Para Andrea
Alguien le grita “¡Genio!”. Páez responde: “Genio era Mozart”. Acto seguido, alguien le grita “¡Ídolo!”. Páez responde: “Ídolo era Maradona”.
Luego de tocar “Polaroid de locura ordinaria” elabora un improvisado monólogo a favor de Charles Bukowski (un cuento del escritor norteamericano le sirvió de inspiración para el tema mencionado). Desdeña la “inteligentzia literaria” que alaba a Henry Miller sobre Bukowski porque el primero “contaba mejor un polvo”.
En la sala, repleta, hay una temperatura bastante baja. Páez hace algunas bromas y en el tema “Al lado del camino”, en vez de “cantar” “Si alguna vez me cruzas por la calle/ regálame tu beso y no te aflijas”, inventa “Si alguna vez me cruzas por la Rambla/ regálame un echarpe y no te aflijas”. La gente muere de risa. Otras dos observaciones sobre la misma canción: ovación del público cuando nombra a Charly García (consecuencia de otra metamorfosis repentina) y comentario del mismo Páez sobre la frase “que rondan por siniestro Ministerios, haciendo la parodia del artista”: “Parece que la hubiese escrito hoy”.
La puesta en escena es minimalista: Fito, su piano, una pantalla que pasa imágenes inconexas y las luces sobrias (casi siempre iluminando círculos rojos o blancos alrededor del músico).
El único músico invitado fue el guitarrista Coki Debernardi, líder de la los Killer Burritos, quien se sumó a Páez para tocar “Naturaleza sangre”, “Ciudad de pobres corazones”, la mencionada “Polaroid…” y un inédito (y demasiado largo) tema sobre un enano fantasma que come cosas (con letra de Páez y músico de Coki).
El repertorio repasó la mitad de Rodolfo (incluyendo “Sofi fue una nena de papá” y “El verdadero amar”, que contienen en sí toda la virtud y el hartazgo que puede provocar la última época de la obra de Páez) y se centró preferentemente en El amor después del amor (“A rodar mi vida”, “Tumbas de la gloria”, "La rueda mágica", una maravillosa versión de “Dos días en la vida, “Un vestido y un amor” e incluso “Detrás del muro de los lamentos”, joya perdida que cantó con Mercedes Sosa en esa verdadera máquina de éxitos que fue el disco de 1992). También hubo tiempo para evocar Euforia (el infaltable -¿e insoportable?- “Dar es dar” y la magnífica coherencia en texto y música de “Cadáver exquisito”), escuchar en silencio una versión a capella de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” y los clásicos de siempre (“Cable a tierra”, “Mariposa technicolor”, “11 y 6”).
En líneas generales, el concierto fue correcto. Páez se mostró de muy buen humor e hizo reír a la gente. “Dejame tocar un poco el piano”, espetó varias veces ante los típicos desubicados que piden sus temas favoritos (en este caso el más representativo de éstos estaba sentado en la fila inmediatamente anterior a la mía; para más datos, la 11; para más datos: coreaba los temas con emoción y, quizás debido a ello, se adelantaba al fraseo de Páez; para más datos: si alguien lo ve, avísenle que era insoportable). El repertorio es casi infalible y demuestra a las claras que, más allá de ciertas críticas típicas hacia Fitolandia (la afectación, la ambición artística, la pose) estamos ante un instrumentista valioso con una envidiable virtud para la melodía y un par de discos (Giros, Ciudad de pobres corazones, El amor después del amor) que ya sus críticos querrían hacer. Sin embargo, se puede marcar una objeción referida a ese ya mencionado repertorio infalible: con el paso de los años se convirtió en una lista de canciones letales, es cierto, pero también anquilosadas. Por consecuencia me dispongo a elaborar un recuento de temas “desapercibidos” en los discos de Páez (así, justamente, llamó él a “Detrás del muro de los lamentos”) que podrían conformar un recital insuperable y alternativo al clásico generador de hits: “Alguna vez voy a ser libre”, “Sable chino”, “Creo”, “La balada de Donna Helena”, “Bode y Evelyn”, “Carabelas nada”, “Tatuaje falso”, “Ambar violeta”, “Instant-táneas”, “Tu sonrisa inolvidable”, “Torre de cristal”, “La despedida”, “The shining of the sun”, “Tengo una muñeca que regala besos”, “La Verónica”, etc. Personalmente, debo decir que me dirigí al Radio City casi por inercia, sin esperar mucho y hasta subestimando al rosarino. Me encontré, nobleza obliga, con un músico que sigue manteniendo la vitalidad a pesar de los años y los “Salir al sol”. Sayonara.
