jueves, 10 de agosto de 2017

La librería del horror


La semana pasada fui a Buenos Aires y en una librería (creo que por Avenida de Mayo) me compré, a un precio irrisorio, los siete volúmenes de La Familia Fortuna, una novela publicada por la editorial Lengua de Trapo a comienzos de los 2000. El autor se llama Tulio Stella. Hasta hace poco creía que había inventado la existencia de este libro (películas como El maquinista, Memento y Una mente brillante han dañado mi cerebro). Las historias de los libros (con unas tapas amarillas muy atractivas que incluyen una caja para guardarlos) transcurren en lugares de Mar del Plata como la confitería Topsy. Uno de los libros, llamado El país del fugu, parece una premonición de la grieta: la ciudad está en guerra, dividida en dos bandos. ¿De dónde recordaba yo esa extraña y olvidada novela? De cuando trabajé en el depósito en una librería. 

Todos trabajamos alguna vez en una librería. Si te gusta leer, te animás a escribir y acumulás libros en departamentos de uno o dos ambientes, en determinado momento, no importa si lo quisiste o no, te das cuenta de que trabajás en una librería.

Duré muy poco. Fue un trabajo tardío de temporada. Por esa época yo sólo laburaba en el verano. Y ese verano había pasado diciembre y enero y no había conseguido nada. La depresión total. No tener trabajo durante el verano en Mar del Plata es como que te lean las cartas y te digan que vas a morir.

Sé que el trabajo de librero tiene cierta mística. Sé que casi todos los trabajos tienen cierta mística. Yo no le encuentro mística al trabajo: me sigue pareciendo una trampa.

***

En fin, estábamos a principios de febrero y conseguir trabajo me hizo feliz pero al mismo tiempo me sacó de un ocio improductivo que empezaba a disfrutar. Ni siquiera recordaba cuándo había dejado ese curriculum. Me llamaban como refuerzo porque se venía el comienzo de clases.

Había reglas estrictas que ahora no recuerdo pero en el salón de la librería reinaba el silencio. Te daban una lapicera, una goma y una regla. Y una riñonera o una pechera para guardar las herramientas (nadie las usaba). No recuerdo para qué era la regla. Había una mujer de unos cincuenta años que era la jefa. Nunca la vi cagar a pedos a nadie pero todos se esforzaban para que eso no suceda. Había logrado un grupo sin camaradería. Una genia del mal.

Antes de que llegara el tsunami de madres en marzo me mandaron al depósito. Mi tarea consistía en ordenar alfabéticamente los libros para que los vendedores no perdieran tiempo buscándolos. Me aboqué a la tarea con un compromiso absurdo, el mismo compromiso con el que se deben sobrellevar la mayoría de los trabajos. Una de las cosas que deberían decirnos antes de ingresar a nuestro primer trabajo es que hacer tiempo es lo peor que podemos hacer. Obliga a estar pendientes del reloj. Pendientes de si pasa el jefe y se da cuenta que estás boludeando. Trabajar es una mierda pero es más difícil hacer tiempo que trabajar. Lo mejor es hacer todo el tiempo algo. O algo todo el tiempo. Tal vez sólo los trabajos que me tocaron a mí requerían esta dinámica. ¿Pero aclarar que cada cosa que se opina corresponde a un criterio personal es lo que está arruinando esta época, no?

El problema es cuando no hay nada que hacer. Recuerdo otro trabajo en el que cuando no había nada que hacer, el encargado, temeroso de que el jefe nos viera, imploraba: "hagan que están haciendo algo". Era un caso laboral heterodoxo, como esa película de Lars Von Trier, una de las pocas en la que los personajes no se amputan extremidades ni se hacen pasar por retrasados mentales. En esa película, un tipo no soporta ser el jefe de una oficina y contrata a un actor para que desempeñe ese rol. Y después el actor contrata a otro, porque tampoco lo soporta. 

***

Todavía me asombra no haber robado libros. Creo que casi me llevo uno de Caicedo y lo pagué antes de irme (tenía descuento). En el depósito pasé mis mejores momentos en la librería. Aunque llamarlos "mejores" modificaría el concepto del término. Decir que en el depósito me sentí cómodo sería más correcto. La caja del libro de Tulio Stella me parecía lo más. Me la quedaba mirando, como cuando era chiquito y miraba el caleidoscopio de la tapa amarilla de Bestiario. Creo que no lo compré porque sospechaba que en realidad ese libro no existía. No puedo explicarlo mejor.

Después me cambiaron de sucursal y me pusieron a atender personas. Nunca me pude lucir. Era algo que yo suponía pero no esperé que el fracaso fuese tan enorme. Nunca encontré un libro inhallable. Nunca recomendé algo y tuve éxito. Nunca me pidieron cosas bizarras que con el paso de los años se convirtieron en anécdotas grandiosas. Para simplificar: como librero fui una mierda. Ni siquiera tuve un gran amor. Ni siquiera renuncié después de una discusión épica con la jefa autoritaria. Ni siquiera me quedó alguien como amigo. Recuerdo a un compañero en especial. Su mamá confeccionaba hermosas camperas a pedido. Nos llevábamos relativamente bien. Cuando uno no ama, compra, dijo Cerati. Es verdad. También es verdad que cuando uno no paga alquiler, gasta plata en camperas. Un día le pregunté a mi compañero si me podía encargar una campera. Su única respuesta fue:

-No.   

12 comentarios:

Uno dijo...

Genial el texto, pero me hubiera gustado que expliques algo más sobre el autor que mencionas. Un saludo.

Luis Alberto Pescara dijo...

El balance de tu etapa como librero es bastante parecido al mío, solo que yo estuve casi 8 años en el rubro. Creo que eso no habla bien de mi. Igual es un oficio bastante sobrevalorado.

keki dijo...

Que lindo animalito sos Corvino.

Pedro M dijo...

Muy bueno

Anónimo dijo...

Muy bueno, sobre todo el final!

Murat dijo...

Buenisimo!!!!!....

Anónimo dijo...

A quien habras votado, mi estimado gallinaceo...

José A. García dijo...

8 años en un supermercado, la cabeza, la rodilla y la espalda arruinadas por igual. ¿me sirvió de algo?
Ni siquiera para sacar una idea para una película de terror de Cine Z. Pero había que comer y no siempre se puede elegir de qué trabajar.

Saludos,

J.

Anónimo dijo...

Corvino:

La Mar del Plata de Jorge Cedrón:

http://www.hacerselacritica.com/informe-cedron-3-la-mar-del-plata-de-jorge-cedron-por-luis-franc/

Pelicula "El habilitado" (Jorge Cedrón, 1971) Filmada en Mar Del Plata sobre su etapa como trabajador en la tienda Los Gallegos:

https://www.youtube.com/watch?v=5ut73yJfY1A

Saludos!!!

Ezra Winston dijo...

Sos un crack, Corvino. Salute!

Anónimo dijo...

Una de bandoneón, corvi

Anónimo dijo...

Una del 0,21, Corvi (?)