Me dispongo a proseguir con mis distraídos apuntes veraniegos que no hablan de nada en especial y, por lo visto, no interesan a nadie (acaso por tal razón los publico un sábado de enero, día paradigmático de poco flujo en los blogs), características esenciales para que un texto sea denominado “apunte”. Incluso mi objetivo es escribir eso, apuntes sobre sucesos o cosas, pero mi tendencia insufrible a desembocar en sesudas conclusiones sobre la condición posmoderna convierte cada intento propio de este desprestigiado género en un híbrido amorfo. “Fuera de broma” (como se decía antes), creo que un buen ejemplo de apunte lo ofrecen las columnas que Quintín y Tabarovsky escriben en la contratapa del suplemento de cultura del diario Perfil. Últimamente invirtieron el orden y termino confundido, leyendo cosas de Quintín como si fueran de Tabarovsky y viceversa. Por ejemplo Quintín es un frenético anti K y Tabarovsky sin desbordar de simpatía por los K, es uno de los pocos (¿el único?) que escribió contra el accionar del campo durante el conflicto (que amenaza con un revival subido al tren de la Sequía que “nos preocupa a todos y nos hace infelices” según se entiende en los medios de comunicación). Terminada la digresión, comienzo a garabatear lo que pensaba escribir (se trata de una suma de comentarios, observaciones y anécdotas sin gracia que no sé de qué forma hilvanaré). Por otro lado, luego de esta pesada introducción, los pocos lectores que se disponían a leer el post han cambiado de parecer y seguramente deben estar haciendo actividades mucho más productivas y reveladoras sobre el curso del Planeta Tierra como ver qué hay de nuevo en facebook, enterarse el irrisorio nombre del nuevo presidente del Real Madrid, escuchar qué imbecilidades se le ocurren a los periodistas sobre un rally que no interesa a nadie pero pareciera ser lo más importante de la historia del deporte argentino y bailar, siempre bailar porque de otra forma no es divertido. Ya con el absoluto convencimiento de que estoy solo, de que me encuentro escribiendo para mi cerebro e individuos ruines predispuestos a aburrirse, comienzo. Hace unos días, con una sensación que podemos situar claramente entre el horror, la furia, el resentimiento, la tristeza, la confusión metafísica y el halo de tensión que deja una pesadilla, “la violencia acudió y un pájaro voló” (como canta Nebbia sobre la muerte de Lennon): descubrí que la librería Horacio situada al frente del conglomerado de edificaciones que muy amablemente la provincia le ha cedido al distinguido y ecuánime (por sobre todo ecuánime) empresario Aldrey Iglesias ya no estaba y para conseguir los libros que allí se vendían uno debe dirigirse a la sucursal que se encuentra en Catamarca y Alberti. Tal información (reseñada en un pequeño cartel pegado con cinta adhesiva que no sabe de sentimientos ni pasiones literarias ya que estaba al lado de otro, aun más vil, que incitaba al transeúnte a alquilar aquel espacio donde tiempo atrás moraban libros baratos para el fervor de los muchachos pobres) provocó en mí, finalmente, cierta incomodidad: en forma harto elocuente, desde hace un par de años a la fecha (por no abundar en precisiones), los lugares para comprar libros usados/viejos/ baratos en MDQ han ido esfumándose. ¿Qué me queda? El puesto del agradable clon de Cortázar en la plaza Rocha. La sucursal antes mencionada donde nunca hallé las maravillas que otros dijeron encontrar (libro de ensayos de Ballard, Obras Completas de Borges, Los Boys). Chesterton es una librería muy buena, pero en base a su prestigio creo que terminan vendiendo los usados al precio de los nuevos. Y yo (como todo joven que se dedica a leer y escribir) no tengo dinero para comprar libros nuevos en Fray Mocho o Ilusiones o El Atril o alguna de esas librerías horribles que más que librerías parecen Aeropuertos. Y si lo tengo (al dinero) prefiero subsistir y comprar provisiones porque si quiero leer y escribir, es necesario que coma. Y es más: a excepción de algunas exaltaciones pasajeras, no me interesan demasiado las novedades. Pero es una época