Alguien le grita “¡Genio!”. Páez responde: “Genio era Mozart”. Acto seguido, alguien le grita “¡Ídolo!”. Páez responde: “Ídolo era Maradona”.
Luego de tocar “Polaroid de locura ordinaria” elabora un improvisado monólogo a favor de Charles Bukowski (un cuento del escritor norteamericano le sirvió de inspiración para el tema mencionado). Desdeña la “inteligentzia literaria” que alaba a Henry Miller sobre Bukowski porque el primero “contaba mejor un polvo”.
En la sala, repleta, hay una temperatura bastante baja. Páez hace algunas bromas y en el tema “Al lado del camino”, en vez de “cantar” “Si alguna vez me cruzas por la calle/ regálame tu beso y no te aflijas”, inventa “Si alguna vez me cruzas por la Rambla/ regálame un echarpe y no te aflijas”. La gente muere de risa. Otras dos observaciones sobre la misma canción: ovación del público cuando nombra a Charly García (consecuencia de otra metamorfosis repentina) y comentario del mismo Páez sobre la frase “que rondan por siniestro Ministerios, haciendo la parodia del artista”: “Parece que la hubiese escrito hoy”.
La puesta en escena es minimalista: Fito, su piano, una pantalla que pasa imágenes inconexas y las luces sobrias (casi siempre iluminando círculos rojos o blancos alrededor del músico).
El único músico invitado fue el guitarrista Coki Debernardi, líder de la los Killer Burritos, quien se sumó a Páez para tocar “Naturaleza sangre”, “Ciudad de pobres corazones”, la mencionada “Polaroid…” y un inédito (y demasiado largo) tema sobre un enano fantasma que come cosas (con letra de Páez y músico de Coki).
El repertorio repasó la mitad de Rodolfo (incluyendo “Sofi fue una nena de papá” y “El verdadero amar”, que contienen en sí toda la virtud y el hartazgo que puede provocar la última época de la obra de Páez) y se centró preferentemente en El amor después del amor (“A rodar mi vida”, “Tumbas de la gloria”, "La rueda mágica", una maravillosa versión de “Dos días en la vida, “Un vestido y un amor” e incluso “Detrás del muro de los lamentos”, joya perdida que cantó con Mercedes Sosa en esa verdadera máquina de éxitos que fue el disco de 1992). También hubo tiempo para evocar Euforia (el infaltable -¿e insoportable?- “Dar es dar” y la magnífica coherencia en texto y música de “Cadáver exquisito”), escuchar en silencio una versión a capella de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” y los clásicos de siempre (“Cable a tierra”, “Mariposa technicolor”, “11 y 6”).
En líneas generales, el concierto fue correcto. Páez se mostró de muy buen humor e hizo reír a la gente. “Dejame tocar un poco el piano”, espetó varias veces ante los típicos desubicados que piden sus temas favoritos (en este caso el más representativo de éstos estaba sentado en la fila inmediatamente anterior a la mía; para más datos, la 11; para más datos: coreaba los temas con emoción y, quizás debido a ello, se adelantaba al fraseo de Páez; para más datos: si alguien lo ve, avísenle que era insoportable). El repertorio es casi infalible y demuestra a las claras que, más allá de ciertas críticas típicas hacia Fitolandia (la afectación, la ambición artística, la pose) estamos ante un instrumentista valioso con una envidiable virtud para la melodía y un par de discos (Giros, Ciudad de pobres corazones, El amor después del amor) que ya sus críticos querrían hacer. Sin embargo, se puede marcar una objeción referida a ese ya mencionado repertorio infalible: con el paso de los años se convirtió en una lista de canciones letales, es cierto, pero también anquilosadas. Por consecuencia me dispongo a elaborar un recuento de temas “desapercibidos” en los discos de Páez (así, justamente, llamó él a “Detrás del muro de los lamentos”) que podrían conformar un recital insuperable y alternativo al clásico generador de hits: “Alguna vez voy a ser libre”, “Sable chino”, “Creo”, “La balada de Donna Helena”, “Bode y Evelyn”, “Carabelas nada”, “Tatuaje falso”, “Ambar violeta”, “Instant-táneas”, “Tu sonrisa inolvidable”, “Torre de cristal”, “La despedida”, “The shining of the sun”, “Tengo una muñeca que regala besos”, “La Verónica”, etc. Personalmente, debo decir que me dirigí al Radio City casi por inercia, sin esperar mucho y hasta subestimando al rosarino. Me encontré, nobleza obliga, con un músico que sigue manteniendo la vitalidad a pesar de los años y los “Salir al sol”. Sayonara.