Con una desubicación en el plano espacio-temporal que podríamos calificar de proverbial (River Plate viene de quedar afuera de la Copa Libertadores en su cancha, con 2 jugadores de más, con total abulia del equipo a partir de los 70 minutos de juego y contra el San Tinelli de Ramón Díaz y “Dalesanlo”), Oscar Ahumada, un número 5 sacrificado en la senda genealógica Rossi-Merlo-Astrada-Mascherano que en reiteradas ocasiones se pasa de revoluciones, declaró ante el ex funcionario menemista y atroz redentor Fernando Niembro (esto ya parece una oración de Alan Pauls) que la hinchada de Boca, palabras más, palabras menos, alienta más. Para muestra, un botón: mientras el 1-2 de San Lorenzo enmudeció al Monumental, Ahumada recuerda haber estado en la Bombonera ganando 2 a 0 mientras la hinchada xeneixe hacía venir el estadio “abajo”. La afirmación “ahumadística”, en plena decadencia de la estirpe millonaria, cayó como un balde de agua fría en la “opinión pública” (periodismo + gente – inteligencia). El título elemental, durante todo el día martes, “Se fue de boca”, “corriócomoreguerodepólvora” (Cortázar dixit). Reconociéndome gallina hasta la másmedula (uf, basta de alusiones literarias) debo aclarar que lo dicho por Ahumada me pareció un tanto descerebrado (no hay que ser muy pensante para entender que luego de esta declaración Ahumada se convirtió en un ídolo de Boca y que a los hinchas de River no les caen muy bien los ídolos de Boca, mucho menos cuando éstos llevan la 5 de la franja roja) pero no menos verdadero. Realizarle un escrache (como a un genocida) o afectarlo económicamente (¿por tener opinión?) me parece directamente una estupidez (de todos modos, no vendría mal una baja en los sueldos de los jugadores de fútbol). Aunque los hinchas de River fundamentalistas chillen, es innegable que la hinchada de Boca alienta más. Y mejor. La única verdad es la realidad. Esto es muy explicable y se remonta a la tradición filosófica-futbolera de cada Club: históricamente, River Plate tuvo grandes jugadores, equipos magnánimos y, por consiguiente, un funcionamiento que no necesitaba del aliento constante de su hinchada para ganar partidos: éstos eran íntegramente ganados por los Labruna, los Pedernera, los Bernabé Ferreyra, los Alonso, los J.J López, los Ermindo Onega, los Francescoli, los Gallardo, los Aimar, los Saviola, los “Dalesanlo”, los Ortega. Y me detengo aquí porque mis ojos comienzan a lagrimear. Exceptuando los 18 años de sequía (1957-1975) River tuvo diversos periodos dorados que incluso el inconsciente colectivo “recuerda” sin haber vivido: La máquina, el River de Labruna, el del “Bambino” Veira, el del primer Passarella. Estos fueron ciclos harto exitosos, donde se conseguían campeonatos, se asistía al nacimiento de un ídolo, etc. El último de estos ciclos fue entre 1996 y 1997, en el cual River ganó 3 campeonatos seguidos, la Copa Libertadores y la añeja Supercopa (antecedente de la Mercosur y la actual Sudamericana). Después de eso River ganó varios campeonatos pero la supremacía de Boca Juniors comenzó a tornarse dramática. En la última década, ha cambiado la trayectoria del fútbol argentino: Boca ha pasado a ser el equipo poderoso y reconocido mundialmente, tal vez, por primera vez en su historia (el anfetamínico equipo del Toto Lorenzo no llegó ni por asomo a esta seguidilla que conforman, con algunas intermitencias, Bianchi-Basile-Russo). A diferencia de River, Boca tuvo contadas etapas gloriosas en su historia, se identifica con la garra y el coraje de sus jugadores más que con la técnica de los mismos. El magnifico aliento boquense es tal porque Boca, al no contar tradicionalmente con una gran escuela de juego, siempre necesitó del griterío de su parcialidad y un estadio intimidatorio (no son pocos los que tiemblan al pisar el vestuario de la Bombonera por primera vez) para acceder al triunfo (más allá de que no siempre resulte). No por casualidad, los 2 máximos ídolos futbolísticos del Club son originarios de Argentinos Juniors: Diego Armando Maradona y Juan Román Riquelme. Rojas y Tevéz pueden considerarse las excepciones que confirman la regla. Desde este punto de vista se entiende el silencio del público millonario ante el mal juego de su equipo: se trata del asombro por observar algo (la debacle futbolística de un equipo) a lo que no se está acostumbrado. Más o menos lo mismo les ocurrió a los neoyorquinos el 11 de septiembre del 2001 o a los fans de Charly García en la presentación de Say No More (1996)... Por su parte, Boca, ganando, empatando, aun perdiendo, siempre conservará ese aliento inclaudicable, forma parte de su esencia. La parcialidad riverplatense finalmente crecerá cuando comprenda que el Club (más allá o por consecuencia de la gestión pésima de Aguilar, los errores conceptuales de los técnicos, la apatía de los jugadores, el inaudito protagonismo de la barra en la vida de la Institución), como la vieja mula de Los Simpsons, ya no es lo que era y es necesario barajar y dar de nuevo para empezar otra vez. Sayonara.