lunes, 1 de diciembre de 2008

La otra guerra de los mundos

Hay una clase de películas malas que me gusta observar una y otra vez. Ésas en las que un avatar del mal (extraterrestres, inundaciones, tornados, un monstruo marino de grandes dimensiones, un virus) invade USA provocando terror y muerte hasta que un grupo de norteamericanos lindos e ingeniosos dispuestos a dar su vida por el porvenir del Mundo, terminan interviniendo para regocijo de la Humanidad. Me interesa ver escenas de desamparo contra la inmensidad de la naturaleza o lo desconocido, rascacielos destrozados, gente desesperada corriendo por una Avenida neoyorquina. Indudablemente, tales películas están hechas para entretener, facturar millones y demostrar al mundo quién es el Jefe, quien la tiene más grande en este vasto condominio que denominamos Planeta Tierra. Recordemos, por ejemplo, la inverosímil secuencia de El día de la independencia en la que el mismísimo presidente se sube a un helicóptero para darle duro a una kilométrica nave gris que amenaza con demoler todo a su paso. De todas estas proyecciones abyectas sobre la grandeza y el patriotismo norteamericano, hay una que me parece bastante lograda. Se trata de la remake de La Guerra de los Mundos que dirigió Steven Spielberg hace un par de años, no recuerdo si antes o después de esa sucesión de aburrimientos supremos que fue Munich. A pesar de poseer un final notablemente errático (algo a lo que el último Spielberg nos tiene acostumbrados, verbigracia: Inteligencia Artificial y la última de Indiana Jones), tal vez por el sonido ominoso que producen las maquinarias alienígenas, tal vez por la gran actuación de Tom Cruise (que cuando no se está morfando la placenta de sus bebitos es un buen actor, ¿remember Magnolia?), tal vez por el testimonio atinado de la relación padre e hijo (reconocida obsesión temática del director), tal vez por esa pequeña genia llamada Dakota Fanning, la nueva revisión de la novela de Wells no termina de defraudar. Sin embargo, teniendo en cuenta que el propio Spielberg explicitó que el film era una reflexión sobre el Atentando del 11/9 (inclusive son considerables los paralelismos en la imagen de una cortina de cenizas avanzando por la ciudad), no se puede negar que estamos ante una obra particularmente retrógrada, es decir, una reacción (en la acepción que a tal término le daban en la década del 70’) prejuiciosa y sesgada sobre el accionar terrorista: en ningún momento los personajes sospechan entender por qué están siendo atacados, la única respuesta posible (y deseada) es la operación militar. Así, el planteo ideológico general que elabora La guerra de los mundos es que lo ocurrido aquel 11 de septiembre es un acontecimiento que excede cualquier origen procedente (una de las tantas intervenciones militares, por ejemplo). De esta forma, lo que se pretende es borrar de un plumazo años de sumisión mundial (consentida o no) al beneficio de los intereses de EE.UU. El personaje de Tim Robbins, un fundamentalista perturbado escondido en su refugio, atenúa el tinte belicoso, pero no lo suprime del todo. Esta postura podría ser malinterpretada: no se afirma que la agresión (que un avión de pasajeros ingresando como una bala por un torre urbana, que la muerte y el dolor) esté justificada y sea un acto coyuntural lógico (posición borrosa y cínica en la que cierto progresismo argentino se asentó junto al peor emergente nazionalista), sino que, echando un vistazo a la historia o a los noticieros o a los periódicos de los últimos tiempos era esperable. Ya sabemos lo que pasa cuando te querés comer al caníbal. Recordé esta película mientras intentaba advertir (más allá de las razones ideológicas pertinentes) por qué me causan tanto rechazo las marchas contra la Inseguridad, el pedido masivo que una y otra vez hace retumbar la sociedad argentina. Y encontré la respuesta correcta: porque son exactamente idénticos a los nacionalistas norteamericanos que no entienden por qué les derribaron 2 Torres en pleno Manhattan. En ningún momento hacen el esfuerzo de preguntarse por qué e inmediatamente piden escarmiento autocalificándose como una especie diferente a la de los que roban o matan o secuestran. Una carta del diario La Nación publicada el 22/11/08 y titulada “Inhumanos” es clara en este aspecto: “Definición de humano: personas que siente, compasiva, generosa, bondadosa, caritativa (…); éstas son cualidades que no poseen los delincuentes, asesinos (…); por lo tanto propongo que cada vez que se busque una excusa para defenderlos de ahora en más se habla de derechos inhumanos, ya que considero que otorgarle la palabra humano a esta