Por norma cultural del género (o imposición “consuetudinaria”), las bandas de rock suelen comenzar su carrera erigiendo un discurso que confronta con cualquiera de las formas del “poder”. En caso contrario, se entiende, se trataría de un producto superficial manufacturado por productores o empresas. Nadie puso el grito en el cielo cuando Palito Ortega, paradigma del cantante hueco y apto para toda la familia, se acercó a Menem; el concierto de Charly García, emblema proveniente del rock, en la Quinta de Olivos en el año 1999, en cambio, le deparó un desprecio definitivo por buena parte de su público. El caso de los músicos que durante la era kirchnerista tocaron en el Salón de la Casa Rosada (entre ellos el mismo Say No More) también provocó cuestionamiento: ¿el rock ahora pertenecía al Poder? Es que al igual que la política, el rock pone en juego las resbaladizas coordenadas de la legitimidad, algo impensado en un cantante de boleros; nadie le pedirá a María Martha Serra Lima que se declare en contra del golpe de Honduras. En un músico de rock no sería descabellado.
De esta forma, se construye algo cercano a una estética ideológica: superficial y compuesta en base a clichés en la mayoría de los casos, admirable en otros; pero casi siempre ambigua, transitando los espacios de la parodia y la contradicción: por ejemplo, cómo sostener la dialéctica de un grupo que se opone férreamente al capitalismo y cobra costosos sumas por tocar (he aquí la teoría de que el único cambio posible se puede realizar desde el interior del establishment, pero ésa es otra historia y excede estas líneas). Allí tenemos a Fito Páez enojado con Manu Chao: “¿quién se cree ese con todas sus tarjetas de crédito?”. Y a Fidel Nadal en los lejanos 90’ tildando al nacido en el 63’ de “careta” por asistir a la mesa de Mirtha Legrand (lo mismo, pero con 15 años de diferencia, le había ocurrido a García para la presentación de un disco extraordinario que cumple 30 años: La grasa de las capitales). Hoy el ex Todos tus Muertos estremece los oídos sensibles con sus elementales hits y le pone el cuerpo a una marca de zapatillas... Si hay algo que nos demuestra la Historia de la Polémica del Rock (que en la mayoría de los casos no suele ser más que una serie continua de chicanas entre sujetos con delirios de grandeza) es que es innecesario escupir hacia arriba porque la postura que se criticaba ayer, pasado mañana puede ser la tuya. Y así en la vida, pero estamos hablando de rock, ¿no?
Pero volvamos, es en esa apelación a un Otro distinto que se elige como interpelado (la Iglesia, las Fuerzas Armadas, el pequeño burgués, el Estado, los medios de comunicación, cualquier entidad de lo Convencional y Establecido que posea elementos aleccionadores) que la banda diseña a su público, quien elige desde su lugar en qué espacio se siente más identificado. (Aquí pareciera estar dejándose de lado la cuestión musical: no es así, sólo que difícilmente un anti-nazi se identifique con una banda que ensalce las bondades del Tercer Reich.) Esto trae aparejada otra contradicción representada eficazmente en el lema lennoniano “No sigan ídolos”, que se desarticula una vez enunciado. No seguir ídolos, entonces, sería seguir a Lennon… un ídolo. Consecuencia de esta compleja dinámica discursiva, el éxito siempre es un factor de alerta en el mundillo del rock. Supone tanto el triunfo y el bienestar económico de un grupo de personas, como la posibilidad de ser acusado de “transar” o “venderse” a la entelequia que en un principio se había despreciado: el Sistema, especie de cúmulo de estructuras (políticas, económicas y sociales) malignas e inabordables que tienden a alienar al individuo que, se supone, debería desear la Revolución. También el éxito masivo descubre el equívoco más atroz: perdurar en un discurso que se opone directamente al de su público (ahora atomizado y pertenecientes a diferentes capas sociales gracias a un gran hit o un disco vendedor). Este es un problema que los grupos pop desconocen (caso Soda Stereo), pero que ha llevado a serios malentendidos a quienes iniciaron su camino desde lo que con exageración y bastante ánimo anacrónico llamaremos el costado “contracultural”. O ni siquiera (los fans de Los Piojos pueden atestiguarlo). Un ejemplo claro es el de Bersuit Vergarabat, un grupo que fomentaba la supresión de los valores aceptados por la sociedad con una mueca irónica (“es prócer el que mata/ marica el que llora/ discreto el que no se ríe/ decente el que no baila”), que denostaba abiertamente a un otro opresor (“nos tildan de ladrones, maricas, faloperos/ y ellos sumergieron a un país entero/ pues así se roban más dinero”), que se burlaba de la tiranía rockera componiendo cumbias y terminó titulando un disco La argentinidad al palo. En el tema homónimo de aquella “obra”, se enumeraban en forma crítica (y algo tosca, a decir verdad) objetos “culturales” vinculados al decálogo inconsciente de la identidad nacional: la calle más larga, las minas más lindas del mundo, el dulce de leche, el gran colectivo... El efecto deseado era que tal inventario de vulgaridades pusiera en evidencia la condición real del supuesto “ser nacional”. El público (ahora sostén y habitual consumidor de estos postulados) no interpretó la “sutiliza” y se acostumbró a corear “Argentina, Argentina” (como en un partido del Mundial 78’) una vez finalizada la canción. Aquella simbología chabacana que el artista pretendía demoler, era tomada como una alusión positiva.
