viernes, 31 de octubre de 2008

SOBRE LA AMBIGUA NATURALEZA DE LAS CANONIZACIONES POLÍTICAS

Las vicisitudes políticas de un país son insondables. Desde hace unos años, la figura de Perón ha sido aprehendida por un segmento del progresismo que, años atrás, raramente lo hubiese mencionado como modelo a seguir. Se trata de un sector de raigambre bienpensante (que compra Página, lee a Galeano y escucha a Víctor Jara; del que, con otras inclinaciones, probablemente forme parte yo) consciente de las imperfecciones del kirchnerismo pero temeroso de que alguna de las formas de la vomitiva oposición acceda, en un futuro cercano, al gobierno. Atrapados en esa disyuntiva, el único refugio parece ser Perón. O más bien lo que con muy buena voluntad se piensa que fue Perón: la iconografía con tendencia socialista (documentales, fotos, dialéctica, anécdotas) que el líder promovió durante su destierro (es decir, siempre que no fuera presidente). Parece ser que el logro de la justicia social del primer mandato (denominación que encierra la única posibilidad de trascendencia que se le otorgó a las clases bajas en la historia de la Argentina), haber sido corrido por fascistas y la inmensa capacidad oratoria del Pocho ocultan bajo la alfombra toda una serie de desajustes ideológicos: desde la estética nacionalista, la promoción de un pensamiento único y el peligroso adoctrinamiento de los niños hasta su condición militar y la mismísima creación de la Triple A (“a sus espaladas”, ¡Plop!). Por otro lado, en pleno conflicto agrario, Telenoche intentó la resignificación positiva de Frondizi (y su ejemplo multiproductivo) en contraste con la supuesta acefalía K. Sin embargo, fueron pocos los que se hicieron eco (el propósito real era que se diga en las esquinas, con tono de reproche: “Esto no pasaba con Frondizi”). En cambio, en estos últimos meses, estamos asistiendo a la canonización en vida de otro dirigente: Raúl Alfonsín. Lo sugestivo es observar cómo, después del voto no positivo y la creencia masiva de la opinión pública de que este gobierno actúa en constante confrontación, lo que usualmente se veía defectuoso en las actitudes de Alfonsín (y el radicalismo en general) pasó a ser tomado como característica imprescindible para gobernar: la moderación. Los últimos boletines de la reserva moral del país (espeluznante tren fantasma que integran, entre muchísimos otros, Magdalena Ruiz Guiñazú, el elenco estable de TN, Mirtha Legrand y el inefable Marcos Ah!guinis) aseguran que, no importa lo que ocurra, perpetuamente se debe ser moderado: con la Iglesia, con las Fuerzas Armadas, con las clases medias y altas, con el periodismo tendencioso, con los movimientos reaccionarios, con las empresas extranjeras, con los mercados de España, con Elisa Carrió, con los accionistas de la bolsa de New York. Creo que Alfonsín (a pesar de los claroscuros y debilidades que todos conocemos), aunque sea por sus primeros años de mandato o por ser el último Presidente con cierta formación intelectual o por determinadas posturas (sobre la guerra de Malvinas, dice Fogwill el 31/03/08, Revista Ñ: “Todo el sindicalismo apoyó, todo el mundo político –menos Alfonsín, y mirá que hablar bien de Alfonsín a mí me cuesta mucho, pero es verdad-; todo el mundo empresario apoyó”), merecía homenajes, lo que no me convence es el oportunismo de éstos. Tal vez parte de los miles que llenaron el Luna Park y se acercaron a su casa en Barrio Norte enarbolando la bandera de la Democracia sean (en muchos casos) los mismos que se oponen con argumentos disparatados (“sakeo”, “dictadura”, “hegemonía”) al oficialismo. Presumiblemente entiendan su manifestación como un modo de oponerse, no a la dictadura militar, sino a Cristina Kirchner y todo el imaginario que a ella se asocia erróneamente o no (Montoneros, “derechos humanos para delincuentes”, autoritarismo, carteras caras, cirugías). No es casual que los medios decodifiquen cada mensaje nuevo de Alfonsín como una crítica velada a los K. El mismo acto, con otra coyuntura, es impensable. Así se llega a una contradicción de ribetes antológicos: el homenaje a un hombre que ha hecho mucho por la democracia, sólo puede ocurrir en un momento del país en que gran parte de la población (a través de marchas contra la Inseguridad, exaltadas defensas de productores agropecuarios millonarios y reivindicaciones permanentes del accionar militar durante el periodo 76-83) gira incesantemente hacia la derecha. “Un psicólogo ahí”. Sayonara.