gente es una falta de respeto a las personas humanas que trabajamos, estudiamos y lo único que queremos es vivir mejor y más tranquilos cada día”. La alusión a seres ubicados en “la otra vereda”, un territorio opuesto al de los trabajadores es uno de los lemas recurrentes. Para una gran mayoría de personas el trabajo asegura honradez, por lo tanto (dueños de su vivienda y poseedores de un oficio o una profesión), a través de este silogismo básico (probablemente originado en la frase hecha “El trabajo dignifica”) se “autoresguardan” de ser acusados de incurrir en cualquier clase de delito. “Yo pago mis impuestos” o “Yo trabajé toda mi vida” son consignas usuales que los damnificados utilizan como escudo protector contra la “inmoralidad”. La verdad es que expresiones de ese tipo hablan más del carácter productivo o lucrativo de una persona que de sus cualidades como ser humano. Este pensamiento se relaciona intrínsecamente con el horror que provoca en la clase media-alta “mantener a los presos”, como si las cárceles argentinas fueran palacios lujosos a los que se les asignan presupuestos astronómicos. La vereda opuesta, entonces, estaría conformada por los “vagos”, los “negros”, los “villeros”, los que, como repite hasta el cansancio el jubilado conservador: “No quieren trabajar”. La conmiseración general por el lamentable asesinato de Barrenechea, no se debió a un profundo apego por la vida de parte de los ciudadanos, sino, más bien, a su condición de Ingeniero. La delectación con la que los comunicadores sociales remarcaron este aspecto no deja lugar a dudas. Es pertinente recordar (aunque suene harto demagógico) que en la misma semana un cartonero fue asesinado y nadie pareció alarmarse por el rumbo del país. El sujeto obsesionado por la Inseguridad suele manifestar que no entiende por qué razón los “marginales” (raramente los denominarán “marginados”, ya que, de hacerlo, estarían reconociendo cierta responsabilidad civil ante el “flagelo”) se dedican a robar y matar. El especial énfasis con que lo dicen pareciera advertir que conciben la escalada del delito de la última década como una elección de índole romántica por parte de los “victimarios”, una forma de vida (como ser bohemio o extravagante) y no la consecuencia de ciertas carencias socioculturales, un contexto inestable y un sistema de vida trastornado. A su vez, a través de los estandartes propios que utilizan como antítesis y para diferenciarse de la delincuencia (la familia en su formato más represivo, la Iglesia, el patriotismo y la preocupación por “el futuro de nuestros hijos”, el rechazo a los derechos humanos como una postura respetable y absolutamente entendible) proyectan un modo de vivir que, a sus ojos, es juzgado como el único posible y el más ejemplar. Si la vida fuese eso, se aseguraría aquella sentencia de Shakespeare en Macbeth (a la que Faulkner prestó mucha atención) en su sentido literal: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, que no significa nada”. En algunos casos, enterados de que sus expresiones contienen rasgos de inequívoco primitivismo, reconocen su intención de integrar a los delincuentes. Esta “integración” (a todas luces abstracta e internamente aborrecida) es más una imposición de códigos de la “civilización” (los indígenas evangelizados en la colonización) que un plan de adaptación más o menos pensado. Por otro lado, el robo y el asesinato son los focos de violencia más explícitos y vulgares de una sociedad (aunque no menos dolorosos). Los automóviles que pasan los semáforos en rojo, la tensión acumulada que se respira en las calles de las grandes urbes, el desdén mutuo entre los integrantes de distintas clases sociales, la xenofobia de las hinchadas de fútbol, la homofobia. Son todos núcleos específicos de agresión que engloban al conjunto de la sociedad y explican una dinámica compleja que excede las fórmulas mágicas (“un policía en cada esquina”) y los frecuentes exterminios (“matar a todos lo negros/ bolivianos/ paraguayos/ villeros/ piqueteros/ cartoneros/ putos/ judíos/ peronistas/ sindicalistas/ zurdos, etc.”) del inconsciente colectivo. Yo haría una marcha por “más seguridad en las marchas contra la inseguridad”, porque el nivel de violencia verbal y psicológica que se percibe en ese tipo de manifestaciones es tan inquietante como el asesinato más cruel. La verdad es que la única solución posible es utópica: una macro reestructuración mental capaz de permitir una escala de valores diferente. Es decir, imaginar que no hay fronteras, que no hay religiones, que no hay países, como quería Lennon, un tipo que, oh casualidad, fue asesinado a balazos. Sayonara.