A medida que los años fueron pasando y la corriente musical (cada vez más ajena a cualquier estándar de “movimiento” o “filosofía de vida”) fue convirtiéndose en un negocio millonario alrededor del Planeta, ocurrió la paradoja: artistas de rock observando en el propio “Rock” un emergente del Sistema opresor y eligiendo a éste como objeto interpelado. El precursor no es sino otro que el gran Frank Zappa, que como recuerda Fabián Casas en uno de sus “Ensayos Bonsái”, jamás se denominó un músico de rock, sino músico a secas. “We're Only In It For The Money” (Sólo estamos en esto por el dinero) fue la contracara perfecta al Sgt. Peppers’s de los cuatro de Liverpool. A nivel local, los casos son numerosos. Desde Moris atacando al “burgués más corrompido que existe” que se hacía pasar por hippie con su “aire ausente y despreocupado” hasta “Introducción, declaración, adivinanza”, un tema del primer disco de Pez que en pleno auge post-mortem Cobain (1994) espetaba: “Voy a morir de viejo/ No voy a estar quemado/ No tengo nada que ver con tu idea del rock”. Uno de los más recientes es “¿Cuál es tu rock?”, un efímero hit Los Látigos que con la típica esnobidad elitista del rock under, deconstruía el imaginario impostado de cierto sector autóctono tendiente a creer que la mención del término “rock” los hacía formar parte de la experiencia (Pier y su “Sacrificio y rock and roll” es el notable ejemplo). Pero el súmmum de la crítica meta-rockera puede remontarse a aquel viejo tema de principios de los 80’ que Litto Nebbia tituló “Tengo un rocanrol en la cabeza”. Allí, el ex Gatos desarrollaba un ácido cuadro de situación del panorama, estableciendo la ambivalencia de las diferentes concepciones sobre el género y la utilización discrecional de los medios de comunicación, hasta acabar con un lapidario: “Por eso cuando escucho/ Que llegan las bandas de rock and roll/ Me quedo en mi casa/ Porque sé cuanto me voy a aburrir/ Porque muchos de ellos hoy son/ Igual que esos viejos tangueros de ayer/ Son exactamente igual a esos viejos tangueros que criticábamos ayer”. Es que las tramas “para-rockeras” que solían acompañar a tal género ya han sido cooptadas por la generalidad. El culto excesivo a las drogas como método de subversión (y/o experimentación artística) en este ansiolítico mundo moderno parece una broma de mal gusto. Actualmente, cuando la apolínea juventud “desorganiza sus sentidos” semana a semana sumida en el elixir pequeño burgués de las pastillas (correlato ilegal de los antidepresivos de sus progenitores) y el ritmo marcial de las músicas de trascendencia masiva (el dance, el reggaetón, la cumbia; formas del fascismo), no drogarse (o más bien hacerlo como algo natural y con la discreción necesaria para no transformarse en un idiota) parece instituirse como el verdadero factor de subversión. Rockear, en su sentido ideal y romántico, (hoy que hasta los zombis te ofrecen un faso), es tomarse el trabajo de abrir un libro y empezar a leerlo.
