Antes de leer La tierra elegida
sabía de Juan Forn que:
-tenía un cuento llamado “Nadar de noche” que por haber formado parte
de McOndo se convirtió en algo así
como un emblema de la literatura de principios de los 90’;
-escribe en la contratapa de Página
12 los viernes y cada tanto sus fans se enloquecen en las redes sociales
posteando sus textos;
-Fogwill, cómo no, se enojó con él porque le corrigió una novela;
-y, por supuesto, se fue a vivir a Villa Gesell (cada nota sobre Forn
menciona hasta dos y tres veces que se fue a vivir a Villa Gesell).
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La tierra elegida es un
libro publicado en marzo del año 2005, es decir que por estos días cumplió
exactamente diez años. Sin embargo es totalmente actual. Esta apreciación
parece una broma o algo peor (una pelotudez) pero no lo es: por cuestiones
relacionadas con el paso consciente del tiempo es más probable que mantenga su
actualidad un libro de hace cien años (al que ingresamos sabiendo este detalle)
que uno de diez (del que fuimos contemporáneos y creemos que está a la vuelta
de la esquina).
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Es verdad, hay cierto facilismo en la idea de escribir un libro de ensayos
sobre el rock o sobre Ortega, Cerati y Justin Bieber: cualquiera sea el
resultado, ese tipo de temáticas garantiza algún tipo de lector, tal vez uno
solo (tal vez su propio autor), pero lo tiene. El eje programático de Forn
(probablemente el mismo de sus notas en Página, algo que no sé porque no las
leo) es menos demagógico y más arriesgado. Como Borges en Otras Inquisiciones, en vez de escribir sobre los temas que habla
la gente, inventa temas para que hable la gente.
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Llegado este punto debo decir por qué recién ahora que me encontré de
casualidad con La tierra elegida (libro de Juan Forn, que se fue a vivir a
Villa Gesell) empecé a leer a Juan Forn (que se fue a vivir a Villa Gesell): porque
no se puede leer a todos. De la misma manera que no se puede escuchar a todos
ni ver a todos. Esto es algo dramático que el espíritu de los tiempos ha
olvidado o barrido bajo la alfombra. Todos deberíamos repetir, como Bart en el
pizarrón e incluso como Nacha Guevara con pinta labios frente al espejo: no
puedo leer todo, no puedo escuchar todo, no puedo mirar todo.
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Reparación intertextual para quienes no vivieron los 90: en la
presentación de su programa Me gusta ser
mujer, que emitía ATC a principios de los 90, Nacha Guevara, en bata o
camisón, escribía en el espejo “Me gusta ser mujer” con pinta labios o lápiz
labial. La letra, compuesta y cantada por la propia Nacha, llegaba a su clímax
cuando decía: “Si es necesario errar para aprender/ iré abriendo caminos sin
miedo de caer”, algo con lo que, sin dudas, todos podemos sentirnos
identificados. Como verán, los 90 no fueron tan malos.
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Evidentemente en ese intersticio que separa el ensayo del artículo
periodístico se pueden encontrar algunas de las prosas y mentes más atractivas
de los últimos años. Esa hibridez, esa imposibilidad de etiquetar, quizá, esa
misma que hace que Daniel Melero sea demasiado cursi para el rock y demasiado
complejo para el pop. Si no saben de lo que hablo, a las pruebas me remito:
-Los libros de la guerra,
Fogwill.
-Ensayos Bonsai, Fabián
Casas.
-Hablemos de langostas,
David Foster Wallace.
-Borges en Sur, Borges,
claro.
-La tierra elegida, Juan
Forn (que se fue a Villa Gesell).
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Llegado ahora el punto de hablar propiamente del libro de Juan Forn
que tanto disfruto (porque el placer que provoca obliga a recomendarlo incluso
antes de terminarlo) ya no tengo ganas de seguir escribiendo. ¿Será que soy una
víctima de los tiempos y estoy incapacitado (por no decir discapacitado que está prohibido) para sostener mi atención en una
sola cosa durante más de treinta minutos? ¿Será que pensé demasiado en Nacha
Guevara y ya no hay vuelta atrás? ¿Será que quiero seguir leyendo La tierra elegida? Lo cierto es que en
poco menos de cien páginas (y todavía faltan ciento sesenta más) aprendí muchas
cosas:
Cosa número uno
La historia real del libro de conversaciones entre Gustav Janouch y
Kafka y la maravillosa frase que éste último le dijo en uno de sus encuentros: “Vivimos
en una época tan poseída por los demonios que pronto sólo podremos practicar la
bondad y la justicia en la más profunda clandestinidad”.
