En la última edición de la revista Ñ, Gonzalo Garcés escribe una reseña sobre “El bosque pulenta”, el ya clásico cuento de Fabián Casas. Descontando el hecho de que Garcés es un lector considerable, con la inusual capacidad para articular ideas y polemizar sobre literatura sin morir en el intento, el texto tiene una gran virtud: la honestidad. En verdad, no sé si es una virtud ser honesto a la hora de escribir, pero no importa. Lo que sí puedo asegurar es que la actitud de Garcés al escribir sobre Casas no es frecuente: conjuga la pasión del fan (habitual en los blogs, pero raramente hallada en la columna de un escritor) y la precisión cerebral de alguien que sabe explicar el efecto revelador de una lectura (habitual en la columna de un escritor, pero raramente encontrada en los blogs). O quizás no, quizás se publiquen continuamente (en diarios que no leo y revistas que desconozco) miles de columnas como la del autor de El futuro. La cuestión es que Garcés depone cualquier tipo de impostura literaria y se sincera. Reconoce que llega tarde al microcosmos Casas (“debo ser uno de los últimos argentinos en enterarse de que F.C es un gran escritor”, dice, graciosamente) y desarrolla, breve pero consistentemente, el acercamiento más profundo o acertado o serio o efectivo o inteligente que yo he leído sobre la obra de Casas. Probablemente esté exagerando, lo fundamental es que ese acercamiento de múltiples calificativos tiene su núcleo en la conexión que Garcés traza entre el uso que hace Casas de elementos clásicos, el itinerario de Bolaño y Los cachorros, de Mario Vargas Llosa. Y así llego a Gustavo Escanlar.
El viernes, volviendo de La Terminal empecé a caminar por la ciudad sin rumbo. Había olor a pizza, turistas, parejas de emos, esos Hoteles con nombres chotos y un sinnúmero de cosas que emanaban esa tristeza particular que tiene Mar del Plata en invierno. Como sucede usualmente, terminé adentro de la librería Horacio (por la Costa, al frente del Provincial), escarbando en la mesa de los libros más baratos para ver si había algo que valiera la pena (ahí conseguí cosas de Piglia, Golding, Jorge Asís, Roa Bastos, Jorge Edwards, Fogwill). Estaba a punto de llevarme una novela de Eugenio Cambaceres que necesito para dar el final de Argentina I (algo que ocurrirá, al paso que voy, en el año 2012) cuando decidí volver a indagar, convencido de que no lo había hecho bien. Y tenía razón. Con algo parecido al asombro, descubrí un ejemplar de Estokolmo, novela de un autor que me sonó conocido: Gustavo Escanlar. Buceé en mi mente y rápidamente recordé algunas cosas. En primer lugar, Escanlar es uruguayo y además de escritor suele ser llamado “polémico y mediático periodista” lo que, imagino, debe espantar al mundillo académico o al campo intelectual o como se le quiera llamar al espacio virtual que baja la caña literaria. “40”, un cuento que me voló la cabeza y leí en la época en que me compraba La Mano (ahora prefiero comer), fue lo primero que supe de él. Después leí otras notas suyas y este año, junto a Los Boys, de Junot Díaz, adquirí McOndo (como se advertirá, llego a todo unos diez o quince años después), la conocida antología que a mediados de los 90’ agrupó a escritores hispanoamericanos cansados del realismo mágico, entre otros, Alberto Fuguet, Juan Forn, Martín Rejtman, Edmundo Paz Soldán, Jaime Bayly y el mismo Gustavo Escanlar, que aportaba “Gritos y susurros”, un relato en plan confesional, que en primera persona contaba las vicisitudes de la redacción de un diario. Paréntesis: recomiendo leer a través de la web El futuro no es nuestro, una antología actual con autores hispanoamericanos nacidos en la década del 70’ (entre los que se cuentan Garcés, Oliverio Coelho, Mariana Enriquez, Alejandro Zambra y mi amigo virtual ecuatoriano, Eduardo Varas Carvajal) que comentaré en unas semanas. Cierro paréntesis. Estokolmo costaba sólo siete pesos, así que la pagué y me la leí de un tirón esa misma noche mientras tomaba fernet y miraba a unos chinos dar volteretas en el aire.
