miércoles, 30 de julio de 2008

Antes que el diablo sepa que estás muerto

En Antes que el diablo sepa que estás muerto, el director Sydney Lumet (84 años) demuestra que el mundo sigue siendo tan implacable como en 1976, cuando filmó su obra maestra: Network. La película debe gran parte de su perfección a las interpretaciones de sus protagonistas principales, un verdadero dream team de la actuación contemporánea. No sólo está bien Philip Seymour Hoffman (que merece un párrafo aparte), sino también el otrora galán Ethan Hawke (las caras de idiota que pone son sencillamente extraordinarias), el veterano Albert Finney y la bella Marisa Tomei (que se pasea desnuda un tercio del film con la serenidad de un monje tibetano). ¿De qué trata la película? De individuos perturbados a los que todo les sale mal en un mundo insondable. Teniendo en cuenta que la historia del cine y de la Humanidad está repleta de individuos perturbados a los que todo les sale mal en un mundo insondable, ¿se podría ser más concreto? Sin dudas, Antes que el diablo sepa que estás muerto, como toda buena historia, se puede sintetizar brevemente: Andy (Seymour Hoffman) y Hank (Hawke), hermanos con urgencias económicas, planean un robo a la joyería de sus padres, pero algo sale mal. A partir de esta anécdota (núcleo central), entonces, el film hilvana una serie de flashforwards y flashbacks que repasan la vida inmediata de cada uno de los protagonistas antes y después del robo. Con una puesta austera, diálogos lúcidos y un título horrible, Lumet se las arregla para montar, sin dudas, uno de los mejores filmes del año. De paso, regresa triunfalmente luego de un par de título menores que fracasaron tanto crítica como comercialmente.

Pero, como antes mencionaba, Philip Seymour Hoffman merece un párrafo aparte y, en este caso, la frase hecha debe ser correspondida. Hay cosas que pasan si uno mira una película con Hoffman: en primer lugar, nos convertimos en ese tipo de idiotas que, a cada parlamento o actitud de un actor, hace un comentario observando cómplices a quienes están alrededor. Por ejemplo: “Mirá el tipo lo que hace”. O: “Mirá lo que le dice”. Es que, por momentos, lo que hace Hoffman con su rostro, su voz y su cuerpo es monstruoso. Hoffman es un titán de la reacción impredecible y maneja el laconismo como los dioses. En segundo lugar: cuando Hoffman interpreta un personaje, no hay ninguna duda: es imposible que otro actor lo haga mejor que él y, como sucedía con Brando, el personaje pasa a ser Hoffman. Y en tercer lugar: cuando Hoffman sufre, uno tiene ganas de sufrir como Hoffman. En una secuencia de Antes que el diablo… detiene su auto al costado de la ruta y le alcanza con decir a su esposa “¡Mi padre! ¡No es justo! ¡Maldita sea!” para que entendamos todo, aunque no diga absolutamente más nada que eso.

Este breve apunte sobre la película de Lumet sólo quiere ser un pequeño acercamiento para que el lector curioso se vea instado a verla. Las derivaciones que establece Antes que el diablo… son muchísimas, mencionarlas sería insuficiente y borraría la sorpresa del espectador interesado. Dos últimas anotaciones sobre este hermoso film antes de pulsar stop: la certeza de que todo lo que se pudre forma una familia (Casas dixit) y la condición inescrutable del mundo ante la continua violencia de la vida cotidiana en las inspiradas escenas en que Andy se inyecta heroína mientras por detrás se adivinan los rascacielos inmensos y grises de la urbe. Sayonara.