Ignatius Reilly y el voto calvinista de los conservadores rurales

I

La vida es maravillosa. Cuestiones que en el pasado nos entristecieron, con el tiempo se convierten en anécdotas que te hacen reír a carcajadas. Mientras se desintegra un amor, nace otro, casi al mismo tiempo y sin que nos demos cuenta. Tal vez no tengamos plata, pero existen el sol, los perros, los feriados. Los domingos comemos ravioles. Tu equipo desciende de categoría, al año siguiente vuelve y te das cuenta que era mejor estar en la B. La muerte, unánimemente reconocida como la parte oscura y misteriosa que vacía de sentido la vida, tal vez sólo sea el pasaje a un mundo mejor. Pero si hay algo extraordinario es la lectura, el único invento de la Humanidad capaz de sacar al hombre de la dictadura de las conchas. En Trópico de Cáncer, un personaje obsesionado con el sexo (indistinguible, ya que todos los personajes de la novela de Miller están obsesionados con el sexo) explora una vagina con una linterna y se da cuenta que no le gusta. Entonces se da vuelta y empieza a leer un libro.

II

Después también existen las personas que nadie ama y nadie hace feliz y nadie nada nunca. Ésas son las personas que escriben libros y después se suicidan. John Kennedy Toole pertenece a la casta infame. Un muñeco del peor destino. Un genio que pensaba lo que los demás no se animaban. ¿Y cómo piensan los genios? Bioy Casares cuenta en su monumental diario que Borges se aterrorizaba de "emitir" brazos y piernas, se sentía atrapado en su cráneo y a veces quería salir de allí adentro. Es decir, los genios piensan raro. 

III

En un rincón, Maravilla Martínez. En el otro, Roberto Bolaño. Al primero le preguntan por su extraño hábito, la lectura. Dice que lee muchos libros, pero que su favorito es La conjura de los necios. A Bolaño le preguntan cuáles son sus cinco libros favoritos. Es la última entrevista que le hacen en su vida. Mis cinco libros favoritos, exagera (como siempre), en realidad son cinco mil. Y entre esos cinco mil, menciona La conjura de los necios. O sea que sí. La pregunta que usted se hacía y no lo dejaba dormir por las noches tiene respuesta: a Maravilla Martínez y Roberto Bolaño los une La conjura de los necios. En caso de que usted no se haya preguntado nunca qué tienen que ver Maravilla Martínez y Roberto Bolaño: sencillamente deje de mentir, no le creo.  

IV

La analogía habitual que se hace a partir de Ignatius Reilly, el protagonista de La conjura, es con El Artista antes llamado Alonso Quijano. Los dos buscan similitudes entre el lenguaje de sus obras predilectas (las novelas de caballería, Boecio) y las cosas del mundo real. Pero estas búsquedas sólo desembocan en el vacío que produce comparar la ficción mental con la vida cotidiana. Lo que los vuelve "locos" es que siguen adelante con su cruzada a pesar del desfase. Todas sus acciones están destinadas a restaurar un mundo que ya no existe. Ignatius quiere que la sociedad, en pleno Siglo XX, vuelva a los valores de la Edad Media. Pero es un hombre obeso de 30 años, que vive con su madre y necesita un empleo para saldar sus deudas. Como en la vida, la distancia entre el deseo y la realidad es la medida de la comicidad y la tragedia. Fisonómicamente Ignatius es también el precursor del Homero Simpson obseso que consigue un permiso para trabajar desde su casa .Y de la etapa cubana de Diego Maradona. 