miércoles, 29 de octubre de 2008

+ 10

“¡Ahí viene!”. “¿Quién es?”. “Es él, el Espíritu Ganador de los campeones del 86”. Si de Bianchi se podía esperar cierto pragmatismo estático tendiente al éxito (aunque sea en sus acepciones boqueases y velezanas) y de Russo, sobriedad y trabajo (o la seguridad de que nunca el inodoro iba a estar en el medio de la cocina), de la (in)flamante Selección de Diego Armando también sabemos exactamente qué podemos esperar: absolutamente todo. Desde ganar el Mundial de cabo a rabo con actuaciones superlativas a no clasificar a Sudáfrica. Es que a excepción de que se peleaba mucho con los árbitros y cantaba canciones que irritaban a Hadad (que años después lo invitó a pasear en su inservible helicóptero; a no ser que se utilice para tirar gente al río), de Maradona técnico no se sabe nada. Incluso los dos equipos que dirigió desaparecieron o dejaron de existir por algún tiempo. Aunque el Cholo Simeone no lo sepa. El difuso cargo otorgado a Bilardo, que hasta ayer se desempeñaba como funcionario de Daniel Scioli, acentúa la imprecisión y desprolijidad del nombramiento. También se mencionan una serie de jugadores compañeros de Maradona en el 86’ (representantes del supuesto espíritu perdido) para rodear al 10 no se sabe muy bien para qué. Es claro que si Grondona estuviera seguro de que Maradona posee la disciplina necesaria para hacerse cargo del equipo no habría rellenado sus alrededores con tantas personalidades (además de Bilardo, se habla de Troglio, Brown, Olarticochea y Batistuta), especies de tutores responsables en caso de que Diegote sufra algún desperfecto (la hipocresía general teme que se vuelva a drogar, como si la única droga fuese la cocaína, como si el único argentino con una adicción y un trabajo fuera Maradona). Tal vez con demasiada carga negativa (voy a ver si consigo un ejemplar de Combustible Editorial, perdón, de Combustible Espiritual), este rejunte de grandes valores del pasado me huele a alguna de esas reuniones decadentes a las que son tan afectas las bandas de rock. La cuestión es que diez o veinte años después, el baterista suele estar enfermo, el guitarrista no afina, el bajista se murió y el cantante ya no tiene voz. Sino pregúntenle a los que fueron a ver a Serú Girán en el 92’. En el fútbol no se puede asegurar que haya periodos de vida útil (más allá de los límites de edad para jugar), pero, sin embargo, en el caso concreto, estamos hablando de dos figuras que han perdido peso a través de los años. A su condición de personalidades del deporte, le sumaron la de payasos o mitos o leyendas o mediáticos, según corresponda. ¿Alguien imaginaba a Bilardo nuevamente cercano a la Selección cuando hacía una comedia bizarra en América TV o una performance cómica en el Monumental o una serie de compras desorbitadas en el olvidable Boca del 96’? Por su parte, Maradona, desde su aparición como conductor de TV (y la explotación visceral de su Ser como estereotipo del macho patriota sufrido), viene haciendo de sí mismo desde hace unos años. El showbol es la máxima expresión de esta dinámica: allí Maradona juega a hacernos creer que todavía es el de de 1988 o 1990. Creo que tal nivel de exposición terminó por cansar, incluso a la gente que (como a cualquier ídolo deportivo que somete la racionabilidad a los territorios de la pasión) le perdonaba cualquier cosa. Sin embargo, la vuelta a las esferas de la Selección no sólo es entendible (parafraseando la frase de la campaña electoral de Clinton, a aquellos que todavía se pregunten por qué Maradona es el técnico, se les podría contestar: “Es Maradona, estúpido”) sino sintomática: es uno más de los eternos retornos del 10 al fútbol argentino, la explicitación puntual del callejón sin salida en que ha caído el balompié local luego de su retiro. Yo fui a uno, en 1993 contra Dinamarca en el Estadio Mundialista. La cancha estaba llena y aunque no tenía la altura suficiente para ver lo que pasaba, creo que fui feliz sintiendo que en el verde césped corría ese gran jugador (¡nacido el mismo día que yo!, siempre conservé un orgullo pueril por tamaña estupidez). Otras dos cosas seguras sobre el hacedor del fútbol argentino en la Selección: polémicas hasta la náusea por la inclusión de Agüero en el equipo y diversión garantizada. Los dejo con algunos fragmentos de su biografía escrita por terceros, Yo soy el Diego de la gente (dedicado, entre otros, a Fidel Castro y Carlos Menem):

Todavía me acuerdo de la primera pelota que quise tocar en mi debut en Boca. Se la tiraron para atrás a Mouzo y yo la bajé a buscar como hacía siempre en Argentinos: Mouzo la revoleó de un patadón y me reventó la espalda...

No había tiempo casi para nada, sólo para hacer las valijas. Pero a cada rato, mientras guardábamos la ropa, nos mirábamos con Pedrito Pasculli y nos gritábamos, agarrándonos de la cabeza:
—¿¿¿¡¡¡Qué haces, guacho campeón del mundo!!!???


En el '89, cuando el Inter salió campeón con el Pelado como figura, me crucé con él en la cancha y le grité, para que se dejara de joder con las giladas del Seleccionado: "¡Ojalá que Bilardo te llame, así te dejas de inventar boludeces!". Lo cierto es que un año después, cuando Bilardo definió el equipo para Italia '90, el Pelado no hacía un gol ni en un arco de veinte metros.

Entonces yo le dije:
—Está bien, Passarella, yo asumo que tomo, está bien...
Alrededor nuestro, un silencio tremendo. Yo seguí:
—Pero acá hay otra cosa: no estuve tomando en este caso... No en este caso, ¡mira vos! Y, además, vos estás mandando al frente a otra gente, a los pibes que estaban conmigo... ¡Y los pibes no tienen nada que ver! ¿entendiste, buchón?


Yo prefiero ser adicto, por doloroso que esto sea, a ventajero o mal amigo. Esto de mal amigo lo digo por la historia que terminó de alejarme de él y terminó también de formar la verdadera imagen de Passarella para los demás: cuando él estaba en Europa, todo el mundo comentaba que se escapaba a Monaco para verse con la esposa de un compañero, de un jugador del Seleccionado argentino... ¡Eso hacía y después lo contaba en el vestuario de la Fiorentina, como una hazaña!

