domingo, 14 de septiembre de 2008

FOREVER BIOY

En la edición del sábado 6 de septiembre del suplemento cultural del diario La Nación, George Steiner espeta: “¿Qué pasará cuando los jóvenes tengan que cuidar y alimentar a tanta gente mayor? La próxima guerra civil puede ser ésa”. El entrevistador agrega que tal razonamiento parece el tema de una novela de Saramago, a lo que el crítico responde: “De una novela y de una pesadilla. Los jóvenes de hoy tienen que pagar impuestos, residencias de ancianos, la comida, la casa. Hay cada vez más ancianos (…) Quizás la próxima crisis sea generacional (…) hoy los jóvenes no andan por ahí asesinando viejos. En ciertas culturas esquimales lo hacen”. Tal segmento me dejó estupefacto: quizás en un exceso de chauvinismo, por mucho tiempo estuve convencido de que la obra de un escritor tan memorable como Adolfo Bioy Casares era lo suficientemente conocida para que un periodista español y un eminente estudioso norteamericano no crean estar inventando el argumento de un libro que éste escribió 40 años atrás: Diario de la guerra del cerdo. O lo que es peor, atribuyendo tal invención a un autor inferior al original. Tal vez como una especie de absurda reivindicación para el escritor que más he disfrutado leyendo, con la velocidad de un hipervínculo, decidí releer los primeros capítulos de la novela. Cuando a los pocos minutos navegaba por la página 50, comprendí que Bioy (justamente Bioy, el escritor que luchó contra el paso del tiempo) mantenía su pulso narrativo más allá de las modas y que me iba a ser imposible no releer la obra completamente. Sin sorprenderme (considero a Bioy un coloso de la imaginación y por encima de muchos consagrados: Arlt, Walsh, Puig), advertí que la novela, como dice Homero Simpson, sigue funcionando a muchos niveles.

Comenzaré la breve reseña con una digresión personal: cuando el fragmento de un libro me impresiona (un diálogo, una imagen, una opinión que me suscita interés, una frase equívoca que debo comprobar) doblo el vértice superior de la hoja. Las razones por las cuales no subrayo libros son múltiples: en primer lugar, frecuentemente leo acostado, de modo que me resulta incómodo anotar; por otro lado, mantengo cierto respeto pueril por el objeto libro y, finalmente, encuentro ridícula (y esnob) esa manía de los lectores por manifestar su orgullo de haber atestado un libro de anotaciones, por más que éstas digan las imbecilidades más grandes de la historia de la Humanidad. La cuestión es que en la página 130, caí en la cuenta de que había doblado, por lo menos, el 75 por ciento de los vértices superiores de las hojas. Evidentemente, me dije, Bioy es aún más magnífico de lo que creía, su obra (como sucede con los clásicos) aumenta en densidad literaria con las relecturas. Por consecuencia, Diario de la guerra del cerdo es una de las mejores novelas de la literatura argentina.

El argumento de la novela ya ha sido referido por el distraído de Steiner: con el paisaje de fondo de un barrio del conurbano bonaerense, alentados por un enigmático Farrell, hordas de jóvenes salen a asesinar viejos. Sin elaborar herméticos monólogos interiores ni abjurar de la linealidad, Bioy reformula, a su modo, la novela de su época través de la construcción de su personaje principal (recordemos que estamos en 1969, pleno boom). Isidoro Vidal no es un ser extraordinario ni tiene algo que lo haga particularmente interesante: no es un oyente de jazz que desarrolla soliloquios filosóficos por las calles de París, no es un inmutable campesino rural del desierto de Cómala, no es miembro de una extravagante familia en el mundo hiperbólico de Macondo, no es el patriarca envejecido que agoniza en la cama de un hospital y se dispone a repasar la vida. Es simplemente, alguien que, como diría Pappo Napolitano, se está “viniendo viejo” y, atribulado por tal afección, oscila en el terreno amenazante del costumbrismo criollo. No está embarcado en una búsqueda interior, más bien se dedica a tomar mate y comprar “tortitas guarangas”. Sus conclusiones son vulgares y tienden a la melancolía. Su vocabulario esta construido en base a un híbrido de lugares comunes y sentencias mundanas. Es fabuloso captar la forma en que Bioy convierte el registro y las cavilaciones habituales de la edad adulta en un lenguaje metafísico:

Después de tantos años de amistad, por primera vez entraba en el cuarto de Néstor. Vagamente miró retratos de personas desconocidas y pensó: “La intimidad que dejamos de lado no impidió que fuéramos amigos”. Esta observación lo incitó a reflexionar sentenciosamente: “Hoy todo el mundo es íntimo; amigo, nadie”.