De esta forma, se construye algo cercano a una estética ideológica: superficial y compuesta en base a clichés en la mayoría de los casos, admirable en otros; pero casi siempre ambigua, transitando los espacios de la parodia y la contradicción: por ejemplo, cómo sostener la dialéctica de un grupo que se opone férreamente al capitalismo y cobra costosos sumas por tocar (he aquí la teoría de que el único cambio posible se puede realizar desde el interior del establishment, pero ésa es otra historia y excede estas líneas). Allí tenemos a Fito Páez enojado con Manu Chao: “¿quién se cree ese con todas sus tarjetas de crédito?”. Y a Fidel Nadal en los lejanos 90’ tildando al nacido en el 63’ de “careta” por asistir a la mesa de Mirtha Legrand (lo mismo, pero con 15 años de diferencia, le había ocurrido a García para la presentación de un disco extraordinario que cumple 30 años: La grasa de las capitales). Hoy el ex Todos tus Muertos estremece los oídos sensibles con sus elementales hits y le pone el cuerpo a una marca de zapatillas... Si hay algo que nos demuestra la Historia de la Polémica del Rock (que en la mayoría de los casos no suele ser más que una serie continua de chicanas entre sujetos con delirios de grandeza) es que es innecesario escupir hacia arriba porque la postura que se criticaba ayer, pasado mañana puede ser la tuya. Y así en la vida, pero estamos hablando de rock, ¿no?
Pero volvamos, es en esa apelación a un Otro distinto que se elige como interpelado (la Iglesia, las Fuerzas Armadas, el pequeño burgués, el Estado, los medios de comunicación, cualquier entidad de lo Convencional y Establecido que posea elementos aleccionadores) que la banda diseña a su público, quien elige desde su lugar en qué espacio se siente más identificado. (Aquí pareciera estar dejándose de lado la cuestión musical: no es así, sólo que difícilmente un anti-nazi se identifique con una banda que ensalce las bondades del Tercer Reich.) Esto trae aparejada otra contradicción representada eficazmente en el lema lennoniano “No sigan ídolos”, que se desarticula una vez enunciado. No seguir ídolos, entonces, sería seguir a Lennon… un ídolo. Consecuencia de esta compleja dinámica discursiva, el éxito siempre es un factor de alerta en el mundillo del rock. Supone tanto el triunfo y el bienestar económico de un grupo de personas, como la posibilidad de ser acusado de “transar” o “venderse” a la entelequia que en un principio se había despreciado: el Sistema, especie de cúmulo de estructuras (políticas, económicas y sociales) malignas e inabordables que tienden a alienar al individuo que, se supone, debería desear la Revolución. También el éxito masivo descubre el equívoco más atroz: perdurar en un discurso que se opone directamente al de su público (ahora atomizado y pertenecientes a diferentes capas sociales gracias a un gran hit o un disco vendedor). Este es un problema que los grupos pop desconocen (caso Soda Stereo), pero que ha llevado a serios malentendidos a quienes iniciaron su camino desde lo que con exageración y bastante ánimo anacrónico llamaremos el costado “contracultural”. O ni siquiera (los fans de Los Piojos pueden atestiguarlo). Un ejemplo claro es el de Bersuit Vergarabat, un grupo que fomentaba la supresión de los valores aceptados por la sociedad con una mueca irónica (“es prócer el que mata/ marica el que llora/ discreto el que no se ríe/ decente el que no baila”), que denostaba abiertamente a un otro opresor (“nos tildan de ladrones, maricas, faloperos/ y ellos sumergieron a un país entero/ pues así se roban más dinero”), que se burlaba de la tiranía rockera componiendo cumbias y terminó titulando un disco La argentinidad al palo. En el tema homónimo de aquella “obra”, se enumeraban en forma crítica (y algo tosca, a decir verdad) objetos “culturales” vinculados al decálogo inconsciente de la identidad nacional: la calle más larga, las minas más lindas del mundo, el dulce de leche, el gran colectivo... El efecto deseado era que tal inventario de vulgaridades pusiera en evidencia la condición real del supuesto “ser nacional”. El público (ahora sostén y habitual consumidor de estos postulados) no interpretó la “sutiliza” y se acostumbró a corear “Argentina, Argentina” (como en un partido del Mundial 78’) una vez finalizada la canción. Aquella simbología chabacana que el artista pretendía demoler, era tomada como una alusión positiva.