IV) a)

Las dos revoluciones equivocadas de Ignatius son los vectores narrativos por los que fluye la novela. Al igual que Néstor Kirchner, Ignatius se convierte en nuestro ídolo a través de la apropiación de causas sociales que le son ajenas. Primero trabaja en la oficina de una fábrica de jeans. Rebela a los trabajadores negros contra el Señor González, un pobre tipo que es todo lo contrario al explotador: ¡más bien es explotado psicológicamente por  Ignatius! Después consigue su puesto como vendedor callejero de salchichas en el barrio francés. Allí ve a un homosexual disfrazado de marinero y se le ocurre poblar el ejército de homosexuales con el objetivo de que los militares se la pasen en orgías y reine la paz en el mundo. A través de Dorian, un marica conocido, prepara una reunión de homosexuales organizados. Cuando llega al encuentro, el supuesto mitín político es una fiesta gay con música a todo volumen en la que se propagan distintas formas de fetichismo. Al observar el panorama, el genial Ignatius pronuncia una de las líneas de diálogo más sublimes de la literatura: "Ya veo que tendremos muchos problemas para atraernos el voto calvinista de los conservadores rurales".       

V

En una vieja entrevista que aparece en El concepto de ficción, Juan José Saer reivindica la especificidad del escritor como individuo frente a las distintas variables de la sociedad a la que pertenece (modas, nacionalidad, influencias culturales, etc). Un escritor sólo puede representarse a sí mismo. En tiempos de "reducción ideológica, de planificación represiva" la apuesta estética es también una posición política. Y luego aparece una de esas frases pop a las que Saer era tan afecto en sus ensayos: "Los grandes creadores representan a su época sólo contradiciéndola". La novela de Keneddy Toole, escrita en el año 1962 (cuando tenía 25 años), es fiel exponente de su ambiente e incluso adelanta tópicos que marcarían la década. En La conjura de los necios se denuncia el racismo, la discriminación, el macartismo. Su estructura formal es la de una novela clásica que entrecruza varias historias a través de un narrador omnisciente. El gran creador, claro, no es Toole, sino Ignatius. Homofóbico, xenófobo, a favor de la castidad, en contra de la lucha por las libertades individuales y las nuevas formas de entretenimiento.  Su modo de escritura es un diario con tono de panfleto, un género perimido. Su némesis es Myrna Minkoff, su ex novia, parodia de la mujer modelo de los 60: ve fascistas hasta en la sopa, maneja una terminología psicoanalítica descabellada y habla todo el tiempo de su sexualidad. No los une el amor sino el espanto. La verdad es que Toole inventó un personaje que lo excede. Ignatius es más grande que Toole. Y en eso también se parece a Cervantes.

VI

Hay diferentes tipos de escritores. Escritores con fama y escritores con prestigio. Escritores voluntariosos y escritores talentosos. Escritores con amigos y escritores con lectores. Hay escritores que se dicen "escritores" y hay otros a los que jamás se les ocurriría decir tal cosa. Escritores que ponen su genio en la vida y otros que ponen su genio en la obra y otros que no tienen genio o no saben dónde ponerlo. ¡Hay incluso escritores que son escritores! Y otros que hacen o trabajan de escritores ante una tribuna (casi siempre irreal). Es decir que representan el estereotipo de lo que nuestras abuelas suponen que es un escritor. Se ocupan tanto de ser escritores que no tienen tiempo de escribir. No es que estas categorías se anulen entre sí. Es más: no es que estas categorías sean reales. No hace falta decirlo: ¿qué sé yo de escritores? Y: ¡¿vaya a saber uno qué tipo de escritor era John Kennedy Toole?! La leyenda (tan lineal, sintética, didáctica, mítica) dice que se mató porque nadie quiso publicarle La conjura de los necios (su edición fue póstuma, en 1980). Lo que indica tres cosas:

1) Que un gran escritor también puede ser un gran estúpido. Que un gran escritor puede confundir publicar con escribir, lo que no sería grave si no llegara al punto de confundir publicar con vivir.

2) Que cuando aparece un verdadero genio se lo puede identificar por un signo: ¡todos los necios se conjuran contra él! Esa frase se atribuye a Johnathan Swift. Es el epígrafe de la novela de Toole. Swift estaba completamente loco. Pasó los últimos años de su vida yendo de la cama al living, repitiendo la frase de Dios que tanto fascinaba a Borges: "Yo soy el que Soy". Frase que, por otro lado, podría pasar tranquilamente por una declaración de principios de Maradona. 