Como bien explica Garcés en la columna referida, Los cachorros (yo incluyo también los extraordinarios relatos de Los jefes), de Vargas Llosa, posee una gran proeza: “hacer hablar a un yo colectivo”. También tiene otros méritos: crear cierta épica de los hechos cotidianos, volver universal un registro de lengua foráneo y, finalmente, arrojar, desde las simples relaciones de amistad y amor de un barrio latinoamericano cualquiera, una cosmovisión capaz de trascender sus límites. Esta obra (que el ilustre peruano escribió con menos de 30 años) se convirtió, tal vez silenciosamente, en un faro para la literatura hispana. Así lo demuestra “De la diferencia a la dignidad” un texto de Roberto Bolaño incluido en Entre paréntesis. Es justamente el chileno, en Los detectives salvajes (1998), quien llega al punto culmine de esta tradición a través de una novela monumental, repleta de historias dignas de ser contadas y personajes que forjan una filosofía de vida gobernada por el riesgo: se trata de ir “de espaldas, mirando un punto pero alejándose de él, en línea recta hacia lo desconocido”. Inconscientemente, diversos escritores de América Latina, se mueven en esa dirección. Uno de ellos es Fabián Casas, quien en los 90’ escribe dos de los más importantes hitos de la poesía contemporánea (Tuca y El Salmón) para luego aterrizar completamente en la narrativa con Los lemmings (2004), un volumen de relatos que erige a Boedo como espacio paradigmático y a la cultura rock como educación sentimental. Otro es el asombroso Junot Díaz (dominicano que escribe en inglés y es leído por la comunidad hispana traducido, hoy Premio Pulitzer con su primera novela) que se revela con Los Boys (1998, originalmente llamado “Ahogado”) como un autor a tener en cuenta, tendiente a reflejar la vida en las barriadas marginales de su país y los conglomerados norteamericanos para inmigrantes latinos. Estokolmo es una novela breve publicada hace ya diez años por un sello subsidiario a Mondadori (Reservoir Books). Dividida en tres partes introducidas por sendas citas de letras de Charly García, la historia está narrada desde la óptica frenética de Marcelo, un lumpen barrial que emerge como la figura típica del militante desencantado (“había pasado horas estudiando, horas en asambleas discutiendo si la feuu había que reivindicarla o legalizarla, horas en los boliches hablando de la dictadura del proletariado, de Gramsci y de Foucault”) convertido en cínico (“No me acuerdo ni siquiera del doble programa de Buñuelo, del aburrimiento con Bergman”). Junto a su barra de amigos sale a robar, practica “becerros”, escucha a Los Redondos, habla con fanatismo del autor brasilero llamado Fonseca y con desdeño del jugador uruguayo llamado Fonseca, se droga y discute incansablemente sobre quién es mejor: Francescoli o Maradona. Exceptuando algunos detalles que podrían obviarse (unos cuantos diálogos forzados que parecen salidos de una mala película de cine argentino) la novela no defrauda. La acción se centra en el secuestro de una chica bien por parte del grupo al que pertenece Marcelo. El componente fundamental que hace de Estokolmo una obra atrayente reside en el swing narrativo de Escanlar, proclive a matizar cada escena (su lente parece cinematográfico: “Ahí estoy yo entrando…”) con frases sugerentes y ácidas, certeras como estribillos de canciones pop. Una serie de referencias directas(MTV, McDonald’s, River-Juventus, Los Piojos, Antonio Birabent en Verdad/Consecuencia, Crónica TV) recorre la totalidad del libro, convirtiéndolo en un descenso a una de las formas del infierno: los 90’. Tal mosaico de época no parece afectado ni perdió espesor con el paso del tiempo, al contrario, hace de Estokolmo un testimonio espontáneo, una fotografía sacada en medio del fragor de la batalla. Tal vez en un futuro no muy lejano pueda ser estudiada junto a Los Boys y Los lemmings en una misma serie o, como dice usualmente Casas, dentro de una misma constelación. Sayonara.
El viernes, volviendo de La Terminal empecé a caminar por la ciudad sin rumbo. Había olor a pizza, turistas, parejas de emos, esos Hoteles con nombres chotos y un sinnúmero de cosas que emanaban esa tristeza particular que tiene Mar del Plata en invierno. Como sucede usualmente, terminé adentro de la librería Horacio (por la Costa, al frente del Provincial), escarbando en la mesa de los libros más baratos para ver si había algo que valiera la pena (ahí conseguí cosas de Piglia, Golding, Jorge Asís, Roa Bastos, Jorge Edwards, Fogwill). Estaba a punto de llevarme una novela de Eugenio Cambaceres que necesito para dar el final de Argentina I (algo que ocurrirá, al paso que voy, en el año 2012) cuando decidí volver a indagar, convencido de que no lo había hecho bien. Y tenía razón. Con algo parecido al asombro, descubrí un ejemplar de Estokolmo, novela de un autor que me sonó conocido: Gustavo Escanlar. Buceé en mi mente y rápidamente recordé algunas cosas. En primer lugar, Escanlar es uruguayo y además de escritor suele ser llamado “polémico y mediático periodista” lo que, imagino, debe espantar al mundillo académico o al campo intelectual o como se le quiera llamar al espacio virtual que baja la caña literaria. “40”, un cuento que me voló la cabeza y leí en la época en que me compraba La Mano (ahora prefiero comer), fue lo primero que supe de él. Después leí otras notas suyas y este año, junto a Los Boys, de Junot Díaz, adquirí McOndo (como se advertirá, llego a todo unos diez o quince años después), la conocida antología que a mediados de los 90’ agrupó a escritores hispanoamericanos cansados del realismo mágico, entre otros, Alberto Fuguet, Juan Forn, Martín Rejtman, Edmundo Paz Soldán, Jaime Bayly y el mismo Gustavo Escanlar, que aportaba “Gritos y susurros”, un relato en plan confesional, que en primera persona contaba las vicisitudes de la redacción de un diario. Paréntesis: recomiendo leer a través de la web El futuro no es nuestro, una antología actual con autores hispanoamericanos nacidos en la década del 70’ (entre los que se cuentan Garcés, Oliverio Coelho, Mariana Enriquez, Alejandro Zambra y mi amigo virtual ecuatoriano, Eduardo Varas Carvajal) que comentaré en unas semanas. Cierro paréntesis. Estokolmo costaba sólo siete pesos, así que la pagué y me la leí de un tirón esa misma noche mientras tomaba fernet y miraba a unos chinos dar volteretas en el aire.
