando llega a su casa comprueba que Mario, el rulo, se robó su plata y va a buscarlo a la estación. Al encontrarlo comienza a gritarle como un bebé: Mario, Mario. Se sube al andén y se van a Capital, mientras el boxeador llora en un primer plano deforme.
Consiguen trabajo en un circo pero Carlos –ahora Charlie- se equivoca en la función porque no tiene memoria para aprenderse unas pavadas. Mario, el rulo, lo mira y le dice, murmurando, su latiguillo: “La puta que te re parió”. Acto seguido se pelean en la Costanera: es una discusión matrimonial entre Carlos Monzón y Gian Franco Pagliaro. Quien haya visto algo más extraordinario que lo haga saber. Las escenas y los diálogos memorables se suceden en abundancia. Pagliaro, en tanto, destila impactantes máximas con su registro parco: “En Europa todos los actores son maricones” o “Las mujeres y los niños son obstáculos en la vida del artista”. ¡Esos eran cantantes italo-argentinos, carajo, viva Perón! En determinado momento, Carlos consigue papel en una película. Estudia la letra pero no puede ni recordar una frase cortísima: "Antes muerto que vencido”. Mario, el rulo, se enoja, le dice que no está vibrando con el personaje y le explica cómo lo tiene que hacer. Acto seguido, comienza a gritar la misma frase una y otra vez: subido a una ventana, en la terraza de la pieza que alquilan. Todo acompañado con gestos desmesurados, ademanes rimbombantes mientras Charlie lo aplaude rabiosamente. Inolvidable. Favio, se nota a simple vista, estaba pasando un momento de gran creatividad y comprimió toda su imaginación en Soñar, Soñar, una película maravillosa que, paradójicamente, fue un fracaso comercial.
Finalmente, precedido por una escena que deben ver para creer (emblemática del cine argentino), los dos se encuentran con el enano. Pronto, Mario y su ex compañero comienzan a discutir. El enano lo acusa de venderlo a un circo y le dice: “¿Y vos decías que eras comunista?”. En una entrevista Favio confesó que pensaba hacerle decir al chanta "¿Yo comunista? Si soy peronista de la primera hora". De haber sucedido creo que el mundo hubiese explotado, no se puede reunir tanta genialidad en una sola película.
Evocar el final de Soñar, Soñar sirve para idear un cierre: la pareja cae en la cárcel y Pagliaro le dice a Monzón, que ya se aprendió la letra para un pequeño número de Circo que alegra a los presos: “Viste, faltaba concentración nada más”. Estrenada durante el clima violento que antecedió al aún más violento y genocida Proceso de Reorganización Nacional, ese final amargo y algo absurdo parece significar el fin de una época, como aquel “the dream is over” de Lennon: perdida la libertad ya no hay lugar en el país para viajes alucinados a cargo de erráticos “perdedores hermosos”, la posibilidad de soñar con una Patria Socialista es una locura, estamos todos juntos en la Prisión y no hay forma de salir. Luego de Soñar, Soñar, película entrañable si las hay, Favio se exilió y estuvo durante una década y media sin filmar. Ahora, según sus propias palabras, vive encerrado escuchando a Mozart y la Mona Giménez. El híbrido de sus gustos musicales señala la inexpresable virtud de sus películas.
De las películas de Leonardo Favio se puede decir lo que el Ratón Ayala original opinaba de sus botines: "En Europa no se consiguen". Favio recibe y articula influencias cinematográficas del viejo continente pero sus films no podrían haber sido hechos por otra persona que no sea él: un cantautor romántico, un peronista inclaudicable, un chico de la calle, es decir, un tipo único que abreva en sí disímiles imaginarios que hacen confluir lo popular y lo culto. En una cultura periférica donde muchas obras parecen ser imitaciones de las tendencias mundiales en boga, Favio logra crear un estilo. Y eso ya es bastante. Lo mismo puede decirse de la voz de Luis Alberto Spinetta o del modo de escribir de Antonio Di Benedetto. Personalmente, hasta hace un tiempo, consideraba a Favio un tipo muy interesante pero no le había prestado atención a su filmografía. Sólo había visto Gática, el mono, su apoteósico homenaje al malogrado boxeador y la estrafalaria Perón, sinfonía del sentimiento, un documental de 6 horas sobre el Movimiento de sus amores que pasó años atrás Crónica TV provocando mi descomunal estupefacción. Cambiando canales con la típica modorra Pre-Universidad, extrañando horrores el Festival de Cine, pude sintonizar en Canal 7, Soñar, Soñar, película del año 1975 que une a Carlos Monzón y Gianfranco Pagliario en un dúo supremo.