Me tocó el control antidoping, por supuesto, ¿¡cómo no me iba a tocar el control antidoping a mí!? Después marché a la conferencia de prensa, a poner la caripela. Fui irónico, es cierto, pero creo que dije una gran verdad: "El único placer de esta tarde fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos...".

Después de eso, me reuní con Redondo. El, cuando había renunciado la primera vez al Seleccionado por... ¡razones de estudio!, había aparecido en una foto de El Gráfico con los libros debajo del brazo, delante de la facultad. Le dije, le grité: "¡Mira, para mí, los que se meten los libros abajo del brazo y me hacen quedar como un ignorante, son unos hijos de puta, ¿entendés?!". Y él me contestó: Yo no lo hice con ese sentido, discúlpame, Diego, no lo tomes a mal... Y yo seguía: "A mí, la única que puede decirme que soy un ignorante es mi hija, no vos... Vos sos caca para mí".

A Orteguita todos lo creen un boludito, pero yo creo que es muy inteligente. Y no es porque él hable bien de mí... A mí me lo sacaron de la habitación, en aquel grupo, porque en River decían que yo le podía meter en la cabeza algo de... algo de lo que tenía yo, y Orteguita me dijo: Yo me quiero quedar en la pieza con vos. Pero le contesté: "No, no, nene, no... Porque yo me voy mañana y vos tenés que seguir". Lo sacó el tartamudo ese de Alfredo Dávicce, que era el presidente de River, por eso fui y le dije a Basile que estaba todo bien, que lo cambiaran de pieza.. El Burrito, a mí, me habló como un hombre, sabía todos los problemas que tiene Jujuy con la droga, me habló de todo lo profesional que era y también de todo lo profesional que no era porque se le cantaba el culo: un fenómeno, Ortega.

De aquel partido contra Bulgaria me queda una frase de Redondo. Una frase que, cuando yo se la conté a Dalmita, porque Dalmita me preguntaba mucho, nos pusimos a llorar los dos juntos. Fernando me dijo, así, con lágrimas en los ojos: Yo te buscaba, te buscaba en la cancha y no te podía encontrar... Todo el partido te busqué.

Entonces se me vino encima y me empujó. Y cuando me empujó... perdí toda noción, perdí todo. Le di una trompada, ¡pim! Lo tiré a la mierda, cayó así, clavó. Y cuando le iba a pegar de nuevo... no le pude pegar, no le pude pegar. Vino Claudia, vino Marcos, lo agarraron. El seguía gritando: “¡Pégame, por favor pégame!" Le pegué una trompada, sí, y lo dejé concha p'arriba, porque me había empujado, por toda la bronca de una noche llorando, caliente. Pero... hoy me doy cuenta de que cuando se me vino encima, cuando se me vino para que yo le pegara, porque para eso vino, él estaba llorando, llorando. Por eso no lo rematé.

martes, 28 de octubre de 2008

3 OBSERVACIONES DESPROLIJAS, SIN CONEXIÓN NI MUCHA CONSISTENCIA

Sin lugar para los débiles/A menudo, se suele decir que las encuestas promueven datos fríos que no dicen nada sobre la “realidad”. A su vez, se entiende que un apodo habla más de lo que se refiere, que el nombre mismo. Olviden estas dos presunciones: resulta que en “La Feliz” (según una encuesta publicada por el diario La Capital de la Consultora Doxa sobre un total de 700 personas), el 45 por ciento de la gente se postuló a favor de la justicia por mano propia, el 65 por la castración de violadores, 8 de cada 10 por la baja en la imputabilidad de los menores y (la frutilla del postre) el 72 ¡por la pena de muerte! El diario tituló “Crece la preocupación por la falta de inseguridad”, pero más bien debería haber dicho “Crece la preocupación por el aumento de asesinos potenciales”. La pregunta que les faltó hacer es obvia: “¿Cree usted que para neutralizar a un caníbal es pertinente morfarsélo?”. El 98 por ciento de los encuestados habría contestado que por supuesto, faltaba más. Creo que ni en Texas se puede lograr tal grado de fascismo. Danger: de 700 personas que nos cruzamos todos los días por la calle, 504 están a favor de matar gente. Para los trastornados como yo, que cada pestañeo están advirtiendo una “dinámica reaccionaria”, un “accionar represivo” o una “comunidad troglodita”, esta encuesta vino a poner las cosas en su lugar. Probablemente el 28 por ciento que dijo no estar de acuerdo con la pena de muerte escuchó mal porque las tareas de remodelación del Polideportivo no lo dejaron oír nada. El 43 por ciento cree que con la implementación del Servicio Militar se bajarían los índices de delincuencia “ya que dicha institución, proveería a los jóvenes de disciplinamiento, contención, sentimiento de solidaridad y principalmente los sacaría de las calles, de las “malas juntas” y los alejaría de la droga”. Más allá de la mención de un “disciplinamiento” (existe una palabra que se llama “disciplina” y no necesita del aborrecible morfema “miento” para significar) es interesante conocer que los marplatenses creen que una institución que se ha dedicado a denigrar, discriminar diferencias y entrenar para eliminar gente, es capaz de promover valores de contención y solidaridad. ¿Por qué no instaurar, directamente, una estadía obligatoria en la Cárcel a los 18 años o la pena de muerte? Ah, cierto que sobre eso ya estaban todos de acuerdo.
Almendra no existía en 1973/En la última edición del suplemento Adn Cultura, Tomás Eloy Martínez ofrece una interesante entrevista hablando de su vida y su última novela, próxima a salir. Al finalizar la misma, se le pregunta si ha investigado para tal novela (llamada Purgatorio y “cuya protagonista se reencuentra con su marido desaparecido tal como era treinta años antes, cuando lo perdió”) y responde: “En todos mis libros hay trabajo de investigación y en Purgatorio también (…) Los lectores tienen una memoria implacable y no perdonan la menor ligereza en los datos”. Lo detesto, pero me voy a poner en el papel del lector implacable que no perdona ligerezas: promediando el reportaje, el periodista Héctor Guyot le marca a Eloy que “hay mucha música en Purgatorio. Se menciona a Almendra, a los Beatles”, a lo que el autor de Santa Evita, contesta: “La música me importa mucho. En todas mis novelas hay música. Es como si yo oyera de fondo mientras escribo. Eso no sucede en la realidad, pero es como si las palabras estuvieran acunadas por una música. En el caso concreto de Almendra, yo fui a ese recital de 1973 en el que Emilia y Simón, su marido (personajes de la novela), se conocen. Me dije cuando escribía: ¿qué cosas viví aquí en mi país y quiero recuperar con mi memoria? Aquéllos eran los tiempos de “Muchacha ojos de papel”. La música te transporta a la época como ninguna otra cosa”. A excepción de que haya un error en la trascripción de la entrevista (algo muy posible) o que se nombre a Almendra y se refiera al recital de otra banda, la acotación de Martínez conserva un equívoco que puede afectar la racionabilidad de la novela: Almendra se desmembró en 1970 y volvió a juntarse recién en 1979/80. En 1973, Spinetta grababa Artaud, disco editado cuando incluso su segunda banda, Pescado Rabioso, se había separado.

