miércoles, 24 de diciembre de 2008

I want to believe

Días atrás volví a ver uno de mis capítulos favoritos de Los expedientes secretos X. Se llama “Lo antinatural” y forma parte de la sexta temporada. El argumento es en absoluto disparatado pero sencillo de contar. El contexto de la trama se ubica en torno a la leyenda más conocida de la ufología: el accidente de un ovni en las afueras de Roswell en 1947. Fruto de ese desperfecto intergaláctico, un extraterrestre observa un partido de béisbol y se enamora locamente de él. Los norteamericanos tienen hacia este deporte una devoción similar a la que nosotros tenemos por el fútbol. Leyendo libros, observando películas, mirando series, podemos advertir que hay una constelación inabarcable de anécdotas, misticismos y pulsiones sociales que actúan al producirse ese juego “perfecto e inútil”, explica en una parte el extraterrestre del episodio, pero bello “como una rosa”. Para que su secreto no pueda ser descubierto por la prensa, toma el cuerpo de un negro, ya que en aquella época el racismo imperante (activado principalmente a través de la organización terrorista Ku Klux Klan) no permitía que éstos participaran en las Grandes Ligas. Mulder conoce tal historia una tarde soleada de sábado mientras lee, encerrado, viejos diarios en su oficina roñosa del FBI en tanto Scully lo insta a salir y hacer algo con la vida. Así es que se pone en contacto con el hermano de un viejo policía de Roswell (el distinguido Arthur Dales, creador de los "expedientes x") quien fuera encargado de cuidar al Extraterrestre/Jugador de béisbol negro de las garras de los racistas. El viejo está vivo pero temporalmente anclado en los tiempos pasados y, entre las muchas cosas que manifiesta (por ejemplo que los mejores jugadores de béisbol de la historia son extraterrestres), le pregunta a Mulder si él cree que el amor pueda cambiar a una persona. Mulder le responde que probablemente una mujer pueda cambiar a un hombre, a lo que el viejo contesta que no está hablando particularmente sobre las mujeres, sino sobre el amor en sí, el amor (esto ya no lo dice el viejo, lo elucubro yo) a ciertas cosas, sensaciones, el amor como una forma de obstinación genuina y admirable para que la vida se desarrolle en armonía. El viejo, entonces, cree que el amor (al béisbol y sí, por qué no, a una mujer) puede hacer mutar a un individuo (o un alienígena) y convertirlo en otra cosa mejor. La cuestión es que el ex policía advierte que el negro es un extraterrestre (su reflejo en el vidrio del micro es el de un alienígena, se desmaya y despierta hablando en un idioma desconocido, una pelota lo golpea en la cara y le sale una sustancia verde), pero no entiende qué es exactamente lo que está haciendo en ese lugar. A partir de allí, entabla una relación de gran amistad con el extraterrestre (que canta gospel a la perfección y es un tipo muy simpático), quien le explica su devoción por el béisbol y su estrategia para que el extraterrestre del Mal (ese tipo fornido y con cara musculosa que aparece a lo largo de toda la serie) no lo haga boleta. Pero claro, el extraterrestre del Mal siempre aparece y comienza a hacer de las suyas. A todo esto, el episodio tiene un par de imágenes poético-cósmicas muy sugestivas: un alien montando un caballo en pleno desierto, las pelotas de béisbol volando hacia el cielo estrellado de una noche perdida. Ese tipo de cosas que Werner Herzog definiría como metáforas de algo, no se sabe muy de qué, pero indudablemente metáforas importantes. Al final, el extraterrestre del Mal asesina al bueno. Le pide que por dignidad muera mostrando su verdadero rostro, pero el extraterrestre, llorando, le contesta que su verdadero rostro es ése, el del negro. El policía no llega a salvarlo pero lo consuela mientras muere. El amigo intergaláctico, entonces, le dice que se aleje porque su sangre extraterrestre es un ácido que incinera a los seres humanos. “Aléjate, mi sangre puede dañarte”, le dice. El policía no se aleja y comprueba que el extraterrestre no está perdiendo el líquido verde de otrora, sino sangre roja y humana, como la tuya, la mía, la de todos. Antes de morir, el extraterrestre cae en la cuenta de que su amor por el béisbol lo ha convertido en humano. Muere riendo.
Se trata de un capítulo hermoso. Narrado puede parecer cursi (es probable que lo sea), pero en realidad sólo es profundamente emotivo y tiene que ver con la obstinación, representada en la serie en la figura de Mulder: el tipo está convencido de lo que quiere, no le importa vivir en una oficina mugrosa, que lo quieran matar, que lo miren como un chiflado. Esa característica es la que más rescato de Los expedientes secretos X: la obstinación o, más bien, el temple de Mulder para seguir buscando a su hermana a través de los años y la personalidad de Scully para investigar actividades paranormales de las que “el gobierna niega tener conocimiento” sólo por querer a su compañero. En realidad los dos se aman y la tensión que exhala tal relación es uno de los condimentos que propulsa la serie. En la desapercibida segunda película (secuela del programa de TV), estrenada este año y titulada elocuentemente “Quiero creer”, Mulder aparece una década después. Está barbudo, ermitaño, un poco más loco, pero sigue buscando. El tema central del film, es justamente la ambivalencia entre el nihilismo de Scully y la creencia de Mulder de que algo, aún provocando incertidumbre y siendo indefinido (una religión, un amor, una pareja), puede hacer cambiar a las personas. Es que hay ciertas muestras de perduración en los sentimientos (algunos lo confundirán con obsesiones) que me parecen toda una clase de ética ante la vida. Como cuando Dylan dice, al final de “Tangled up in blue”:

De modo que ahora estoy volviendo otra vez
Tengo que encontrarla de algún modo
Toda la gente que solíamos tratar
Ahora me parece una ilusión
Unos son matemáticos
Otras son mujeres de carpinteros
No sé cómo empezó todo esto
No sé qué están haciendo con sus vidas
Pero yo, yo todavía estoy en la carretera
Dirigiéndome a otro cruce
Siempre hemos sentido lo mismo
Sólo que lo vemos
Desde un punto de vista diferente.


Me gusta pensar en ese tipo de inutilidades anacrónicas. En la fidelidad a ciertas identidades y ciertas personas. En las cosas que siguen intactas en nuestro corazón a pesar de que ya no existen. En los sentimientos que permanecen a través de los años. En las parejas que se aman más allá de que no encuentren el combustible adecuado para seguir juntos. En los extraterrestres que juegan al béisbol y, a través del amor, se convierten en seres humanos. En los que siguen en la carretera a pesar de que todo ha cambiado. En “los saltos de fe”, como le dice John Locke a Jack cuando el incrédulo no quiere apretar el botón de la escotilla, que permiten que la vida posea algún sentido en medio de tanta inestabilidad. Sayonara.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estos gringos culiados no se cansan de usar la imagen de los negros para hacerse los buenitos.

Emepol dijo...

Muy buen comentario. Creo que X Files era una serie que transmitía muchas más cosas que lo que a simple vista pueda describirse como una serie de dos agentes que buscan aliens y monstruos. La relación particular entre Mulder y Scully, la búsqueda de las respuesta, etc. La relación de ellos con Skinner, quien a pesar de todo, y a veces a regañadientes, los protege dentro del mismo FBI... hay muchas cosas para analizar.
Y sí, este capítulo es muy lindo, algo "underrated" por muchos, pero vale la pena su visión.

Anónimo dijo...

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