domingo, 1 de junio de 2008

Sobre Zeitgeist

Zeitgeist es el título del “documental” que desde el 2007 viene inquietando a millones de internautas. Inteligentemente, su autor, el norteamericano Peter Joseph, lo ha difundido a través de la red, creando así una discusión mundial inacabable. En términos genéricos, se trata de un documental didáctico-político dividido en tres partes que intenta explicar, con una premeditada sobrecarga de información simultánea y shockeante, la construcción de diversos mitos para beneplácito de los poderosos. La primera parte, “La historia más grande jamás contada”, revisa el itinerario de diferentes deidades antiguas con el objetivo de afirmar que el cristianismo no es más que un pastiche de otros dioses paganos, especialmente de Horus, un dios egipcio relacionado con la astrología. La enfática conclusión (Jesús no existió, el cristianismo se basa en un mito, la Iglesia gana dinero a través de algo inexistente), no agrega demasiado al normal cauce del mundo (tal vez pueda impresionar a quienes aún creen en Santa Claus y los Reyes Magos), aunque sí es interesante observar las similitudes entre los "distintos" salvadores de la Humanidad. La segunda parte, “Todo el mundo es un escenario”, manifiesta que el atentado a las Torres Gemelas del 11/9 fue una operación del gobierno estadounidense para, una vez más (como en Vietnam, como en la Primera y Segunda Guerra Mundial), entrar en terreno bélico y aprovechar recursos ajenos. Las razones esgrimidas que utiliza el “documental” para demostrar tal farsa son rotundas (la extraña manera en que se desplomaron los rascacielos, la ausencia de información sobre el avión que se estrelló en el Pentágono, las relaciones entre los Bush y Osama Bin Laden) aunque una ralentización del mismo permite un simple interrogante: ¿quién es toda la gente que habla a favor de la teoría del “documental”?, ¿de dónde son los testimonios?, ¿de dónde las imágenes?, ¿por qué los otros mienten y ellos no? El espectador argentino no podrá eludir la evocación de esas investigaciones especiales a las que es tan afecto Chiche Gelblung, en las cuales ofrecen su testimonio sobre determinado caso los peores abogados, los peores periodistas, los peores seres humanos. El híbrido entre investigación clasificada y afirmaciones rimbombantes sin análisis alguno, hacen de Zeitgeist un documental adornado, una obra de ficción en la que se enlazan elementos reales (la cierta posibilidad de que las Torres Gemelas contaran con explosivos en sus sótanos) y otros meramente supuestos (una conversación fulminante del día del atentando entre aviones de la Fuerza Área está menos explicada que la desaparición de Geréz). La tercera parte, muy sugestiva, “No prestes atención a los hombres detrás de la cortina”, centra sus elucubraciones en los turbios lazos entre los grandes grupos económicos (el Banco Central) y el gobierno estadounidense. La conclusión, nuevamente, actualiza un saber redundante del inconsciente colectivo: el Banco Central desea que el gobierno estadounidense esté en guerra para ganar más dinero. Chocolate por la noticia.

La lista de mitos urbanos contemporáneos en los que se basa Zeitgeist es inabarcable y algo inadmisible: en poco tiempo habrá un gobierno mundial, en el futuro se insertarán chips para saber el paradero de todos los individuos, un amigo de un Rockefeller cuenta cómo este último le explicó exactamente todo lo que iba a pasar en Estados Unidos a partir del 11 de septiembre. Todo esto puede ser cierto, claro está (lo más probable es que dentro de unos años lo sea o se pruebe), pero de ahí a ponerlo como piedra fundamental de un documental y creerlo linealmente en ese marco hay un largo y sinuoso camino. El derribamiento de los mitos que mueven a la sociedad Occidental, parece decir Zeitgeist, sólo puede llevarse a cabo con la puesta en escena de otro mito más grande y fabuloso (y más viejo), el de la Conspiración. Y es aquí donde el género “documental” hace agua: promover la idea de que todo es un gran plan y que “la revolución es ahora”, mechando información dudosa, con geniales pasajes de la película “Network” y titulares efectistas, es algo que también nos puede decir, sin tanto drama (ni alarde de verdad irrefutable), un tío borracho en Nochebuena con una botella de sidra en la mano.

La mezcla de información constatada y material descartable también es el zeitgeist de nuestros días. Ese espacio en el cual se describe cómo los medios (asociados con agentes poderosos) operan en las mentes bifurcando el pensamiento (a través de programas de entretenimiento y noticias falsas) quizás sea el mejor componente de Zeitgeist que, verdad absoluta o disparate total, aún es recomendable. Su tendencia a la paranoia me recordó dos joyas literarias que además tienen la virtud de inquietar: “El hombre en el castillo”, la novela de Philip Dick donde los alemanes y los japoneses han ganado la Segunda Guerra Mundial y “Deutsches Réquiem”, el extraordinario relato de Jorge Luis Borges en el cual un jerarca nazi, a punto de ser ejecutado, afirma que su doctrina política ha triunfado ya que para la instauración de la violencia era necesaria la destrucción de Alemania. Mi teoría: hay planes y conspiraciones y manejos turbios de poderosos, “todo es una gran farsa”; sin embargo, me niego a creer en la pre-digitación total de los males de este mundo: la idea de “conspiración” anula la responsabilidad de los individuos y transfiera ésta a los “poderosos”. Es verdad, sin dudas, que aunque nos creamos enteramente autónomos y dueños de nuestras vidas, todos somos inducidos por “la conciencia que regula el mundo” (la religión, los medios, nuestra educación, los prejuicios, nuestros coetáneos), pero ¿cómo se diferencia estrictamente la persuasión ajena de una decisión conciente y personal? Más bien el mundo se me hace como El castillo de Kafka, caótico, siniestro, diseñado azarosamente para la multiplicidad eterna de maravillosos malentendidos. El “documental” Zeitgeist es sólo uno más de ellos. Sayonara.