Sobre Borges y su genialidad/En el blog Hablando del asunto se pueden leer las desgrabaciones de un encuentro de escritores protagonizado por Fabián Casas, Celia Dosio y Silvia Iparraguirre. El contenido es muy recomendable. En cierto momento de la charla, Casas (no sé si estará leyendo esto pero le agradezco muchísimo que haya mencionado este blog en el ciclo Talando Árboles; mi retribución es este humilde comentario) afirma que Borges no es un genio y Arlt sí, porque “es alguien que reconoce primero su estupidez, y que después que la reconoce avanza”. Este argumento se halla en “La epopeya del bebedor de whisky”, uno de los mejores textos de Ensayos Bonsái. Más allá de que no estoy de acuerdo con tal deducción (para mi Borges no sólo es genio, sino que también es God) ni con el argumento que utiliza Casas para afirmarla (estos tipos de categoría corren por carriles meramente subjetivos), creo que incluso dentro de la lógica que se propone, Borges sigue siendo un genio. Si genio es aquel que capta su estupidez (sus limitaciones, sus imposibilidades congénitas) y a partir de allí construye una obra inclemente, Arlt lo sería porque no recibe instrucción alguna y de igual modo concibe Los siete locos, Los lanzallamas, El juguete rabioso, etc. Hasta ahí estamos de acuerdo. Borges, en cambio, dice Casas, es un autor ciertamente extraordinario pero su talento se puede comprender: “el padre desde que era muy chico le explicaba los presocráticos, estaba todo el tiempo instruyéndolo”, etc. Es decir que estaba llamado a ser…Borges. Personalmente (al igual que muchos) creo que Borges era muy conciente de que no podía, ni por asomo, escribir una novela, justamente, el género fundamental del Siglo XX (El ruido y la furia, Ulises, Viaje al fin de la noche). ¿De qué relato suyo podemos decir que se esconde el germen de una obra más extensa? ¿Es su estilo tendiente a la digresión necesaria para elaborar un texto de mayor envergadura dimensional? Conciente de esta limitación (verdadera estupidez en alguien notablemente instruido y destinado a ser escritor desde pequeño; algo así como casarte con Eva Green o Scarlett Johansson y descubrir que sos impotente), se abocó a realizar una obra compuesta por textos cortos (ensayos, cuentos y poemas) que resultó, con el tiempo, una de las más importantes de la literatura en lengua castellana. Es decir que consciente de su estupidez, desarrolló su limitación a punto tal que llegó a declarar que, directamente, despreciaba el género de la novela y no poseía la concentración necesaria para llevar una a cabo. También es significativo que Borges sea unánimemente reconocido como cuentista (género desdeñado con frecuencia) y no como poeta (en sus formas más sofisticadas, El Género literario de los grandes escritores), lo que acrecienta aún más su figura. Conclusión: Borges reconoce su estupidez (no puede escribir novelas aunque seguramente lo deseó, como Arlt alguna vez deseó “escribir bien” para que no le rechacen sus manuscritos) y a partir de allí (con algo que indudablemente huele a genio) se dedica a crear una obra inigualable constituida principalmente por ensayos y relatos (harto difícil es encontrar en el Siglo XX un autor de la convenida estatura literaria de Borges que no haya escrito novelas).

