Transición:
Antonio Di Benedetto era humano. El silenciero (1964) es una novela de transición, no por casualidad está entre medio de dos hitos de la narrativa argentina. No es mala (probablemente Di Benedetto no haya escrito nada que remotamente entre en el orden de lo “malo”), sí, tal vez, comparada con Zama y Los suicidas, parezca menor.
Trilogía:
Es usual que se hable de trilogías sólo para armar un corpus y etiquetar obras con un título llamativo (nadie parece interesarse por novelas que formen una dupla o una pareja, incluso se trata de un tópico inexistente (1); la “trilogía”, en cambio, atrae: actualmente arrasa la de Larsson). Las novelas mencionadas, sin embargo, son la excepción a la regla y comparten aspectos que se vinculan fuertemente:
-las características topológicas de los tres personajes principales son prácticamente las mismas (inclusive en su devenir psicológico cercano a la paranoia y la esquizofrenia);
-el estilo (entelequia en la que podríamos reunir la sintaxis, el campo semántico y la articulación de distintos géneros literarios llevados a cabo por el autor), con cambios y evoluciones favorables, responde a un patrón reconocible;
-la elección de un tema o motivo que se mantiene a lo largo de toda la novela: el desarraigo (Zama); el suicido (Los Suicidas); el ruido (El Silenciero). Se pueden nombrar otros pero estos son los más identificables.
Solidez:
Tal unidad estético-estructural otorga a la obra de Di Benedetto una identidad muy marcada. Si algo se puede asegurar del autor de Zama es que su obra es sólida, de una regularidad que linda con la perfección (la lectura de sus Cuentos Completos me dará un panorama general) y no encuentra paralelos en sus contemporáneos.
Cine:
Otro aspecto que tienen en común las novelas de la trilogía (en este caso uno más bien subjetivo) es el potencial traslado a la pantalla o la representación teatral de sus historias. La economía de los diálogos, los escasos personajes, los ambientes cerrados confluyen en posibles proyectos cinematográficos.
Fantástico:
La novela posee un prefacio llamativo:
De haber ocurrido, esta historia supuesta pudo darse en alguna ciudad de América Latina, a partir de la posguerra tardía (el año 50 y su después resultan admisibles).
Esta advertencia explicita un dato curioso: las novelas de Di Benedetto, a pesar de causar un claro efecto de extrañamiento en los lectores, pueden comprenderse en el campo del realismo. No, por supuesto, con las pautas rígidas del Siglo XIX, pero sí por narrar historias que se suceden en el mundo real y no contienen elementos que obturan el marco de verosimilitud. Como la ciencia ficción de James G. Ballard, lo fantástico en Di Benedetto se halla en los cerebros de sus personajes. Inclusive (ya en tren de trazar semejanzas insospechadas) podemos atisbar que los itinerarios de los personajes de Ballard y Di Benedetto son similares: seres alienados, que se pierden en tramas cognoscitivas hasta no poder discernir la “realidad” de la ilusión óptica o mental. Los paradigmas reconocibles de esta conexión secreta (hasta hoy) serían La isla de cemento y Zama.
Clásico:
Los primeros párrafos de El Silenciero configuran la estructura conocida: el personaje dibenedettiano arquetípico (lacónico, solitario, algo brutal) con una perturbación manifiesta (esta vez los ruidos que le llegan desde el exterior interrumpiendo su vida cotidiana) y unos pocos personajes que lo rodean. Entre estos últimos sobresale Besarión, mitómano y enigmático, de indudable reminiscencia arlteana, parece salido de Los 7 locos. Las mujeres también guardan rasgos en común con las que luego brillarían en Los Suicidas. La madre omnipresente y la disyuntiva entre dos amanes: Leila y Nina, que dice cosas como “Cuando he hecho daño o me siento triste, cuando estoy con alguien y me deja sola, canto”. Así son los personajes femeninos de Di Benedetto, discretos y entrañables.
Problema:
Durante la primera parte, la historia avanza elegantemente, con ese humor seco, esas personalidades misteriosas y el bendito ruido acechando, que obliga al protagonista a rebelarse contra radios, motores y gritos. El “problema” comienza en la segunda parte. Di Benedetto es un campeón de la elipsis (comentábamos sobre Los Suicidas el pulso magistral para describir un encuentro sexual, apuntando, simplemente: “Después voy con ella y encarnamos”) pero lo velado aquí parece construido con trazos demasiado gruesos. De pronto han pasado tres años, los protagonistas han iniciado un derrotero absurdo escapando del ruido, el inequívoco proceso de locura del protagonista se ha acelerado pero no hay huellas persistentes en el texto que expliquen el por qué. La asimilación de estos sucesos por parte del lector es forzada. Se percibe (en forma incomprobable: ¿qué sabremos nosotros de las intenciones y los errores de un autor?) que Di Benedetto se encontró llegando al final de la novela sin una resolución precisa y apuró los términos mezclando todo. Apartados pseudos-filosóficos (inéditos en su obvio divague) no hacen más que enturbiar el panorama:
Aunque si estoy conmigo, estoy acompañado. Ya que si estoy conmigo no soy yo solo, somos dos. “Estar con” indica “alguien o algo junto a”, no el mismo.
