miércoles, 15 de febrero de 2017

Cólera


Encontré el revólver en el galpón de la casa de mi abuelo. El galpón estaba en la esquina de un fondo con árboles de manzanas y limones.

No recuerdo haber comido una sola manzana. Eran verdes. Comer manzanas verdes es como comer una fruta cruda. En cuanto a los limones: eran como piedras verdosas. Un día hice jugo, lo tomé y creyeron que tenía cólera. El Sistema Teleducativo Argentino era muy convincente. En las semanas posteriores mi mamá se paró en la puerta de la Escuela y le aclaraba a las demás madres que sólo creyeron que era cólera porque tenía mucha diarrea. Estas explicaciones me entristecían mucho.

Lo cierto es que a partir de cuarto grado empezaron a decirme Cólera. Los que me querían, porque yo solía ganar la votación como mejor compañero, me siguieron diciendo Federico. ¿Cómo hacía para ser el mejor compañero? No me metía con nadie y nadie o casi nadie se metía conmigo. No tenía interés. Desde chico necesité pasar más tiempo adentro de mi mente que mis amigos.

Comparado con mis dos hermanos yo era todo un intelectual. Ellos estaban sucios las veinticuatro horas. Se tiraban pedos en la cara. Jugaban competencias para ver quién eructaba mejor. Sacaban el pito y meaban personas desde arriba de los árboles. Adoraban expresarse a través de su fisiología. Yo mientras tanto buscaba escenas de desnudos en los best sellers de mi papá, descripciones de mujeres con caderas anchas y pechos de no sé qué. Eso era lo más parecido a xvideos en 1992. Los 90 son nuestros 70. En esa época los 70 todavía eran los 70.    

Por la época en que me empezaron a llamar Cólera encontré el revólver en el galpón. Al principio no me animé a empuñarlo y mucho menos a llevármelo. Simplemente me colgaba mirando la caja de zapatos donde estaban guardados el revólver y una bolsa de nylon con balas plateadas. Esto pasaba cada vez que íbamos de visita. Mis hermanos en la calle armando lío. Mi familia en el living discutiendo sobre Menem. Yo en el galpón mirando balas plateadas.

Recuerdo cuando decidí llevarlo a casa. Me pareció que iba a ser divertido tener un revólver en mi pieza. Aunque el término "divertido" tal vez no sea el más adecuado. Ahora iba a poder mirar el revólver cuando se me diera la gana, durante tardes enteras. Había veces que estaba en el recreo del colegio pero mi mente estaba adentro del galpón. Desde que lo tuve en casa esto no pasó más.

Trasladarlo de la casa de mis abuelos a la mía fue más fácil de lo que imaginaba: un domingo metí el revólver en un bolsillo y las balas en el otro. Y viajé en el 554 armado, junto a mis padres y a mis hermanos.

Lo enterré en el medio de una pila de tejas rotas que mi viejo había dejado tiempo atrás después de que un temporal marplatense nos volara parte del techo. Era una noche de verano y desde mi casa se podían ver los reflectores del Mundialista porque estaban jugando Independiente y Racing. Yo flasheaba que el Estadio era un Ovni que acababa de descender. Los aliens atacaban a mi familia hasta que sacaba el revólver y me convertía en el héroe del barrio.  

Una noche sonó el teléfono muy tarde y mis viejos se pasaron el tubo varias veces. Mis hermanos y yo veíamos la escena desde nuestra pieza, que tenía la luz apagada y la puerta entreabierta. Era el abuelo y por las caras de mis viejos había pasado algo raro y peligroso. Yo sabía que hablaban del revólver pero nunca se me ocurrió decir la verdad.

Acusaron al novio bardero de una prima y hubo una revolución familiar que suspendió las reuniones un par de meses. Sospechaban de mis hermanos y cuando una tía se animó a decirlo en voz alta mi vieja se desmayó.

En determinado momento la ausencia del revólver amenazó con desintegrar la familia. Y no sé si no hubo algo de eso ¿O será que por esa época se empezaron a morir todos como habitualmente se mueren todos en todas las familias que conozco? La cuestión es que yo empecé a desentenderme del revólver hasta que no se volvió a hablar del tema. Y empezaron a pasar los años y un día unos albañiles hicieron el piso de cemento del patio, limpiaron la pila de escombros y nadie dijo nada del revólver.


Mi prima se casó y tuvo hijos con otro tipo. La tía que sospechaba de mis hermanos se fue a vivir a Madrid y habla por Skype con mi vieja. Se murió mi abuelo. Eso de que "la vida sigue" es verdad pero a veces estoy fumando y mientras miro por la ventana cómo los turistas intentan escapar de la lluvia me acuerdo del revólver. No podría explicar exactamente la sensación pero es parecido a ser una piedra en el mar o un cartel de Stop en una ruta vacía. Supongo que desde cierto punto de vista guardar un secreto durante tantos años es emocionante y siniestro a la vez. 

14 comentarios:

Federico dijo...

Genial

Luchemos por la vida dijo...

Hace poco me enteré que la denominación para los nacidos entre 1981 y 1995 es "millenials", y en la misma bolsa entran los jóvenes pokemones y los que aprendimos que no se debe tirar lavandina adentro del inodoro porque mata las bacterias que hacen funcionar el pozo negro, como también que el sida esta golpeando a tu puerta. Publicidad death metal

Siempre copado leerte
Saludos

Grito de Dolores dijo...

muy bueno--me olvidé de comer y cambié la música.//.buena onda il corvino

Anónimo dijo...

Ilcorvino Casciarizado, me gusta jajaja

Mr. E dijo...

¡Qué buena historia!!!!
Lo de ir armado en el colectivo con tu familia es brillante.
Gran abrazo.

made atom dijo...

se lo habrá llevado alguien con la misma carpa con la que vos lo trajiste. Saludos!

Pedro dijo...

Destruiste a tu familia Corveta!!!

Anónimo dijo...

No solo destruyo a su familia, quien encontro el arma posiblemente la haya utilizado para matar a alguien...

Pedro dijo...

A su abuelo. Perdón Corvino, cuestión de simetría.

Corvino dijo...

Si fuera un cuentista (ni siquiera un buen cuentista) se me hubiesen ocurrido a mí esas derivaciones dramáticas que ustedes están haciendo. Saludos.

Anónimo dijo...

Hola Corvino, quería saber dónde puedo conseguir el libro "No Bombardeen Barrio Norte"? Sabes en que librerías de Capital Federal aún quedan ejemplares? Saludos y gracias

Danrino dijo...

me acuerdo de 1992, cuando en los recreos sonaba vilma palma e vampiros, los manuales Estrada de secundario, la corbatas con chomba y los amigos con sonrisas, una tarde de julio entro la preceptora, escuche un murmullo y las chicas empezaron a llorar, martin romano se habia disparado en la cabeza con la escopeta del padre, era mi mejor amigo

mundoarjo dijo...

Rescato que hay en el cuento un subtexto más allá del costumbrismo del revival nostálgico que se hace de los 90. Me parece que los discursos dominantes le quitan la dimensión conflictiva al pasado (a los 90, pero también a los 70, sobre los que predomina la memoria traumática de las víctimas por sobre la realidad del choque de fuerzas, del conflicto armado) y si la literatura no señala este aspecto deja de significar una alternativa.
Una cosa más: hay literatura porque hay guerra, pero, sobre todo, porque hay algo que la hace narrable, como la cólera de Aquiles.

Javier Asioli dijo...

No tenga miedo, tenga cuidado.