Lo mejor de Soñar, Soñar, además de su hermoso nombre –notable sería la diferencia si se llamase “Soñando, Soñando”, por ejemplo-, es que al terminar de verla uno piensa si no será ese melodrama desbordado la mejor película de la historia. El cine de Favio, de por sí afectado, aquí alcanza ribetes insólitos: la música punzante, la sensibilidad, la alegría, todo está a 300 kilómetros por hora y a contramano. Esto se debe, entre otras cosas, a la actuación hiperbólica de Carlos Monzón, que la mayor parte de la película se la pasa gritando y llorando como un bebé, sumergido en múltiples estados de embriaguez. Si el cine de Favio siempre se caracterizo por el exceso –de violencia, de pasión, de ridiculez, de ternura-, en Soñar, Soñar, todos estos elementos conviven a la vez y en ferpecta armonía.
Para hablar de Soñar, Soñar hay que describir varias escenas que podrían considerarse cumbres del Mundo Bizarro si no fuera porque este término, luego de ser harto mal utilizado durante los 90’, perdió todo significado. Lo importante aquí es que la rareza no sólo provoca risas sino también conmoción. En principio observamos a un muchacho flaco paseando en bicicleta en un pueblito lleno de baldíos y charcos. Este muchacho es Carlos Monzón y no es Carlos Monzón. Su clásica pose desafiante aparece trasmutada por otra de inequívoca debilidad. Al costado del camino, un gordo, de boina, barba y bigotes: Gian Franco Pagliaro. Parece un hippie de Mi novia y yo dibujado por Carlos Vogt. La actuación del astro de la canción es en verdad deslumbrante, no se puede explicar el modo en que actúa, para saberlo hay que verlo: en esta película, lo que las grandes palabras dicen se ha vuelto indecible. El italiano personifica a Mario, el rulo, un chanta, artista de varieté, impasible y obsesionado con un enano que lo abandonó. Carlos y Mario intercambian unas palabras y este último le dice al boxeador que se parece a Charles Bronson. A Monzón se le ilumina la cara –con esa luz argentina triste que tan bien supo captar Favio en sus películas, la luz esperanzada de los marginados- y poco a poco comienza a nacer en su corazón la idea de ser artista. Más tarde, se encuentran en un bar. Carlos le pregunta a Mario que hay que hacer para ser artista. Mario le aconseja que se busque un nombre artístico. Carlos dice: “Ya sé, Charles Bronson”. Genial, parece un cuento de Leo Masliah. Soñar, Soñar va de la carcajada al llanto en un pestañeo.
Carlos ofrece al italiano (que en su idioma sólo dice “Ma que” e “Io soy italiano”) pasar la noche en su casa. A partir de allí, se suceden, unas tras otras, las escenas más extrañas del Cine argentino. Las dos características que más me llamaron la atención del film son la ambigüedad y el laconismo, rasgos que también admiro en la literatura. En primer lugar, Carlos se ve totalmente seducido con la imagen bohemia de Mario: quiere ser él, tanto, que termina enrulándose los pelos. La audacia de Favio es infinita: en 1975 Carlos Monzón es la Represetación del Macho Argentino -con el tiempo se tomaría demasiado a pecho su rol- y en Soñar, Soñar aparece en bata y con ruleros, interpretando a un provinciano lento que parece enamorado de un tano irredento. La homosexualidad entre los protagonistas está latente durante toda la película.