implacable para quien gusta de leer. Y esto (a continuación se declarará una “verdad” exenta de argumento alguna) es culpa de los estúpidos que conforman la alta burguesía argentina que en vez de ser fascista y promover la cultura como antaño, ahora es fascista y adolece de cultura alguna. Los pude ver en Pinamar, donde fui a parar nuevamente poco menos de una semana (del domingo al miércoles último). Pinamar es una ciudad hermosa, debo decirlo (me atrae su peculiar arquitectura, las playas enormes, los pequeños bosques que se forman detrás de la costa, su estructura laberíntica), pero gran parte de la gente que allí toma sus vacaciones (eludamos las generalizaciones), a pesar del tostado de sus cuerpos, se asemeja en mentalidad a los pálidos zombies de las películas clase B. Iban los idiotas brillando por las calles en perpetua ostentación de bienes materiales que se autodestruyen al segundo de ser adquiridos: zapatillas, camisas, camionetas de grandes dimensiones, pechos artificiales. Con algo de vergüenza, afirmo que cualquiera que haya leído tres libros de buena calidad hasta el final (pongamos uno de Kafka, otro de Borges y otro de García Márquez, es decir, literatura al alcance de todos) puede sentirse un perfecto extraterrestre, un ser ética y estéticamente apartado de la marea de importantes perejiles que lo rodea. Si uno se abstrae (como uno termina haciendo, por supuesto; de otro modo sería imposible sobrevivir), la puede pasar bien, pero es pertinente no prestar demasiada atención a la inacabable horda de tontos adinerados. Sin embargo, en una seria broma del destino, una de las mejores librerías que conozco, se encuentra en esa ciudad. Allí me compré (como suelo hacerlo) tres libros sin gastar más de 30 pesos. La polémica novela de Nabokov, Lolita, rondaba mi mente desde hace años. El impacto que percibí al leer esa escritura entre irónica y minimalista que va desgranando perversiones varias fue grandioso: en una hora y media ya me acercaba a la página 100. Hacía bastante que un libro no me entretenía con tanta vehemencia y aclaro que soy lentísimo para leer. Es fascinante que una obra escrita medio siglo atrás todavía hoy pueda seguir causando tanta incomodidad en nuestra regularizada mente occidental. A raíz de esto, la estoy intercalando con el otro clásico que estaba leyendo en estos días: Adiós a las armas. Tanto me atraen tales mamotretos que temo enamorarme de una nínfula o postularme como conductor de ambulancias en una próxima guerra mundial. Las primeras 70 páginas del libro de Hemingway me aburrieron soberbiamente, pero gracias a ese chip demencial que tenemos los trastornados (que nos impide abandonar un libro empezado con mucha ansiedad), superé la etapa de tortura. Mi segunda adquisición fue producto del esnobismo. Probablemente no me hubiese comprado nunca un libro de aforismos. Probablemente no me hubiese comprado todavía un libro de un filósofo, cuando usualmente prefiero leer novelas, volúmenes de cuentos o biografías. Si no fuera Ludwig Wittgenstein por quien tengo una “admiración” basada en la huella que dejó una frase de su autoría que de tan mencionada no vale la pena repetir. Publicado originalmente en alemán en el año 1977 cuenta con un prefacio, un prólogo y un comentario sobre la presente edición que se encarga de advertir minuciosamente datos que intranquilizan al lector ya que parece no haber modo alguno de leer el libro:
“Antes de ir, directamente, al contenido de los AFORISMOS, notas o apuntes de los que se compone el libro y que, dicho sea de paso, debería leerse entero sin caer en la fácil tentación de volar por los pasajes que más le interesen a uno…”
“Otra tentación a la hora de leer el libro consiste en tomarlo como género menor, una pequeña diversión cultural o simple apoyo para adentrarse en la excéntrica personalidad del autor”.
“Libro que, como indicamos, no es ni autobiográfico, ni de memorias o confesiones ni se desarrolla en forma de diario. Es, en cualquier caso, un material excelente para conocer mejor al hombre Wittgenstein y para saborear su obra” (Javier Sádaba).