A medida que los años fueron pasando y la corriente musical (cada vez más ajena a cualquier estándar de “movimiento” o “filosofía de vida”) fue convirtiéndose en un negocio millonario alrededor del Planeta, ocurrió la paradoja: artistas de rock observando en el propio “Rock” un emergente del Sistema opresor y eligiendo a éste como objeto interpelado. El precursor no es sino otro que el gran Frank Zappa, que como recuerda Fabián Casas en uno de sus “Ensayos Bonsái”, jamás se denominó un músico de rock, sino músico a secas. “We're Only In It For The Money” (Sólo estamos en esto por el dinero) fue la contracara perfecta al Sgt. Peppers’s de los cuatro de Liverpool. A nivel local, los casos son numerosos. Desde Moris atacando al “burgués más corrompido que existe” que se hacía pasar por hippie con su “aire ausente y despreocupado” hasta “Introducción, declaración, adivinanza”, un tema del primer disco de Pez que en pleno auge post-mortem Cobain (1994) espetaba: “Voy a morir de viejo/ No voy a estar quemado/ No tengo nada que ver con tu idea del rock”. Uno de los más recientes es “¿Cuál es tu rock?”, un efímero hit Los Látigos que con la típica esnobidad elitista del rock under, deconstruía el imaginario impostado de cierto sector autóctono tendiente a creer que la mención del término “rock” los hacía formar parte de la experiencia (Pier y su “Sacrificio y rock and roll” es el notable ejemplo). Pero el súmmum de la crítica meta-rockera puede remontarse a aquel viejo tema de principios de los 80’ que Litto Nebbia tituló “Tengo un rocanrol en la cabeza”. Allí, el ex Gatos desarrollaba un ácido cuadro de situación del panorama, estableciendo la ambivalencia de las diferentes concepciones sobre el género y la utilización discrecional de los medios de comunicación, hasta acabar con un lapidario: “Por eso cuando escucho/ Que llegan las bandas de rock and roll/ Me quedo en mi casa/ Porque sé cuanto me voy a aburrir/ Porque muchos de ellos hoy son/ Igual que esos viejos tangueros de ayer/ Son exactamente igual a esos viejos tangueros que criticábamos ayer”. Es que las tramas “para-rockeras” que solían acompañar a tal género ya han sido cooptadas por la generalidad. El culto excesivo a las drogas como método de subversión (y/o experimentación artística) en este ansiolítico mundo moderno parece una broma de mal gusto. Actualmente, cuando la apolínea juventud “desorganiza sus sentidos” semana a semana sumida en el elixir pequeño burgués de las pastillas (correlato ilegal de los antidepresivos de sus progenitores) y el ritmo marcial de las músicas de trascendencia masiva (el dance, el reggaetón, la cumbia; formas del fascismo), no drogarse (o más bien hacerlo como algo natural y con la discreción necesaria para no transformarse en un idiota) parece instituirse como el verdadero factor de subversión. Rockear, en su sentido ideal y romántico, (hoy que hasta los zombis te ofrecen un faso), es tomarse el trabajo de abrir un libro y empezar a leerlo.
16 comentarios:
Chesterton decía hace 100 años que "no puede haber futuro para la literatura de la blasfemia; porque, si fracasa, fracasa, y si triunfa, se convierte en literatura respetable". A lo mejor el éxito en el rock es ser padre de una obra artísticamente satisfactoria, vivir sin mayores lujos y aceptar con alegría estar en los márgenes del sistema. O sea, Nebbia y Spinetta son los verdaderos exitosos, no Charly o el Indio o Calamaro.
Te falto la foto de Nadal con el embajador Wayne (?).
El flaco estuvo en la rosada. Sólo nos queda nebbia, pero no es un ejemplo muy piola.
Otros que no me imagino en la rosada:
Luca Prodan
Ricardo Iorio
Riky Espinosa
Adrián Dargelos
Ricardo Iorio es nazi, basta de adular a ese racista.
Luca Prodan estuvo con Badía. Mollo siempre cuenta la anécdota.