En determinado momento Carlos le recuerda a su compañero que su madre ha muerto y éste comienza a recitar un verso “a la mama” que parece salido de un capítulo de Cha Cha Cha. Mi teoría es que la filiación histórica del humor absurdo de los 90’ es esta película. Más tarde, en una escena escalofriante, Carlos tiene una pesadilla: se dirige al cementerio y le informa a su madre que se va a Buenos Aires para ser artista (la palabra “artista” es pronunciada en forma permanente). Ella, entonces, inicia el estribillo de todo el pueblo: “Carlitos se va a Buenos Aires para ser artista”, “Carlitos se va a Buenos Aires para ser artista”. Intuyo que ver muchas veces Soñar, Soñar hace que la película se convierta en una canción pop porque está llena de leitmotiv's que se aferran a nuestra memoria. Un hit atrás del otro. Pero en el sueño de Carlos también aparecen unas tías muertas en silla de ruedas que vuelven sombrío el panorama. Todo junto, todo mezclado, como en la vida. Al otro día, Carlos, ya enrulado, avisa al pueblo que se va a Buenos Aires para ser artista y deja su trabajo en la Municipalidad (donde le dan un traje en verano, otro en invierno y le prestan la bicicleta). La ternura con la que Favio trata a sus personajes raya la cursilería, pero está bien. Monzón vende su lote y comienza a correr por el pueblo, bajo la lluvia, en una escena que recuerda a Rocky entrenando en las escalinatas. De pronto mira al cielo y dice: “Mama”. No dice: “Mamá”, dice, como diría Pagliario: “Mama…”. Más tarde, cierra los puños y grita: “Viva la Patria”, aunque probablemente Favio hubiese preferido vivar a Perón. Cuando llega a su casa comprueba que Mario, el rulo, se robó su plata y va a buscarlo a la estación. Al encontrarlo comienza a gritarle como un bebé: Mario, Mario. Se sube al andén y se van a Capital, mientras el boxeador llora en un primer plano deforme.
Consiguen trabajo en un circo pero Carlos –ahora Charlie- se equivoca en la función porque no tiene memoria para aprenderse unas pavadas. Mario, el rulo, lo mira y le dice, murmurando, su latiguillo: “La puta que te re parió”. Acto seguido se pelean en la Costanera: es una discusión matrimonial entre Carlos Monzón y Gian Franco Pagliaro. Quien haya visto algo más extraordinario que lo haga saber. Las escenas y los diálogos memorables se suceden en abundancia. Pagliaro, en tanto, destila impactantes máximas con su registro parco: “En Europa todos los actores son maricones” o “Las mujeres y los niños son obstáculos en la vida del artista”. ¡Esos eran cantantes italo-argentinos, carajo, viva Perón! En determinado momento, Carlos consigue papel en una película. Estudia la letra pero no puede ni recordar una frase cortísima: "Antes muerto que vencido”. Mario, el rulo, se enoja, le dice que no está vibrando con el personaje y le explica cómo lo tiene que hacer. Acto seguido, comienza a gritar la misma frase una y otra vez: subido a una ventana, en la terraza de la pieza que alquilan. Todo acompañado con gestos desmesurados, ademanes rimbombantes mientras Charlie lo aplaude rabiosamente. Inolvidable. Favio, se nota a simple vista, estaba pasando un momento de gran creatividad y comprimió toda su imaginación en Soñar, Soñar, una película maravillosa que, paradójicamente, fue un fracaso comercial.
Finalmente, precedido por una escena que deben ver para creer (emblemática del cine argentino), los dos se encuentran con el enano. Pronto, Mario y su ex compañero comienzan a discutir. El enano lo acusa de venderlo a un circo y le dice: “¿Y vos decías que eras comunista?”. En una entrevista Favio confesó que pensaba hacerle decir al chanta "¿Yo comunista? Si soy peronista de la primera hora". De haber sucedido creo que el mundo hubiese explotado, no se puede reunir tanta genialidad en una sola película.
Evocar el final de Soñar, Soñar sirve para idear un cierre: la pareja cae en la cárcel y Pagliaro le dice a Monzón, que ya se aprendió la letra para un pequeño número de Circo que alegra a los presos: “Viste, faltaba concentración nada más”. Estrenada durante el clima violento que antecedió al aún más violento y genocida Proceso de Reorganización Nacional, ese final amargo y algo absurdo parece significar el fin de una época, como aquel “the dream is over” de Lennon: perdida la libertad ya no hay lugar en el país para viajes alucinados a cargo de erráticos “perdedores hermosos”, la posibilidad de soñar con una Patria Socialista es una locura, estamos todos juntos en la Prisión y no hay forma de salir. Luego de Soñar, Soñar, película entrañable si las hay, Favio se exilió y estuvo durante una década y media sin filmar. Ahora, según sus propias palabras, vive encerrado escuchando a Mozart y la Mona Giménez. El híbrido de sus gustos musicales señala la inexpresable virtud de sus películas.