Si somos dos, constituimos uno y el otro. ¿Cuál de ellos soy? Digo: yo y el que está conmigo. Luego, el que está conmigo es el otro. ¿O si digo “estar conmigo” supongo “un yo” y otro “un yo”?
Contratapas:
Que las contratapas son problemáticas es una verdad que no necesita ser dicha. Cuando no cuentan todo el contenido del libro hasta en sus detalles más específicos (el ejemplo más absurdo de este tipo ocurre con la edición de El pasado, de Alan Pauls) mienten descaradamente. Edgardo Dobry, para el El País de Madrid, afirma que en El Silenciero “Di Benedetto alcanza la cima depurada de su manera y de sus temas”. Uno puede gustar más de El Silenciero que de Los Suicidas, pero habiendo leído los tres tomos de la trilogía es ineludible que Di Benedetto “alcanza la cima depurada de su manera y de sus temas” en Los Suicidas y que el que dice lo contrario falta a la verdad.
(1): Una dupla que comprueba mi teoría: Rayuela-62/Modelo para armar. La primera probablemente sea la novela más mencionada. Su secuela a nadie le incumbe.
Antonio Di Benedetto era humano. El silenciero (1964) es una novela de transición, no por casualidad está entre medio de dos hitos de la narrativa argentina. No es mala (probablemente Di Benedetto no haya escrito nada que remotamente entre en el orden de lo “malo”), sí, tal vez, comparada con Zama y Los suicidas, parezca menor.
Trilogía:
Es usual que se hable de trilogías sólo para armar un corpus y etiquetar obras con un título llamativo (nadie parece interesarse por novelas que formen una dupla o una pareja, incluso se trata de un tópico inexistente (1); la “trilogía”, en cambio, atrae: actualmente arrasa la de Larsson). Las novelas mencionadas, sin embargo, son la excepción a la regla y comparten aspectos que se vinculan fuertemente:
-las características topológicas de los tres personajes principales son prácticamente las mismas (inclusive en su devenir psicológico cercano a la paranoia y la esquizofrenia);
-el estilo (entelequia en la que podríamos reunir la sintaxis, el campo semántico y la articulación de distintos géneros literarios llevados a cabo por el autor), con cambios y evoluciones favorables, responde a un patrón reconocible;
-la elección de un tema o motivo que se mantiene a lo largo de toda la novela: el desarraigo (Zama); el suicido (Los Suicidas); el ruido (El Silenciero). Se pueden nombrar otros pero estos son los más identificables.
Solidez:
Tal unidad estético-estructural otorga a la obra de Di Benedetto una identidad muy marcada. Si algo se puede asegurar del autor de Zama es que su obra es sólida, de una regularidad que linda con la perfección (la lectura de sus Cuentos Completos me dará un panorama general) y no encuentra paralelos en sus contemporáneos.
Cine:
Otro aspecto que tienen en común las novelas de la trilogía (en este caso uno más bien subjetivo) es el potencial traslado a la pantalla o la representación teatral de sus historias. La economía de los diálogos, los escasos personajes, los ambientes cerrados confluyen en posibles proyectos cinematográficos.
Fantástico:
La novela posee un prefacio llamativo:
De haber ocurrido, esta historia supuesta pudo darse en alguna ciudad de América Latina, a partir de la posguerra tardía (el año 50 y su después resultan admisibles).
Esta advertencia explicita un dato curioso: las novelas de Di Benedetto, a pesar de causar un claro efecto de extrañamiento en los lectores, pueden comprenderse en el campo del realismo. No, por supuesto, con las pautas rígidas del Siglo XIX, pero sí por narrar historias que se suceden en el mundo real y no contienen elementos que obturan el marco de verosimilitud. Como la ciencia ficción de James G. Ballard, lo fantástico en Di Benedetto se halla en los cerebros de sus personajes. Inclusive (ya en tren de trazar semejanzas insospechadas) podemos atisbar que los itinerarios de los personajes de Ballard y Di Benedetto son similares: seres alienados, que se pierden en tramas cognoscitivas hasta no poder discernir la “realidad” de la ilusión óptica o mental. Los paradigmas reconocibles de esta conexión secreta (hasta hoy) serían La isla de cemento y Zama.