Adrán Dargelos ya va a ir.
¿Nebbia no se murió en 1980?
Al margen, esta idea del "rock" o la el perfil del "Músico de rock" es charla obligada para los 18 años. Es generacional. No es que cambian los músicos, es que nacen nuevos seres humanos. HAsta que se hacen grandes y se dan cuenta de que Papá no es superman, que el tío es un garca, que Dios es un invento, y que lo que queda es el principio de placer, nada más. Y nada menos!
Che, el silogismo de Lennon no es tan acertado. Evidentemente, estaba pidiendo que no lo sigan. o quería no ser un ídolo. o algo así. Supongo.
La canción sería como una de las mínimas reducciónes de la música, un compacto de acordes con una línea conceptual. Las obras no existen, ya lo decía el Maestro. Existen esas pequeñas posibilidades, esas reducciones. Charly es un idiota o no. Lo es de a ratos. Lo fue. Lo será. Pero compuso Desarma y Sangra. Ok.
Saludos
Lo que intenté decir fue que las series "músico de rock" y "visitante de la rosada" son inconmensurables.
O si querés, el hecho de que vayan o no a la rosada no me dice nada. Hay mediocres que no irían (Cerati, Iorio), mediocres que sí irían (Mollo, Pertusi, Ciro de Los Piojos), buenos que no irían (Minimal, Gabo Ferro, Dargelos, Melero, el Indio Solari) y buenos que sí irían (Me Darás Mil Hijos, Santiago Vazquez)
JBM, Galli: Nebbia sí estuvo en la Rosada, pero no quiere decir nada creo, el post no apuntaba a eso pero si la discusión va por allí, que vaya. Y con Nebbia (ya sé que esto va a sonar mal, pero medio como que la situación lo obliga después de lo dicho por el inefable Galli) fui a tomar un café cuando vino a tocar a Mar del Plata y está, les aseguro, mucho más vivo que nosotros. Por favor antes de criticar escuchen Melopea, Muerte en la Catedral, Huinca, Despertemos en América Rock de la mujer perdida, Beat Nº 1, Los Gatos, 1981, Sólo se trata de vivir, Los músicos del Centro, Danza del corazón, The Blues, etc.
Estoy de acuerdo con lo de Iorio.
Y también con lo siguiente: "A lo mejor el éxito en el rock es ser padre de una obra artísticamente satisfactoria, vivir sin mayores lujos y aceptar con alegría estar en los márgenes del sistema".
Muchas gracias por todo, es más, ya que estamos boludo-rockeando: gracias totales.
Me parece que va siendo hora de dejar de esperar cosas del rock. No sé, escucho rock hace más de diez años, más de quince, y es un poco como dice Galli, la discusión acerca de la legitimidad ideológica o la honestidad intelectual está bien hasta los dieciocho. Me parece copado el análsis que hacés de todos modos porque ayuda a pensar esa idea de que los ídolos son de cera, con mucho calor se derriten. Frank Zappa, que de loco sólo tenía la cara, estuvo bien: hay que hablar de músicos y no de músicos de rock, hay que hablar de música y no seguir poniendo etiquetas a las cosas. El rock como canción popular ha dado grandes cosas, pero hay que decir que hace bastante que se ha convertido en una maquina andando en piloto automático. Sobre todo en lo rítmico; por acá todavía tenemos algo de suerte y quedan caraduras que quieren seguir apostando a la mezcla, a la búsqueda... Pero buscando en el mainstream de afuera (digo, lo que siempre marca tendencia, USA y Inglaterra) es bastante chato todo: tu-pa-tutu-pa, como decía un baterista amigo. Y así todo.
Rock is dead, y viva la música. Para que Zappa se abrace con Falú y todos estemos contentos.
Y basta de matar a cerati, que toca lindo la guitarrita e hizo buenas canciones que les gustaban a los palermitanos de ayer; los de hoy prefieren ser distintos invocando quién sabe qué mito escondido del under. Eso pasa siempre.
Perdón por haberme ido a la mierda con la extensión.
Saludos
Y ésta va con inocencia y buena onda (en serio): ¿Cómo se explica minimal?
