¡Derechistas del mundo, uníos!

En primer lugar, habría que admirar el pulso narrativo de Ingrid Betancourt que, a pocas horas de ser liberada de un secuestro que duró algo así como 7 años, elaboró, en una conferencia de prensa improvisada, un magnífico relato oral sobre sus años en la selva y su rescate que ni siquiera merecería una corrección del editor. Les recomiendo que lo escuchen, creo que ahí hubo cierto swing literario: mientras cualquier individuo en la misma situación hubiese contado su historia con términos afectados y espasmos de conmoción, Betancourt eligió un lenguaje despojado y un tono lacónico no exento de comicidad. Pero más allá de la literatura y la distante felicidad que puede despertar el hecho de que 15 personas (entre ellas, gente del ejército colombiano y el Pentágono) hayan sido liberadas y puedan gozar nuevamente de esa entelequia que los mortales denominamos “libertad”, el discurso de Betancourt me confirmó una lamentable idea (no muy singular, es cierto) que vengo madurando desde hace unos años: la inconsistencia del pensamiento de Izquierda (o, si se quiere, del progresismo) frente a los hechos. Cuando Betancourt fue secuestrada por las FARC, en febrero del 2002, era la candidata presidencial de Colombia que se oponía a la política ofensiva contra el movimiento guerrillero. Hoy fue liberada y, en el medio (además de los 6 años), sucedió la metamorfosis: de la teoría a la práctica. El discurso de ayer (repito: excepcional desde el punto de vista narrativo) fue un severo manifiesto a favor de las derechas del mundo. Y no precisamente porque ninguneó a Chávez que, como sabemos, bajo su apariencia bolivariana, es un cínico. Ingrid (que lució una chaqueta militar) agradeció a Álvaro “Benjamin Linus” Uribe (aliado estratégico de Bush en América del Sur; no es casualidad que el mismo día haya recibido la visita de McCain), al ejército colombiano (que hace pocos meses bombardeó Ecuador) y a Sarkozy (paradigma de la nueva derecha mundial, aquí representada en la figura de Mauricio Macri). Pero también hubo otros datos significativos y muy puntuales (la verdad es que el discurso posibilitó múltiples interpretaciones y por eso escribo estos apuntes desprolijos): opuso la situación miserable (sin luz, sin baños, sin jabones) de la selva con la “civilización” (antagonismo ancestral del liberalismo latinoamericano: de Sarmiento a Vargas Llosa), reconoció como un acierto la postura de “mano dura” de Uribe y, finalmente, contó el modo en que, al observar la figura del Che Guevara en las camisetas de quienes finalmente la rescataron (una misión armada por el Ejército colombiano), sintió que el sueño de ser rescatada se derrumbaba nuevamente, es decir que identificó el rostro del Che Guevara con el Mal. Sabemos la enorme ambigüedad que puede generar la figura del Che si uno reflexiona profundamente sobre el itinerario de sus acciones políticas y/o militares (en muchos casos nobles, en otras infortunadas), pero sin embargo sigue siendo extraño que se lo asocie totalmente como un propulsor de ideas malignas, más que nada viniendo de alguien que se ha convertido en un ícono de los derechos humanos. Como sucede en el conflicto “Campo/Gobierno” (donde lo que sobresale de las dos facciones, son sus representantes impresentables), en este caso tampoco hay salida. Y entiéndase que no estoy culpando o criticando las actitudes de Betancourt (¿quién sabe qué cosas es capaz de hacer un hombre en situaciones extremas?), sólo exponiendo la encrucijada siniestra que, día a día, nos plantea este mundo de mierda. De un lado, Uribe, Bush, Sarkozy, el ejército colombiano, Betancourt reconvertida. Del otro, Chávez, la derecha de la izquierda, la parodia socialista, las FARC. Estoy releyendo a Sabato para la Universidad (uf) y la profesora nos marcó una frase interesante que se encuentra en El túnel; me gustaría recordarla para finalizar el textito: “Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración”. Sayonara.