Del 10 al 13 de abril estuve en la ciudad de Azul
invitado a participar en el FILBA Nacional. Una de las actividades que me
encomendaron fue dar un paseo en bicicleta junto a Roque Larraquy por la famosa
Ruta Salamone, que incluye alguna de las obras que el mítico arquitecto realizó
en los años 30. El objetivo de la experiencia era escribir un texto que
funcione a modo de bitácora para ser leído en la mesa de cierre del Festival.
Durante buena parte
del paseo, Azul parece el sitio en el que ocurren los poemas de Borges de los
años 20.
Los proyectos
edilicios de Salamone intervienen violentamente el espacio.
Es como si la
ciudad fuese escrita por Borges y por Girondo al mismo tiempo.
La distancia
simbólica que existe entre una y otra estética poética es la medida del
extrañamiento que la ciudad le propone al visitante ocasional.
La imagen
monumental del ángel que protege el cementerio provoca un shock, hay algo
aterrador en esa imagen, como si estuviésemos ante el patovica total, uno que
ya no te discrimina por negro o estar mal lookeado, sino que directamente deja
afuera del boliche a todos los que están vivos.
No conocía la obra
de Salamone, carezco de presupuestos intelectuales para describirla, y si los
tuviese probablemente tampoco sabría qué decir.
Todos me dijeron
que al no haber diagonales, es imposible perderse en Azul: “es un cuadrado”.
Bien, creo que le encontré el lado oscuro al cuadrado, porque me perdí por lo
menos dos veces por día.
Salamone provoca
una subversión espacial, como si el solo hecho de ver las estatuas o el plano
laberíntico de la Plaza tuviese un efecto narcótico que altera el eje de quien
mira.
De esta manera
intento responsabilizar a Salamone de mi absoluta falta de orientación en
espacios reducidos.
Aunque se conocen las
circunstancias políticas y sociales en las que Salamone craneó sus obras, las
construcciones poseen un carácter inescrutable que hace pensar que detrás de
todas las razones conocidas hay un secreto que se mantendrá oculto por el resto
de la eternidad.
Pienso que todos los
habitantes de Azul conocen el secreto pero se trata de esos conocimientos
pre-empíricos, ineludibles para quienes los poseen pero imposibles de expresarse
ante un recién llegado.
El paseo Salamone
le otorga un plus de diferencia a la ciudad, aquí podría filmarse una película
de David Lynch, esta ciudad también podría haber sido inventada por Roberto
Bolaño.
Matías Jesús
Almeyda es la celebridad deportiva más famosa de Azul y uno de los ídolos de mi
infancia. Observando detenidamente la figura del ángel descubrí algo revelador:
el ángel y Almeyda son exactamente idénticos. El físico bien trabajado, el
mismo corte de pelo, en fin, ese aire de guerrero erótico a la Game
Of Thrones que
enamora a todas las mujeres. Pero hay una bonhomía en Almeyda que el ángel, tan
temible, no representa. Y en ese punto ingresa la tradición cervantina de la
ciudad: pocos jugadores más quijotescos que Almeyda.
Desde mi nacimiento
nunca viví fuera de Mar del Plata. Una de las cuestiones que me inquietan
cuando estoy de viaje es caminar y no encontrar el mar por ningún lado. El mar
es el desintegrador más eficaz contra la vanidad, nadie que lo mire puede
sentirse importante.
Luego de transitar
la ruta Salamone se me ocurre que cuando los habitantes de Azul caminan por
ciudades ajenas, lo que echan de menos no es la llanura, común a una extensa
zona de la región pampeana, sino las irrupciones desconcertantes de Salamone. Entienden
que sin esa escenografía sus vidas serían completamente diferentes.
7 comentarios:
Salamone trabajó en Balcarce también, otra ciudad sin diagonales donde es imposible perderse. Diseñó una escuela secundaria, la comisaría, el matadero municipal y la entrada del cementerio. Si esas marcas de la década de 1930 fueran cifra de la ciudad que todavía tiene un monumento a Uriburu, sería para aterrarse.
Saludos
El mar PUEDE desintegrar la vanidad, pero yo me la imagino a Mirtha Legrand mirando las olas: "¿sabrá el mar que soy Mirtha Legrand, y que todos me piden autógrafos y me admiran?".
Yo no puedo mirar el mar sin pensar en lo sublime kantiano, y me parece una mierda porque yo no quiero mirar el mar pensando en Kant (?)
Buenísimo!
Y muy cierto lo del mar, por eso los vikingos siempre fueron modestos.
En la peli Historias Extraordinarias, de Llinás, se habla extensamente de la obra de Salamone.
Recordé anécdotas. En épocas de Onganía a los militantes sindicales y estudiantiles marplatenses que agarraban mirando el mar, se los llevaban presos (Moyano no estaba entre ellos).
En la precaria cárcel de Batán se armaba la fila de familiares y el penal colapsaba, hubo represión a familiares y entonces se los llevaron a todos a la cárcel del Cuartel de Azul.
Los fines de semana, caravanas de micros con familiares paraban en el balneario municipal; hacían marchas por las calles de ese cuadrado y tapaban con banderas los ángeles de Salamone.
Diez años después el ERP intentó copar el cuartel, y los estaban esperando, como siempre.
Y como siempre, El Quijote llegó tarde a Azul, justo cuando la Supremacía Cervantina estaba a punto de perder la batalla contra el candidato tradicionalista Carlos Guido y Spano.
Muy buen post
Saludos
JP
Es maravilloso que hayas podido encontrar una forma de relatar la ciudad. Yo llevo un par de años tratando de traducir a ¨Ciudad Jardín¨, del Palomar, pero todavía no encuentro la forma; aunque tu texto algo iluminó.
Saludos.
Hay algo de aterrador en esas desproporciones de Salamone. Edificios estatales monumentales en ciudades y pueblos pequeños. Hay algo del fascismo hay tambíen, percibo.
Y esas cruces gigantes en las entradas de los pueblos, esa omnipresencia religiosa, la cara del Cristo en la cruz -pero no el cuerpo- en el cementerio de Saldungaray, hay algo entre morboso y atormentado en su predilección por cementerios y mataderos.
Anyway... francisco-salamone.blogspot.com
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