Ayer llegué a la conclusión de que repito cuatro conductas de lectura.
La primera se da cuando leo un libro solo. Generalmente es un libro
que me gusta pero de un autor al que no pienso seguir leyendo o, al que por el momento, no pienso leer con
frecuencia. Se trata de una lectura relajada y agradable, pero un tanto light e
inofensiva.
La segunda conducta es cuando leo varios libros a la vez y no me
decido por ninguno. Hace un tiempo tenía tan poca concentración que, como era
obvio que no iba a poder leer un solo libro, directamente iba a mi biblioteca y
elegía cuatro o cinco. No es que los libros sean malos o que no me gusten (en
el futuro suelen gustarme), es que no puedo leer nada entero durante ese periodo.
La tercera forma de leer es probablemente la mejor aunque un tanto
enfermiza. Sucede cuando leo el libro de un autor y siento unas irresistibles
ganas de leer toda su obra. O, aunque sea, varios libros de su obra. Este año
me pasó con Truman Capote y Carson McCullers. Por un lado es interesante porque
te permite tener una perspectiva muy amplia y tener una perspectiva amplia
sobre un autor también es una forma de conocer sobre diferentes épocas o
culturas. Por otro lado la conducta incluye cierto costado neurótico ya que promediando
un libro generalmente empiezo el siguiente, lo que me deposita en la actual y
última conducta de lectura.
Esta conducta sucede cuando leo varios libros a la vez. Todos me
interesan y me gustan así que no puedo decidirme por uno solo, de hecho la idea de decidirme por uno me empieza a parecer exótica y absurda. A la vez, en
estos periodos, me regalan libros, me mandan libros, me encuentro libros, es
como si el mundo fuera una excusa para llegar a unos cuantos libros.
Por ejemplo ahora estoy leyendo Inédito,
de Diego Giordano. Generalmente cuando se habla de rock y de Rosario se
menciona a Nebbia, Páez y la Trova, pero Giordano cuenta el lado de B de esa
historia y hace un repaso por las bandas que durante los 80 propusieron un
cambio más ligado a la new wave. La edición es preciosa y el libro no solo
habla de Rosario sino también del panorama del rock argentino de la época.
Al mismo tiempo sigo con Carsick,
un libro bizarro (si es que esa palabra se puede usar) de John Waters, el Messi
del cine trash. Creo que Cheever tenía un cuento llamado “El nadador” en el que
un tipo se proponía ir hasta su casa pasando por todas las piscinas del barrio.
Waters, en cambio, cuenta cómo fue viajar a dedo desde su casa en Baltimore
hasta su departamento en San Francisco. Todo sucede en un marco de deliro y
buena onda. Waters fantasea con que el primer tipo que lo sube en la Ruta es un
traficante de marihuana que le financia su próximo proyecto y con el que habla
de las películas de Armando Bó y las tetas de Isabel Sarli.
Por otro lado estoy liquidando Alt
Lit, la antología sobre los nuevos y jóvenes narradores de Estados Unidos.
El nivel (como el de toda antología) es desparejo y los mejores momentos no se
alejan mucho de los mejores momentos de Facebook o Twitter. La sensación es que
Alt Lit es la nomenclatura que se podría utilizar para denominar un espectro de
discursos que no necesariamente se ejercen como literarios. Si alguien entendió
lo que quise decir que me avise porque yo no. En todo caso los relatos que más
me gustaron fueron los de Jordan Castro (un pibe que nació en 1992) y Noah
Cicero.
Siempre me causó gracia que la gente leyera a Sándor Márai, más que
nada por toda esa mitología sagrada sobre el autor que habla de la burguesía.
Bueno, lamentablemente la Plaza Rocha está llena de libros de un lector que se
cansó de Márai y yo me los estoy comprando todos. Leí Divorcio en Buda, me encantó, y ahora estoy leyendo El último encuentro. Es solemne y
deliberadamente aburrido pero me gusta su ambición por ofrecer un fresco de la
época e imaginar esas escenas grandilocuentes de personajes que definen toda su
vida en una sola noche. Lo bueno de Márai es que te hace creer que todo el
tiempo estás leyendo algo importante.
También estoy leyendo los respectivos libros de dos autores chilenos.
Uno es Diego Zúñiga, con Racimo, su
nueva novela. En Camanchaca había un
estilo confesional y minimalista. En Racimo
se nota muchísimo el crecimiento del autor, tanto en el armado de los personajes
como en la elección de la trama y el contexto (los hechos suceden en el 2001), que
apunta a desentrañar el misterio de la desaparición de varias niñas en la
ciudad de Alto Hospicio. Pero claro que esa línea, de ficción social, es
alternada por los detalles y las circunstancias que rodean al protagonista, un
fotógrafo divorciado que cae a un pueblo y se encuentra con un infierno. A esas
vicisitudes formales y de contenido se agrega el buen gusto de Zúñiga, su forma
de abordar imágenes y momentos, que tanto acercan su narrativa a la poesía.
El otro libro es Eslovenia,
de Esteban Catalán, una colección de cuentos sobre historias cotidianas,
principalmente protagonizadas por jóvenes, a veces dramáticas, en otros casos
con un tono ambivalente, siempre narradas con elegancia y melancolía. Hay algo
muy claro en estos cuentos y es que son difíciles de clasificar. Se podría
hablar de Carver o de Bolaño, pero más bien se trata de una operación estética
que se complace en no dejar huellas.
El último libro es Irrupciones,
de Mario Levrero. Cuando leía a Levrero a sol y sombra, pensaba en la reedición
de Irrupciones como si fuera la llegada
del Mesías. El tiempo pasó, leí demasiado a Levrero (más de lo debido) y
finalmente Irrupciones se reeditó,
pero no le presté atención. Ahora me lo trajeron de Buenos Aires y me doy
cuenta que Irrupciones (una serie de
columnas que Levrero escribió para una revista entre 1996 y el 2000) es uno de
los mejores libros de Levrero, un espacio de experimentación en el que se
adivina el concepto general que iba a regir La
novela luminosa, una de sus obras maestras. Lo mejor es volver a reírse con
Levrero, sorprenderse nuevamente con su imaginación. No hay nada mejor que
encontrarse con un gran libro de un autor al que habíamos agotado.
5 comentarios:
Por otro lado estoy liquidando Alt Lit, la antología sobre los nuevos y jóvenes narradores de Estados Unidos.
Esa frase es horrible, parece una mala traducción, "los nuevos y jóvenes escritores".
Usted es mejor que es, Corvino...
Sandro Marai es un bodrio. Es solemne a propósito, y esa es la peor de las vanidades.
Aguante Levrero.
errata: usted es mejor que eso
Yo a veces vuelvo a leer libros en forma fragmentaria. A veces leo de un fragmento cualquiera de un capítulo y sigo hasta que desisto en algún momento cualquiera.
Comparto varias de esas formas de lectura, casualmente este año me ensañé con Marai, y también con Faulkner. Ahora leo a Onetti mientras pedaleo en mi bici fija, combatiendo en mi batalla perdida contra los rollos.
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