La mejor parte es cuando Georg Henrik Von Wright (“pavada-de-nombre-te-echaste” es la frase adecuada para este instante) en el prefacio informa que habría sido pertinente efectuar algunos comentarios para contextualizar los aforismos, pero que decidió no hacerlo:
“Al lector no familiarizado con la vida o las lecturas de W le parecerán oscuros o enigmáticos algunos de los aforismos si no se proporcionara mayor aclaración. En muchos casos habría sido posible ofrecerla mediante comentarios a pie de página. Pero, con unas cuantas excepciones, decidí renunciar a cualquier comentario”.
Todavía no he leído el libro en su totalidad, pero debo confesar mi estupefacción ante algunas frases que me recordaron a Ernesto Esteban Etchenique:
Es difícil describir un camino a un miope. Porque no se le puede decir: “Mira la torre de esa iglesia a diez leguas de nosotros y sigue esa dirección”.
Podría decir que si el lugar al que quiero llegar estuviera al final de una escalera, renunciaría a alcanzarlo. Pues allí adonde quiero llegar verdaderamente debo estar ya de hecho.
Lo que pueda alcanzar con una escalera, no me interesa.
Expreso lo que quiero expresar siempre sólo “a medias”. Y quizá ni siquiera eso, tal vez sólo en una décima parte. Esto significa algo. Mis escritos son con frecuencia sólo un “balbuceo”.
El tercer y último libro que compré fue Palabra de Bioy, una serie de conversaciones con el autor de El sueño de los héroes a cargo de Sergio López. Hace años que venía observando este volumen en las mesas de saldo y me decidí recién ahora. Se trata de una serie de reportajes que el periodista le hizo a Bioy desde 1991 a 1999. El material es estupendo (en realidad me interesan muchos las entrevistas) y, como siempre (lamentablemente para el “dandy”, quien odiaba que le dijeran tal epíteto), son muy abundantes las partes del mismo que se refieren a Borges. De esta forma, Bioy recuerda de qué modo veían sus compañeros de ruta a Borges (un mero “enfant terrible”), las tertulias insufribles en la casa de Victoria Ocampo, anécdotas escabrosas de todo tipo y color, el amor en Borges (comiquísimo cuando explica por qué Borges llamaba a su madre cuando salía a caminar con Estela Canto: “Mire, le explicaré una cosa: Estela Canto era casi ciega y, además, era borracha; Borges como se sabe, era casi ciego. Ellos salían a caminar (…) y Borges cada tanto le hablaba por teléfono a su madre para que se quedara tranquila, y Estela interpretaba esa actitud como una dependencia de Borges (…) En realidad ella sólo pensaba que dos ciegos, uno de ellos borracho, caminando de noche, podían morir atropellados en cualquier momento”), la ineptitud de Borges para con los deportes (inclusive para sostener una bocha) y las colaboraciones de Borges en El Hogar. Entrevistador y entrevistado, sorprendentemente, llegan a la conclusión de que estas últimas son de lo mejor que Borges ha escrito. Tal aseveración me sonó temeraria y hasta sospechosa (como cuando escucho afirmar a alguien que el mejor beatle es Harrison): la edición que compré justamente en Pinamar hace unas semanas mostraba a un Borges intermitente, lleno de ironía y con destellos de luminosidad (más que nada en la reseña de los argumentos de algunas novelas que no le gustaban), pero no mucho más. Al llegar a Mar del Plata caí en la cuenta de que el libro que tengo de colaboraciones en la revista El Hogar está conformado por lo que no entró en otro, llamado Textos Cautivos. Mi aversión por María Kodama (a la que Bioy, de paso, destruye) aumentó tres niveles. Y aquí (sin conclusiones facinerosas que soportar) termina mi apunte veraniego de la semana (sea ésta cual fuera). Sayonara.
“Antes de ir, directamente, al contenido de los AFORISMOS, notas o apuntes de los que se compone el libro y que, dicho sea de paso, debería leerse entero sin caer en la fácil tentación de volar por los pasajes que más le interesen a uno…”
“Otra tentación a la hora de leer el libro consiste en tomarlo como género menor, una pequeña diversión cultural o simple apoyo para adentrarse en la excéntrica personalidad del autor”.