Como bien explica Garcés en la columna referida, Los cachorros (yo incluyo también los extraordinarios relatos de Los jefes), de Vargas Llosa, posee una gran proeza: “hacer hablar a un yo colectivo”. También tiene otros méritos: crear cierta épica de los hechos cotidianos, volver universal un registro de lengua foráneo y, finalmente, arrojar, desde las simples relaciones de amistad y amor de un barrio latinoamericano cualquiera, una cosmovisión capaz de trascender sus límites. Esta obra (que el ilustre peruano escribió con menos de 30 años) se convirtió, tal vez silenciosamente, en un faro para la literatura hispana. Así lo demuestra “De la diferencia a la dignidad” un texto de Roberto Bolaño incluido en Entre paréntesis. Es justamente el chileno, en Los detectives salvajes (1998), quien llega al punto culmine de esta tradición a través de una novela monumental, repleta de historias dignas de ser contadas y personajes que forjan una filosofía de vida gobernada por el riesgo: se trata de ir “de espaldas, mirando un punto pero alejándose de él, en línea recta hacia lo desconocido”. Inconscientemente, diversos escritores de América Latina, se mueven en esa dirección. Uno de ellos es Fabián Casas, quien en los 90’ escribe dos de los más importantes hitos de la poesía contemporánea (Tuca y El Salmón) para luego aterrizar completamente en la narrativa con Los lemmings (2004), un volumen de relatos que erige a Boedo como espacio paradigmático y a la cultura rock como educación sentimental. Otro es el asombroso Junot Díaz (dominicano que escribe en inglés y es leído por la comunidad hispana traducido, hoy Premio Pulitzer con su primera novela) que se revela con Los Boys (1998, originalmente llamado “Ahogado”) como un autor a tener en cuenta, tendiente a reflejar la vida en las barriadas marginales de su país y los conglomerados norteamericanos para inmigrantes latinos. Estokolmo es una novela breve publicada hace ya diez años por un sello subsidiario a Mondadori (Reservoir Books). Dividida en tres partes introducidas por sendas citas de letras de Charly García, la historia está narrada desde la óptica frenética de Marcelo, un lumpen barrial que emerge como la figura típica del militante desencantado (“había pasado horas estudiando, horas en asambleas discutiendo si la feuu había que reivindicarla o legalizarla, horas en los boliches hablando de la dictadura del proletariado, de Gramsci y de Foucault”) convertido en cínico (“No me acuerdo ni siquiera del doble programa de Buñuelo, del aburrimiento con Bergman”). Junto a su barra de amigos sale a robar, practica “becerros”, escucha a Los Redondos, habla con fanatismo del autor brasilero llamado Fonseca y con desdeño del jugador uruguayo llamado Fonseca, se droga y discute incansablemente sobre quién es mejor: Francescoli o Maradona. Exceptuando algunos detalles que podrían obviarse (unos cuantos diálogos forzados que parecen salidos de una mala película de cine argentino) la novela no defrauda. La acción se centra en el secuestro de una chica bien por parte del grupo al que pertenece Marcelo. El componente fundamental que hace de Estokolmo una obra atrayente reside en el swing narrativo de Escanlar, proclive a matizar cada escena (su lente parece cinematográfico: “Ahí estoy yo entrando…”) con frases sugerentes y ácidas, certeras como estribillos de canciones pop. Una serie de referencias directas(MTV, McDonald’s, River-Juventus, Los Piojos, Antonio Birabent en Verdad/Consecuencia, Crónica TV) recorre la totalidad del libro, convirtiéndolo en un descenso a una de las formas del infierno: los 90’. Tal mosaico de época no parece afectado ni perdió espesor con el paso del tiempo, al contrario, hace de Estokolmo un testimonio espontáneo, una fotografía sacada en medio del fragor de la batalla. Tal vez en un futuro no muy lejano pueda ser estudiada junto a Los Boys y Los lemmings en una misma serie o, como dice usualmente Casas, dentro de una misma constelación. Sayonara.
3 comentarios:
Muy de acuerdo. Lo de Garces sobre Casas es notable. Y lo tuyo también, se nota que sos lector. En realidad siempre se notó, pero ahora más, desde que el tema Campo vs. Gobierno ya no te chupa la energía.
Me gustaron las fotos del Casas. No leí tu post, demasiado largo (no habitual en un blog), demasiado pedante (inusual en un blog). Pero los autores que están allí los buscaré.
He descubierto a un lector insaciable, crítico y honesto. Gracias
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