PD: Es de destacar mi increíble originalidad a la hora de titular cosas.

lunes, 27 de octubre de 2008

MÁS REDUNDANCIAS

En determinadas ocasiones la entelequia denominada “opinión pública” o “sociedad” queda en estruendoso off-side. En la última semana han coincidido dos reclamos contra el gobierno que se contradicen en forma tajante. La medida gubernamental de pasar la jubilaciones privadas a manos del Estado fue recibida con desprecio por considerársela un “saqueo” (así lo definió Joaquín Morales Solá el 21 de octubre en la tapa de La Nación; lo mismo expresaron los irrisorios carteles de los empleados de las AFJP (pero con “K”), en competencia directa con las pancartas más desorbitadas del “campo”). Tal disposición habría sido efectuada en busca de “caja” para pagar todo lo que el Estado prometió y no puede (ése es el fabuloso planteo apto para todo público que elabora la oposición). El asesinato de un ingeniero en San Isidro motivó, nuevamente, encendidos reclamos de “seguridad”; el clímax de este estado de ánimo llegó con el pedido de Scioli para que se baje la imputabilidad a 12 años y la carta de una manifestante (musicalizada con excelente tino por parte de los noticieros), quien declaró que “nos están matando como moscas” y era necesario dejar de “putear” a la presidenta porque ella (sólo ella, nadie más) era la única que podía hacer algo para acabar con los delincuentes. No se puede generalizar en forma tan brutal, pero es muy probable que gran parte de la gente que pide seguridad (es decir, que no haya robos ni asaltos ni asesinatos ni secuestros nunca más en la historia porque así dicen los abuelos que eran los barrios en 1977) es la misma que considera el traspaso de las jubilaciones una medida de neto corte estalinista (no importa que el Estado aporte 4000 millones de pesos al año para que el 77 por ciento de los jubilados llegué a cobrar el mínimo y que 3472 millones de pesos de los ahorros estén invertidos en los mercados del mundo: no sólo no hay dudas de que el Estado es ineficiente, sino también de que roba peor que los extranjeros; nadie se pregunta, a lo Brecht, ¿qué es robar una AFJP comparado con fundarla?). Puestos en correlación, los dos reclamos explicitan un sistema argumentativo con más declinaciones que el latín. Por un lado, el argentino medio considera que el político (en este caso cualquiera de los K) es el eslabón más bajo de la especie humana: cuando establece una ley (por ejemplo, la 125), lo hace siempre a través de coimas y nunca por convencimiento; cuando decide una medida de economía estructural, lo hace para quedarse, directamente, con todo el dinero de la gente. De ahí a considerar prescindibles a los políticos hay un solo paso que la sociedad argentina ha dado en repetidas oportunidades y no a favor de una anarquía radical, precisamente, sino de gobiernos militares o empresas extranjeras que roban tanto o más que el Estado pero, ¡claro!, “siempre me han atendido como es debido, sin hacerme esperar más de lo necesario” (carta de una lectora de La Nación, 25/10/08). A su vez, ante el avance de una delincuencia exenta de “códigos” (porque antes, dicen los mismos abuelos a sus nietos recordando las calles vacías de 1977, no había violaciones ni asesinatos ni gente mala, sólo un robo cada tanto), el ciudadano común reflexiona y considera que el único que puede salvarlo de ser asesinado por un menor, es, justamente, quien “le roba” la magra renta al campo, le “saquea” sus ahorros a los jubilados e intercambia pesadas valijas con gobiernos socialistas de la región. Cuando se trata de los ahorros que las empresas extranjeras están robando, es mejor que el Estado corrupto se mantenga a un lado porque las AFJP tienen oficinas con aire acondicionado; cuando son los “negritos” de La Cava es imperativo que vengan y ejecuten leyes severas. La solución para tal problema es bajar la edad de imputabilidad (porque todos sabemos que si hay una ley dura, nadie se anima a objetarla ¿no?) y meter en la prisión a todos esos asesinos de 13 o 14 años que, según dicen los abuelos (ahora con la vista perdida evocando algún partido del Mundial 78’), “ya no son niños”. Si en Europa se condena a niños de 7 años, ¿por qué acá no podemos “evolucionar” y hacer lo mismo? Es significativo que en ningún momento se postule cómo se llegó a esta situación, quiénes son los verdaderos culpables y qué dinámica social (basada en el éxito y la riqueza) estamos llevando a cabo para que haya tal nivel de marginación (y, por consecuencia, de resentimiento). Estas preguntas, por supuesto, provocarían algún tipo de incertidumbre y eso no es lo que se busca en una marcha en contra de la inseguridad o a favor de las AFJP, allí lo esencial es que alguien tome un micrófono y exprese consignas a los gritos y de mala forma. Porque los argentinos siempre fuimos hijos del rigor, agregan los abuelos, ante de irse a dormir la siesta. Sayonara.