Clásico:
Los primeros párrafos de El Silenciero configuran la estructura conocida: el personaje dibenedettiano arquetípico (lacónico, solitario, algo brutal) con una perturbación manifiesta (esta vez los ruidos que le llegan desde el exterior interrumpiendo su vida cotidiana) y unos pocos personajes que lo rodean. Entre estos últimos sobresale Besarión, mitómano y enigmático, de indudable reminiscencia arlteana, parece salido de Los 7 locos. Las mujeres también guardan rasgos en común con las que luego brillarían en Los Suicidas. La madre omnipresente y la disyuntiva entre dos amanes: Leila y Nina, que dice cosas como “Cuando he hecho daño o me siento triste, cuando estoy con alguien y me deja sola, canto”. Así son los personajes femeninos de Di Benedetto, discretos y entrañables.
Problema:
Durante la primera parte, la historia avanza elegantemente, con ese humor seco, esas personalidades misteriosas y el bendito ruido acechando, que obliga al protagonista a rebelarse contra radios, motores y gritos. El “problema” comienza en la segunda parte. Di Benedetto es un campeón de la elipsis (comentábamos sobre Los Suicidas el pulso magistral para describir un encuentro sexual, apuntando, simplemente: “Después voy con ella y encarnamos”) pero lo velado aquí parece construido con trazos demasiado gruesos. De pronto han pasado tres años, los protagonistas han iniciado un derrotero absurdo escapando del ruido, el inequívoco proceso de locura del protagonista se ha acelerado pero no hay huellas persistentes en el texto que expliquen el por qué. La asimilación de estos sucesos por parte del lector es forzada. Se percibe (en forma incomprobable: ¿qué sabremos nosotros de las intenciones y los errores de un autor?) que Di Benedetto se encontró llegando al final de la novela sin una resolución precisa y apuró los términos mezclando todo. Apartados pseudos-filosóficos (inéditos en su obvio divague) no hacen más que enturbiar el panorama:
Aunque si estoy conmigo, estoy acompañado. Ya que si estoy conmigo no soy yo solo, somos dos. “Estar con” indica “alguien o algo junto a”, no el mismo.
Si somos dos, constituimos uno y el otro. ¿Cuál de ellos soy? Digo: yo y el que está conmigo. Luego, el que está conmigo es el otro. ¿O si digo “estar conmigo” supongo “un yo” y otro “un yo”?
Contratapas:
Que las contratapas son problemáticas es una verdad que no necesita ser dicha. Cuando no cuentan todo el contenido del libro hasta en sus detalles más específicos (el ejemplo más absurdo de este tipo ocurre con la edición de El pasado, de Alan Pauls) mienten descaradamente. Edgardo Dobry, para el El País de Madrid, afirma que en El Silenciero “Di Benedetto alcanza la cima depurada de su manera y de sus temas”. Uno puede gustar más de El Silenciero que de Los Suicidas, pero habiendo leído los tres tomos de la trilogía es ineludible que Di Benedetto “alcanza la cima depurada de su manera y de sus temas” en Los Suicidas y que el que dice lo contrario falta a la verdad.
(1): Una dupla que comprueba mi teoría: Rayuela-62/Modelo para armar. La primera probablemente sea la novela más mencionada. Su secuela a nadie le incumbe.
3 comentarios:
Como dije cuando lei esta novela el mes pasado, Di Benedetto es justo y preciso, en la sintaxis y en todo lo demas.
Yo, sin embargo, elijo Zama. Quizás Los suicidas sea el punto más alto como vos decís, pero yo encuentro es punto en Zama. Si algún día escribo los primeros tres párrafos de esa novela, cierro todo y me pongo una mercería.
Qué bueno que nombrás las novelas de Cortázar. De todos modos, yo creo que esa dupla a la que hacés referencia no es tal, al menos en mi humilde opinión.
Yo advierto que en realidad, 62 es una extensión de Rayuela en forma de capricho por parte del autor. No debió salir como novela separada, pero tampoco "cabía" en Rayuela. El gran Julio la editó porque venía con la fama de la anterior, pero es una obra muy personal, y no discuto si a alguien no le gusta. A mí me llegó porque justamente estaba obnubilado con Rayuela, y sólo leía esa melodía. A la distancia, y en la relectura, tengo mis reparos.
Por cierto, la edición original de 62/Modelo para armar, es, sin lugar a dudas, la mejor tapa de libro de literatura argentina. Me refiero al diseño.
A este:
http://www.queleo.com/productos/libros-antiguos/literatura-argentina/literatura-argentina-1edicion/img/62.modelo.para.armar.JPG
Saludos!!!
honestamente no he leido lo que deberia leer para hacer un comentario aquí, pero sí he leido el comentario que me dejaste, y primero GRACIAS! me alegra que te haya gustado mi planteo de la problematica actual de las fotos alimenticias; segundo, me encanta catcher in the rye.
saludos!!! :)
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