“Libro que, como indicamos, no es ni autobiográfico, ni de memorias o confesiones ni se desarrolla en forma de diario. Es, en cualquier caso, un material excelente para conocer mejor al hombre Wittgenstein y para saborear su obra” (Javier Sádaba).
La mejor parte es cuando Georg Henrik Von Wright (“pavada-de-nombre-te-echaste” es la frase adecuada para este instante) en el prefacio informa que habría sido pertinente efectuar algunos comentarios para contextualizar los aforismos, pero que decidió no hacerlo:
“Al lector no familiarizado con la vida o las lecturas de W le parecerán oscuros o enigmáticos algunos de los aforismos si no se proporcionara mayor aclaración. En muchos casos habría sido posible ofrecerla mediante comentarios a pie de página. Pero, con unas cuantas excepciones, decidí renunciar a cualquier comentario”.
Todavía no he leído el libro en su totalidad, pero debo confesar mi estupefacción ante algunas frases que me recordaron a Ernesto Esteban Etchenique:
Es difícil describir un camino a un miope. Porque no se le puede decir: “Mira la torre de esa iglesia a diez leguas de nosotros y sigue esa dirección”.
Podría decir que si el lugar al que quiero llegar estuviera al final de una escalera, renunciaría a alcanzarlo. Pues allí adonde quiero llegar verdaderamente debo estar ya de hecho.
Lo que pueda alcanzar con una escalera, no me interesa.
Expreso lo que quiero expresar siempre sólo “a medias”. Y quizá ni siquiera eso, tal vez sólo en una décima parte. Esto significa algo. Mis escritos son con frecuencia sólo un “balbuceo”.
El tercer y último libro que compré fue Palabra de Bioy, una serie de conversaciones con el autor de El sueño de los héroes a cargo de Sergio López. Hace años que venía observando este volumen en las mesas de saldo y me decidí recién ahora. Se trata de una serie de reportajes que el periodista le hizo a Bioy desde 1991 a 1999. El material es estupendo (en realidad me interesan muchos las entrevistas) y, como siempre (lamentablemente para el “dandy”, quien odiaba que le dijeran tal epíteto), son muy abundantes las partes del mismo que se refieren a Borges. De esta forma, Bioy recuerda de qué modo veían sus compañeros de ruta a Borges (un mero “enfant terrible”), las tertulias insufribles en la casa de Victoria Ocampo, anécdotas escabrosas de todo tipo y color, el amor en Borges (comiquísimo cuando explica por qué Borges llamaba a su madre cuando salía a caminar con Estela Canto: “Mire, le explicaré una cosa: Estela Canto era casi ciega y, además, era borracha; Borges como se sabe, era casi ciego. Ellos salían a caminar (…) y Borges cada tanto le hablaba por teléfono a su madre para que se quedara tranquila, y Estela interpretaba esa actitud como una dependencia de Borges (…) En realidad ella sólo pensaba que dos ciegos, uno de ellos borracho, caminando de noche, podían morir atropellados en cualquier momento”), la ineptitud de Borges para con los deportes (inclusive para sostener una bocha) y las colaboraciones de Borges en El Hogar. Entrevistador y entrevistado, sorprendentemente, llegan a la conclusión de que estas últimas son de lo mejor que Borges ha escrito. Tal aseveración me sonó temeraria y hasta sospechosa (como cuando escucho afirmar a alguien que el mejor beatle es Harrison): la edición que compré justamente en Pinamar hace unas semanas mostraba a un Borges intermitente, lleno de ironía y con destellos de luminosidad (más que nada en la reseña de los argumentos de algunas novelas que no le gustaban), pero no mucho más. Al llegar a Mar del Plata caí en la cuenta de que el libro que tengo de colaboraciones en la revista El Hogar está conformado por lo que no entró en otro, llamado Textos Cautivos. Mi aversión por María Kodama (a la que Bioy, de paso, destruye) aumentó tres niveles. Y aquí (sin conclusiones facinerosas que soportar) termina mi apunte veraniego de la semana (sea ésta cual fuera). Sayonara.
