viernes, 6 de febrero de 2009

Vicky Cristina Barcelona Bodrio

Como las parejas, las revistas literarias, Lost, River Plate, Los Simpsons, la discografía de Charly García, Nazarena Vélez, la obra de Julio Cortázar, el pase de Ariel Ortega, el amor y otros demonios, desde hace unos cuantos años (probablemente veinte) la carrera filmográfica de Woody Allen (director de múltiples gemas de la inteligencia humana como Zelig, Bananas o Manhattan) ingresó en un declive remontado esporádicamente por destellos fugaces que advierten la presencia de un creador supremo pero en decadencia. O, para no sonar tan duros: en retirada. O, mejor, digámoslo de una vez: Woody (por mencionarlo en forma cotidiana como Feinmann en un patético programa de Cine Contexto) ya dio casi todo lo que tenía para dar. Fue bastante y muy bueno, así que no creo que alguien, seriamente, se lo reproche. La carrera de Woody siguió el cauce natural de las cosas y seguimos viendo sus películas como se sigue viendo a las ex parejas, las revistas literarias que ya no se publican, los nuevos malos capítulos de Lost, los partidos de River Plate, las temporadas de más de Los Simpsons, los discos de Charly García repletos de covers, los escándalos de Nazarena Vélez, los cuentos del Cortázar post- 70’, etc. Sin embargo, en Vicky Cristina Barcelona, Woody llega a un territorio por demás empantanado, haciendo pasar por película un spot turístico sobre la ciudad española. Gaudi, Miró, la pasión española, un poeta furioso con el mundo que es el colmo de la cursilería, el flamenco: cada partícula del film reivindica una convención aceptada sobre España y busca encandilar al receptor ávido de exotismo (espécimen insufrible si lo hay). La recolección de lugares comunes, estereotipos y obviedades que conforman el argumento y la caracterización de los personajes, finalmente, termina por incomodar por su vulgaridad. Tal conjunción de elementos (elegidos en forma deliberada por el director) pierde su razón de ser (imagino, con mucho esfuerzo, la crítica a las personalidades más afectadas del mundo postmoderno) ya que por consecuencia de ellos, el espectador más o menos avezado (alguien que haya visto más de 10 películas) adivina cada una de las peripecias que le ocurrirán a los protagonistas. Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (nunca creí que lo iba a decir: una desabrida y burda Scarlett Johansson) son dos amigas norteamericanas que llegan de paseo a Barcelona. Vicky, la formal, está por casarse con un imbécil apegado a las normas de la civilización occidental, un neo yuppie que juega al golf, no se da cuenta de nada y está obsesionado con la tecnología. Para que todo quede claro, Woody lo hace vestir como un idiota, hablar como un idiota y pensar como un idiota. (Cada personaje es lo que debe, nunca se mueve de los precisos límites que el prejuicio les imprimió). Cristina, la loca (calificada como “librepensadora” en un virulento anacronismo), es la típica romántica perdida que aspira a un amor perfecto y, mientras tanto, deambula, sin timón y en el delirio, entre distintas relaciones y labores vinculadas con el arte. En una muestra conocen a Juan Antonio (Javier Bardem), el macho español, un pintor excéntrico que acaba de separarse en forma tormentosa de María Elena (una hermosísima Penélope Cruz que termina por eclipsar, desde el punto de vista estético, a mi querida blonda; por si no se dieron cuenta, la película es tan mala que me dediqué exclusivamente a admirar a las bellas muchachas) y las invita a pasar un fin de semana en Oviedo explicitando su deseo de tener sexo. El encuentro entre los tres (que son muy lindos e inteligentes y siempre tienen algo adecuado para contestar) es absurdo y tirado de los pelos. La intención de espantar al burgués a través de un personaje que interrumpe una cena de dos mujeres para informarles que les quiere dar masa/ atrasa 50 años. A partir de allí, todo lo que sucede sólo puede provocar escalofríos: los personajes hablan sobre El Amor con frases rimbombantes (de las que comienzan diciendo: “El amor es…”), las supuestas ardientes escenas sexuales tienen menos arrojo que las de una serie de Pol-ka, Javier Bardem llora de emoción al escuchar tocar la guitarra a un tipo, Scarlett se va poniendo cada vez más fea, Penélope exagera su andar gitano. La historia está narrada en tercera persona por una voz en off con un estilo entre irónico y periodístico. Lo usual cuando un autor echa mano de este recurso es que se refleje, en base a esquemas simples y observaciones incisivas, una conclusión general que brille en su sofisticación. Nada de eso sucede. Vicky Cristina Barcelona comenta el caos de las relaciones sentimentales, la imposibilidad de acceder a la felicidad, la culpa que genera ser infiel, el anquilosamiento de las prácticas amorosas, la sensación de turbación que produce conseguir lo que deseamos, pero todo en forma lavada, ajeno a interpretaciones heterodoxas o meramente distintivas. El final, lacónico, quiere pasar por “ajustada reflexión sobre el comportamiento de los individuos”, pero no es más que un final abierto/cool para la gilada. La próxima película de Woody tiene como protagonista al genial Larry David, sucesor natural de su línea cómica que lo ha superado largamente. Espero que no arruine la carrera del pelado porque sino se va a ver en serios problemas: voy a dedicarle otro post lapidario. Qué miedo. Para finalizar apelo al cliché recordando algunas frases del maestro robadas de distintos sitios de Internet:

“Existen dos cosas muy importantes en el mundo: una es el sexo, de la otra no me acuerdo”

“Sólo quien ha comido ajo puede darnos una palabra de aliento”

“No quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi obra; la quiero alcanzar no muriéndome”

“No es que tenga miedo de morirme. Es tan sólo que no quiero estar allí cuando suceda”

“El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero de todas las experiencias vacías que existen, hay que reconocer que es una de las mejores”

“Disfruta el día hasta que un imbécil te lo arruine”

“A las cuatro de la mañana nunca se sabe si es demasiado tarde o demasiado temprano”

“Algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida”

Sayonara.