Cosa número dos
Los entretelones de las edificaciones monumentales e inquietantes que
Francisco Salamone construyó durante la década del 30 en pueblitos pampeanos de
la Provincia de Buenos Aires. El texto por momentos parece un buen cuento de Borges.
Forn cuenta que mientras Bustillo tardó 10 años en remodelar la Bristol,
Salamone, en el mismo lapso, alcanzó a edificar todos los cementerios, mataderos
y municipios que irrumpen violentamente los mencionados pueblitos. Es imposible no ir por la contrafáctica e imaginar una Bristol
craneada por Salamone.
Cosa número tres
La existencia de un supuesto libro de Leonardo Da Vinci, el Codex Romanoff, donde el genio cuenta la
intimidad de alguno de sus proyectos, como la correcta composición de un
sándwich.
Cosa número tres y cuatro
La existencia de una frase de Kierkegaard (que Forn recuerda mientras
vindica a García Márquez): “el pequeño problema de la vida es que hay que
vivirla para adelante aunque sólo se la entienda mirando para atrás”. En el
mismo texto, mientras analiza su autobiografía, Forn cuenta que García Márquez
sólo pudo leer el Quijote cuando atendió al consejo de Álvaro Mutis: instalar
el libro en la repisa del inodoro y usarlo como purgante.
Cosa número cinco
La existencia de Albert Speer (sin el que probablemente no hubiese
existido Salamone), capo del nazismo (creador de su estética y, según dicen,
responsable de que la guerra haya durado dos años más), el único que se declaró
culpable en el juicio de Nüremberg.
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Si quieren saber más cosas formidables, sigan leyendo La tierra elegida, un libro ameno, feliz
y melancólico, sin estridencias, por momentos genial, como deberían ser todos
los libros, ¿no?
6 comentarios:
Es una recopilación de las notas que sacaba en Página, que en esa época salían los domingos y ahora lo hacen los viernes. Es de lo mejor que se puede leer cada semana en diarios argentinos, cosa que en realidad no quiere decir nada, viendo el estado de los diarios argentinos. Las notas de hoy siguen el mismo estilo: hay ciertas temáticas frecuentes, por caso historias de escritores o músicos centroeuropeos de los años transparentemente llamados de entreguerras.
Saludos
Otro libro por el estilo aunque a mí me parece bastante más original en su forma con un personaje narrador de historias verdaderas llamado Forma y que te recomiendo aunque es anterior y no se consigue fácil es Trabajos manuales de Rodrigo Fresán que se fue a Barcelona.
Estuve un año viviendo en Villa Gesell y justo en ese tiempo Forn hizo una donación de muchos libros a la biblioteca popular. Había toda una sección en la biblioteca a la que las bibliotecarias llamaban “la de Forn”, podía quedarme horas tratando de elegir alguno para llevarme. Leí muchos, pero me acuerdo en especial de una edición del setenta y pico con la poesía y prosa completa de Pizarnik con varios subrayados y anotaciones de Forn hechos con un bolígrafo rojo.
El libro que recomendás está genial. De su ficción, si no lo leíste, te recomiendo Puras Mentiras.
Son buenos los libros que leí de Forn, lástima el precio. Creo recordar que lo edita "emecé", con lo cual salen como 200 pesos en promedio. Pero bueno, a mí no me molesta gastarme guita en libros. De hecho a veces me voy al carajo cuando entro a una librería.
El texto sobre Kafka y Janouch, por ejemplo, está muy buen. Creo que se llama "Kafka me dijo" (sobre las "Conversaciones con Kafka" de Janouch). Me gusta la vida que tiene Forn... es mejor que la mía, que laburo de "burro de carga" y cuando vuelvo me cago de sueño.
Trabajos Manuales es el libro que más me gusta de Fresán. En general me gustan los libros que se escriben sin saber que son libros.
Gracias por leer, abrazos.
Frivolidad, de Juan Forn, una novela para leer los 90. Y María Domecq es la novela más compleja de Forn, una gran historia con elementos autobiográficos (y, sí, menciona a Villa Gesell). Saludos. Pablo Cabot
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