Más allá de los colores que le agregó a los cadillacs, y su innegable virtuosismo en la guitarra, no termino de encontrarle la gracia a un tipo que se esmera en refritar una y otra vez a pescado rabioso, al rock sucio y duro de los 70 cuando ya hubo pescado rabioso y rock sucio y duro de los 70, en los 70. Y, siendo justos, canta bastante mal.
¿Tanto pesa la bandera de ser independiente?¿hay en la argentina gente que no sea independiente -quitando los casos obvios de los músicos armados por las compañías- a la hora de hacer música? Fuera de su dudoso gusto ¿alguien duda de la autenticidad de miranda o de diego torres? Yo les creo, quizá porque no levantan el estandarte del under como mito de lo inmaculado.
A minimal también le creo, pero no lo entiendo, sencillamente. Y creo que es un poco exagerado colgarle a mollo el mote de mediocre.
Nada más. Saludos
La calidad de la obra y la posición ideológica ante el mercado no guardan relación alguna. Los Beatles estaban en EMI, y hace unos años Valeria Lynch se editaba a sí misma (!): para mí la discusión se terminó ahí.
PS: Valeria Lynch es bastante más afinada que el promedio del cantante rockero argento en vivo.
Lito Nebbia es un desastre, lo digo, lo firmo, lo sello, lo fundamento, lo proclamo, lo grito. Lo único que hizo fue estar Los Gatos tocando rock cuando las nenas y los nenes no entendían nada. Encima fui bueno, para mí murió mucho antes de 1980. Escuché todo lo que decís y es un desastre. Las letras son peores que las de Cucho de los Auténticos. Mucho peores. Es más, las de Cucho me caen mucho mejor, no tiene pretensiones.
El disco que Clamaro hizo con Nebbia es uno de los grandes olvidables del rock nacional.
Y Cerati mediocre???? Puede no gustarles (en fin...), pero decir que es un mediocre, mamma mía. Y mollo mediocre???? Bué, para mí que Charly no sabe más de tres acordes de piano!!! Ayu, ay, ay
Se me hace muy dificil, pero trato de pensar sólamente en las canciones de los artistas, porque si esperara coherencia a lo largo de sus años en sus manejos públicos o contacto con los políticos, tendría que dejar de escucharlos. Al parecer Mollo tiene demasiados problemas para componer, que se joda por buscarse una bomba tan out of his league.
saludos!
p.d: Cito una respuesta de Moretti a la revista XXIII que me parece inusual en los rockeros:
http://www.losestelares.com.ar/prensa/el-rock-tiene-prejuicios-con-la-palabra-amor/
–¿Escribiste un tema llamado “Los 90”. ¿Cómo te pegó el menemismo?
–Mal. Fue una década infame, lo sufrí y sigo sufriendo muchísimo. Cuando no me podía dormir, para encontrar un lugar de paz imaginaba cómo mataba a Menem en la plaza pública. planeaba cómo sorteaba la guardia y le pegaba un tiro en la sien. Lo odio por todos estos años de no pertenecer. Él y Tinelli representan el cinismo, por haberle demostrado a la sociedad que afanando diez días se puede vivir una vida, que construir no tiene sentido. La clase media que se olvida de todo por ir a Cancún y tener un poco de dinero… dinero que nadie pensó que no era nuestro. Pero repito, yo laburaba cuatro horas y ganaba 1.800 dólares: esa plata no podía ser mía. De lo que me tocó vivir no hay como esa década infame. El país sigue siendo menemista, no es casual que esté Tinelli.
Está muy bien lo que decís pero me hizo mucho ruido que el dance, el reggaetón, la cumbia son formas del fascismo.
Vaaamos, se te fue un poco a la mano ahí.
Lo banco a Nebbia, justamente si hacía rock cuando los demás no entendían nada es porqué fue un adelantado. Y los discos de Los Gatos tienen muchísima más onda que los de Almendra y Manal. Hasta Melopea lo defiendo, de lo que hizo después no me hago cargo.
¿Cómo se hace para discutir los gustos o disgustos de otro en ausencia de argumentos?
a mi me gusta valeria lynch, mayhem y john cage...
si todos fueramos mas eclecticos el mundo seria un poquito mejor.
Zappa canto con John, y despues escuchamos a John y decimos: Uh le pego el sonido de Zappa;
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