lunes, 13 de octubre de 2008

Nuevas redundancias II

Envuelto en el fulgor del conflicto campo/gobierno (aquel tiempo en el que todavía creíamos en ideales), se me pasó por alto. En abril de este año, poco antes de su cada vez más enigmática internación, Charly García tuvo un altercado con Marcelo Pocavida, legendario frontman de la movida punk y reconocido anti-hippie. La pelea (que puede verse en un esclarecedor video en distintos sitios) tuvo lugar en los camarines del recital de los New York Dolls y constó de un intercambio verbal, salival y físico de ribetes históricos. En primer lugar, se lo observa y “escucha” a Charly hablar en idioma inglés (en realidad es una vertiente propia), hasta que el vozarrón de un hombre corpulento lo empieza a increpar al grito de “¡Hippie!” (con un timbre de voz que inevitablemente recuerda a otro enemigo del padre de Migue: Pappo). Charly se lo toma con humor y responde: “¡Punk!”. Hasta que el otro le contesta algo así como: “¡Jamás, jamás estuviste en la historia de los New York Dolls!”. García arremete con un clásico: “¡Yo los inventé!”. A lo que Pocavida, indignado, responde con más agravios y el encontronazo se vuelve un tanto dramático. Digresión: no sólo causa risa el hecho de observar a dos hombres grandes peleando por “tribus urbanas” extinguidas en 1970 y 1979 respectivamente, sino el hecho de que se atribuyen acontecimientos (irónicamente o no) que nunca sucedieron. La situación llega a su clímax en el instante en que Charly amenaza al punk con escupirlo informándole explícitamente su intención: “Te voy a escupir”, espeta. Es necesario ver el video para escuchar el tono en que lo dice y la burlona respuesta de Povavida: “¿Ah si?”. Acto seguido, un espeluznante intercambio de escupitajos cara a cara que termina con una fenomenal cachetada de García (se nota que estaba enojado porque hasta hoy es el mejor golpe que le observé asestar) que hará las delicias de sus fans. Corolario: gente de seguridad se lleva a Charly, que ni siquiera había comenzado la trifulca y, según dicen quienes asistieron a aquel show, estaba de muy buen humor. Los últimos diálogos también son imperdibles:
“-Andá a cantar con Mercedes Sosa. ¡Hippie!
-¡Mercedes Sosa es mejor que vos, boludo!
-Andate, salame. ¡Hippie!
-¡Maricones!”
(Fuente: Taringa)
La única reflexión que me surge es una pregunta: ¿quién es más punk de los dos? Y una conclusión muy parecida (cuando no afanada) a la que elucubró Fabián Casas en “The piper se tomó el palo". Cuando el género comenzaba en Inglaterra, García estaba escribiendo “Hipercandombe” y gritaba “¡Mambo!” en medio de una montaña de muertos. La tapa de aquel disco de La máquina de hacer pájaros (Películas) mostraba a los integrantes de la banda saliendo de la proyección de Trama Macabra. La letra de la canción mencionada decía: “Cuando la lluvia de gas y alquitrán/ Cubra tu cuerpo podrido/ Toda tu caretez/ Mi amigo, no tendrá más sentido/ Y si te asusta este canto final/ O no le encuentras sentido/ Podés cambiar el dial/ Y escuchar algo más divertido”. La música era compleja, con métricas irregulares y espacios instrumentales extensos; sinfónica, todo lo contrario al punk. De todos modos, eso me parece mucho más osado (en 1977, plena dictadura militar argentina, no 1983) que Pocavida abriéndose un tajo en el estómago en un show o Sid Vicius con una musculosa nazi o Pil Trafa. Incluso lo de García es música y lo demás es la secuencia de algún programa de Capusotto. Incluso García, de 57 años (desdentado, gagá y viejo), enfrentándose a un punk que teóricamente lo puede aplastar como una cucaracha, es punk. En las dos acepciones del término: en lo temerario y en lo estúpido. Porque convengamos que es muy entretenido ver a un inconsciente por TV, pero difícil de aceptar en la vida diaria. ¿Por qué festejamos comportamientos que nunca admitiríamos en nosotros mismos o alguien cercano? Porque, como diría Sartre, somos “cobardes” e “inmundos”. Solemos creer que lo under (siempre) es mejor que lo establecido. Sin embargo, entre los Beatles y los New York Dolls yo no tengo demasiadas dudas. Afortunadamente no hay razón para este tipo de elecciones y uno (si no es un fascista infradotado) puede escuchar todo tipo de música sin prejuicio del origen punk, hippie o romántico del intérprete. Lo cierto es que en 1978 García escapaba a Buzios, se quedaba sin un centavo debiendo vivir de la pesca, inventaba un idioma y, a su vuelta, era tildado de “hermafrodita” (¡igual que los New York Dolls pero sin querer y con Videla en el poder!, ¡qué hippies tontos!) junto a sus compañeros de Serú Girán, con quienes editaba su primer disco. A pesar de estar mal grabado, este último es de una densidad artística aplastante: la devastadora tapa en blanco y negro, la introducción épica del tema homónimo con sus neologismos alucinados, el rock heterodoxo de “Voy a mil” (con su grito sarcástico: “¨¿Quién dijo que somos libres?”, que puede entenderse tanto como una clara alusión a la dictadura o al contrato leonino firmado con su productores del momento), el ominoso paisaje instrumental de “Cosmigonón” (al ingresar los sintetizadores se asemeja a la banda de sonido de una película de terror), la respiración brasilera y el contenido político de “Autos, jets, aviones, barcos”, la soledad inaudita de “Separata”. Después vendrían La grasa de las capitales, Bicicleta y Peperina, todos grandes discos. Mientras, Pocavida (lo reconoce en una entrevista) ni se enteraba de la represión ilegal; prefería, justamente, ver películas, “cambiar el dial y escuchar algo más divertido”, ser punk. Sayonara.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Nuevas redundancias