Creyó por primera vez entender por qué se decía que la vida es sueño: si uno vive bastante, los hechos de su vida, como los de un sueño, se vuelven incomunicables porque a nadie interesan. Las mismas personas, después de muertas, pasan a ser personajes de sueño para quien las sobrevive; se apagan en uno, se olvidan, como sueños que convincentes, pero que nadie quiere oír.

Se lamentó: “Cuando uno vive, se deja ir, distraído”. Si reaccionaba, si despertaba de esa distracción, pensaría en Néstor, en la muerte, en personas y en cosas que desaparecieron, en sí mismo, en la vejez. Reflexionó: “Una gran tristeza de libertad”.

Otro gran acierto de la novela es el manejo de la indefinición, algo que, nobleza obliga, es el único rasgo positivo de El Túnel, de Ernesto Sabato. En Diario de la guerra del cerdo los jóvenes matan a los viejos y, por algunas inferencias, advertimos que los “muchachos” de la barra del protagonista son ancianos (el sordo Dante, el gallego Rey, el ocurrente Jimi), pero nunca sabemos qué edad tiene Vidal. Creemos (o queremos, es imposible no querer a los personajes de Bioy mientras se lo lee) que no será agredido hasta que en una escena (que de tan ominosa asustaría al mismísimo Freud), es atacado a botellazos. El espectral avance juvenil sigue coordenadas kafkeanas: es sugestivo y omnipresente, pero recién al promediar la novela se nombra con algún grado de explicitación. El velorio de Néstor (muerto a pisotones en la tribuna de River) se erige como un instante de absoluta luminosidad en la literatura argentina. La efectividad para crear ese opresivo marco de tensión entre los jóvenes y los viejos (que se reúnen, débiles, alrededor del calentador) es magistral. Como toda literatura que recrea aspectos indecibles, no hay palabras para describirla, sólo hay que concentrarse y leer para asistir al delirio del vuelo creativo de un novelista implacable (de su autoría, además, leí La invención de Morel, El sueño de los héroes, Dormir al sol y Aventura de un fotógrafo en la Plata: todas me han parecido, en algún punto, obras maestras).

Como en toda novela de Bioy, no falta la descripción de una relación amorosa (secreta, a escondidas) ni, por supuesto, esa mirada ambivalente (entre cáustica y sobria) que otorga a cada secuencia una dosis de humor y una consistencia extraordinaria. En una nota al pie de ¿Qué es la literatura?, Jean Paul Sartre afirma que no hay una sola novela buena que haya servido a la opresión o haya estado en contra de los judíos o de los negros o de los obreros, es decir, que no hay buenas novelas reaccionarias. Leída sin miramientos críticos, Diario de la guerra del cerdo parece rebatir esa sentencia. No es que el autor abogue por la muerte de los viejos, pero la versión que otorga de éstos es francamente lapidaria y se acerca a la segregación estética: se los refleja persiguiendo muchachas, babeantes, putrefactos. Cuando una mujer mayor entra al club en que los amigos juegan al truco, Vidal piensa: “¡La imaginación de la vejez para inventar fealdades!”. Incluso en el prólogo, Bioy manifiesta: “Desde luego, no creo que haya ninguna ventaja en ser viejo”. Sin embargo, confirmando aquella sentencia de Borges en la cual la obra ignora las intenciones de su autor, Diario de la guerra del cerdo, en su furiosa diatriba contra el paso del tiempo, termina trazando un panorama entrañable de las conductas y las lealtades humanas. Esta capacidad para plasmar los instantes iniciales de un amor imprevisto, los ritos secretos de la amistad y las diversas formas de la rutina es, quizás, la mayor virtud de la literatura de Bioy Casares.

9 comentarios:

Hernán Galli dijo...

Me hizo acordar al director de K-pax, esa payasada que plagió (y mal), a Hombre mirando al Sudeste. Después salieron a decir que ellos no la habían visto. Supongo que todavía hay varios grandes críticos que no saben que del Ecuador para abajo escribieron algunas buenas ideas...
Me hace recordar también a cara de vieja Feinmann, que dice que en ningún medio permitirían que un blogger escribiera por las faltas de ortografía ((!) ¿sabrá que existe el corrector del word?)o por el estilo. Por lo que vemos, los blogs les rompen el culo a varios medios. Como éste!

Che, Bioy no me gusta casi nada. La Invención de Morel es una genialidad, y el Sueño de los Héroes o El diario de la guerra del cerdo, bueno, están bien, pero el resto no me gusta nada. Plan de Evasión es una extraña parodia de la Invención de Morel, y Aventura de un fotógrafo en la Plata, no me atrapó en lo más mínimo. En lso cuentos, sólo rescato "El prejurio de la nieve", después, decir flojo es poco. Sé que es muy personal la opinión, pero no entiendo el premio Cervantes a Bioy, para nada. ¿Y Cortázar, MArechal, Denevi? Su amistad con el MAestro le jugó muy a favor, según mi opinión. Pero todo bien.!