9 comentarios:

caca dijo...

Vos ya sabés que lo que escribiste es genial, así que para que te lo voy a decir.

Sobre la foto de abajo, estás lindo guacho eh! ja ja.

Usaste toda la batería de lugares comunes de la clase media. Me inquieta pensar que hay gente, como dijiste vos, que no se piensa, y cree que usando esos pases de magia alocusionales pueden darle una explicación a las cosas. Y que con eso se queden tranquilos.

En este país no trabaja el que no quiere, es un must entre ellas.

Anónimo dijo...

Genial Corvino, nada que agregar, genial.

La Momia dijo...

esta muy bien loque decis, yo le agregaria la vertiente psicologica de ambos "mundos". cuando seamos docentes te invitare a que des una clas especial en mi catedra.

Anónimo dijo...

Corivno, te aplaudo de pie. Y me averguenzo y me tapo la cara por vivir en esta sociedad tan bien "radiografiada" por vos. Estan secuestrando a pibes de Pelota de Trapo, los que hacen la marcha contra el hambre. Pero no, no son ingenieros ni tenistas ni empresarios. Son chicos que tienen hambre o que luchan para que se solucione el problema de otros que tienen hambre sin ningún título colgado en la pared, sin ningún titular en los diarios...como vos también dijiste del cartonero, como Ezequiel Demonty, como tantos otros....

Si haces esa marcha, me tomo un bondi y la hago con vos.

Besos y abrazos.
Marie

Anónimo dijo...

Sobre Ezequiel, y un texto que me hizo acordar a este.

http://www.srusso.com.ar/contratapas/unavela.htm

Besos,
Marie

Anónimo dijo...

fabian Casas escribio en los TP un articulo sobre que no respetamos a los adversarios que me parece se cruza con este y se complementan.

Martín Zariello dijo...

Chuk: "Cuesta no caer en eso, lo digo porque muchas veces me miro al espejo y veo a Hitler". Epa, qué confesión. Quedate tranquilo, yo a veces veo a Stalin.
Natanael: Pretendo ser algo más que una cara bonita (¿?).
Ber: gracias.
Momia: "cuando seamos docentes", contate otro!
María: me voy a pegar una vuelta por ese sitio a ver qué onda.
Anónimo: lo leí, está muy bueno ese texto.
Ok, respondí a todos. Saludos-

Anónimo dijo...

mmmm Corvino, le respondiste a María yo soy Marie, asi que a todos no jaja

Besos.

Martín Zariello dijo...

Es verdad, lo que pasa es que yo pienso que te llamas Maria, capaz que te llamas Mariela o Marielus, un nombre latino (¿?) o Marie a secas. Que dilema.