3) Que si John Kennedy Toole viviera en la actualidad, no se hubiese suicidado. De alguna forma su novela terminaba en internet. Siempre sospechamos que el mundo estaba repleto de tarados. Las diferentes plataformas virtuales de autogestión artística no hacen más que comprobar empíricamente aquella hipótesis. La diversidad multiplica el número de espacios de expresión, pero también conduce al facilismo y acumula información innecesaria. Por otro lado, nadie niega que los espacios de expresión sean buenos, que los espacios de expresión sean excelentes espacios, hermosos espacios, reverendos espacios. Espacios a los que uno no dudaría en chuparles el culo si los espacios tuvieran culo, claro. Porque si hay algo que uno aprende en la vida es que sólo se puede chupar el culo de aquello que tiene culo y está en el espacio. Y que más que chupar culos, uno lame culos, porque los culos casi nunca caben en la boca. En lo que sí todos estamos de acuerdo es en hablar con propiedad, por lo tanto propongo que a partir de ahora hablemos de chupar "una parte del culo" y no un culo entero. Lo que nadie dijo de los espacios de expresión es que en la mayoría de los casos sólo son positivos para quienes se expresan. ¡Nadie pensó en quienes tienen que recibir la expresión de los expresivos! Sólo las hermanas extremas: la derecha y la izquierda. En este momento escribo y soy feliz. Tengo un vaso de Coca Cola fría y observo el cielo de Mar del Plata a través de la ventana. Hago eso "lindo": me expreso. Soy la corriente del río. Soy la piedra de una gomera. Soy la bengala perdida. Soy. Soy. Soy. Soy un gran Yo. No me interesa el hipotético sinsabor de quien desprevenidamente cae por aquí y se encuentra con un texto anal, que no sólo habla sobre culos, sino sobre la diferencia entre chupar y lamer culos. Es hermoso cantar en la ducha. Hoy todos son fotógrafos, todos son poetas, todos son escritores y periodistas. Y lo peor es que algunos se lo toman en serio. No existe casi nadie que no tenga un link propio para mostrarte. Y tampoco existe nadie que se anime a responder las tres grandes verdades:

Verdad 1): No me interesa tu disco, prefiero escuchar a Charly García.

Verdad 2): No me interesa tu novela/cuento/poema/blog, prefiero leer a Borges.

Verdad 3): No me interesan tus fotos cool, prefiero ver las del cumpleaños número 80 de mi abuela. 

Alguien dirá: "pero éste no quiere a nadie". A lo que yo responderé: "Para qué querer algo más si ya tenemos a Charly García, a Borges, a nuestra abuela". Hemos arruinado el universo simbólico con nuestras veleidades artísticas. La conjura de los necios tal vez fuera una novela por entregas de un blog llamado Teología y Geometría o Decencia y Buen Gusto, las cuatro cosas que, según Ignatius, le faltan al mundo moderno. Obviamente, no lo leería nadie. Pero Toole no se suicidaría. Los bloggers no se suicidan, se van a Twitter. 

VII

Se supone que escribía sobre La conjura de los necios, pero me fui por las ramas. Es que eso es lo bueno de los espacios de expresión. Uno puede decir lo que quiera.

VIII

La fotografía de Kennedy Toole muestra a un tipo que todos conocimos. Es el gordo al que bardeamos en la secundaria. Ése al que le aterrorizaba gimnasia. Ése que se enamoraba de compañeras imposibles. Ése que probablemente lloraba en la oscuridad de su habitación antes de dormir. Después adelgazó. O mató a John Lennon. O, de la nada, cagó a tiros a varios clientes de un supermercado. Toole, por su parte, no jodió a los demás. Dejó una obra maestra, un personaje legendario y una biografía enigmática. Después entró a su auto y aspiró los residuos del caño de escape hasta que no existió más. ¿Cuál habrá sido su último pensamiento?