Buen post.

Saludos!

Cabro Gamarra dijo...

No es así.

Criticáme a mí, maricón, pobre abuelito.

Talita dijo...

Hoy pensé que debiera hacer aportes jubilatorios... viene mi cumpleaños, es una crisis... que lo tiró Mendieta, ya sé... no tiene nada que ver con nada.

Saludos

Anónimo dijo...

Diario... admite una lectura política, y también uno se queda con la sensación de que es un poco reaccionaria. En los años '60 llega la glorificación del ser joven, de la cual el rock es la muestra cabal ("preferiría morir antes de llegar a viejo", Pete Townshend - hoy es un sesentón pelado). O "The times they are a-changin'" de Dylan ("vengan padres y madres / de toda la tierra / y no critiquen / lo que no pueden comprender / sus hijos e hijas / están fuera de su control / y sus antiguos senderos están / avejentándose rápidamente / por favor salgan del nuevo camino / si no pueden dar una mano" etc.). Vino la Revolucion Cultural China en 1966, cuando los alumnos cagaban a patadas a los profesores con aprobación de Mao: una barrabasada, claro, pero en Occidente luego (Mayo Francés) se la vio como una manera de "rechazar viejos caminos" o algo asi. Y un poco después de 1969 (el año de Diario...) vino el tema del famoso "trasvasamiento generacional" en el peronismo del que habla Bombita Rodríguez, aunque las ideas estaban en el aire antes. (Los Montoneros eran todos pibes, p/e). Diario... parece pararse frente a todo eso con desaprobación. En honor a la verdad, y visto a la distancia, el libro envejeció mucho mejor que la mayoría de esos lemas, que hoy suenan medio patéticos.
PS: "La trama celeste" está muy bien también.

Matías dijo...

¡La trama celeste es una locura! Cuentazo. A todas luces. Es el jardín de los senderos que se bifurcan de Bioy. Es la misma idea. Incluso también es medio policial. ¡Y además transcurre por mi barrio!
Un día me compré a 20 pesos un tomo hermoso, de tapa dura, que tiene historias fantásticas y de amor de Casares, me resultó muy bueno.

Saludos!

David dijo...

Casares forever.
Yo prefiero a casares, para llevarle la contra a Natalia Fassi.
No sé por qué me cerré tanto en Julio.
Bueno tu post, no es novedad.

Martín Zariello dijo...

Mmm, tengo un grave problema para recordar los títulos de los cuentos de Bioy. Hay algunos geniales: En memoria de Paulina, Cavar un foso (me pongo de pie), Moscas y Arañas. Y los que ustedes dicen los leí pero me los confundo: La trama celeste es el del aviador que hace un pase y termina en una realidad paralela? El prenoséqué se la nieve es la del padre que hace que su hija viva en una realidad congelada para que no se muera? Saludos, gracias por comentar. En Encuentro están pasando una entrevista con Bioy muy interesante. Creo que la repiten mañana miércoles a las 23.

Anónimo dijo...

¡"Cavar un foso"! Lei una adaptacion para historieta en Fierro en los '80, brillante. "Perjurio..." y "Trama..." son esas que vos decís.

Martín dijo...

Es fuerte ver la foto de Bioy y debajo tus palabras. Pensar en las diatribas de Bioy contra el paso del tiempo (no pienso solo en sus relatos, en sus novelas, donde parece que su imaginación está puesta al servicio de detener la vejez, sino también en sus diarios, muy recomendables por cierto) y observar sus achaques, verlo tan jovato ¿no? Curioso lo que mencionas sobre su desconocimiento. Ahora: le tengo demasiado cariño a A.B.C, pero como novelista/cuentista no hay con que darle, digo esto, no tengo ganas de armar escalas de valoración y andar comparando obras/autores. Es interesante ver no solo como los pensamientos de sus personajes se vuelven colectivos dentro de la ficción, sino que parecen plegarse con el lector. Otra cosa: no se si hay desvalorización, si que, dentro de un ámbito literario donde prima lo posmo y la lectura marxista, es dificil agarrarlo a Bioy. En fin. Saludos.

pd: escuché decenas de veces la pavada que tira Hernan Galli: la amistad de Borges. Pensaba en la Invencion de Morel, del 40, el primer libro de cuentos de Borges, 45. Dejemos de lado cierto barroquismo en la forma, me pregunto hasta que punto pudo haber influencia de Bioy en el tratamiento del género fantástico. En el placer mismo del género. Varias veces, leyendo El Aleph, me pareció encontrar trazos de A.B.C por ahí. En fin...