Contra lo que se supone, la mayor virtud de este gobierno es la de irritar a distintos sectores de la sociedad: clase alta, media, Izquierda, Centro, “sujeto agrario”, Ronnie Arias. Los comunicadores sociales no se cansan de denostar esta “actitud de confrontación” (en realidad dicen “confrontativa”, pero no es mi intención provocar vómitos en el receptor); olvidan advertir que un gobierno que no se enfrenta a la Iglesia o las Fuerzas Armadas o la clase media es un gobierno de Menem o De la Rúa. Lamentablemente, esa entretenida perspectiva retórica (verbigracia: “piquetes de la abundancia” en plena ebullición de los libertadores de la soja, alusión a un “efecto jazz” en NY mientras se desmorona la economía, “creo que los homenajes deben hacerse en vida” ante un Alfonsín moribundo) se contradice con manifestaciones diametralmente opuestas como por ejemplo visitar Mar del Plata y reunirse con Aldrey Iglesias, tener como aliado a un menemista de la talla de Daniel Scioli, hacer chistes malos con los noteros de CQC, mentir. En fin, ése tipo de cosas a las que tan afectos son los gobiernos (“argentinos”, completaran aquellos chauvinistas al revés que no saben de la existencia de Berlusconi o Sarkozy o Putin o Bush o Chávez o Uribe y piensan que la pusilanimidad a la hora de ser presidente es un mal “nacional”). La cuestión es que los K tienden a derrapar constantemente pero la “reserva moral” que los critica (combo multiforme y letal integrado, entre muchísimos otros, por Morales Solá, Tenembaum, Grondona, Aguinis, Lanata y Edi Zunino; aparto de este grupo a Jorge Asís, un coloso de la ocurrencia que indigna y deleita a la vez), sin embargo, produce gran incertidumbre. Un buen ejemplo es Nelson Castro. Deberíamos prestar más atención al “panorama político” que Castro escribe (a duras penas: se trata de un rejunte de titulares de TN con menos cohesión que un mensaje de texto enviado por un flogger con epilepsia) los domingos en el diario Perfil para conocer el nivel de los grandes periodistas del país. Trasladado al papel, el background o el aspecto de notable Sir de Castro se destruye en mil pedazos: es allí donde comprendemos que toda la inteligencia del conductor de “El juego limpio” se basa en pronunciar frases en forma atildada y (nadie sabe muy bien por qué, ya que no hay registro histórico que mencione a Castro como presidente constitucional) ofrecerle consejos a la presidente mirando a cámara con gesto solemne. Uno lo observa y hasta puede llegar a pensar que Castro sabe lo que dice y que, incluso, tiene razón. Pero lo que dice, usualmente, es lo mismo que el panadero de la esquina de mi casa: que Néstor se tiene que alejar del gobierno, que el Indec debe tener transparencia, que el campo necesita respuestas claras, que la bendita “actitud” no sirve, que Christine debería ser una “estadista”, que el país está perdiendo una “oportunidad histórica”, que la inseguridad. ¿Dónde está entonces el pensamiento claro, la reflexión trascendental, la experiencia de un “periodista de raza”? ¡En el “paratexto”! Recuerdo que en primer año de la Universidad había un tipo que siempre tenía alrededor 5 o 6 chicas fascinadas escuchando lo que decía. Al principio creímos que se trataba de un considerable experto en literatura que seducía muchachas con su inteligencia. Después descubrimos la amarga verdad: ¡no importaba lo que decía sino el movimiento hipnotizador de su dedo índice para captar la vista del auditorio! Lo mismo sucede con Castro. Pero lo que no se puede negar es que tiene fuentes de primerísimo nivel. ¿No me creen? Pasen y lean quienes son los benefactores de sus enormes revelaciones: “alguien que frecuenta ese ámbito” (Olivos), “varios intendentes de esas zonas que pertenecen al oficialismo”, “alguien que compartió aquellos días de furia que culminaron con el histórico voto “no positivo” de Julio Cobos”, “el entorno de Cobos”, “un legislador K presente en esa hora histórica”, “una fuente que les conoce hasta la respiración” (a los K), “el entorno matrimonial presidencial”, ¡“la cercanía del senador Gerardo Morales”!, “voceros gubernamentales que salían de sus oficinas presurosos”, ¡“alguien en algún despacho de la Casa Rosada”!, “una voz que conoce al dedillo al justicialismo”, “quienes desde el peronismo viven la designación de Massa con una mezcla de expectativa y escepticismo”, etc. Es verdad que las fuentes no deben revelarse (sino pregúntenle a Ceferino Reato) pero cuando una columna política se asemeja tanto a La Pavada de Crónica: Houston tenemos un problema. Castro maneja un nivel de indefinición que envidiaría el mismísimo Kafka o su continuador contemporáneo, Mauricio Caranta (y su ominosa conferencia sobre el “Problema Personal”).
Para finalizar y regresando al comentario del principio, entre los tantos sectores que este gobierno logra irritar, se encuentra, por supuesto, el más retrógrado de la sociedad. El lunes 6 de octubre familiares de “víctimas del terrorismo” se juntaron en la Plaza San Martín. En Crítica de los argentinos, por ejemplo, colocaron la noticia en la misma página donde se informaba que Christine se reunió con los hijos de Rucci. Los medios masivos de comunicación tienen un nuevo objetivo (otro, además de hacernos creer que Simeone es un buen técnico y que el crack financiero produce Pánico): disfrazar el caso del sindicalista asesinado como un claro ejemplo de lo sucedido en los 70’ (cuando de ninguna forma lo es) para que, de ese modo, si esa causa realmente se reactiva, se puedan poner en marcha aquellas vinculadas con militares. Como hemos marcado hace algunas semanas, es notable el modo en que se quieren equiparar los hechos a través de un dato tan vulgar como la cifra de muertos. El domingo, un invitado del programa de Grondona dijo que los asesinados por la guerrilla fueron 8000 (y no 1501 como se afirma generalmente; dentro de poco van a ser 10.000 o 50.000). Acto seguido el inefable Mariano agregó, sonriente, que el número de desaparecidos en realidad no era 30.000, sino 8000. Al otro día, en un especial de CGN dedicado a los “Terroristas” (así se llamaba el programa y me dio algo de escalofríos cuando advertí que no trataba las aventuras de Videla y Cía.), el hijo de un militar asesinado contó que a su padre lo habían picaneado en los genitales y golpeado con un martillo durante su secuestro. El conductor y los demás se espantaron, como si nunca se hubieran enterado que esas mismas prácticas (junto a otras igualmente horrendas) fueron practicadas con asiduidad durante todo el Proceso Militar y no precisamente como una excepción a la regla. Instantáneamente recordé al fabuloso escritor Antonio Di Benedetto, a quien apresaron por error creyendo que había viajado a Cuba. Durante su cautiverio fue golpeado sistemáticamente en el oído. Años después, murió con un tumor en la cabeza. El enunciado “memoria completa” (que hasta hace unos meses sólo podía ser pronunciado por un fascista irredento) ha mutado a “verdad entera”. A través de tal eufemismo, se pide por el castigo de personas que, en su gran mayoría, probablemente estén muertas. En ningún momento se menciona que los grupos guerrilleros (equivocados o no) surgieron como reacción a una larga serie de gobiernos dictatoriales iniciados en 1930 por Uriburu. En otro orden de cosas (o no tanto): ¡paros del campo eran los de antes! Sayonara.