10 comentarios:
Hace rato vengo pensando en algún tipo de juego con la prostitución para hablar de lo que pasa en las ciudades balnearias (diferentes targets/clientes, diferentes abusos a los que todo es sometido, y el alma bien al fondo, total cuando acaba la fiesta los que importan ya se han ido) que, más asquerosamente, está arraigada y desarrollada en el sector con el poder económico que hace las desgracias del sector con poder intelectual. Fui un día a Pinamar hace poco y, bastante acostumbrado a MDP, logré la abstracción suficiente (reproductor de Mp3, 3 historietas pendientes desde mi adolescencia y dos libros mediante) para pasear y conocer bastante (no lo suficiente ni querido), tomar un café (que en la carta figuraba $5, y en boca de la camarera, $8...) y fluir con el tiempo sin que los vahos de 4x4s, porteños de bermuda y escenografías de media cuadra para promocionar un auto contaminaran el poco humor que la misma temporada predestina que me queda.
Pinamar debe ser hermosa, quisiera ir cuando pueda verla.
Por el resto, toda esa gente... asco, todo lo mismo, ya ni se si me provoca asco o indiferencia.
Y recordando que alguna vez dijiste lo de la librería (y algo de Ballard, para colmo) me metí en un par, pero nunca vino nada, y preferí dejarlo en misterio.
Orbuás.
Pequeño e hinchapelotas comentario:
el cambio de posición de Quintín y Tabarovsky en la contratapa, fué siempre así, es una sana desición del editor me parece a mí para que los egos no se molesten....
1) Cortázar vendiendo libros, Eliaschev escribiendo como Daneri, Wittgenstein plagiando a Etchenique: ¿acaso la realidad cedió en más de un punto?
2) ¿Cómo te llevás con la lectura de libros en la PC? De tanto leer diarios y blogs me acostumbré a pasar horas frente a un monitor, y ahora no me cuesta tanto leer libros: encima, a la vez, puedo escuchar música y usar Google si no capto una referencia. ¿Tenés alguna reverencia especial hacia el objeto libro, acostumbrás leer en situaciones en las que no tenés una PC a mano (ómnibus, playa, acostado), te molesta pasar horas frente a un monitor? Te pregunto porque a mí la transición libro - PC me costó unos años, pero la hice, y no sé si soy el único o hay alguien más.
Curiosamente, no puedo releer en PC un libro que leí en papel, en especial los que más me gustaron: ahí sigo fiel al libro. Me parece que es más bien porque me ubico mejor cuando busco una cita.
Tengo una reverencia hacia el objeto libro. Leí libros de cuentos en la PC (de Bolaño, de Levrero), lo que no me sale es leer novelas, por ejemplo, cosas muy largas. Saludos, gracias por comentar-
Un servicio a la comunidad: anoche entré a TP buscando algo sobre Obama y me di de frente con un hermoso ensayo de Casas sobre Led Zeppelin. ¿Es de los ensayos bonsai?
AGN: vos caminaste por el centro de Pinamar. La librería de la que habla ILCORVINO está por una avenida mucho menos top.
siempre a esta "ciudad" le hice buena fama pero de todas maneras les recomiendo venir en invierno. esto así es inaguantable.
Exacto, está por Shaw, pero nunca recuerdo si se llama Alfonsina o El túnel.
Ese ensayo no está en Ensayos Bonsái.
Muchas gracias-
Alfonsina está en villa gessell. Y de "El tunel" abrieron una sucursal chiquita pero linda en rivadavia esq. corrientes, Downtown Mar del Plata.
Saludos
La de Shaw, la que vos decís, es El túnel. Alfonsina también está en Pinamar pero cambiaron de dirección (está por Jonas creo que es o Jason, se me confunden, paralela a Bunge). y te recomiendo otra de usados que está atrás de la galería "nueva" del centro(la galería que es de madera), está medio escondida y no muchos saben de su existencia, el viejo es re copado y tiene un poco de idea de lo que vende, también hace trueques. RECOMENDADO.
Qué buen dato ese de que pusieron acá El túnel, no tenía idea. Hace dos días descubrí que el kiosco de diarios de entre ríos entre san martín y luro está lleno de libros. Algunos muy buenos a 10 o 15 pesos. Creo que sé cuál es la que decís de la galería de madera, hay mucha literatura argentina en ediciones viejas e inconseguibles. Saludos.
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