Una de las cosas que siempre me sorprendió de El Chavo del 8 es que cambiaba el móvil del conflicto pero en sí
mismo se trataba de un mecanismo narrativo en el que se repetían las secuencias.
Los personajes siempre decían sus frases de cabecera y las escenas eran siempre
las mismas (la llegada del Señor Barriga, el enojo de Don Ramón después de la
cachetada de Doña Florinda, el encuentro del Profesor Jirafales y Doña
Florinda), la virtud de Roberto Gómez Bolaño era combinar cada uno de los
engranajes hasta lograr hacer con los mismos elementos de siempre un capítulo
nuevo.
La serie duró mucho tiempo, pero su mejor momento fue durante los 70.
En determinado momento se fueron Quico (el complemento perfecto del Chavo) y
Don Ramón (el actor más carismático) y el programa perdió bastante sustancia.
Recuerdo lo violento que fue darme cuenta que Quico ya no aparecía en
el Chavo. Pero lo más raro fue el
hecho de saberme impactado por una noticia que había ocurrido tanto tiempo atrás
(Quico se fue del programa en 1978, yo miré el Chavo durante el primer lustro de los 90 y un poco más).
En un capítulo Doña Florinda aclaraba que Quico se fue a vivir con su
madrina porque ella le podía dar una educación mejor. En su momento me pareció
una estafa. No pude entender cómo una madre tan sobreprotectora se desentendía
de su hijo de esa forma.
Por otro lado uno vio los capítulos del Chavo desordenados y era todo muy confuso: en un capítulo estaba
Don Ramón y no estaba Quico, en otro estaban los dos, en el siguiente ninguno
de los dos.
Según los expertos El Chavo
se grabó hasta 1992 (ya como parte del programa global Chespirito). En esa última época pasaban varias cosas raras. En
primer lugar los capítulos eran nuevos pero repetían escenas y gags conocidos,
es decir, eran refritos. En segundo lugar ya no había risas, lo que le otorgaba
a las escenas una sensación de vacío. El
Chavo sin risas a veces era una serie dramática. Por último el Chavo
parecía realmente un hombre grande disfrazado de niño, algo que el espectador
no percibía en su época de oro. La vejez y cierto notorio desgano de los
actores le quitaban ritmo a los diálogos y justamente el ritmo del contrapunto entre
los personajes era lo que hacía que el Chavo
fuera genial.
Los personajes que intentaron reemplazar a Quico y Don Ramón fueron
completamente intrascendentes y nunca se ganaron el cariño del público. Uno fue
Godinez, un niño con visera y jardinero, del que nadie recuerda ninguna frase graciosa.
El otro Jaimito El Cartero, un hombre mayor y canoso que llegaba a la vecindad
en bicicleta y tenía unas conversaciones aburridísimas con el Chavo, parecían
dos jubilados.
Ahora estoy recordando otros personajes olvidados como Gloria (una
vecina linda a la que Don Ramón quería seducir y fue interpretada por varias actrices),
La loca de la escalera (un personaje casi idéntico a La Bruja del 71 pero sin
su gracia) y Malicha, la prima de La Chilindrina. Cuando veía la serie de chico,
no pensaba que esos personajes le otorgaban un aire fresco a la dinámica
repetitiva del Chavo (supongo que
Gómez Bolaños los ponía por eso), sino que interrumpían el normal
funcionamiento de la serie, que no tenían derecho a estar ahí.
El programa de Quico y Don Ramón se llamó ¡Ah qué Kiko! (no podía utilizar el nombre original porque le
pertenecía a Gómez Bolaños). En realidad el programa debió llamarse ¿Ah? ¿Qué? ¿Kiko? Una serie de preguntas
que recreaban lo que el espectador sentía cuando lo estaba viendo. Este Kiko estaba
vestido con el mismo traje marinero que usaba en el Chavo pero ahora era celeste o
azul francia. Fuera del universo narrativo de Gómez Bolaños Quico era un
personaje más, no podía sostener una serie por sí mismo.
De alguna manera Quico es el McCartney del Chavo. Funcionan mejor
juntos que separados.
A medida que pasaban los años uno se iba a enterando ciertos chismes
del Chavo. Esos chismes no venían de Internet o de programas de televisión,
sino de primos o amigos que se habían enterado de estas cosas no se sabe dónde.
En los chismes a los actores se los seguía llamando por el nombre del personaje
y eran los siguientes:
-Don Ramón había muerto en un terremoto.
-Doña Florinda y el Chavo eran marido y mujer en la vida real.
-Quico se había ido del programa peleado con el Chavo.
-La Bruja del 71 también.
-Ñoño/Señor Barriga era gay.
Como me sucede con los cuentos de duelos de Borges, no sé si distingo
capítulos del Chavo, pero sé que me
gustaron mucho. Sin dudas hay momentos sublimes como cuando el Chavo recita el
poema del perro arrepentido. O cuando se va y todos le dicen “No te vayas, chavo”.
O cuando lo acusan de ladrón y lo señalan. O esas Navidades tan tristes en las
que el Chavo andaba deambulando por la vecindad sin juguetes ni una familia que
lo contuviera.
Con el tiempo nos enteramos de que el Chavo no vivía en el barril sino
en el departamento Número 8. Este dato nos hubiese ahorrado muchas tristezas en
la infancia. Que nunca se haya mostrado el departamento ni se haya conocido el
nombre real del Chavo le daba a la serie un misterio necesario, servía como
anzuelo para seguirla.
Cuando se fue Don Ramón el enigma pasó a ser con quién vivía La Chilindrina.
Aunque las situaciones son grotescas, el Chavo tiene cierta densidad propia
de la literatura realista, en el sentido de que los personajes comen, tienen
problemas de dinero, se golpean, lloran, no están puestos allí como meras
palabras que conforman un diálogo, intentan ser seres de carne y hueso. En sus
mejores capítulos uno puede sentir hasta el calor asfixiante de México, sin
haber estado jamás en México. Incluso la escenografía, tan berreta, se
convertía en un barrio de verdad. Hay un capítulo especial en el que los
personajes se van de vacaciones a Acapulco y aparecen en escenarios naturales:
la playa, una pileta, etc. Por más artificial que fuera la vecindad, al estar fuera
de ese micromundo, todo perdía verosimilitud.
Otro acierto es el fuerte contenido icónico, de estrellas pop, de todos
los personajes: cada uno tiene su forma de llorar, su ropa, sus accesorios.
***
El Chapulín Colorado tomaba chiquitolina y empequeñecía. A la distancia pienso que la chiquitolina era una droga y que el Chapulín no se hacía chiquito sino que alucinaba. En fin. No recuerdo
bien por qué necesitaba empequeñecerse tan a menudo pero a veces peleaba con
ratas blancas de laboratorio. Cuando el Chapulín tomaba chiquitolina aparecía
superpuesto en otras imágenes. La técnica, avanzada para su época, era muy precaria al verla en los 90. Sin embargo
hace poco enganché un capítulo en el que el Chapulín empequeñece y me gustó
divisar ese subrayado negro alrededor de su cuerpo. El efecto
especial se había transformado en un efecto emocional.