sábado, 4 de octubre de 2008

LA EXHIBICIÓN DE ATROCIDADES

El mundo atribuye sus infortunios (…) a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que subestima la estupidez- Adolfo Bioy Casares

Desvelarse en plena madrugada. No poder conciliar el sueño. Dar vueltas por la cocina. Preparar un té. Intentar leer sin lograr la mínima concentración. Perderse en reflexiones metafísicas que se autodestruyen al segundo de ser enunciadas. Quien haya sufrido un riguroso dolor de muelas entenderá que a determinada hora, la única opción posible es encender el televisor, ese aparato gris que siempre esta ahí y no pide nada a cambio. O sí: pide tu alma. Y sí, te ofrece justo lo que querés en un momento de desesperación: la posibilidad de no pensar en nada y navegar en el profundo mar de la futilidad.
El motivo de este breve apunte es poco original, pero en la reciente madrugada me pareció (por su grotesco) una especie de revelación que debía ser expresada de alguna manera a pesar de su redundancia. Con total simultaneidad, enumeré: un programa sobre una escuela de modelos donde se les enseña tal profesión a un grupo de adolescentes a través de la exposición burlona de sus defectos; un programa de dos mujeres ingleses que cazan hombres mal vestidos o desaliñados para ingresarlos dentro de una carpa y rehabilitarlos; un programa donde un hombre de rulos se encuentra con una mujer exageradamente desaliñada con el pretexto de enseñarle a vestirse y retrotraerla 10 años atrás en el espacio temporal; un programa de un cirujano de Beverly Hills que opera seres que quieren eliminar grasa (de su abdomen, de su culo, de su cuello) y tornear la forma de sus tetas, de sus culos, de sus panzas, de sus cuellos, de sus abdómenes; un programa donde una rubia le explica a una embarazada cómo estar “sexy”. Les puedo asegurar que había más, pero la capacidad para soportar tormentos de un ser humano llega hasta cierto punto.
De este modo, advertí algo que sabía pero nunca había captado con tal precisión. Al menos el 20 por ciento de los programas que se estaban proyectando (a pesar de pertenecer a distintas señales) tenían un mensaje único: informarle al televidente que la vida, enteramente, se rige por patrones estéticos y que si uno es feo o estúpido o ignorante en la materia o pobre para comprarse ropa, no tiene sentido permanecer en el mundo. Imaginen el efecto que esto tuvo en mí que, justamente, soy feo, estúpido, pobre e ignorante en la materia. La TV está allí, entonces, para decirnos qué hacer. También hay programas para aprender a cocinar, para mejorar la vida sexual a través de trucos inteligentes, para comunicarle a tu pareja que le fuiste infiel, para abandonar el camino de Satanás y conocer a Dios, para denunciar hechos corruptos ante la indiferencia del Estado, para regocijarse con la vida privada de los demás, para que un grupo de tipos tiren tu casa abajo y edifiquen una nueva, para reírse de que uno no es enano y otros sí lo son, para que padres de bebés puedan dormir por las noches. Probablemente ya exista todo tipo de programas. El descalabro ocurre, por supuesto, con el visto bueno de las víctimas y el beneplácito de los espectadores. Como en una típica novela de ciencia ficción.
Evidentemente, la TV se ha convertido (salvo honrosas excepciones) en una peligrosa máquina de manipular voluntades. Parece decir que sin la posibilidad de reflejar nuestra imagen masivamente no existimos. Me pregunto si hay razones para inquietarse con la posibilidad seria de que haya muchos individuos que sigan al pie de la letra tales proyecciones descabelladas y se me vienen a la mente, en forma instantánea, los floggers. Internet también es un dispositivo que constantemente demanda algo nuevo y, si estás desprevenido, te transforma en un esclavo. El mail, el programa para bajar música, el facebook, el chat, el blog, es toda una dinámica en marcha para aleccionar y enclaustrarte en un lugar. Un día vamos a pulsar un botón y vamos a chupar una poronga virtual. Y cuando alguien, alarmado, nos pregunte qué estamos haciendo, con la boca llena, responderemos: “¡Tranquilo!, ¡estoy a la moda!”. Pero todo esto dejó de interesarme a las 4 de la madrugada, al comenzar uno de mis capítulos favoritos de Seinfeld por Sony. ¡Dicen que si entendés el humor de esa serie, te podés considerar inteligente! Sayonara.